¡Cuidado, PACMAN, que te alcanza un fantasmita!

Uff, por suerte encontré unas cerecitas. Ahora soy yo quien va por ellos.

—¡Hijo, baja a cenar, que se enfría la comida! Deja ya esos benditos videojuegos; no te traerán nada bueno. 

Ni hablar, tendré que esperar a mañana para terminar el juego.

Desde que tengo memoria siempre me han gustado mucho los videojuegos. Pensándolo bien, no solo me gustan, sino que me apasionan.

Mientras juego, me desconecto de la realidad; es como si viviera en un mundo paralelo, de esos que todo el mundo dice que existen, pero que nadie ha podido comprobar. Yo los comparo con los sueños; nadie niega que existen, pero es algo que no se puede explicar. Al menos yo no puedo. En un momento me encuentro escalando el Everest, y al siguiente segundo bailo, como desaforado, en una enorme discoteca. 

Del PACMAN, siguieron los LEMMINGS, esos pequeños duendecitos que tenían que trabajar en equipo para llegar a ninguna parte, eran algo así como el escuadrón de la muerte. Unos cavaban, otros escalaban, había  quienes detenían el tráfico, salvando a los demás, e incluso había los que explotaban, sacrificándose como modernos kamikases.

Luego aparecieron Mario Bros, Sónic, Los Pokemon y muchos más. Entonces mi mundo colapsó. No dormía tratando de cambiar de nivel en cada juego.        
Mi rendimiento escolar bajó, pues solo podía pensar en cómo hacer para salvar a Mario, o cómo encontrar a Pikachu, a Charmander,  a Squirtle, o a cualquiera de los Pokemon. 

Como era de esperarse, un día me encontré en la dirección de la escuela.

—Si su hijo no reacciona y cambia de actitud —dijo el director a mis padres—, no podremos aceptarlo el siguiente ciclo escolar, pues es una influencia muy mala para sus compañeros, y hasta la reputación de la escuela está en riesgo. Reprobó matemáticas y solo en Educación Artística, en música, sacó sobresaliente. Deberán meterlo a clases particulares de matemáticas.

—No —dijo mi madre—, lo meteremos a clases especiales de música, por las tardes. 

Al llegar a casa mi padre me regañó:

—¡Ya estuvo bueno, hijo! Cuándo  entenderás que de eso no vas a vivir.

—Pero, papá…

—No hay pero que valga. Entrégame un título universitario, y entonces podrás hacer lo que quieras con tu vida. Mientras vivas en esta casa, te atienes a mis órdenes. 

—Pero ¿qué esperas  de mí? ¿Que me pase todo el día en una oficina encerrado escribiendo números, como tú lo has hecho?

—¡Tú no eres quién para juzgarme! Gracias a Dios tengo un título que me ha permitido darles, a ustedes, la vida que han llevado. ¡No tienen nada que reprocharme!

—Yo no sirvo para contador, papá. Los números no se me dan. Odio las matemáticas. 

—Entonces estudia otra cosa. Lo que tú quieras. Me conformo con que tengas una profesión. 

—¿Lo que yo quiera? ¿Estás seguro?

—Ya te lo dije. Me basta con ver el papel del título.

—Ok, entonces quiero estudiar música. 

—¡Pero de eso no vas a vivir, entiéndelo! ¿Acaso Beethoven, Mozart, o algún  compositor de esos tenía un título universitario en música? No seas iluso; con eso se nace, no se aprende en ninguna institución.

—Amor —intervino mi madre, que había permanecido expectante sin  pronunciar palabra—. Tú le acabas de decir que él escogiera lo que quisiera. He escuchado de una universidad muy buena especializada en música, Démosle una oportunidad a nuestro hijo. 

Haciendo una mueca de disgusto, mi padre espetó:

—Está bien, pero quiero ver el título, no me importa cuánto tiempo te lleve obtenerlo. 

*****

Han pasado ya muchos años.

Anoche soñé que PACMAN devoraba un racimo de cerezas y corría tras de mi padre, queriéndoselo comer. Él era, ahora, el malo del juego. Por suerte, nunca lo logró alcanzar. 

Después de todo, ¡cómo lo extraño! Hizo lo mejor que pudo para que nunca nos faltara nada. Siempre se sacrificó por nosotros. 

Y mi madre, pareciera que ella siempre supo lo que la música representaba para mí. Hoy en día, es la única forma que tengo de comunicarme con mi hijo. No podemos jugar fútbol, tenis, ni golf, pero jugamos juntos videojuegos, y siempre me gana, o me dejo ganar. ¡Qué más da! Lo importante es convivir con él. Que el tiempo que nos queda juntos, sea de calidad, y no de cantidad. 

Cuando salimos a pasear juntos, él en su silla de ruedas, yo con mi viejo bastón, pongo en mi celular la música de Mario Bros y, riendo como dos locos, parece que bailamos en lugar de caminar. 

Tengo tanto que agradecer al Cielo, que temo que no me alcance el tiempo. Trato, con mi música, de alegrar a los demás. La vida es solo un juego y hay que aprender a ganar. Cuando veo a mi hijo jugando,  y noto en sus ojos esa libertad que su cuerpo no le da, y esa sonrisa que derrocha felicidad, confirmo que quien vive haciendo lo que le gusta, pensando siempre en el bien de los demás, nunca tendrá que  trabajar. 

Creo que mejor apago ya la luz . Mañana será la Ceremonia  del GAMING AWARDS, y el año pasado ganó nuestro videojuego, en el ramo de Mejor Música,  con la melodía que yo le compuse, y este año nuestro juego GREAK, es el favorito. La competencia está cada día más fuerte, y las grandes empresas voltean a la industria del videojuego, pues hoy en día es más rentable que la del cine.

Además, tengo aún mucha música por componer para los videojuegos que se lanzarán el año entrante. 

Cierro mi Mac, y apago la luz, tratando de no pensar en nada. 

GAME OVER

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