Y en el alféizar de mi ventana brotarán claveles,
y en el alma jacintos de emoción y rabia,
lirios blancos de anuncio junto a las sienes
y rosas de larga espina entre las ingles,
bellas, enjutas y aún calientes.
Y en la madrugada gritaban los gladiolos:
¡maricones! ¡corred calle abajo sin recelo!
A la carrera nos acompañaban los girasoles,
buscando el alba: al norte, al sur, este y oeste
despegando de su tallo, las gardenias, los caracoles.
¡Maricones! Nos gritaban las dalias presumidas,
¡No me olvides! Los nomeolvides ya caducos,
y en los balcones nos señalaban las hortensias
y fríos, salerosos y distantes, bien farrucos
a través de los cristales nos despedían los geranios perfumados.
¡Sin mirar atrás¡ ¡Maricones! —Las petunias declamaban,
Los dondiegos orgullosos despedían la noche ya apurada,
y en la acera tres petunias, casi mustias, bien cortadas,
buscaban un espacio, con raíz, con huerto, bien en casa;
por su lado, los pensamientos, no decían nada.
¡Ma-Ma-Maricones! Aullaban las violetas entrecortadas,
sin vacile y con gracia y a coro acompañaban los tulipanes:
¡Corred y que no os cojan! ¡Maricones!
De luto preocupado, en el cementerio: un canto fúnebre de crisantemos
nos anunciaba el alba al horizonte teñido de tréboles negros.
Desde la cesta de una muchacha: ¡Maricones! ¡A la carrera!
Gritaban los nardos bien ordenados,
felices y engalanados los iris nos animaban
y enhiestas, amables y lejanas: ¡Maricones!
Nos gritaban —maricones— las orquídeas delicadas.
Se volaban por los aires los dientes de león alados
y rociaban torbellinos de semillas y buen fario,
a nuestro paso fugaz, frenético asfalto abajo,
los tojos gualdos de abrazos espinosos confesaron:
¡Maricones! ¡Os estamos avisando!
¿Nos os dáis cuenta de que vienen a mataros? ¡Maricones!
Nos advertían los jazmines olorosos siempre blancos,
y en el bulevar las calas canas encalaban los canales,
despiertas, verticales y casi sin aliento:
Desprendidas unas vides altas y fuertes del sarmiento,
¡Corred como el viento, maricones, como el viento, viento!
Y un estupor sensacional, causó mucho revuelo:
las magnolias colosales nos lloraban sin consuelo
hacia el cielo, desde el suelo
e impregnaban con su velo hondos versos de perfume de pomelo:
¡A los maricones no, que son alegría, a los maricones no!
Las bromelias, por no armar escándalo,
en silencio se quedaron
y las siguieron las begonias susurrando en el botánico:
¡Maricones, por aquí, junto al castaño!
Y se nos abrieron los narcisos como queriendo marcar el paso.
Una acacia protectora nos vistió de polen dorado
y los alérgicos endrinos se tapaban con sus tallos,
las siempreniñas inocentes sonreían al mirarnos
y repicaban las campanillas, las campanelas y la flor del cardo:
¡Aliento maricones, queda poco para lograrlo!
Los nenúfares brotaban como lotos esmerados
y se reían, tímidas, las madreselvas en las barandas,
¡Mirad a los maricones, que se salvan!
Respondían en feroz fiesta las verbenas y lavandas:
¡Que se salvan, que se salvan, que se salvan!
Y al final del camino, la meta,
y en la meta la flor de un almendro,
junto al almendro, tres gerberas,
y al lado de las gerberas, un campo de amapolas abiertas:
¡Acostaos, maricones, junto a nosotras descansad la cabeza!
Tras el sueño, una buganvilia, adornada con pimpinelas,
nos trajo a casa de vuelta, adonde los claveles, en el alféizar,
tras el alféizar, mi cama y, junto a la cama, la flor de canela,
que me trae recuerdos del «viejo puente, el río y la alameda»,
cuando corríamos los maricones, cuando pasábamos la noche en vela.
Texto e interpretación: Petra Porter
Música original: Antón Lago
Grabación: Zalo Rodríguez
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