Ya antes había estado ahí, pero en una situación completamente diferente.
Me encontré de nuevo sentada en la mesa del mismo café, pensando otra vez en ella.
Esa noche no era amor lo que me llenaba; sentía mas bien un dolor atenazante y profundo que me obligaba a mezclar el sabor amargo del moka con el salado intermitente de mis lágrimas silenciosas.
No había jubilo, ni mariposas en el estomago. En cambio sentía, una mezcla de insectos arañándome las entrañas, monstruos llenos de dientes rasgandome el corazón.
Estuve sentada aquí mismo antes de conocer a Iris, bebiendo café con ella, y ahora, tratando de olvidarla también.
Antes de toparme con esa fotógrafa cuya presencia llenaba por completo cualquier habitación, esa mujer alta, de cabello castaño y frente amplia, mirada decidida y penetrante, labios delgados pero intencionados y por supuesto esa arrogancia casi elegante, esa altanería que la llenaba de un inmenso atractivo casi sexual, antes de Iris, había muchas que en realidad nunca fueron ninguna. Salidas de una noche, besos entre copas, el desfogue de mi adolescencia homosexual.
Y con Iris, y mientras Iris llegaba, estaba y pasaba, y después de ella, vinieron todas las demás.
Y al final del día, en el recuento de los daños, al confrontarnos y al poner nuestras historias sobre la mesa, nos damos cuenta de que todas somos lo mismo.
CAPITULO 1.
La primera vez que la vi, nos encontramos en medio de una exposición de fotografía. Ella era la expositora.
Yo tenía 24. Me dedicaba a redactar artículos cortos en revistas y periódicos. Soñaba con ser escritora, aunque justo en ese momento no sentía que lo estuviera logrando.
Ella tenía 27. Nunca antes de aquella tarde había escuchado de su trabajo, sin embargo la investigue apenas me dieron su nombre y me entere de algunos detalles interesantes, aunque escuetos, acerca de su vida y su obra. A pesar de su corta edad y de su aún más corta carrera dentro del medio artístico, tenía ya una reconocida trayectoria en fotografía.
Se llamaba Iris y desde que la vi, fue una incógnita para mí. Caminaba por los pasillos de su galería siempre arrogante, sin ver a nadie a los ojos, altiva, como si el piso no la mereciera. Con su forma de andar parecía que flotaba y todos a su alrededor empequeñecian hasta casi desaparecer. Transmitía seguridad. Poder. Y si, también llegaba a causar un poco de miedo en los que la veíamos pasar.
¿Pero qué hacía yo ahí? Pues verán, estaba escribiendo la que en mis sueños prometía ser la mejor narración de mi vida y necesitaba comprender algunas cuestiones técnicas de fotografía para establecer un escenario más realista dentro de mi historia, así que hice un par de preguntas a las personas adecuadas y así terminé buscándola.
Mi intención no fue nunca la de conocer específicamente a Iris Villaseñor, simplemente requería de alguien con nociones básicas de fotografía. Sin embargo, durante todos estos años he pensado que el destino quería que yo estuviera aquella tarde en esa galería.
Mi intención inicial era meramente académica, pero al verla avanzar hacia donde me encontraba de pie en medio de sus piezas de exposición, algo se exalto en mi interior y de pronto las cámaras, los negativos y los cuartos de revelado, pasaron a segundo término. Momentáneamente me sentí más interesada en la fotógrafa en cuestión, que en mi libro o en su trabajo artístico en sí.
La primera interacción fue algo digno de no olvidar. Cuando la vi caminar por la galería, me adelanté e interceptándola me presenté con mi voz de persona interesante mientras le tendía la mano:
- Hola, me llamo Mariana y soy escritora. Necesitaba saber… –
Fin de la conversación. Apenas me dirigió una mirada de reojo que no le tomó más de dos segundos, giró la cabeza y caminó en otra dirección dejándome a la mitad del pasillo, perpleja y con la mano extendida.
Quizá ese fue su acierto, o su error. Nadie me hacía eso a mí. No cuando estaba acostumbrada a que las mujeres se acercaran solas, me prestaran toda su atención e intentaran obtener la mía a toda costa.
Soy lesbiana. Mis amigos me habían bautizado como la “todas mías” después de que tras varias decepciones amorosas, decidiera no volver a tomarme las cosas en serio en el plano amoroso. Relaciones informales, amores de una noche, nada mas. Y bueno, yo estaba acostumbrada a ser el centro de atención. ¿Quién se creía ella para omitirme de esa manera?
Ni siquiera se había tomado la molestia de atender a mi presentación. Eso denotaba arrogancia por encima de todos los niveles que antes hubiera conocido. Nadie jamás me había tratado de aquella manera.
Su falta de interés en mi persona puso en marcha una maquinaria hasta entonces desconocida para mí, transformando a Iris en un reto. Me encargaría pues, de sacarle todo lo que necesitaba para mi cuento y, sin duda, algunas cosas más.
Sin mirar las fotografías, me retiré del lugar.
A pesar el enojo que me ocasionó su rechazo, consiguió que me sintiera intrigada y secretamente ansiosa de verla de nuevo, de descifrar su comportamiento. Tenía que dar con ella nuevamente, y la próxima vez, me encargaría de que fuera diferente.
Me llamo Mariana. Sé que ya lo mencioné es solo que habitualmente necesito reafirmarme ciertas cosas en voz alta.
Dos años atras descubrí que estaba perdidamente enamorada de una amiga, así que termine mi relación de cuatro años con quien entonces era mi novio, me dedique a reconocerme, a aceptarme, y a descubrir todo un mundo nuevo diferente al que me habían enseñado, eso sí, peligroso e incomprendido, pues con el tiempo comprendí que la sociedad es cruel con los que somos diferentes.
Me convertí en parte de las estadísticas, y fui juzgada, señalada y hasta agredida cuando me reconocí homosexual. Descubrí entonces que normalizar mi vida y mis planes, no iba a ser tan sencillo como les resultaba a los demás.
Antes de conocer a Iris ya me habían roto el corazón algunas mujeres. Fueron relaciones fugaces de esas que no se olvidan, historias terminadas en rupturas que no por dejarme experiencias, resultaron para mí, menos dolorosas. Tras los fracasos con mis dos primeras novias, definitivamente no estaba en condiciones de tener algo serio con nadie.
Sin embargo, desde que vi a Iris por primera vez, se volvió algo casi obsesivo. Sentía la necesidad de acercarme ya no para conocer de cámaras y lentes, ahora necesitaba conocerla a ella y saciar la necesidad de mi alma de conocer la suya, de mis labios de tocar los suyos, de mis manos de recorrer su piel.
Para atraparme, habían bastado esos cortos segundos de inexistente interacción, esa mirada de desaprobación, esa actitud de que nadie en el mundo, y mucho menos yo, merecían la atención de alguien como ella.
Nada me sugirió que Iris pudiera fijarse en mí. Era posible que estuviera felizmente casada y llena de hijos. Quizá pertenecía al sector de la sociedad que pisoteaba a la comunidad homosexual y organizaba marchas alentando su extinción. Era una moneda al aire, pero algo dentro de mi gritaba insistiendo en que debía encontrarla y acercarme a ella. Al menos tenía que intentarlo.
Tras aquella exposición, comencé a seguirla por doquier. Me dedique a conseguir toda la información acerca de sus exposiciones y sus trabajos, a observarla desde las sombras. Todo mientras lidiaba con mis demonios y con mi desordenada, caótica, imposible y rota vida.
Cuando descubrí que me gustaban las mujeres, se desato la tercera guerra mundial en mi casa. Mi familia, católica y conservadora, se opuso a todo tipo de acercamientos de mi parte a cualquier persona del sexo femenino.
Era de esperarse. Yo rompía con el encanto de una familia perfecta. Un día la bomba estalló y terminé saliendo de la casa de mis padres de la peor forma posible, con mi mochila colgada al hombro, sin dinero ni ropa, sin nada más que sueños y ganas de ser libre y amar.
Dejé la carrera, supongo que en el fondo la ingeniería nunca me gustó del todo.
Mi pasión siempre ha sido la literatura, amo escribir y leer. Amo transportarme a mundos creados por alguien más, inventar los mios propios. Conocer personajes creados por otros, es tan íntimo como caminar en sus mentes, y viajar hasta lo más profundo de sus almas. Así que me dediqué a escribir y conseguí trabajos de medio tiempo. No era rica, pero vivía feliz.
Fue entonces cuando Iris entró en mi vida y se metió por mis pupilas abriéndose paso hasta ese lugar incisivo en mi cabeza del que se negó a salir, ese sitio desde donde me observaba día y noche, hostigándome, acechándome, aguardando cada pausa de mis pensamientos para saltar y morderme y recordarme que estaba ahí.
El tiempo paso.
Era sábado. En contra de mi voluntad viajé a la ciudad de México para entregar un borrador en un concurso de poesía.
Como buena provinciana odio las grandes ciudades, los cláxones suenan, los coches no avanzan, el metro se llena, todos corren, nadie te ve a los ojos, en el supuesto de que la contaminación te permita mantenerlo abiertos, por supuesto.
Tenía un par de meses sin saber nada de Iris. Le perdí la pista y llegue a pensar que no volvería a encontrarla pronto, así que me resigne y seguí en lo mío.
En esa temporada salía con una mujer interesante, pero que no llegaba a atraparme por completo. Llevábamos cerca de un mes juntas y jamás consiguió quitarme a Iris de la cabeza. Mis amigas se burlaban de mí, insistiendo en que había sido amor a primer desprecio.
Me molestaba aceptarlo frente a ellas, y no podía defenderme porque en el fondo sabía que tenían la razón. La realidad era que me seguía obsesionando su forma tan presuntuosa de pasar de mí y minimizarme en el acto.
A mi llegada a la ciudad de México, baje del autobús con los audífonos enredados en el cuello, estire las piernas y me cubrí la frente con la palma extendida tratando de evitar el sol del mediodía en los ojos. Terminé por colocarme las gafas y comencé a andar hacia la salida de la terminal.
– ¡señorita! –
Me volví sin estar segura de si era a mí a quien llamaban.
-olvidó su chamarra en el asiento – me dijo un adolescente de sonrisa torpe mientras me extendía la chamarra y asentía.
– gracias. – dije sin mayor ceremonia mientras tomaba la chamarra que extendían hacia mí, y al darme la vuelta para seguir caminando, choqué de frente con un cargador cuyo carrito lleno de maletas, teminó por ceder bajo el peso del cargamento.
No pude evitarlo y supongo que el tampoco. Las maletas salieron volando, yo caí al suelo de sentón soltando mi mochila y la chamarra recién recuperada y tras los tres segundos que me tomó comprender lo que había pasado, me levanté murmurando cualquier cantidad de palabras que sin duda sonarían repulsivas en la boca de cualquier “señorita”.
El despistado cargador se acercó mascullando mil disculpas que no alcance a escuchar, le arrebate la chamarra de las manos y justo cuando me gire para empezar a caminar de nuevo, lo vi.
“BODY ART-E. BY IRIS VILLASEÑOR. DEL 1 DE NOVIEMBRE AL 15 DE DICIEMBRE. MUSEO FRANZ MAYER”
Sentí como se me helo la sangre en las venas y dejé de escuchar a todos. De pronto la terminal guardó silencio y mis pasos se encaminaron lentamente pero con conciencia propia hacia el cartel que anunciaba el reencuentro que tanto estaba esperando.
Me quede embobada unos segundos observando la fotografía con la que anunciaban la exposición. Era un desnudo femenino sumergido en las sombras con solamente algunos juegos de luces inteligentemente colocados, enmarcando algunas curvas de la modelo con una precisión y armonía visual que cautivaba.
Sonó mi celular rompiendo mi ensimismamiento y volviéndome a la realidad de un golpe.
- -¿Hola? Si claro, acabo de llegar. No, aun no estoy en el hotel. No te alteres espero volver el lunes, solo necesito entregar mi borrador y listo. De acuerdo, no, nada de fiesta… Si, te veo pronto. –
Colgué y me quedé mirando el aparato. Acababa de colgar con mi NoNovia y eso había sido una conversación por demás extraña. ¿No fiesta? Tenía que ser una broma.
Si quería sumar puntos conmigo, definitivamente no estaba haciéndolo bien. Esa, entre otras, era la razón de porque solamente salíamos sin llegar a concretar una relación bajo un título formal.
Estaba segura que ella no sería la mujer que les presentaría a mis padres si alguna vez me volvían a hablar, así que para cualquiera que me lo preguntara, yo estaba soltera y feliz.
Me guardé el aparato en el bolsillo trasero del pantalón y comencé a caminar nuevamente solo que ahora con paso ágil y ligero. Ya sabia donde pasaría la tarde.
Recorrí el trayecto que me separaba del centro a bordo de un metro a punto de reventar. El bullicio era ensordecedor, pero me encontraba sumergida en mis pensamientos. Durante todo el camino lo único que podía pensar, era en cuál sería la manera correcta de acercarme a una mujer como aquella fotógrafa sin que el resultado fuera desastroso, como la primera vez.
Ni yo tenía claras mis intenciones, es decir ¿Qué me hacía suponer que en el remoto caso de que Iris se tomara el tiempo de escucharme, yo podría aspirar a algo más que una charla de fotografía? Esperen. ¿Algo más? Definitivamente me estaba traicionando yo sola.
En ningún sitio de la extensa información que había consultado encontré algo referente a su vida personal, a su situación sentimental. Pero sin duda una mujer así tenía que estar con alguien y no porque lo necesitara, sino simplemente porque resultaba cautivadora.
Tras llegar al hotel, me instale y baje a la cafetería del lugar.
Me hospedaba cerca de Bellas Artes, en un pequeño hotel de un par de estrellas que era suficiente para lo que yo necesitaba: un lugar para dormir. Sabía que no pasaría demasiado tiempo ahí.
Ordené una hamburguesa y la comí en silencio, mientras observaba mi teléfono indagando de qué manera podría llegar hasta el museo y ver su exposición.
No podía hacerme muchas ilusiones. Lo más probable era que ni siquiera la encontrara ahí, pero tenía que intentarlo. De no verla por lo menos tendría una pista que seguir nuevamente.
Tras pagar la cuenta subí a la habitación y me di un baño. Me sentía nerviosa, pero estaba decidida a no permitirle escapar tan fácilmente esta vez.
Me vestí de jeans, camisa a cuadros y converse. Me peine y me perfume. Demasiadas atenciones para una exposición de fotografía.
Salí del hotel y comencé a andar. Según los datos que había consultado en mi celular durante la comida, ni siquiera tendría que hacer uso del transporte público puesto que no me encontraba lejos del museo, así que mientras caminaba hacia el lugar tuve tiempo para ordenar mis ideas y calmar mis nervios mientras me fumaba un cigarro, disfrutando del frescor de la tarde.
Eran cerca de las cinco cuando llegue a la puerta principal del museo. Me detuve ahí a contemplar el lugar sin decidirme a entrar. El tráfico se movía con lentitud y en la alameda, que se extendía a mis espaldas, la tarde comenzaba a caer.
¿Qué era lo que yo quería? Encontrarla no iba a cambiar nada en mi vida, era solo un capricho, una obsesión adolescente de mi vida adulta. ¡oh! Pero cierto. Aún tenía una historia que terminar y para eso necesitaba saber de fotografía. Aunque no tenía que aprenderlo de ella, tal vez bastaría con googlearlo…
Una camioneta negra se detuvo justo frente al edificio. Una especie de valet parking salido de algún lugar, se acercó presuroso y abrió la puerta del conductor. Cuando la vi, dejé de sentir las piernas, creo incluso que dejé de respirar y solo fui consciente del violento martilleo de mi corazón. Estaba tan acelerado que sus latidos me resonaban en los oídos.
Iris bajó de la camioneta y por primera vez la vi sonreír mientras le entregaba las llaves al valet parking. Creo que fue justo entonces, cuando algo dentro de mi estalló.
Era demasiado tarde para huir, aunque una parte de mi quería hacerlo. Como en un deja vu supe que caminaría hacia donde estaba yo, tendría que hacerlo pues no había otra entrada a la sala de exposición.
Iris se volvió y efectivamente se dirigió hacia donde me encontraba de pie, adherida al suelo, paralizada y temblorosa. Deseaba moverme y salir de ahí a toda prisa, pero no lograba que mi cuerpo respondiera.
Cuando estaba a una corta distancia, me dirigió una mirada y pareció reconocerme puesto que apresuro el paso y me sonrió. Nada de evasivas, esta vez fue directa y me abordo como si fuéramos conocidas de toda la vida.
– Vaya, que coincidencia. ¿Entras o vas a quedarte ahí parada toda la tarde? – me dijo en tono burlón.
– ¿Qué te hace pensar que vengo a ver tu exposición? – dije con un tono de voz apenas audible. Sentía la boca seca y la garganta cerrada. Tenía los puños apretados y las manos me sudaban sin parar. Me sentía sorprendida, pues por su anterior comportamiento había dado por supuesto que no tendría la menor idea de quien era yo.
– No lo sé, tal vez el simple hecho de que sepas quien soy y lo que hay ahí dentro – replico señalado en dirección del museo y después, siguió su camino.
-Por cierto- dijo tras detenerse unos pasos más adelante -Escritora ¿verdad? –
El corazón se me detuvo. Me recordaba. Y mejor aún, me había escuchado cuando le hable la primera vez…
SINOPSIS.
Iris. Mariana. Iliana. Elena. Andrea. Nosotras y ellas. Las que fuimos, y las que son ahora. Una historia de amores cíclicos e historias cruzadas que tejen una enmarañada realidad: todas somos lo mismo.
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