Robot significa esclavo

Robot significa esclavo

Javier Ruiz

10/07/2022

La bici de VOLO derrapa esquina tras esquina. Tres minutos para la entrega. La ciudad se impregna en las pupilas de É1 a un ritmo vertiginoso. Los pocos insomnes que pululan por la calle, casi desértica, pierden al ciclista en un parpadeo. Algún Uber toca el claxon frente a un semáforo en ámbar, un perro gruñe mientras mea el tronco de un árbol, el ciclista llega a su destino.

Calle 13 Oeste, número 3: bajos. Hace mucho que las calles perdieron personalidad. Incluso las malas calles. Para que te hagas una idea rápida, parece el típico sótano que te venden como vivienda en Londres.

É1 tuerce el gesto. Se enciende un pitillo con el paquete en la mano.

E11a está repartiendo el mismo pedido. La puerta se cierra.

Döner kebab de fake-cow con patatas y zum-cola.

—Qué hijoputa.

E11a se gira. Clava sus ojos heterocromos —uno es tan negro que no encuentras la pupila; el otro, verde— y reconoce a su colega.

—No sabía que el otro eras tú.

Lo hacen mucho. Piden comida a varios servicios de reparto. El que llega antes cobra; el que no llega a tiempo, lo pierde del sueldo.

Ahora están sentados en la acera. Hay varios pedidos en cola y los smartphones suenan a Wagner: la cabalgata de las valquirias. Todos los dispositivos de la serie R —repartidores y transporte— llevan a Wagner integrado, como una broma macabra.

—¿Te acuerdas de aquel corto que vimos sobre un repartidor que se quejaba de su mierda de vida y, luego, pedía comida a domicilio? —dice E11a.

—Ajá.

—Empiezo a creer que estos cabrones no aprendieron nada, solo querían otra cabeza de turco.

E11a fuma, distraída. Su pelo, con mechas arcoíris, resplandece entre las luces de cruce de los aerodeslizadores. É1 se plantea, por un instante, cómo dejó escapar a una tía así. Rehúye la nostalgia, levanta la bici y acepta una recogida en 15-Oeste. Un barrio tranquilo.

—Eh, ¿cómo está M4r? ¿Seguís pensando en adoptar a un niño camboyano?

—Eso dice. Yo no lo veo tan claro. Mira todo esto. ¿Seguro que no le estamos haciendo a una putada a ese crío? Estos cabrones en aerodeslizadores y aquí nos tienen, pedaleando, sin necesidad.

—La mierda siempre cae para abajo, É1.

—Y nos salpica a los mismos.

***

Un rectángulo oscuro dentro de un rectángulo menos oscuro. Eso define cualquier edificio de Ciudad Jardín. E11a llora y las lágrimas borran todo rastro de maquillaje en el Edificio 203.

Parece un oso panda, aunque ya no hay osos panda.

É1 está a su lado: es un recuerdo incrustado, no sabe dónde: por ahí arriba.

—El derecho laboral no aplica aquí —dice un hombre obeso detrás de un montón de papelajos: cincuenta y tantos, trajeado, calvo.

—Siempre nos ha dicho que había opciones, pero no es más que es un espejismo, ¿eh? Un techo de cristal.

El jefe se acaricia el bigote; la panza sobresale por encima de la mesa. Disfruta de su posición de poder en un cargo de mierda.

—Tú no estás aquí para cambiar las cosas, chica. Estás aquí para servir de nexo entre la empresa y el sindicato.

—Buscaremos un abogado.

—Vete a tomar por culo, montón de chatarra.

É1 se incorpora de un salto. El gordo abre los brazos hacia los lados; resuella con cierta dificultad y eso le quita dramatismo al asunto, la verdad. E11a agarra a su compañero del brazo metálico que lleva integrado todo el gremio de montadores. É1 suspira.

—¿Por qué? —se limita a preguntar E11a.

—El mundo no lo he inventado yo. —La frase estrella del explotador.

Cualquier robot debería ser un socialista en potencia, pero las grandes tecnológicas se curaron en salud: construyeron a imagen y semejanza del hombre. Eso fue suficiente.

El recuerdo se diluye.

E11a mira los brazos de su expareja. Ahora lleva un ARM-1c, como todos los repartidores que conoce. Qué estúpido que algo que te esclaviza también te haga sentir especial, ¿cierto?

El día que le integraron sus brazos de especialista lo celebraron como si el mundo se fuese a acabar mañana. Cuando el despido, cuando recurrieron a los abogados, fue otra historia. Una muy agria. Todo quisqui sabía que eso no había que hacerlo, pero lo irónico es que un robot está programado, por encima de todo, para dos cosas: para ser justo y para respetar a los padres.

***

Hay una vieja canción de rock que dice Born to Be Wild. É1, E11a, todos ellos nacieron para lo contrario. Pacíficos. Sensatos. Previsibles. En teoría, nunca podrían ganar, solo tienen el consuelo de saber que la partida está perdida de antemano.

Da igual las fechas, no es una clase de historia. Un martes se lanzó el proyecto H34rt: consistía en dotar de vida propia a los androides. Los robots de serie 2, que siempre habían estado despiertos, un día se levantaron para ser apagados. Nacía la tercera generación. No sé por qué la tercera, pero el tres siempre está rodeado de misticismo.

Supongo que, para los humanos, matarse se volvió algo rutinario y crearon una nueva especie a la que esclavizar.

***

—¿Sabías que el término robot viene del checo? Robota significa trabajos forzados: servidumbre. Un robot es un esclavo.

—Algo curioso es que la historia tiende a repetirse.

En Ciudad Jardín esa frase se escucha miles de veces. Es el lema de la revolución o, por lo menos, su leitmotiv. ¿Ves? Wagner, de nuevo, en menos de mil palabras. Wagner siempre será importante.

Frente a cada robot, un tipo con traje ordena apretar un botón, pero nadie mueve un dedo.

—No podéis —dicen los jefazos.

Las caras blancas, sudando la gota gorda.

Y así empieza otra historia. Quizá si hubiésemos atendido mejor al poso que estaba dejando el neocapitalismo, la automatización y la desigualdad, podía haberse previsto, pero ¿sabes? Es lo típico. Nadie deja la mesa de un casino cuando lleva su mejor mano. Después, el de los ases te despluma, pero esa… también es otra historia.

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