… llegué exhausto del trabajo mal remunerado en una oficina apestosa que odiaba a diario, ubicada en el congestionado centro de la ciudad.
Mi mujer me esperaba en el apartamento, ella era en definitiva mi único alivio de llegar a casa y tenderme en el sofá a recibir sus mimos y consentires.
Pero cuando llegué, Nadia estaba hablando por la línea telefónica.
Amo a esta poderosa mujer que me enamora y me trastoca.
Quería decirle que el trabajo de este día había sido arduo y pesado; promocionar estadías laborales en otros países resultaba una labor dispendiosa en estos tiempos de cambios competitivos.
Entraba por una ventana abierta el aire descomprimido del día.
Y Nadia todavía en el teléfono, hablando sin parar.
Me dolía la espalda tremendamente de estar sentado todo el tiempo en la oficina.
Y ella hable que hable, y bla bla bla, sin detenerse para respirar, tal vez no se percataba que había llegado.
El gato pardo yacía recostado en un resquicio de la ventana, me había notado en ese estado de descompuesta moral, y entonces maullaba tratando de hacer sentir mi presencia.
Y Nadia en la línea telefónica extendida en su perorata indescifrable, desinteresada en el entorno, concentrada en la voz del hombre fantasma que la hacía reír y continuar entusiasmada una platica desaforada.
Me miró y alzó la mano para indicarme que ya terminaba de hablar. Pero nada, continuó bla bla bla, sin desperdiciar alientos, y ya recogía entre sus brazos al gato pardo inquietante que se le acercaba a buscar sus melosos dedos.
Al parecer el gato pardo se llevaba sus mimos y caricias por esta tarde anochecida.
Permanecí tumbado en el sofá, exhausto.
El gato pardo me miraba burlón enrollado entre los largos brazos de Nadia. Maullaba y maullaba, y ella sin dejar de hablar.
Amo a esta mujer, me dije, llega su esposo del trabajo, cansado a casa, y a ella sólo le importa la conversación con el extraño detrás de la línea telefónica, y acariciar el maullador gato pardo burlón.
Bla bla bla. Siguió.
No se callaba, y continuó hablando mientras me desgonzaba desde el sofá.
Debía amar mucho a esta mujer, espontánea y preciosa; desde que empezó la pandemia el año pasado, hemos estado juntos, ella, el gato pardo y yo.
Ahora se ríe por algo divertido que le ha dicho el hombre del otro lado de la línea telefónica.
Y ella bla bla bla, y el gato pardo ronroneando entre sus brazos usurpados.
Ante tal indiferencia de Nadia y los repetidos maullidos burlescos del gato pardo me levanté del sofá y me dirigí a la cocina.
Amo a esta mujer con su lengua excitada, y a su gato pardo sensitivo.
Cerca de mi mano se desliza un cuchillo filoso…
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