Abuelo, vine a pisar la tierra que alguna vez surcaste.  Aquí está el imponente grande: aún con el agua turbia. El tiempo yace congelado entre piraguas para quienes aún lo navegan contra corriente; quizás por eso condenado a permanecer en la miseria. El hedor a pescado que describe mi padre apenas y se percibe. Pero siento el humo de los navieros. A la deriva flota un gran tronco como cadáver en época de guerra. Respiro y siento como este caudal también corre por mis venas. 

He escuchado el tronar de los fusiles; pero para los demás parecen susurros lejanos de la montaña. Siento un río revuelto y mi corazón salta como pez en la atarraya. De a poco, todo se diluye como lo hizo tu sangre hasta la desembocadura de este fluvial que resististe dejar. He perdido la vieja postal que mi padre nunca te pudo entregar. Lo siento, debía mantener con vida aquel suceso histórico del primero de nuestra familia que se aventuró a pisar una gran ciudad. O tal vez, abandonar la barca también se podría llamar. He venido a retratar y escribir esta nueva postal para lanzarla como piedra al fondo y entregarla como las aguas de este río al mar.  Estas son mis últimas líneas, voy a zambullirme y marchar.  

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