Una de las cosas que me molestaba era que me obligaran a dormir la siesta en casa de mis abuelos. La verdad es que carecía de sueño y me la pasaba pensando en los diseños y arquitecturas de la casa que iba a hacerles a mis muñecos con cartón y Telgopor.
Los beneficios de que la familia tenga un almacén eran, además de las cajas de mercaderías sin uso, las incontables planchas de Telgopor finas que se encontraban en la fiambrería. Eran un tesoro para mi, y para mi abuelo también ya que le salían caras y no entendía por que cuando mi hermana y yo íbamos de vacaciones había una temporada de escasez en ellas.
Mientras seguía sumida en mis pensamientos mi hermana no paraba de susurrarme cosas al oído. No pude contener mucho la risa cuando me hizo un chiste sobre una señora y una remolacha (palabra que a mi hermana molestaba sobremanera).
Todo se transformo en miedo cuando oímos que una puerta se abría y los pasos de mi abuela se acercaban cada vez más rápido hasta asomar su cabeza por una rendija:
-¡A ver si hacen silencio que estamos tratando de dormir! – susurró enojada, mientras nos hacíamos las dormidas bajo la sabana.
Cerró la puerta con furia, pero sin ruido. Una cualidad que hasta ahora solo descubrí en ella.
Yo me sentía un animal en cautiverio que habían liberado cada vez que mi mamá abría la puerta anunciando el fin de la terrible hora de siesta.
-Dale, vamos a seguir haciendo la casita – ordenó mi hermana.
-Anda, mientras voy al baño…
La casa de mis abuelos estaba conectada al almacén por un pasillo exterior que daba a un garaje y al jardín, y a su vez conectaba con otra casa a la par, la cual daba al galpón de mercaderías y también tenía un par de entradas más hacia el almacén.
En esa otra casa solíamos jugar. Mientras mi hermana preparaba el terreno de diversión, fui al baño, pero en el camino escuché que se cerraba la puerta del living. Imaginé que mis abuelos querían ver la televisión tranquilos, pero era raro, ya que mi abuelo luego de la hora de la siesta se dirigía religiosamente al almacén. Pospuse mi visita al inodoro y me acerque de manera sigilosa a la puerta. No escuché la televisión, ni a mi abuela hablar por teléfono, ni alguna otra voz que me indicara alguna conversación secreta, por lo que me aburrió, y mientras volvía sobre mis pasos oí una melodía:
En un momento de la canción me senté, pero se que el tiempo me pareció detenerse. Era muy extraño ya que yo sabía que mi abuela había sido profesora y que sabía tocar el piano que estaba en el living, pero como siempre lo vi cerrado suponía que se había olvidado. Cuando la canción terminó esperé a que empezara otra pero nada ocurría y, al percibir solo un sonido de hojas en movimiento, abrí la puerta para suplicarle a mi abuela que interpretara otra más.
-¡Ay qué susto me diste nena! – me gritó, mientras cerraba el piano con furia – ¿Qué paso?
-Perdón abuela, es que quería pedirte si tocabas otra canción porque la anterior me gusto mucho…
– No puedo, tengo que prepararle el mate a tu abuelo- dijo de manera determinante, y, poniéndose de pie, se retiró del salón, dejándome confundida.
No fue sino unas horas más tarde cuando le comenté el suceso a mi mama que me dijo:
-A tu abuela no le gusta que la miren tocar, siempre que lo hace es cuando no hay nadie, por eso cierra la puerta, para saber cuando se acerca alguien.
-¿Por qué?
-Una vez una profesora le dijo que no tocaba muy bien y que tenía que practicar muchísimo si quería tocar frente a las personas, y eso le quedó para siempre.
-Seguro la profesora era una…
La palabra que dije hizo reír a mi hermana, pero enfadó a mi mama. Me mandó al cuarto a modo de castigo, y reflexione en cómo las palabras podían herir e influir en una persona.
A la hora de la cena mi abuela sirvió milanesas y antes de que empezara con el primer bocado anuncie:
-Son riquísimas tus milanesas, abuela, te salen super bien, como muchas cosas que haces. A veces la gente se equivoca, sobre todo cuando uno está aprendiendo. A mi en la escuela me pasa todo el tiempo, pero al final me sale lo que practico. Abuela, no dejes que te importen las palabras de una vieja que seguro tenía una vida de mierda (mi mama, escandalizada), seguí haciendo lo que te gusta, seguí tocando el piano, igual si no queres que te veamos esta bien, pero yo capaz me ponga del otro lado de la puerta así te escucho.
Silencio absoluto en la mesa. Mi abuelo y mis tíos sonreían, mientras que mi mama me miraba con reproche. Mi abuela quedó estupefacta, pero después de una larga pausa concluyó:
-Yo no dudo de mis capacidades, solo que si están todos ahí mirándome me desconcentran.
Dimos por finalizada la charla y uno de mis tíos continuó con otro tópico.
Más tarde, mientras estábamos en el jardín admirando la noche, noté que mi abuela se escabullía entre la multitud y se metía a la casa. Esperé unos momentos y la seguí con sigilo.
La cocina estaba vacía, por lo que imaginé que había ido al baño, pero, cuando verifiqué, la puerta estaba abierta y la luz apagada. Seguí andando por la casa y noté la puerta del living cerrada. Al acercarme vi en una mesita una nota, y, mientras la leía, escuché:
“Un poco de razón tenias, mi maestra de piano era un poco malvada. Podes quedarte a escuchar, pero no entres que me desconcentro. La abuela”
Ficha técnica de música utilizada:
J. S. Bach – Prelude in C mayor
Chopin -Waltz in A minor, B. 150, Op. Posth.
OPINIONES Y COMENTARIOS