De flores y marikones

De flores y marikones

Petra Porter

27/05/2022

Y en el alféizar de mi ventana brotarán claveles,

y en el alma jacintos de emoción y rabia,

lirios blancos de anuncio junto a las sienes

y rosas de larga espina entre las ingles,

bellas, enjutas y aún calientes.

Y en la madrugada gritaban los gladiolos:

¡maricones! ¡corred calle abajo sin recelo!

A la carrera nos acompañaban los girasoles,

buscando el alba: al norte, al sur, este y oeste

despegando de su tallo, las gardenias, los caracoles.

¡Maricones! Nos gritaban las dalias presumidas,

¡No me olvides! Los nomeolvides ya caducos,

y en los balcones nos señalaban las hortensias

y fríos, salerosos y distantes, bien farrucos

a través de los cristales nos despedían los geranios perfumados.

¡Sin mirar atrás¡ ¡Maricones! —Las petunias declamaban,

Los dondiegos orgullosos despedían la noche ya apurada,

y en la acera tres petunias, casi mustias, bien cortadas,

buscaban un espacio, con raíz, con huerto, bien en casa;

por su lado, los pensamientos, no decían nada.

¡Ma-Ma-Maricones! Aullaban las violetas entrecortadas,

sin vacile y con gracia y a coro acompañaban los tulipanes:

¡Corred y que no os cojan! ¡Maricones!

De luto preocupado, en el cementerio: un canto fúnebre de crisantemos

nos anunciaba el alba al horizonte teñido de tréboles negros.

Desde la cesta de una muchacha: ¡Maricones! ¡A la carrera!

Gritaban los nardos bien ordenados,

felices y engalanados los iris nos animaban

y enhiestas, amables y lejanas: ¡Maricones!

Nos gritaban —maricones— las orquídeas delicadas.

Se volaban por los aires los dientes de león alados

y rociaban torbellinos de semillas y buen fario,

a nuestro paso fugaz, frenético asfalto abajo,

los tojos gualdos de abrazos espinosos confesaron:

¡Maricones! ¡Os estamos avisando!

¿Nos os dáis cuenta de que vienen a mataros? ¡Maricones!

Nos advertían los jazmines olorosos siempre blancos,

y en el bulevar las calas canas encalaban los canales,

despiertas, verticales y casi sin aliento:

Desprendidas unas vides altas y fuertes del sarmiento,

¡Corred como el viento, maricones, como el viento, viento!

Y un estupor sensacional, causó mucho revuelo:

las magnolias colosales nos lloraban sin consuelo

hacia el cielo, desde el suelo

e impregnaban con su velo hondos versos de perfume de pomelo:

¡A los maricones no, que son alegría, a los maricones no!

Las bromelias, por no armar escándalo,

en silencio se quedaron

y las siguieron las begonias susurrando en el botánico:

¡Maricones, por aquí, junto al castaño!

Y se nos abrieron los narcisos como queriendo marcar el paso.

Una acacia protectora nos vistió de polen dorado

y los alérgicos endrinos se tapaban con sus tallos,

las siempreniñas inocentes sonreían al mirarnos

y repicaban las campanillas, las campanelas y la flor del cardo:

¡Aliento maricones, queda poco para lograrlo!

Los nenúfares brotaban como lotos esmerados

y se reían, tímidas, las madreselvas en las barandas,

¡Mirad a los maricones, que se salvan!

Respondían en feroz fiesta las verbenas y lavandas:

¡Que se salvan, que se salvan, que se salvan!

Y al final del camino, la meta,

y en la meta la flor de un almendro,

junto al almendro, tres gerberas,

y al lado de las gerberas, un campo de amapolas abiertas:

¡Acostaos, maricones, junto a nosotras descansad la cabeza!

Tras el sueño, una buganvilia, adornada con pimpinelas,

nos trajo a casa de vuelta, adonde los claveles, en el alféizar,

tras el alféizar, mi cama y, junto a la cama, la flor de canela,

que me trae recuerdos del «viejo puente, el río y la alameda»,

cuando corríamos los maricones, cuando pasábamos la noche en vela.

Texto e interpretación: Petra Porter

Música original: Antón Lago

Grabación: Zalo Rodríguez

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