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Recuerdo que pensé que mi casa sería mi jaula, qué equivocado estaba. Encaramado a la ventana respiraba jazmines del Genil y san Pedros del Dauro, y mi mente materializó las calles que nunca vi cuando pude.

Ahora, mientras lloraba lo imposible, me hacía consciente de su existencia. Granada sólo existe si la vives. Aparté las lágrimas y sus calles regresaron a mí con todo su esplendor, inundando mi cárcel de tullido, regalándose. Granada, qué hermosa eres, ahora lo sé.

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