SINOPSIS:
El fracasado escritor Cristóbal Colmenares tiene un accidente de tránsito. Mientras se recupera en el hospital, se relaciona con una paciente que promete contarle una historia que lo hará revivir su carrera. Una historia que él mismo manipula, buscando confesar sus secretos más perturbadores y aliviar su dolor.
PRIMERA PARTE:
CRISTÓBAL
FOREPLAY
—JUEGO ANTES DEL SEXO—
—¿Ahora qué se le ofrece al señor? —contesté.
—¡Brother, ¿estás bien?
—Completamente.
—Mmm, brother, ¡no me lo vas a creer!
—Sin mentiras por favor.
—¡Carmen me aceptó una invitación! Mañana será nuestra primera cita formal.
—¿Qué demonios es una cita formal?
—Una cita con opción de conquista.
—¿Y para eso me llamas? Llama cuando sepas a qué sabe…
—¿Qué?
—…recuerda: cada mujer tiene un sabor diferente, no te laves las manos, cuando llegues a casa… siéntelo… remoja tus dedos en una copa de vino, descubre el sabor de tus dedos bañados en mujer. Esa es su esencia… no la del vino.
—¡Maldito!, ¿de qué hablas?, no la quiero para acostarme con ella.
—Buen dato, lo voy a apuntar.
—¿Estás borracho? Llamé para un consejo.
—¿Esta niña es la que parece modelo pero no es modelo?
—Carmen, la misma.
—Mastúrbate diez minutos antes de la cita.
—¿Qué?
—Obviamente hasta eyacular.
—¿De qué mierda estás hablando?
—La mierda no es necesaria ahí. Escucha: cuando eyaculas el cerebro se duerme, se relaja, prácticamente se apaga. No parecerás el tipo más inteligente y sonarás un poco tosco al hablar. A esta niña… ¿cómo es que se llama?
—Carmen.
—A Carmen… le quedarán dudas. En la primera cita todos quieren impresionar y parecer inteligentes, tú parecerás un idiota; esto último se puede fingir, lo primero no. Entonces… si… esta niña…
—Carmen.
—Sí sí. Si Carmen accede a salir de nuevo contigo es porque vio tu faceta estúpida y se merece la brillante.
—¿Y si no?
—No era para ti, una mejor esposa encontrarás.
—No me quiero casar con ella.
—Tampoco la quieres para acostarte.
—¿Qué es ese ruido, brother?, ¿estás conduciendo a esta hora? —dijo Erick, sonaba más inquieto que yo.
—Yo no me quiero casar, por eso escapo todos los días, todo el tiempo. Es más, no deberías ir a esa cita.
—¡Olvídalo! Iré. Creo que es mi proyecto más importante de los últimos tiempos.
—Te apoyo, amigo, una gran mujer es un gran proyecto. ¿Entonces para qué me llamas?
—Quería contarte… Eres el escritor. Eres el experto.
—Entonces no olvides la eyaculación antes.
—No brother, eso no lo haré, no alcanzo a eyacular y a llegar en diez minutos.
—¿Dónde es la cita?
—En San Diego.
—En el centro comercial hay baños. Suerte con eso…
Colgué el móvil, busqué mi canción favorita y subí el volumen. Ozzy Osbourne no alcanzó a pronunciar palabra, en medio del intro de Paranoid el auto impactó con algo y dio dos o tres vueltas sobre su propio eje.
Todo se volvió negro.
BANGOVER
—RESACA POSTSEXUAL—
Comencé a escuchar un montón de voces, la mayoría femeninas y juveniles, conversaciones que se fusionaban y no permitían entender nada desde donde yo estaba. Pensé que eran los ángeles del Señor que preparaban mi bienvenida en el cielo e intenté abrir los ojos. Los párpados me pesaban y parecía que mis pestañas llevaban días enteros haciendo el amor y permanecían sujetas por sus propios flujos resecos. Lo intenté un par de veces más hasta que me percaté de un pitido intermitente a unos dos metros de distancia, quise moverme para observar de dónde venía el sonido pero el cuerpo me pesaba, parecía que una fuerza sobrenatural me estaba sujetando. Respiré profundo para estar consciente de que aún vivía y ahí comprendí todo: un corrientazo atravesó mi pecho, tanto que sentí miedo de volver a respirar. Quise dormir profundamente y dejarme llevar, mejor si era hacia el infierno.
Mi brazo derecho comenzó a temblar y el pitido que había escuchado antes se hizo más intenso. Sentí que alguien se acercaba, sentí que me miraba a los ojos que aún no lograba abrir, y gritó:
—¡Jefe, despertó! ¡El paciente despertó!
La jefe se acercó, palpó mi mano derecha por encima de algo que parecía una sábana y me habló.
—Cristóbal… ¿Me escucha? ¿Cristóbal?
Yo sí la escuchaba, pero era incapaz de responder algo, solo movía los párpados y mi índice derecho. Todo lo demás parecía inerte, todo mi cuerpo parecía congelado.
—Creo que sí me escucha —dijo la voz de la que parecía ser la jefe de enfermería—. Le voy a comunicar al doctor.
—Yo voy —dijo la otra voz femenina, y se alejó.
En ese momento tuve una fugaz visión del accidente: una luz incandescente, no logré frenar, luego llegó el impacto y… ahí estaba, vivo, aunque no lo necesitara.
Lentamente fui abriendo los ojos y la luz blanca proveniente del techo se estrelló contra mi alma. Nunca había sentido tanto dolor físico. Hice un repaso de las partes del cuerpo donde sentía dolor, sin embargo, no encontré una sin presentar malestar. Parecía que todos mis huesos estaban conectados a una corriente eléctrica e intermitentemente recibía descargas.
Con los ojos entreabiertos vi cómo se acercaba un joven de barba tupida que hacia un bonito juego con esa bata quirúrgica azul. Miró una pequeña pantalla donde tal vez aparecían mis signos vitales, o fatales, y me habló con una voz fingida que, creo, utilizaba para dar tranquilidad a los pacientes más delicados.
—Buena noche don Cristóbal, mi nombre es Rubén Valencia, soy el médico de turno…
Yo traté de pronunciar un «sí» pero no me salió, también intenté asentir con la cabeza y no lo logré, solo pude hacer algún ademan con la mirada para que el médico comprendiera que sí le estaba escuchando y entendiendo.
—…en este momento se encuentra en el hospital Santa Ana, en la unidad de cuidados intensivos. Usted tuvo un accidente de tránsito el sábado en la noche —quise preguntar cuánto tiempo había transcurrido pero era inútil la comunicación, aunque el joven médico prácticamente me leyó la mente—, hoy es martes, son las ocho y cuarenta de la noche. Usted llegó inconsciente al servicio de urgencias, necesitó reanimación del Grupo Especial de Rescate de los bomberos mientras lo trasladaban desde el sitio del accidente hasta aquí. Logramos estabilizarlo y ha estado sedado estos tres días.
Toda esa información me pasaba como láseres de fotocopiadora, dato por dato, palabra por palabra. Me sentí perturbado teniendo en cuenta que siempre he sentido la necesidad de controlarlo todo, de saberlo todo, y ahora era otro personaje el que tenía un buen porcentaje de información sobre mí, y aún faltaban datos.
—Debo decirle que ya está fuera de peligro —continuó el médico—, le hicimos múltiples exámenes para determinar las lesiones y descartamos cualquier problema cerebral, sin embargo, la valoración con ortopedia sí nos mostró algunas fracturas: cúbito y radio del brazo izquierdo, y una más delicada, una lesión en la vertebra L1 por flexión y compresión axial con compromiso neurológico…
El tipo siguió hablando y sus palabras caían como gotas en medio de un aguacero, todo quedó en segundo plano y por un momento dejé de prestar atención. Si los humanos tenemos doscientos seis huesos, quebrarse dos o tres no era tan grave, solo quería dormir y despertar remendado, completo y con energía, tenía asuntos que resolver. No obstante, sus palabras regresaron y quedaron haciendo eco por largo rato en la habitación y en mi mente:
—…el ortopedista nos sugirió examinar con neurocirugía, y el TAC nos muestra un compromiso medular por penetración al canal vertebral de aproximadamente el sesenta por ciento, quiero decir, y aquí debo ser muy claro, que esta cirugía es de suma urgencia y tiene bastante riesgo.
Yo di varias vueltas a mis pupilas como si quisiera hablar con los ojos, curiosamente el médico entendió mi lenguaje.
—El riesgo es que usted quede parapléjico de por vida, quiera Dios que no.
Dios y ciencia juntando sus fuerzas para mi bien, nunca lo hubiera imaginado. Dejar de caminar parecía una buena opción para salir de mis problemas, sólo quedaba esperar, dejar pasar el tiempo, cosa a la que sí estaba acostumbrado, era mi mejor talento.
~ ~ ~
No sé cuánto tiempo volvió a transcurrir en esa noche, cinco minutos parecían semanas. Yo solo lograba mirar hacia el frente, que en ese caso era el cielorraso de rectángulos de icopor blanco con algunas manchas de humedad, jugué mil veces a encontrar rostros y figuras en las manchas cafés y luego cerraba los ojos cuando me topaba con las lámparas repartidas cada tres metros. Para no aburrirme, después de conocer de memoria el cielorraso, comencé a escuchar toda clase de conversaciones entre las enfermeras y enfermeros, la mayoría afeminados. Se necesita un talento especial para ir tomando signos vitales, hablando de realities de televisión, problemas conyugales y envidias entre las mismas compañeras. Creo que fue un tiempo en el que desarrollé mi oído de manera abrupta.
Súbitamente varias voces se desaparecieron, creo que las auxiliares de enfermería se turnaban para irse a dormir, y yo traté de hacer lo mismo, hasta que un joven caballero vestido de blanco se acercó y dijo mi nombre con una afable voz.
—¡Don Cristóbal, buenas noches! Le voy a aplicar otra dosis de morfina para ayudarle con el dolor. ¿Cómo se ha sentido? ¿Se encuentra cómodo?
Yo no era capaz de responder, me dolía la garganta y lo único que había hecho hasta el momento era pasar saliva. Me pareció extraño que el médico no hubiera mencionado nada sobre mi voz, tal vez le dio pesar y sólo quiso nombrar las fracturas, como para ir de menor a mayor. El chico notó mi incomodidad en la garganta y se ofreció a traerme un poco de agua. Yo asentí gustosamente y esperé.
—¿Quiere que le suba un poco la cama? —preguntó.
Parecía que era el único que conocía a la perfección mis necesidades. Accionó un botón y lentamente mi cabeza y mi espalda fueron subiendo. Se acercó y puso el control cerca de mi mano derecha, y aunque a los pocos segundos ya no lo encontraba, supe que podía moverme, y descubrí que ni el brazo ni la mano derecha me dolían. La cabeza tampoco me molestaba a pesar de tener un cuello ortopédico, mi mirada ya se había acostumbrado a la luz y después de tomar dos tragos de agua intenté modular algo: sí podía hablar. Estaba viviendo de nuevo, era otro yo.
—Le voy a apagar esta luz para que pueda descansar —dijo mientras se retiraba de la habitación.
—Gracias —dije en voz baja pero clara.
«Gracias» era una palabra que yo no acostumbraba decir, sin embargo, fue la indicada para reinaugurar mi voz.
Cerré los ojos y me dispuse a descansar, sentí cómo la cama se hundía lentamente en el piso, como si estuviera flotando en el mar del olvido y… ¡esa maldita gente no dejaba descansar!:
—¿Cristóbal está despierto? —preguntó una mujer afuera de la habitación.
—Sí jefe —respondió el de la voz afeminada.
La lámpara al frente de mi cama se volvió a encender y la jefe se acercó, ¡claro!, como ella debía pasar toda la noche despierta, seguramente buscaba excusas para hablar con los pacientes y distraerse un poco.
—Cristóbal, se me olvidó informarle algo hace un rato —dijo, y mentalmente le aboné un punto gracias a que quitó la palabra «don» que suelen utilizar antes de mi nombre—: llamamos a su familia el mismo día de su accidente, hablo de su padre y su madre. Y, creo… y aunque no quiero meterme en sus asuntos personales, pero parece que no quieren saber nada de usted.
Hizo una pausa, esperando que yo dijera algo o inventara una excusa, pero no había nada digno que decir, preferí hacerme el mudo. Ella continuó:
—A pesar de que les informamos la gravedad del accidente, ellos, en especial su madre, dijo que usted se las arreglaría solo. Como le dije, no quiero meterme en su vida así como así, pero usted está pasando por una situación difícil y es muy importante la compañía de alguien. Supongo que no tiene pareja, pero, ¿tiene usted amigos?
Me hubiera gustado dejar salir alguna lágrima por el ojo derecho que era desde donde ella me observaba, sin embargo, era una situación que llevaba tiempo esperando. Mi vida era un conjunto de días, horas, minutos… caminando, paso a paso, cayendo a un abismo.
Era una tragedia sin testigos.
ZOOFILIA
—EXCITACIÓN PROVOCADA POR ANIMALES—
—Amiga, no sé si tú ya lo has hecho.
—¿Qué cosa?
—Te voy a contar, porque estoy encantada con eso.
—Mira, la semana pasada estaba viendo una película con mi mamá.
—Sí…
—Y yo estaba comiendo mecato, tú sabes, las papas que me gustan, de limón. Al ratico yo sentí unas cosquillas en las piernas, por la parte interna de los muslos. Resulta que habían caído harinas de papas sobre mis piernas, y Claudio me estaba lamiendo.
—¿Quién es Claudio?
—¿Pues el perro, estúpida!
—¡Ah! ¿Y entonces?
—Se sentía muy rico, y se me ocurrió una idea, pero con mi mamá ahí, difícil.
—¿Cuál idea, amiga?
—Poner migajas más arriba de los muslos, ahí, en mi entrepierna.
—Uy loca, ¿cómo así? ¿Ahí…?
—Sí, ahí…
—Bueno, ¿y lo hiciste? ¿Qué sentiste?
—Pues en ese momento como estaba con mi mamá, me aguanté. Pero ya por la noche lo hice.
—¿Y qué tal?
—Pues al principio tuve susto de que me mordiera o algo, esa parte es muy delicada…
—Claro.
—…y luego vi que él hacía solo con la lengüita. Fue muy rico. ¡Uff… lo mejor!
—¿Mejor que un hombre?
—Mejor que muchos hombres sí. El perro mueve la lengua más rápido, y no salpica tanto. Mejor dicho, ¡tienes que intentarlo!
—Yo no tengo perro.
—Pero tienes gato.
—¡Hmm!
—Hagamos una cosa: ven a dormir esta noche, traes el gato y lo intentamos.
—Dale.
—Trae tu jabón, tenemos que lavarnos bien después, para evitar alguna infección en la cosita.
MILF
—Mother I´d Like to Fuck—
Creo que logré dormir unas horas, y creo que ya era miércoles en la mañana, y ¡MIÉRCOLES!, hubiera preferido la muerte, fue ahí cuando todo comenzó a ponerse patas arriba. No sé qué hora era exactamente, pero ya tenía una visión más amplia del panorama, la habitación era un gran pasillo, con unas quince o veinte camas en cada pared únicamente separadas por unas cortinas que las enfermeras cerraban y abrían a su antojo. Llevaba días sin comer pero no tenía hambre, seguramente me estaban alimentando por medio de una de tantas sondas que veía entrar en mi cuerpo. Lo primero que quise fue masticar algo en esa mañana, huevo revuelto con trozos de salchicha ahumada… sin embargo, mis pensamientos fueron interrumpidos por dos auxiliares de enfermería jóvenes, muy jóvenes, que saludaron y de inmediato y sin anestesia se ofrecieron a bañarme, ahí, en la cama, y yo no tuve opción.
En realidad nunca he sentido vergüenza por mi cuerpo y no sentía pena, me daba igual si me tocaban dos mujeres al mismo tiempo, varias veces había pasado por esa situación, aunque no en ese estado en el que no era fácil conseguir una erección; lo que me pareció infame fue que a medida que las auxiliares me estregaban el abdomen y las piernas, hablaban de Luis Fonsi y de una canción que estaba muy sonada en esa época. En medio de su conversación me miraban sutilmente y se reían, no supe si era de mí o de la canción; mi única distracción era el cielorraso que ya conocía a la perfección, y preferí desviar la vista, despacito, suave, suavecito.
—¿Tú eres el escritor? —preguntó, casi que gritando, una mujer que me observaba por una abertura que quedaba en medio de las cortinas.
Traté de ignorarla, pero más de medía sección de cuidados intensivos la había escuchado y algunos pacientes moribundos trataban de levantar las cabezas y me miraban por la rendija entre las cortinas.
—¡Sí, tú eres Cristóbal Colmenares! —dijo con más ánimo—. ¡El escritor!
Las chicas que me estaban sobando el cuerpo cambiaron su actitud, me miraron con morbo y deseo, y el trapo jabonoso comenzó a recorrer mi cuerpo con sensualidad. Tal vez por eso decidieron darme una nueva enjuagada y volvieron a enjabonar; estaban amañadas conmigo, y aunque no siguieron hablando estupideces, tampoco me hablaban a mí; por fortuna, la mujer escandalosa también se calmó hasta que terminaron de bañarme.
—Ya quedó como nuevo, señor escritor —dijo con una voz coqueta la más fea de las auxiliares; la otra, que sí era un poco más agradable de cara, solo me sonrió y se retiró con los implementos de aseo.
En ese momento, por obra y gracia del Espíritu Santo, entraron dos señoras con delantales y gorros empujando un carruaje repleto de platos y tazas, por fin llegaba el desayuno, aunque después de un ligero análisis, descubrí que no era gran cosa; contenía una taza de aguapanela con más agua y una ligera porción de leche, un perro caliente sin salchicha ni papas fritas ni salsas, que además estaba frío y duro; también una rebanada de queso y una arepa pequeña sin mantequilla. Se notaba que si los pacientes no moríamos por la enfermedad que nos aquejaba, la misión de esas señoras era rematarnos lo más pronto posible. Rápidamente llegué a la conclusión: no eran ningunas enviadas del Espíritu Santo, todo lo contrario. No obstante, tan pronto pasó cerca una auxiliar, le pedí el favor de subirme la cama y me puse en función del «desayuno».
A pesar de tener solamente una mano disponible, acerqué el plato hacia la cama y antes del desayuno, no sé por qué, quise ordenar mis ideas, reflexioné sobre mis relaciones personales que en verdad eran una mierda en medio del desastre, sin embargo, no logré llegar a ninguna conclusión favorable, nuevamente me interrumpieron:
—¡Cristóbal! —gritó una voz femenina al otro lado de la pared—. Usted no puede comer, su cirugía está programada para hoy.
~ ~ ~
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