Bombazo editorial

Bombazo editorial

Javier Eugercio

23/07/2022

«En la sociedad de consumo, ¿consumimos o nos consumen?», se preguntó Humberto Zambrano al borde de un metafórico precipicio. Por aquel entonces era un don nadie, pero descubrió su verdadera vocación —contar historias— y, gracias al copywriting, consiguió librarse de los trabajos indeseables. Se dedicaba a redactar textos persuasivos para empresas que vendían online sus productos o servicios, pero soñaba con ser literato y empezó a promocionarse en las redes sociales y en su web de autor.

Una reputada agencia literaria descubrió a Humberto Zambrano en Instagram: copywriter, escritor de novela negra y premio Juan Palomo a la mejor novela autopublicada, Los trapis del Bitrans, la historia de un político tránsfuga y transexual que trapichea en el Congreso de los Diputados, seduce al presidente del Gobierno y acaba en el Guinness Word Records por ser la primera «primera dama transgénero».

El flamante ganador del Juan Palomo confió a su agente el manuscrito de su segunda novela, Magistrado Bocachancla, la odisea de un afilador ambulante injustamente encarcelado cuya obsesión es decapitar al juez que lo condenó. Al cabo de tres meses, el agente de Zambrano le remitió una propuesta editorial para Magistrado Bocachancla. La editorial interesada formaba parte del Grupo Planeta y, mira tú por dónde, Zambrano soñaba con ganar el Planeta. Se imaginó recibiendo el galardón y tuvo un orgasmo mental.

Cuatro días después, Paloma Vinagrero tuvo una náusea cerebral de camino a su despacho. Había llegado a un principio de acuerdo con el agente de Humberto Zambrano, pero no soportaba a esa nueva raza de escritores autopublicados que se valían de las redes para crearse su propia audiencia. En el caso de Zambrano, su estilo mordaz y su look canalla se ajustaban como un guante a los intereses comerciales del sello editorial que dirigía Paloma Vinagrero.

Sobre la mesa de su despacho, la editora encontró un manuscrito con la etiqueta «priori». Se titulaba Valencia-Tombuctú y lo firmaba «el Flaco». Examinando el material, echó en falta los datos del autor. A este respecto, lo único relevante figuraba debajo del seudónimo: «Mercado Central de Valencia». Estuvo a punto de descartarlo, pero la intriga la empujó a enfrascarse en la lectura del manuscrito y lo leyó de un tirón —solo hizo una pausa para tomarse un café—. «Es una joya», se dijo entusiasmada. Sin embargo, tenía un principio de acuerdo con el agente de Zambrano y, por otra parte, de cara al balance anual, necesitaba cerrar el año con un éxito de ventas. Era más razonable publicar Magistrado Bocachancla, pero su corazón se inclinaba por la deslumbrante narrativa del Flaco.

Paloma Vinagrero se acostó con el conflicto irresuelto y, al día siguiente, se despertó con el veredicto de la almohada: «Encuentra al Flaco». Sin tiempo que perder, salió de Madrid con la fresca y llegó con la sofoquina al Mercado Central de Valencia. Dentro del edificio modernista, apreció la calidez de la luz que se colaba por las cúpulas y las múltiples vidrieras. Los puestos del Mercado Central componían un laberinto gastronómico altamente sugestivo, pero ella se dijo «céntrate» y preguntó a un tendero por el hombre que buscaba.

Siguiendo las indicaciones del tendero, enfiló el Corredor García Berlanga y llegó al Central Bar, un concurrido puesto con revestimiento cerámico en cuya barra servían apetitosas viandas.

—¿Dónde puedo encontrar al Flaco? —preguntó a una camarera.

—Aquí mismo. A la vuelta —reforzó sus palabras con un esclarecedor gesto de mano.

La editora caminó hasta el final del puesto y, en el recodo que formaba el Central Bar con el Corredor García Berlanga, se topó con un señor de unos sesenta años en compañía de… ¡un esqueleto! Ambos estaban sentados detrás de una mesa en la que había dos montones de cuadernos rudimentarios armados con grapas. «Cuentos y poesías a dos euros», leyó la editora en un cartelito.

—Buenos días —saludó afable el enigmático señor.

—¿Escribió usted estos cuadernos? —preguntó Paloma Vinagrero.

—Yo no tengo talento para las letras —respondió el señor con ojos vivarachos, y posó su diestra sobre la clavícula izquierda del esqueleto—. Aquí tiene al artista —añadió carialegre.

La editora celebró el chiste con una amplia sonrisa. 

—¿Es usted el Flaco? —preguntó emocionada. 

No veía la hora de conocer al autor de Valencia-Tombuctú, una comedia rebosante de surrealismo y sentimientos a flor de piel. A modo de road movie, el manuscrito narraba el periplo de una pareja de homosexuales que se embarca en un viaje sin retorno. Uno de ellos padece un cáncer terminal y fallece en el sur de Marruecos, pero su última voluntad es llegar a Tombuctú y su pareja, en un trance amoroso de locura consciente, decide completar el trayecto y habla con el difunto como si estuviera vivo. Lo transporta en el asiento del copiloto y, para disimular el hedor, lo envuelve en una manta empapada en perfume moruno. En conclusión, el autor de Valencia-Tombuctú estaba a punto de revelar su identidad, pero su respuesta descolocó a la editora:

—Yo soy Enrique Doménech; el Flaco es mi compañero —aseguró señalando al esqueleto.

Atónita, Paloma Vinagrero examinó la osamenta. Parecía tan real que se la imaginó revestida de carne, redactando un insólito manuscrito de camino a Tombuctú. Anticipándose a su propia muerte, el Flaco terminó de escribir su comedia romántica antes de convertirse en el difunto que Doménech fue incapaz de enterrar en Tombuctú: se lo trajo de vuelta. Fascinada, la editora se presentó y propuso a Doménech publicar el manuscrito. El hombre estuvo de acuerdo, pero insistió en atribuir la autoría al esqueleto.

—Parece que volvemos a las andadas… —Doménech dedicó una sonrisa melancólica al inmutable saco de huesos—. Firmaré las dedicatorias en tu nombre —añadió sandunguero.

¿Hablaba en serio? La editora concibió una inaudita y rompedora gira promocional. La novela era magnífica, pero su intrahistoria vendería más que cualquier instagrammer, por muy canalla que fuera o por muchos followers que tuviera. Paloma Vinagrero desestimó Magistrado Bocachancla en detrimento del bombazo editorial cuyo impacto la encumbraría a la cima de su oficio.


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