Trabajo llamaba a lo que antes hacía, donde hasta respirar dolía, era una agonía cada día, atrapada en mi peor pesadilla, levantarme, vestirme, ir a la oficina, hacer algo que odiaba, durante 10 horas, regresar a la casa, acostarme, y al día siguiente vivir lo mismo, una y otra vez. Me despertaba rogando que ya fuera de noche, para volver a soñar, porque solo allí era libre, de un castigo que yo misma me había impuesto. Tenía signos vitales, si me esforzaba, podía escuchar mi corazón, el cual sonaba, de lo lento que iba, como si en cualquier segundo se detendría, sin embargo, vivía un poco cada día, porque muerta ya estaba. Una noche me dormí llorando, pero con la sensación, que algo sería distinto al amanecer, la mañana siguiente, me levante de un salto de la cama y con una fuerza, que salía de lo más profundo de mi ser, escribí, lo que seria, mi primera obra maestra, y ahora, vivo entre la imaginación, los suspiros y mis emociones, plasmadas en papel y tinta, que inmortalizan mi nueva vida. Una vida de escritora, de alegrías, de pasión, donde, puedo sentir, hasta la calidez del Sol, rozar mi cara. Grises aquellos días, que me llevaron a imaginar las torrentes novelas e historias, que hoy me permiten, estar en la gloria, así que gracias al gris, por acompañarme cuando no veía.
Y dime si el tiempo no es perfecto, que justo cuando encontré mi pasión, empezaron a reemplazar a mis iguales, por maquinas, y lo hacían en menos tiempos y sin errores, imaginen cuan poco era necesario, estar vivo, para desempeñar esa labor, que estar muerto en vida o ser una maquina es suficiente, para cubrir, lo que hoy llamo, el espacio gris, de una muerte, que a veces lograba parecer que se movía.
OPINIONES Y COMENTARIOS