Soy una bala, ese es mi trabajo. Mi cuerpo no da para ser algo más que eso, ni siquiera ser un arma, un arma vacía, inútil. Soy una bala, es todo lo que soy. ¿El odio me dispara o la ira me percute?, no lo sé; no se muchas cosas, solo sé que quiero reposar y no ser mas lo que soy. No tengo motivos, soy solo una bala, no tengo intenciones, solo un objetivo, ajeno a mí. No carezco de sentido, le doy valor y sentido al arma vacía; a esa que posee todos mis derechos, que dispone de todo mi tiempo. Tiemblan los cuerpos que saben que el arma que tienen frente a si me lleva en sus entrañas, que me escupe con furia a morder su piel y romper sus huesos. Mi visita al interior de ellos les libera, incluso de mí.
A veces salgo despedido sin ser gatillada el arma, salgo a explorar los posibles lugares donde pueda caber. En mi arrebato a veces no logro dar libertad a nadie, en esas ocasiones solo me pierdo, no doy contra nada y me siento inútil, como un arma vacía. Vuelo rompiendo el aire y escapando del sonido rumbo a donde termino por no significar nada para nadie, solo una bala perdida, pero, es solo un sueño eterno que no termino de soñar, pues despierto nuevamente en el más profundo ser del arma de donde escape, como si soñara que me disparan, una y otra vez, hasta el fin de los tiempos.
Parece tan real la muerte de aquellos que mate, tan real que, siento el olor de su sangre momentos antes de tener contacto con ella, con el crujir de dientes cuando mi piel caliente separa la de ellos y nos volvemos uno solo. El arma se siente dueña de mi trabajo, sin embargo, no puede saber nada de lo que experimento en mi labor, ella está lejos de la muerte de aquel al que apunta, ella solo señala el lugar, yo en cambio, me alojo en aquellos su último minuto, y si tienen suerte, su único segundo. No depende de mí la agonía de los hombres, yo quisiera conocerlos solo un instante, un entrar y salir de su cuerpo, porque el frio en que se sumergen al morir me recorre cuando me quedo a habitarlos, me enfrió junto a ellos, y me despierto con ese frio nuevamente en el fondo de aquel cañón, un eterno retorno entre las vísceras del arma y las del hombre. Tengo la certeza de que ya he matado a quien me disparo. No se muchas cosas, pero sé, que falta mucho por soñar.
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