¡Josefina, Josefina!

¡Josefina, Josefina!

Josefina:

El viento gélido de esta inhóspita isla, de repente, me trae tu recuerdo. Es fría la mañana. Quiero confesarte que no hubo otra mujer, que no amé a otra mujer. ¡Josefina! ¡Josefina!

Mi espíritu recio en otro tiempo, vigoroso en la contienda e intrépido ante el desafío, es frágil y no soporta tu ausencia. Mi corazón anudado a las fantasías, naufraga en tu cruel indiferencia. Tu imagen diáfana, anclada en algún lugar de mi memoria es refugio y alegría. Todo se desvanece. Sólo estás tú, como huella indeleble en la intimidad de mis recuerdos.

Postrado en mi confinamiento, abrigado por esta neblina triste, puedo palpar el abandono de mis amigos. Me acompañan agudos dolores, Experimento una especie de puñales clavados en mis carnes, que alguien se complace en remover con alevosía.

Todo se diluye, excepto tú, que permaneces incólume, en cada hora, cada minuto, cada segundo.

Espero el anochecer. En este recinto sólo fluye la nostalgia. ¡Josefina, Josefina! llevas mi alma de tu mano, eres mi único pensamiento, he vivido para ti, muero por ti. Tengo esta dulce certeza que has sido el episodio más importante de toda mi vida…

¡Francia, el ejército, Josefina!

Napoleón

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