1. Accidente
Lorna Davies abrió los ojos lentamente. Se sentía algo confusa y a juzgar por la sed que sentía, quizá estaba algo deshidratada. Intentó moverse pero torpemente se dio cuenta que no tenía fuerzas en el cuerpo. Emitió un pequeño quejido.
Inmediatamente una enfermera, que estaba de espaldas y preparaba algunos medicamentos, se volvió a verla y le saludó afectuosamente con una enorme sonrisa:
-”Vaya, al fin has despertado… ¿Lorna, verdad? No intentes levantarte aún.”- La enfermera se colocó cuidadosamente un barbijo para acercarse. Estiró una de sus manos para tocarle en un gesto amistoso. Extrañamente, Lorna no pudo sentir el contacto físico de la mano sobre su cuerpo.
-”Mira… como imagino que estás algo confusa como le sucede a todos nuestros pacientes, voy a contarte algo. Pero antes, necesito saber si tienes sed. Aún no puedes hablar, pero te recuperarás rápido. Todos lo hacen.”- La enfermera se dirigía a ella casi como si fuera una niña de corta edad.
-”Puedes comunicarte con los ojos ¿sabes? Para un sí, parpadea una vez. Para un no, parpadea dos veces. ¿Entendiste?”
Lorna parpadeó una vez para decir “Si”.
-”Magnífico, buena chica. Ahora dime ¿Tienes sed?”- Preguntó esperando por la respuesta mientras le miraba atentamente.
Lorna parpadeó otra vez. A decir verdad tenía muchísima sed.
-”Muy bien. Bebe este jugo. Puedes tomar cuanto quieras, pero será mejor que por ahora lo regulemos de a poco. No más de un vaso.”-
La mujer le acercó una pajilla que sorbió con ganas. Lorna, que estaba recostada sobre la cama, no podía mover su cuerpo, pero sí la boca. Sentía algo de incertidumbre porque, igual que la mujer que le atendía ahora, era enfermera. Y sabía que algo no andaba del todo bien.
-”Me llamo Erin”- Se presentó amablemente la mujer.
No pudo sentir el líquido en la boca y pensó que podía ser el efecto de algún tipo de anestesia. Tampoco lo sintió cuando pasó por su garganta.
Al cabo de unos segundos, el gusto apenas dulzón del líquido fresco llegó a su mente. Pero era una sensación extraña. A pesar de “saber” que era zumo de frutas dulce, no “sintió” ningún sabor. Pensó que eran los efectos de la anestesia.
Lorna era muy joven, y con apenas veintitrés años formaba parte del Cuerpo de Enfermeras del Gobierno Federal Unificado desde hacía poco más de seis meses. Como era costumbre, le habían asignado a una nave militar, que en su caso había sido la Comfort.
En la astronave su tarea era bastante rutinaria cuidando la salud de la tripulación, pero como los destinos de las naves militares generalmente eran colonias humanas a las que debían auxiliar, al arribar a un planeta tenían un arduo trabajo.
Lorna no había tenido suerte con su destino.
La Comfor debía auxiliar a los colonos del planeta CD Ceti B en la constelación de Cetus a 28 años luz de la tierra. Allí la situación estaba descontrolada.
Era una colonia que contaba con muy poco personal policial, en donde la principal actividad era la minería. Había una población populosa y los crímenes se multiplicaban.
Las mezclas de drogas eran usadas habitualmente en las colonias para aumentar el desempeño físico de los mineros y mejorar el rendimiento económico. Pero la consecuencia más notoria de su uso era la agresividad.
La colonia de Ceti había terminado por desarrollar un entorno social muy complicado en cuanto a la seguridad.
Los robos y crímenes violentos se multiplicaban por doquier. El secuestro de hombres y mujeres, que eran vendidos como esclavos y prostitutas, era una industria floreciente. El robo violento de los minerales que extraían con tanto sacrificio, eran cosa de todos los días.
Muchas personas perdían la vida, quedaban mutiladas y, si tenían suerte, permanecían intactos y sanos para ser vendidos al mejor postor.
Los colonos, desesperados ante esta situación y debido a la falta de respuestas del gobierno local, habían terminado por armarse y fortificar las zonas residenciales.
Como su suerte ya estaba echada, se defendían violentamente en verdaderas y sangrientas batallas con los malhechores.
El planeta estaba fragmentado en secciones y un verdadero conflicto bélico se desataba sin control entre las facciones. Las hostilidades eran constantes y la muerte se había vuelto habitual.
Al llegar al planeta, Lorna junto con el grupo de enfermeras y médicos, habían descendido desde la Comfort usando la landazera espacial y se habían establecido junto al personal militar.
La milicia tenía un objetivo primario que era aplicar la fuerza bruta para pacificar los bandos primero y restablecer el orden después.
Lorna había sido asignada con el resto del personal médico al hospital de campaña.
Lo cierto es que esta intervención militar había incrementado el nivel de agresividad. Los ataques se habían elevado y la guerra había escalado.
La ciudad cabecera de Ceti B soportaba diariamente incursiones aéreas que bombardeaban instalaciones civiles. La caída de misiles se había vuelto parte de la rutina diaria de los lugareños.
Lorna Davies, sus compañeras y el personal médico de la Comfort atendían en el hospital a los soldados heridos y muertos, pero también a la población civil. Como en todo conflicto bélico, los más afectados eran los niños, los ancianos y los más débiles.
Los colonos locales se habían organizado y, mientras las actividades económicas de extracción mineral continuaban, hombres y mujeres se turnaban para montar guardia y defenderse de las incursiones diarias.
Al establecerse y analizar la situación, el teniente a cargo de la Comfort, solicitó el envío de refuerzos porque la situación requería de un puesto de comando permanente. Era la única medida que podría llegar a garantizar la seguridad de los civiles.
Tal era la situación que le tocó a vivir al grupo de enfermeras de Lorna en su primer asignación de campo.
Lo último que recordaba Davies era una serie de imágenes apocalípticas.
Se encontraba corriendo en cámara lenta mientras llevaba un pequeño niño en sus brazos. Trataba de llegar al búnker del hospital para protegerse de un intenso bombardeo.
Un par de soldados les acompañaban en medio del feroz ataque.
Las profundas vibraciones del edificio, la caída de mampostería, el humo que llenaba sus pulmones y un intenso olor a pólvora eran las últimas impresiones que podía recordar.
Después de eso… nada.
Ahora se encontraba en la sala de este… ¿Hospital? Pues no lo sabía.
La gentil enfermera que se identificaba como Erin, tenía alrededor de ochenta años. Su rubio cabello estaba recogido en un rodete cubierto por una cofia. Pareció leerle la mente cuando dijo:
-”Supongo que no sabes en dónde estás.”- Acercó un poco su cuerpo para acomodarse a la posición que Lorna tenía en la cama para mirarla a los ojos y decirle:
-”Después del bombardeo, fuiste evacuada por tu teniente desde la colonia de Ceti para ser atendida de urgencia. Ahora te encuentras en la constelación de Virgo, Orbitando alrededor de 61 Virgins. Estamos en un planetoide artificial dentro de un hospital de la empresa CiberSun. ”- A través de la expresión de sus ojos pudo percibir que Erin intentaba sonreír, pero una sensación de terror terminó por invadirle.
CiberSun se especializaba en la fabricación de robots antropomorfos.
2. Prognosis
-”¡Muy bien, Lorna! Su progreso es admirable.”- El Doctor Berg aplaudió con vehemencia mientras le alentaba. Se le veía genuinamente feliz, al igual que Erin, la enfermera que le había acompañado durante todo el proceso de activación y configuración de su cuerpo.
El trío estaba en la sala de rehabilitación y entrenamiento. El lugar era espacioso, iluminado y con una gran ventanal que ocupaba toda la extensión de la pared del frente. Detrás de los vidrios podían verse los inmensos jardines del exterior.
El jovial Doctor, siguiendo la dirección de sus ojos, le dijo con una sonrisa:
-”Ya pronto estará en condiciones de caminar por el parque. Siga progresando y seguramente su próximo paseo será allí afuera”- Parecía entusiasmado como un niño.
Lorna Davies estaba contenta, claro que si. Durante el tiempo que llevaba en rehabilitación, la vida había sido una montaña rusa emocional y sus estados de ánimo oscilaban entre la depresión y la alegría por pequeños logros.
No era para menos. Su traumática muerte en el bombardeo de Ceti era algo que desequilibraría a cualquiera.
Pero despertar sabiendo que habían ensamblado su cerebro en un cuerpo robótico… era una revelación que desenfocaba de la realidad al más fuerte. Llevaría tiempo acostumbrarse a esa idea. ¿Cuánto? No tenía ni la más mínima idea.
Mientras tanto, día a día avanzaba sobre un nuevo control de su cuerpo. No era un progreso veloz, pero si consistente. Con cada jornada mejoraba más y más. Y con cada logro, su ánimo se robustecía poco a poco.
Durante su recuperación, Erin fue la encargada de contarle los detalles que conocía por el informe de su caso. La amable mujer se había vuelto casi una nueva confidente.
Después del bombardeo, Lorna había sido rescatada de entre los escombros, pero su cuerpo estaba terriblemente mutilado. Apenas habían podido mantenerle viva para llegar a un contenedor de criopreservación.
Fue lo único que pudieron hacer los médicos del hospital de campaña. Esa fue la única alternativa disponible que tenían para evitar la muerte cerebral.
Su teniente, siguiendo los procedimientos de rigor y, ante la imposibilidad médica de salvarle, había ordenado su evacuación a la constelación de Virgo. Activó la cláusula del seguro de vida de su contrato.
El Gobierno Federal tenía un contrato con CiberSun que protegía a sus soldados. En casos extremos como el de Lorna, la empresa se encargaba de ensamblar los cerebros recuperados en cuerpos robóticos antropomorfos, réplicas físicas exactas de los reclutas.
El procedimiento formaba parte de las cláusulas de resucitación que los miembros de las fuerzas firmaban en los papeles de ingreso.
La enfermera Lorna Davies había sido reensamblada y licenciada del servicio activo.
Ahora, como retirada de la fuerza, gozaba de una pensión vitalicia en agradecimiento a los servicios prestados al Gobierno Unificado de las Ocho Galaxias conocidas.
CiberSUN se especializaba en la generación de robots, sobre todo en los antropomorfos de cerebro cuántico. Sus modelos venían en una versión asexuada que era usada para prestar servicios variados y versiones especiales masculina o femenina aptos para asumir funciones sexuales.
Los modelos sexualizados formaban parte del equipamiento estándar de las Astronaves Militares.
Teniendo en cuenta que en estas astronaves las tripulaciones se embarcaban en misiones que podían durar años debido a la relatividad del tiempo, contar con servicios esenciales como el sexo se volvía una necesidad difícil de eludir.
En estas cosmonaves, que eran mundos en sí mismas, el personal perdía todo contacto con sus seres queridos. Y la tripulación resultaba entonces, la única familia para el personal militar. Compartían sueños, ideales, afecto, amor y esperanzas mientras navegaban en misiones imposibles que les llevaban a retornar al planeta de origen cuando habían transcurrido quizá varias generaciones.
Pero las inmensas naves intergalácticas requerían también de mucha mano de obra y mantenimiento.
Durante los viajes, casi toda la tripulación hibernaba y sólo un puñado de humanos montaba guardia. Bajo estas condiciones, los robots eran una necesidad prioritaria. Cubrían en gran medida las necesidades laborales y el mantenimiento de equipos durante las travesías.
Por otra parte, las Fuerzas Armadas no podían diagramar tripulaciones por parejas, debido a la diversidad de gustos, afinidades, culturas, y miles de factores humanos imprevisibles.
Para suplir las necesidades humanas especiales contaban con robots sexualizados.
CiberSUN se había consolidado en la provisión de robots equipados con múltiples funciones, no sólo las sexuales. La unidades eran capaces de cubrir trabajos en áreas tan diversas como las de Mantenimiento y Reparación de naves espaciales, Control de Cabina de Mando, Preparación y Optimización de Armas, Defensa Perimetral, Ataque Cuerpo a Cuerpo, etc.
Pero la división de Androides de la empresa, había terminado por desarrollar los Bio-Androides, que contenían cerebros humanos conectados a un cuerpo mediante una interfaz electromagnética revolucionaria. Esta tecnología estaba disponible para casos extremos como el de la enfermera Davies.
-”No puedo creerlo. ¿Ustedes son bioandroides?”-Había preguntado Lorna asombrada ante la revelación.
Tanto el Jovial Dr Berg como Erin abrieron una porción de sus antebrazos izquierdos para que pudiera observar con sus propios ojos un conjunto metálico y multicolor de conectores y cables de fibra óptica. Incluso alcanzó a divisar una pequeña placa de circuitos impresos. El brazo lucía iluminado desde el interior.
-”Claro que sí, querida”-Contestó el Dr. -”Todos los que trabajamos en este hospital somos bioandroides”-Sonrió amablemente.-”Y es justamente por eso que sabemos exactamente cómo te sientes… y cómo te recuperarás.”-
-”Algunos de nosotros nos sentimos tan orgullosos de nuestra condición que le agregamos “R.” al nombre.”- Le explicó Erin. -”En tu caso, si lo deseas, puedes llamarte legalmente R.Lorna para indicar al resto de los humanos que tienes un cuerpo robótico.”-
Anteponer la breviatura “R.” a un nombre no era un motivo simplemente de orgullo. Si bien no era ningún requisito legal, estaba bien visto hacerlo. Los bioandroides eran visualmente indistinguibles de los humanos que tenían cuerpos biológicos.
Cuando un humano se presentaba socialmente diciendo -”Hola, soy R.X”- En realidad expresaba “Soy la persona X que estoy dentro de un cuerpo de robot”. Era una muestra de cortesía hacia el interlocutor durante las interacciones sociales, avisándole de antemano de la condición. Evitaba sorpresas desagradables.
Tanto CiberSun como el personal hospitalario reafirmaban mucho la palabra BIO-androide para hacer referencia al aspecto HUMANO que prevalecía en este moderno tipo robótico. Querían resaltar el hecho de ser personas con una prótesis total de cuerpo humano.
Realmente no había forma humana de distinguir un cuerpo robótico de uno humano. Lorna, a pesar de su entrenamiento como enfermera, nunca lo habría podido adivinar. Era algo que no había visto venir.
-”Ser bioandroide tiene sus ventajas, querida.”-Le había dicho la enfermera Erin. -”Puedes olvidarte de las enfermedades. No te afectarán nunca más en tu vida.”-Le explicó pacientemente.
Al eliminar su cuerpo biológico por completo y preservar el cerebro dentro del mismo, prácticamente se había erradicado la posibilidad de contraer dolencias, malestares o enfermedades de cualquier tipo.
El cerebro se conservaba flotando dentro de un líquido nutriente, protegido en el interior de una cabeza metálica ultra resistente, inalcanzable para los golpes, conmociones y cualquier accidente mundano. Obviamente no eran inmunes a todo, pero decididamente ya no eran frágiles como lo era un cuerpo humano. Adiós a los golpes, quebraduras, enfermedades articulares y padecimientos biológicos.
Sólo algunas escasas patologías cerebrales podían afectarles. Como las enfermedades siquiátricas.
-”¿Acaso ahora soy inmortal?”- Había preguntado R.Lorna una vez recuperada del shock inicial.
-”Oh, no, no. Mi querida paciente.”-Le explicó del Dr Berg. -”La ciencia no ha podido llegar tan lejos. Tu cuerpo es poco probable que necesite mantenimiento antes de los 2.500 años de producido. Pero tu cerebro sigue teniendo el límite de edad que depende del envejecimiento humano.”- Le contó amablemente el regordete doctor.
El promedio de edad para la humanidad en esa época llegaba a los 200 o 210 años terrestres. Si bien la ciencia había avanzado, aún no se había podido encontrar la clave de la eternidad en el genoma humano.
-”Según leí en tu historia clínica tienes unos 23 años ¿Verdad?”- Erin se acercó sonriente. -”Así es que aún te quedan uno productivos 175 años. Los vivirás plenamente. Ningún achaque de la vejez te alcanzará.”- Era impresionante el sólo pensarlo. -”Ni siquiera tus parientes más cercanos podrán darse cuenta de tu cambio cuando les veas.”
En esta nueva etapa de su vida, incluso la alimentación podía ser variada. Podía comer y beber y su sistema digestivo absorbería los nutrientes necesarios para entregarlos al cerebro. El resto terminaba siendo desechado. Ciertamente requería de pocas sustancias nutritivas. Sólo su cerebro necesitaba alimento biológico y oxígeno.
Le habían indicado que consumiera preferentemente zumos de frutas acompañados de unas cápsulas con complementos balanceados. Especialmente diseñados por CiberSun, estos comprimidos contenían nutrientes específicos para su cerebro. Pero si elegía alimentos sólidos, su sistema se encargaría de seleccionar los nutrientes necesarios y desechar el resto.
La función social de comer y beber eran importantes desde el punto de vista de la vida cotidiana de los individuos. Y era por eso que se mantenían con riguroso cuidado. Una gran parte de la vida humana, comercial y profesional se mantenía ingiriendo comidas y bebidas.
Muchos bioandroides querían continuar con las tradiciones, incluso familiares. No era agradable para una familia tener a uno de sus miembros conectado a la red eléctrica mientras el resto cenaba durante la navidad. R.Lorna no pudo evitar reírse de esa imagen absurda.
Cuando se miraba al espejo, observando atentamente su cuerpo desnudo, se maravillaba del cuidadoso detalle que CiberSun había prestado al diseño de los cuerpos. No había manera de saberlo. Nadie podría distinguirle entre su viejo yo y su nuevo ahora.
Después de tanto tiempo de recuperación, no quedaba mucho tiempo para recibir el alta. Y ahora debería decidir que camino seguir en esta etapa de su vida.
Tal como le habían contado, muchos soldados volvían al servicio. Pero la realidad era que la mayor parte de ellos no contaban con lazos familiares que les ataran.
No era su caso. R.Lorna no había pasado tanto tiempo de servicio en las estrellas. Aún tenía su familia y sus afectos en la vieja Tierra.
Pasaría un tiempo en Watford, su ciudad natal, a unos kilómetros de la populosa Londres.
3. Watford
Desde hacía unos meses Lorna Davies disfrutaba de su prolongada estadía en la ciudad que le vio nacer, Watford.
Ubicada al norte de Londres, en el distrito de Hertfordshire, se encontraba alojada en la vieja y pequeña casa de sus padres. Pintada de un color amarillo claro y mostrando un detallado mosaico de ladrillos vistos, la casita se encontraba en el 29 de St Johns Road, en la esquina de Albert N.
Aún estaba acostumbrándose a lo que solía llamar “su nueva condición”. Embriagada en una mezcla agridulce de estados de ánimo, trataba de vivir razonablemente tranquila mientras atravesando todas las pequeñas sorpresas y novedades que se le presentaban en su día a día. Poco a poco experimentaba el avance y la precisión que iba adquiriendo en el control de su cuerpo robótico y la comunicación que experimentaba con el mundo real.
Tanto la enfermera Erin como el Dr Berg le habían advertido que el total aclimatamiento a su nuevo cuerpo le llevarían varios meses, por lo que debía armarse de paciencia. Las interfaces debían entenderse con su cerebro y eso la sometía a un complejo proceso en el cual los estímulos podían llegar tarde a su cerebro y podían generarse pequeños lapsus en los cuales por uno o dos segundos su cuerpo se congelaba.
Una noche, mientras estaba enfrascada en leer un libro en su habitación, notó que se abrió la puerta y aparecieron los joviales rostros de Caroline y John, sus padres. Su madre llevaba una bandeja con tres tazas de té.
-“Hola.”- Saludó Lorna mientras sonreía –“¿A qué debo esta visita?”-
-“Bueno, hija, ¿qué podemos decirte? No sales mucho y eso nos tiene algo preocupados.”- Dijo Caroline con una sonrisa.
Era evidente el esfuerzo que su madre estaba haciendo para no molestarle ni perturbarla y, si bien se sentía muy agradecida con sus padres por la forma en que le ayudaban en su recuperación, de pronto fuen consciente de las muchas horas que había permanecido encerrada desde su regreso a casa. Su padre intervino:
-“Mira, Lorna, sabemos que han habido muchos cambios en tu vida y pensamos que tal vez te sientas abrumada. Realmente nos preocupas.”- Dijo John.
-“Queremos saber si podemos ayudarte de algún otro modo, hija.”- Concluyó su madre.
Había experimentado una enorme transformación desde el bombardeo en Ceti B . El ataque aéreo, la casi completa destrucción de su cuerpo, la hibernación y la reconstrucción como bioandroide… De pronto se dio cuenta que eso también había afectado a sus padres. Y se dio cuenta de la tremenda preocupación que tenían.
Quizo tranquilizarlos:
-“No, no. Me encuentro bien… o por lo menos eso creo.”- Intentó explicarles –“Sólo es que cada día tengo nuevas sensaciones y mi cuerpo recibe más y más estímulos. “- La mayoría del tiempo estaba bien, pero solía experimentar algunas fallas en las miles de interfaces que conectaban su cerebro.
-“A veces algunas cosas me toman por sorpresa… y cuesta adaptarse. ¿Sabes? Me quedo como “congelada” por unos momentos, hasta que mi cerebro vuelve a conectar, Mamá. Es más fácil para mi si me sucede en casa.”- Se sinceró explicando el problema.
Pero en cierto modo, tenían razón, por lo que dejó de pensar en lo complicado que se habia vuelto su vida y se prometió salir a caminar de a poco, para ir desalentando sus propios temores internos.
-“Tienen razón”- Dijo con una sonrisa sincera –“Creo que es hora de empezar a salir a caminar. Me hará bien.”-
Pasados unos diez día de esa conversación, Lorna ya se había habituado a una rutina de largas caminatas que realizaba casi todos los días. Planeaba circuitos que iban por la ciudad o caminaba hasta algún parque para sentir la sensación de libertad de los espacios abiertos.
Incluso llegó a visitar a algunas amigas que había dejado atrás durante su corta vida militar. Aprovechaba ese tiempo para reflexionar qué hacer con su vida. No deseaba volver al servicio activo. Aprovecharía que la milicia le había pensionado para forjarse una nueva vida. Aún no había decidido sobre volver a estudiar, volvera trabajar como enfermera en algún hospital o probar suerte montando un negocio.
Un miércoles, en el que había estado caminando desde temprano en el Cassiobury Park, el clima soleado le había ayudado a disfrutar de la mañana y de un par de horas tranquilas. El camino le había llevado hasta una pérgola que solía visitar en su niñez y que casi había olvidado.
A pocas cuadras de casa, se había detenido en un local llamado Maida Food y, mientras elegía unas pocas frutas, un joven a un par de metros, llamó su atención. Vestía casualmente y mostraba un porte atlético y elegante. Su pelo ligeramente enrulado le tapaba en parte su rostro.
Sintió una sensación semejante al pulso cuando se acelera y sonrió para sí misma, pensando amargamente que era imposible que su cuerpo robótico tuviera una reacción de ese tipo. Esa sensaciones no era más que una ilusión de su mente. Pero de todos modos, pudo apreciar cómo el rubor parecía llenarle las mejillas hasta hacerle sonrojar.
El joven estaba dubitativo y de pronto, pareció desistir de la compra y comenzó a abandonar el pequeño local.
Lorna se apresuró a pagar las frutas elegidas y sin tener una razón en particular, comenzó a seguir al joven unos pasos por detrás, sin saber muy bien qué hacer para entablar una conversación que pareciera casual.
Las nubes habían ganado el cielo en medio de ese clima imprevisible de Inglaterra. Comenzó a llover ligeramente. Lorna no llevaba paraguas pero en realidad poco le importaba. Era un día agradable de primavera.
Decidida, caminó hasta ponerse a la par del joven y le dijo:
-”Disculpa, me parece conocerte de algún lado.”-Desacostumbrada, se sintió un poco abochornada.
-”Pues… no lo creo, sólo estoy de paso por aquí.”-Dijo el joven mientras le devolvía una sonrisa encantadora.-” De conocerte seguramente te recordaría. Me llamo Walt. Walt Rorden para servirte.”- Se presentó.
-”Hola, Walt. Soy Lorna Davies. No he querido molestarte, disculpa. Debo haberte confundido.”- Le dijo la muchacha en una torpe y sincera disculpa.
-”Para nada Lorna. Al contrario. Mira, tenía ganas de sentarme a tomar un café, pero no hay nada más deprimente que tomar algo solo. ¿Me acompañas, por favor?”- El joven hizo una pequeña mueca graciosa esperando una respuesta de la joven.
Lorna aceptó encantada y al instante dejó de importarle si el joven se había tragado el cuento del viejo conocido. Caminaron apenas unos pasos y se encontraron con un pequeño y encantador local llamado The Estcourt Arms.
Como estaba lloviznando, entraron al local y tomaron una mesa. Comenzaron a charlar animadamente.
-”¿Qué edad tienes, Walt?”- Preguntó Lorna
-” Veintiuno. ¿Y tú?”- dijo el joven.
-”Veintitrés. Mencionaste que no eras de aquí”- Se interesó Lorna
-”Soy de Londres. Estoy aquí aplicando para un empleo de piloto, como instructor.”- El joven aclaró la garganta. -”En unos días empiezo a trabajar en la escuela London Elstree, muy cerca de aquí.”-
-”Ahh, impresionante.”- Lorna quedó encantada -”La conozco ¿No es una escuela para naves Mark3?”- Preguntó interesada.
London Elstree era una escuela de pilotos de naves espaciales. Se especializaba en el entrenamiento para pilotos de naves Mark3, un modelo muy popular usado por mercaderes particulares.
La Mark3 eran unos de los modelos más rápidos de naves privadas, usualmente elegidas por mercaderes, comerciantes y mineros que necesitaban un gran espacio de bodega.
Tenía una capacidad de 35 toneladas, y estaba diseñada en forma de cabeza de flecha. La cabina de mando se ubicaba al frente, ocupando el ancho total de la nave, con un pasillo central que le atravesaba a lo largo y permitía unir la cabina con el depósito y la bahía de carga posteriores.
A los costados del pasillo central se abrían la cabina del capitán, el depósito, la cocina, la sala de esparcimiento, los camarotes y el resto de las dependencias.
Walt Rorden resultó ser un piloto comercial que estaba buscando un destino, bajo la autoridad de algún capitan con nave propia. Mientras tanto, entrenaba a pilotos novatos.
La conversación entre los jóvenes comenzó a fluir con facilidad. Lorna se despegó de los temores iniciales que le acompañaban propios de su timidez y ambos jóvenes charlaron sobre sus experiencias en el espacio.
La ex militar le contó sobre su pasado en el ejército y el desafortunado accidente que culminó convirtiéndola en un bioandroide. Walt le escuchaba con interesada atención mientras la conversación de Lorna fluyó libremente. Fue realmente extraña la rápida conexión que lograron ambos jóvenes.
Pasadas algunas horas, muy tarde ese día, se despidieron.
4. La luna
Lorna y Walt llevaban saliendo alrededor de cuatro meses, cuando en una de sus tantas caminatas por el parque el joven le preguntó:
-“En unos días más, voy a viajar a la luna. ¿Quieres acompañarme?”- Walt mostraba una expresión como de inseguridad. –“Entiendo si me dices que no, Lorna.”-
Lorna estaba a punto de excusarse de algún modo, cuando recordó la conversación en su habitación con sus padres. Haciendo un esfuerzo para sobreponerse a sus temores internos, se obligó a contestar:
-“Bueno… parece interesante. ¿Vas por alguna razón en particular o sólo de visita?”- Preguntó interesada la muchacha.
-“Verás… la escuela de pilotos en la que trabajo, la London Elstree ha recibido una invitación de la Fabrica BlackDown. Van a presentar el último modelo de la Mark3 en una exibición en la luna. Y quieren que vaya. Me pareció buena idea ir juntos.”-Respondió algo ruborizado.
La luna era un ambiente muy adecuado para exhibir el último modelo de la nave espacial Mark3. Tenía poco tránsito aéreo y durante la exhibición permitirían a los instructores volarla para que algunos posibles compradores vieran las prestaciones de la nave.
En realidad Walt usaba la exhibición como excusa. Su intención con Lorna era romática, pero aún no estaba seguro de los sentimientos de la muchacha. Los bioandroides eran muy nuevos y, si bien sabía que tenían capacidades sexuales, no estaba seguro de los sentimientos de Lorna para con él.
-“Serán sólo cuatro días y como tienes tiempo libre, me gustaría ir contigo. No estaré ocupado mucho y podremos divertirnos en grande.”-Dijo el joven intentando sonar seguro.
Lorna sintió lo que era el equivalente androide a un pequeño vuelco del corazón. Lo cierto es que sentía muy atraída por el instructor de pilotos, pero en su condición de bioandroide, aun tenía algunas dudas de los sentimientos de Walt y de su propio cuerpo.
Su condición era aún reciente y no tenía idea de cuál era el rol social que los humanos comunes esperaban de los bioandroides. Abrazando con fuerza el brazo del joven, apoyó su cabeza en el hombro de Rorden y mientras estrechaba su cuerpo contra el del joven, contestó:
-“Me encantaría ir contigo, Walt.”- Dijo sonriendo amplia y sinceramente.
El joven piloto suspiró aliviado mientras se ruborizaban sus mejillas. Se les notaba enormemente felices. Rorden tomó el rostro de Lorna entre sus manos y mientras le acariciaba, le dio un beso en la mejilla. Lorna respondió a su vez besándole en los labios.
Algunos días más tarde emprendieron juntos el viaje, que sólo llevaba algunas pocas horas. Charlaban animadamente y se entretenían mirando a través de las ventanas el maravilloso espectáculo que les brindaba la Vía Láctea.
Arribar a la Luna fue toda una aventura. Walt estaba muy nervioso porque no se había atrevido a preguntarle a la joven si deseaba dormir separada de él, por lo que había optado por contratar dos habitaciones en suite.
Al ingresar a la habitación Lorna, que le veía nervioso y en cierto modo conocía la causa, preguntó inocentemente para alegría del joven:
-“¿Por qué hay dos habitaciones? ¿Cuál es la nuestra?”- Lorna había preguntado con cierta malicia, intuyendo los sentimientos de su ahora novio. Y no pudo contener la risa que le dio ver la expresión de felicidad del joven cuando preguntó aquello.
Lorna Davies acercó su cuerpo y se colgó del cuello del joven. Le dijo susurrando al oído:
-“Será la primer vez en este cuerpo… todo es nuevo para mí, Walt. Debes tenerme paciencia.”-
Walt le abrazó fuerte sin decir nada.
Al dia siguiente, la magnífica exhibición fue desarrollándose sin problemas. A los instructores invitados les ofrecieron una capacitación en grandes simuladores que precedía al vuelo real
La empresa BlackDown había organizado los vuelos de tal modo que cada instructor llevaría en el vuelo de bautismo a dos potenciales clientes.
Walt había tomado la precaución previa de inscribir a Lorna para que tomara junto a él el vuelo inaugural, por ello le había hecho pasar por una empresaria interesada en adquirir una astronave.
El otro tripulante era un experimentado mercader intergaláctico llamado Zorb Saussax, que recientemente había vendido su nave y estaba buscando algún navío interestelar rápido, con buen espacio de carga y con sistema defensivos escalables porque estaba interesado en comerciar en colonias, en donde la seguridad no estaba garantizada por el Gobierno Federal.
Zorb resultó ser un ex militar que provenía del sistema local de Leritean de Galaxia UNO o Vía Lactea. Su nombre oficial era Zorb Saussax K, en donde la K hacía referencia a su número de serie-gestal.
Zorb había sigo gestado y nacido dentro de la famosa Factoría Militar de Regeatge en Leritean con el único fin de ser entrenado como militar. A los 12 años había sido reclutado por el Ejército Insular y su primer destino fue el sistema Beesor.
Su bautismo de fuego se llevó a cabo en las legendarias llanuras de Veale. La batalla de Veale había resultado en la exterminación total de un grupo de soldados disidentes que habían tomado por años el control del planeta.
El gobernador local había preparado una fuerza especial de clones que integraban un ejército. La finalidad de la empresa era expulsar a los renegados. En ese ejército había servido Zorb Saussax durante su bautismo de fuego.
Durante sus años de servicio, el mahora mercader confrontó en numerosos enfrentamientos que le llevaron de una galaxia a otra y, después de muchos años de servicio, fue recompesado con el retiro gracias a un valor y servicios ejemplares.
Le otorgaron su estatus actual de Hombre Libre, algo que muy pocos clones recibían. Zorb había contado con una gran cuota de suerte porque no muchos militares sobrevivían hasta su edad de retiro, a los veintiocho años de servicio.
El reclutamiento era una condición que usualmente se iba prolongando voluntariamente a través del re-engache en el mismo ejército o a través de complejas transferencias que permitían batallar para diversos gobiernos y agupamientos políticos de una u otra galaxia.
Pero no fue así en el caso de Saussax. Por algún motivo oscuro e incomprensible, el viejo soldado siempre había anhelado su libertad. Le agradaba en extremo la vida militar, la simpleza de las órdenes y la leal camaradería de la fuerza. No había para él otro universo posbible, pero así y todo, necesitaba experimentar en sí mismo el sabor de las decisiones espontáneas, la imprevisión del mañana.
De algún modo, Zorb quería romper con una estructura que ataba su voluntad a las órdenes de otros.
El camino no había sido fácil.
Al salir de la milicia, se había alquilado al mejor postor como mercenario, negociando por sí mismo su salario. Había batallado en varias de las Galaxias Habitadas hasta reunir una pequeña fortuna que le permitiera vivir como mercader. Adquirió su primer nave en el astillero de Teorge, en el Cuadrante Uno-Dos de Galaxia de Can Mayor.
Después de varios años de servicio había vendido su nave porque el equipamiento defensivo se había tornado obsoleto y, en la luna, se aprestaba a comprar una moderna Mark3.
La conexión de Zorb con Walt y Lorna fue inmediata.
Se interesó muchísimo por el pasado militar de la ex enfermera y por su entrenamiento en defensa y armas. Había recibido un entrenamiento militar riguroso durante su fase de instrucción. La conversación dejó impresionado al mercader, que no pudo dejar de sentir un lazo de camaradería con Lorna.
A su vez, Walt le impresionó con el dominio y la maniobrabilidad que mostró durante la exhibición de la Mark3.
Al terminar el vuelo, Saussax se mostró completamente impresionado por la astronave e inició los trámites necesarios para adquirirla. Al terminar el papeleo, volvió a encontrarse con los jóvenes para intercambiar localizadores y se despidió efusivamente de ellos.
Antes de irse, Zorb le mencionó a los jóvenes que estaba en busca de un par de acompañantes y que los puestos de piloto y ayudante estaban disponibles para ellos si así lo deseaban. Les dio unos días para pensarlo. Sabía que no era una decisión sencilla. Se despidió de la pareja y luego se marchó tranquilamente para seguir disfrutando de el encuentro organizado por BlackDown.
A la noche del cuarto día en el satélite, la pareja de jóvenes se había recostado en la habitación que compartían. Disfrutaban de las últimas imágenes del espacio visto desde la Luna, porque a la mañana siguiente retornarían a la Tierra.
Walt reflexionaba sobre la oportunidad que Zorb le había ofrecido y que tanto anhelaba.
Pilotar una nueva Mark3 era un sueño que todo piloto joven quería concretar. Conocer sistemas lejanos, culturas diferentes, llegar a las colonias. Se abría ante él un mundo de posibilidades inmensas.
Pero eso, que tanto había querido para sí, ahora estaba en duda. Porque había conocido a Lorna. No quería separarse de ella.
La muchacha había sido capaz de reponerse a un traumático revés en su vida y, en un esfuerzo que le había llevado mucho tiempo de esfuerzo, y con una enorme paciencia había logrado lo más difícil, que era recuperarse y empezar de nuevo.
Había necesitado hacer acopio de todas sus fuerzas para romper con el pasado y buscar un nuevo comienzo a partir de su enorme transformación. El había sido parte de esa transformación y ahora la vida le proponía un cruce, una alternativa. Y terminaba por enfrentarle a una decisión.
¿Estaba él listo para sacrificar su relación para seguir un sueño? ¿Qué pasaría en el futuro si renunciaba a Lorna? ¿Sería capaz de perdonarse a sí mismo?
Lorna sabía de cierto modo lo que estaba pasando por la mente de Walt. Y compartía parte de esas mismas inquietudes. Por experiencia propia sabía que la naturaleza y las motivaciones humanas pueden generar innumerables situaciones que nos llevan a querer volver a empezar de nuevo.
Las relaciones se rompen, los seres queridos se pierden. Pero en cierto sentido, a lo largo de su corta vida, había aprendido que por muchas cosas malas que sucedieran, la esencia de la vida se mantenía intacta. Los sentimientos y los instintos humanos estaban siempre presentes.
Ella también estaba buscando un nuevo comienzo. Y quería compartirlo con Walt Rorden. Sabía que el joven quería experimentar volar una astronave y viajar por el espacio. Era una oportunidad quizá unica. Ella sólo buscaba un nuevo comienzo. Y ese futuro sería mejor cerca de Walt.
Así fue que, casi sin quererlo, había tomado una decisión.
-“Walt. Sabes que me gustaría ir contigo si te marchas con Zorb ¿Verdad?”- Preguntó suavemente.
-“La oferta es para los dos. Pero tenía miedo de preguntar.”-Respondió Walt.
Había llegado el momento. Ambos se enfrentarían a partir de ahora a situaciones que quizá les darían miedo, que tal vez les enfrentarían a sus mejores momentos vividos en el pasado.
Pero el futuro era justamente eso. Una nueva puerta que de algún modo abre un camino a nuevas etapas, a modelos diferentes de vida o a entornos completamente nuevos. Todo cambio era una transformación. Para ellos, había llegado el momento de crecer.
Mirándole a los ojos, Lorna preguntó:
-“¿Cuándo piensas llamar a Zorb?”
FIN
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