14 de febrero de 2025. Verona, Italia (celebración en el mundo de «San Valentín»)
En la antigua Verona, tierra del romanticismo y de la historia de Romeo y Julieta, el «Día de los enamorados» se recibía con bombos y platillos. El evento acontecía en la calle Vía Cappello 23 (lugar donde se encuentra una edificación medieval que atrae a enamorados de todo el mundo deseosos de conocer donde vivió Julieta, y el balcón en que era visitada secretamente por Romeo).
Sucedía todo el año, pero, en San Valentín, los visitantes se multiplicaban. Mientras eso ocurria en el centro de Verona, a unos kms de allí, en la campiña italiana, en una villa también de aspecto medieval, una boda tenía lugar…
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Adriano, un periodista de una revista famosa de Italia, luego de hacer una visita a la casona de Julieta en Vía Cappello,
fue recibido por el grupo encargado de leer y responder las cartas dejadas por los visitantes.
Les pidió una historia para publicar en su sección titulada: «De Amores y Desencuentros». La directora del grupo, lo envío a una villa en las afueras con la promesa de que, en ese lugar, encontraría lo que estaba buscando. Sólo debía decirles que iba de parte de Julieta. Esa era «la contraseña» para poder ingresar. Quien lo recibiera, entendería su visita.
Con esos datos, Adriano se apersonó en la antigua vivienda medieval digna de un cuento de hadas.
Una mujer madura, canosa y de sonrisa amable, lo atendió. Luego de decir «la contraseña», fue invitado a pasar. Sentados bajo la sombra de un álamo, iniciaron la charla:
—¿Comenzamos con su historia bella señora?- preguntó.
—¡Si sí!, comencemos ya!— respondió la aducida iniciando la narrativa mientras Adriano grababa:
«Hace casi medio siglo, nuestra familia debió escapar de nuestro pueblo en Argentina, por el comienzo de una nueva dictadura militar (1976).
El comunicado de la Junta que asumió fue claro y amenazante. Muchos idealistas disidentes tuvieron que autoexiliarse. Mi padre fue uno de esos.
La dictadura, sumada a distintas circunstancias de la vida, me mantuvieron alejada hasta que un día, en un arranque de melancolía decidí volver. Lo recuerdo como si fuese hoy porque cambió mi vida. La caminata me llevó a transitar calles muy queridas. Calles que nunca olvidé. Calles donde fui inmensamente feliz: «El corazón nunca olvida donde dejó sus mejores latidos».
Luego de un rato de andar surfeando sobre mis recuerdos, llegué hasta la plaza principal. Poco había cambiado. Diría que casi nada. Me dirigí a un banco especial y, como cincuenta años atrás, me senté en él.
Con mi corazón latiendo a mil, volé al pasado. Pasado que se hizo presente de la mano de un lugareño que cruzaba por allí y me reconoció a pesar del tiempo. Luego de un saludo efusivo, se sentó a mi lado. Abrazados como los amigos que un día fuimos, evocamos momentos.
Entre recuerdo y recuerdo, llegamos a una anécdota que despertó mi corazón dormido.
«La última noche que pasaste aquí, recuerdo que acompañamos a Osvaldo a darte una serenata y vos le regalaste una botella de sidra a través de las rejas de tu ventana. Mientras eso ocurría, todos lagrimeábamos en la penumbra, acompañado la música de Love Story que sonaba a un adiós, con ése sabor amargo que producen los adioses…
¡Éramos todos tan jóvenes! y Uds…, sobresalían como pareja dentro del grupo.
Él, nunca la abrió ¿sabías…? A la botella… Nosotros le insistíamos a diario pero la respuesta era siempre la misma: «Lo haré el día que vuelva a verla». Luego de un tiempo desapareció. Se fue a estudiar a la capital. Se recibió de odontólogo y partió becado rumbo a Europa. Nadie supo en que país se radicó. Regresó una sola vez al pueblo hace unos años. Fue cuando murió su madre. No habló con nadie porque la velaron en su casa en la intimidad familiar. Algunos dicen que antes de volver a marcharse, dejó una nota escondida en algún lugar de la plaza por si un día vos regresabas. Muchos trataron de encontrarla sin lograrlo. De esa forma, tú historia con Osvaldo, se convirtió en la leyenda de amor imposible más recordada en nuestro pueblo».
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Adriano, escuchaba emocionado el relato de la mujer, y en un impasse que hizo, creyó oír la música de aquella noche. Entonces, recordó algo que leyó en algún lugar y entendió los sentimientos de ése amor inconcluso:
«Los amores imposibles no pueden desarrollarse, transformarse, modificarse… por lo tanto, nunca mueren. Hay historias que tienen un recorrido determinado en la vida y es el justo y necesario. Ni un minuto más, ni uno menos. Y si uno se empeña en que duren más tiempo se esfumarán y perderán ese manto de dulzura que se sostiene en su final con misterios abiertos. A veces, hay que guardar quimeras de amores imposibles como un tesoro, pues ese sentimiento que nunca fue del todo completo, volverá en algún momento de la vida por ser inacabado».
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Cuando mi amigo se marchó- continúo diciendo ella-, busqué «nuestro lugar secreto». Lugar, en donde solíamos dejarnos cartas cuando el otro no podía asistir, ¡y allí estaba la nota! Amarillenta. Escondida entre piedras y recuerdos. Devoré cada palabra con desesperación:
«Si me estás leyendo… es porque volviste. Y si volviste a nuestro banco, es por algo. Aún guardo nuestra botella de la despedida. Si sientes lo mismo que ayer. Si sientes que el tiempo se detuvo esa noche. Si deseas abrir ésa botella. Si deseas que nuestro amor aflore y deje de ser una leyenda, escríbele a Julieta en Verona a la dirección que aquí te dejo. Ella me buscará, como lo hace con todos los enamorados que acuden por ayuda…».
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Un llamado y la dulce frase escapada de la voz de Osvaldo nombrando a su mujer, interrumpieron la entrevista escribiendo el final de la historia.
«Querida mía, ya es hora de abrir nuestra botella…50 años encerrados dentro de una botella fue demasiado tiempo. Salud!!» #bocadillo
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