ADRENALINA PARA VIVIR

ADRENALINA PARA VIVIR

      El día que conocí el Santuario de la Mariposa Monarca en Michoacán, algo dentro de mí despertó.

Fui con un grupo de amigos, compañeros de trabajo. Corría el mes de marzo de 1985, y todos éramos jóvenes veinteañeros deseosos de comernos el mundo a mordidas.

Salimos de la Ciudad de México muy temprano, de madrugada, pues un recorrido de cuatro horas nos separaba del lugar. Yo conducía mi viejo Dodge Dart negro modelo 1974, y Laurita era mi copiloto. En el asiento trasero Yannick, Rodolfo y Enrique durmieron a pierna suelta durante todo el viaje.

Arribamos al lugar justo cuando el sol empezaba a iluminar el bosque. La vista era impresionante: miles de mariposas revoloteaban por el lugar; los troncos y las ramas de los árboles, se encontraban tapizados de ellas y no se podía dar un paso sin pisar aquellas que habían optado por descansar en el suelo. La vista no alcanzaba más allá de unos cuantos metros, pues las mariposas volaban como copos de nieve transportados por el aire. Se posaban en mi sombrero y sobre nuestra ropa sin pedirnos anuencia alguna.

Yo siempre he sido un amante de la naturaleza, y nunca desperdicié la oportunidad de convivir con ella en mis ratos libres.

En otra ocasión, este mismo grupo de amigos escalamos la cumbre del volcán Popocatépetl, de 5426 mts. sobre el nivel del mar,

actividad que llegué a realizar en solitario cada fin de semana, cuando no tenía otra cosa más interesante por hacer ni alma alguna que me acompañara.        

Solía alternar esta actividad con escalar el Xinantécatl, mejor conocido como Nevado de Toluca, de 4680 mts. cuando mi presupuesto y mi tiempo libre me lo permitían.

Desde niño siempre busqué la adrenalina; era algo que necesitaba para vivir, pues me permitía olvidarme por completo de mis problemas familiares, que a mi edad, parecían no tener solución, a menos a corto plazo.
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La escalada en roca era otra de mis actividades favoritas,

y la ejercía cuando tenía poco tiempo libre. Por fortuna, a escasos treinta kilómetros de mi casa se encontraba un acantilado de cincuenta metros de alto, que me permitía realizar esta actividad con diferentes grados de dificultad, suficiente para generar la adrenalina por mí necesitada. Incluso tuve la oportunidad, durante un viaje a los Estados Unidos, de tomar un curso de escalada libre en roca, en California, en Yosemite National Park, utilizando la parte baja de la famosa roca de El Capitán, con una altura cercana a los mil metros.

Cuando me casé tuve que reducir mis actividades de alto riesgo, pues la adrenalina que aún necesitaba, mi reciente esposa se encargaba de dármela con las discusiones típicas que toda pareja de recién casados tiene.

Entonces me limitaba a aventarme del bungee cuando íbamos de vacaciones a Acapulco, lo cual no dejaba de causarme problemas con mi esposa por lo irresponsable que, según ella, era yo.

Después llegaron los hijos, y tuve que crecer en responsabilidad y estabilidad, pues ellos se encargaban de proporcionarme la siempre buscada adrenalina que ahora me daban, de forma natural, al tener que educarlos.

Muchas veces encaré a la Parca, y estuve a punto de dejarme llevar por ella; de hecho estoy seguro que, por lo menos en un par de ocasiones, caminé a su lado unos pasos, y nunca supe cómo, pero logré soltarme de su mano y continuar mi camino en solitario. Supongo que aún tenía yo cosas por hacer, metas que alcanzar. Nunca le tuve miedo, hasta que nació mi hijo; fue entonces cuando conocí el pavor a dejar este mundo banal, pero no a dejarlo yo, sino a que fuera él quien tuviera que partir antes.

Cuando digo que al visitar el Santuario de la Mariposa Monarca algo en mí despertó, me refiero a que solo en ese lugar logré mimetizarme por completo con la naturaleza, y me di cuenta que ella era un ser vivo que me podía proporcionar aquella energía necesaria para seguir viviendo, siempre viendo adelante y en continuo movimiento, como esos frágiles seres que, cada año, recorren 4200 kilómetros con el simple propósito de preservar su especie.

La soledad de una montaña, el conticinio previo al amanecer, el petricor que sigue a la tormenta y la luminiscencia de un cielo estrellado, nunca se podrán comparar al momento de despertar y agradecer el poder disfrutar de un nuevo día y enfrentar los retos que este nos presente.

Hoy, sentado en el porche de mi casa en el exclusivo fraccionamiento Las Brisas de Acapulco, escucho mi canción  favorita,

 y disfruto una copa de un buen vino tinto, mientras observo al sol ocultándose en el horizonte del mar, y un enjambre de luciérnagas revolotea en mi jardín. Mi Alfonsina se marchó hace ya una década.

Con los ojos entrecerrados solo espero vislumbrar la silueta que me asirá de la mano para, esta vez, sin mostrar resistencia alguna, no volverla a soltar nunca más. 

—FIN —

CRÉDITOS

VIDEO: JESÚS FÉLIX GÓMEZ 

FOTOS: JESÚS FÉLIX GÓMEZ 

TEXTO: JESÚS FÉLIX GÓMEZ 

AUDIO: ALFONSINA Y EL MAR / MERCEDES SOSA / YOUTUBE 

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