EL PACIENTE DEL PROCEDIMIENTO

EL PACIENTE DEL PROCEDIMIENTO

EL PACIENTE DEL PROCEDIMIENTO

Un día cualquiera, tenía que realizar mi turno nocturno como enfermero jefe en el hospital donde laboraba desde hacía diez años, la institución hospitalaria era de tercer nivel, sus servicios estaban destinados para brindar una atención superior en todos los procesos de salud… contaba con trescientas cincuenta camas de hospitalización, distribuidas en una edificación de diez pisos. Yo era uno de los cuatro jefes de enfermería, que laborarían esa noche, y tenía asignado los pisos ocho, nueve y diez…

Ese día, no quería asistir a mi labor nocturna, había solicitado un permiso y me respondieron que no existía posibilidad, porque la institución tenía un aforo de más de un noventa y cinco por ciento de los pacientes, no había personal disponible…, salí cabizbajo de la administración, y tomando mi solicitud, la partí echando los residuos en una de las canecas.

Antes de salir de la casa a trabajar, le comenté a mi señora, con voz algo turbada.

―Cariño, presiento que algo extraño… va a suceder en mi turno ―confesé con voz nerviosa, esa lóbrega premonición había rondado en mi cabeza durante todo el día―. En verdad, hoy no deseo ir a trabajar… pero debo cumplir con el turno.

―Caramba, tú siempre con tus locuras ―replicó mi señora, frunciendo el ceño, y ayudándome a lustrar mis zapatos blancos―. Vete a trabajar tranquilo, en ese turno no va a ocurrir nada especial, va a estar muy bien, recuerda que hoy es nochebuena.

A las seis y treinta de la tarde ingresé al hospital, tenía que supervisar tres pisos, eran unos cincuenta y tres pacientes hospitalizados, la revisión se hacía en cada piso, paciente por paciente, siempre acompañado del personal auxiliar. Inicié el recorrido por el décimo piso, hasta el octavo… y después de examinar todas las áreas, llegué a las once de la noche, al nivel inferior, a la cafetería del hospital, lugar donde recibí mi merienda, y sin pérdida de tiempo regresé al octavo piso, donde se ubicaba el área de medicina interna, allí debía hacer un procedimiento especial a un paciente, a las doce de la noche.

A las once y treinta de la noche, en el área inferior, entré a uno de los ascensores, yo mismo lo manipulé, ya que el ascensorista de turno estaba recibiendo su merienda, al estar dentro del ascensor percibí que alguien me miraba, un calor muy gélido envolvió mi cuerpo, y una sensación de terror se apoderó de mí, era inexplicable, algo iba a suceder… A prisa me bajé en el octavo piso, llegando a la estación de control de enfermería, donde una de las auxiliares, me preguntó.

—Jefe, por qué está tan pálido y temblando… ¿Qué le ocurre? ―preguntó una auxiliar, enarcando sus cejas, e invitándome con un gesto de su mano derecha, que me sentara a su lado para revisar las historias clínicas de los pacientes, le sonreí de forma nerviosa, sin comentarle nada, e iniciamos la revisión documental de las órdenes dejadas para el turno de la noche….

―Señorita, empecemos por la realización del procedimiento del paciente de la cama 8-07… ―expresé con cierta aprensión, ya que en esa cama teníamos hospitalizado a una persona especial por todos nosotros, era uno de los camilleros más antiguo de la institución, que padecía de una enfermedad terminal…, cáncer de huesos…

Organizamos lo necesario para hacer el procedimiento, y junto con la auxiliar de enfermería, nos dirigimos al cuarto 8-07, entramos llamándolo por su nombre, miré su cama, está permanecía solitaria, abrí la puerta del baño, tampoco estaba, no pude encontrarlo, y salí al pasillo… Algo no encajaba en la situación que se presentaba, ya que él siempre nos esperaba alegre y sonriente para que le realizáramos su procedimiento…

En ese instante se escuchó un grito, grito interminable, finalizado por un estrepitoso golpe seco, fue el caos…, ¡sospeché lo ocurrido!, corrí hasta el balcón del piso, seguido por la enfermera auxiliar, y me asomé, no deseaba mirar hacia abajo, pero lo hice, y allí abajo en la placa de cemento de la terraza del quinto piso, observé una figura que yacía inmóvil, tirada en ese sitio.

Giré mi cabeza y con ojos desorbitados, me quedé mirando a la enfermera auxiliar, solo alcancé a pronunciar…

―¡Oh, lo que presentía, ha sucedido…! ―pronuncié aterrado con una voz que se ahogaba en mi garganta, ella me miró como buscando una explicación… ― ¡Dios mío, no puede ser…!

Bajé por las escaleras, corriendo como un orate, llegando al quinto piso, y empujando a algunos familiares de pacientes que estaban aglomerados en el lugar, entré por una pequeña puerta que llevaba a dicha terraza, y allí en esa loza fría, estaba un cuerpo en el concreto…, me agaché a su lado, le acaricie su cabeza y le di un beso en su frente…, se movió y me miró con ojos amorosos, aún le quedaba un hálito de vida, pero fue un indeciso instante… entonces, alguien le cubrió con una sábana, y se escuchó el murmullo de algunas oraciones… 

Me apoyé en la baranda de la terraza, un  sudor frio brotó por todos mis poros, el abatimiento me invadió y unas lágrimas salieron de mis ojos, humedeciendo mi mascarilla.

El paciente del procedimiento, procedimiento que yo debería realizar a las doce de la noche, ya no existía, se había librado al fin de su dolor y sufrimiento. El resto de la noche, mi mente fue una anarquía, salí del turno en horas de la mañana, como un sonámbulo hice la caminata del hospital a mi casa, y al llegar miré con tristeza a mi señora y con una voz quebrada le conté lo sucedido…

Mis ojos se llenaron de lágrimas, lloré como hacía tiempo no lo había hecho, y me acosté a compensar mi desvelo y a rumiar mi tristeza, mi señora llegó hasta mí en silencio, me quitó los zapatos blancos, diciéndome con afecto.

―Duérmete y descansa cariño… ―Dándome un beso en la frente, como yo se lo di a mi amigo, el paciente del procedimiento…

GUSTAVO HERRERA BOBB

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