_ ¡Dale, pendejo! Ni una pala sabes levantar, dame acá.
_ Bueno, ¡tomá, ahí tenés!
_ Encima te enojas, pendejo de mierda. Escuchame una cosita, si hoy viniste loquito, te vas eh.
_ No, dale, a ver como es.
_ Una sola vez te voy a explicar, escuchaste. Más te vale que prestes atención.
Eustaquio empuñó la pala con el orgullo de un trabajador, de esos de manos duras y que no sienten los callos ni el frío, de esos laburadores que se tajean los dedos y no sienten la sangre caer. De esos que supieron agachar la cabeza sin chistar cuando el patrón los insultaba por estar aprendiendo y no saberlo todo. Los que callaban por respeto, o temor, para aprender y hoy ser lo que son, tener lo que tienen: techo, gas y luz, suficiente para haber sufrido una infancia mal parida.
Corre el año 2022 y la cultura laboral de la obra sigue en el mismo peldaño. Las máquinas aceleraron el pastón, pero la mano de trabajo siempre es necesaria. Pocos rubros en el ambiente han podido evolucionar de manera agigantada, por no decir ninguno. No entrar en el sistema de vacaciones y aguinaldos no es gratis. Aquella especie de libertad que se siente al no pertenecer a una fábrica o una empresa tiene su logro.
El viejo Eustaquio no tiene paciencia para enseñar. O mejor dicho, tiene la misma paciencia que tuvieron con él, o entendés o mamporro. Y si entendés también mamporro para hacerte fuerte. «Porque los hombres se hacen a los tumbos entendés, a los golpes se hacen los hombres nene», le suele repetir a su peoncito de 15 años. «El pichón», le dice, digamos que cariñosamente. Por que en el fondo, el más grande siempre quiere instruir al nuevo, al «nuevito», al ninguneado. Solo lo prepara para la vida dura que sabrá traer tormenta y desengaño, pues el trabajo no puede estar exento de ello.
El Martin Fierro es el libro obligado. De Larralde y Cafrune la herencia del folclor, el vino y la amista’ que no es con mujeres jamás. La amista’ es entre machos señor. Y la señora a cocinar. ¡Que cultura que se arrastra, cuanta contradicción! «Siglo veinte cambalache, problemático y febril, el que no llora no mama, y el que no afana es un gil».
«Chorear nunca. El hampa es otra cosa. El laburo da dignidad, es el valor del hombre sobre la faz de la Tierra, ¿escuchaste nene?», le repite el viejo a su «pollo», que lo asiente con la cabeza, un poco por respeto y otro poco porque no le queda otra. Su madre esta enferma y su padre se fue. ¿Estudiar? No hay tiempo que perder intentándolo. Eso es cosa de suertudos, de los que tienen tiempo y futuro.
Al nuevito, al pichón, no le gusta nada ser mano de obra, a él le gusta el «fulbo». Sí, eso de correr y hacer «viajar» a uno, a otro y patear a gol. ¡Patear la pelota! No hay nada más extraordinario ni lugar más libre que la canchita del barrio. Pero ser «fubolista» es un sueño, y los sueños, sueños son, se dice. Los patrones no enseñan a soñar, ¿sino dónde se van a buscar nuevos peones?
Pero «el nene de papá», aquel que puede ir a la escuela, que sabe leer de corrido y no se traba, ese que va a la facultad del Estado. Ese si puede. Ese tiene todo el futuro que desea. El que estudia arquitectura, aunque no le guste un carajo, pero es una profesión donde se llenará los bolsillos. El que alquila un cuartucho y se muere de hambre solo, hasta poder ejercer, después de haberse quemado las pestañas. Ese que soñó con grandes lujos, o no, pero que pasados los 30 años esta insertado en el mercado laboral como limpia muebles de jefes, y cada vez son más jefes, y cada vez se difumina más el «premio», ese futuro prometedor de un pibe de bien. Cada vez se difumina más lo que soñó hacer alguna vez, eso que ni él mismo sabe que es. Porque tampoco lo dejaron buscar, fue siempre detrás de los demás, obediente como hijo de «trompa», como bicho a la luz, pero siempre a luz ajena, a llenarle los bolsillos a otro.
La televisión entonces y el gobierno de turno se encargan de manosear la cuestión. Pues, los fríos números del placer demuestran otra cosa. Que empresa de acá, que empresa de allá, que acá no progresa el que no quiere y que a los pibes de hoy se le debiera enseñar con un poco de mano dura, «que generación de cristal» y que carajo. «Antes no existía el sicólogo pibe, antes el sicólogo era el cinto o la chancleta, pero que vas a saber vos que tenés todo», piensa Eustaquio, antes de digerir su trago amargo de vida color bordolino y mirar al pasado con una lágrima que no derrama, partido al medio por dentro, pero siempre duro y careta por fuera.
OPINIONES Y COMENTARIOS