Dos Xibecas y un paquete de Fortuna

Dos Xibecas y un paquete de Fortuna


Atardecer incandescente. El sol ya no cae a plomo pero el ambiente es caluroso, húmedo, agobiante. Ha llegado el tío Antonio de trabajar. Recojo la bolsa de la comida y pongo las fiambreras en el fregadero. Enjuago el termo, lo dejo a remojo con un poco de jabón. Comenta que está reformando un chiringuito de la playa en el que hacen una paella cojonuda. Si nos portamos bien esta semana, nos llevará el domingo. La tía mira por la ventana.

En el salón, el primo Mantxu me da una colleja cuando paso por su lado para ir a mi habitación. Me pone los auriculares. Cantamos a voz en cuello. 

Le pellizco en el brazo y grita: -¡Quita de aquí puta niña! Carcajadas cristalinas. Ayer, durante la siesta, le robamos al tío dos cigarros y nos subimos al terrao. La luz perpendicular del mediodía nos cegaba. Una ligera brisa ondeaba las sábanas esparciendo un tenue olor a suavizante. Encontramos un poco de sombra detrás de la pared y nos sentamos muy juntos el uno del otro. Mantxu hacía volutas de humo. A mí no me salía. La nuez le subía y le bajaba. Tosíamos. Reíamos. Me pasó el brazo por el hombro. Cogía mechones de mi pelo y los enroscaba entre sus dedos.

Me tiro a la cama. Echo de menos mi casa, mi habitación, mis libros.

El tío me llama: -Nena, tráele a tu tío un par de botellas de Xibeca y un paquete de Fortuna. Ve donde el Manu y déjalo al debo. No te olvides de llevarle los cascos- me coge de la barbilla-¿Verdad que es nuestra sobrina más guapa?- Mi tía taladra a su marido con la mirada. Bajo sin ganas a la calle. El bar está en el otro extremo de la plaza. Abro el portal y me envuelve un caluroso aire de bochorno. Un perro gordo y tuerto cruza la carretera directo a los contenedores de basura. Tengo que pasar por el banco donde se ponen todas las noches unos gitanos que han venido de Francia a una boda. Juegan al balón, beben. Cuando paso por su lado me dicen cosas y se ríen. Hay uno, mayor que los otros, que se ríe poco y sin ganas. Me mira muy serio. Joder. Inspiro, dejo que la bolsa con los cascos me cuelgue de la muñeca y meto las manos en los bolsillos. Oigo lo de siempre, palabras que no entiendo, risas…Cuando ya me estaba alejando siento un impacto en la espalda, no puedo respirar y unas lágrimas involuntarias me ruedan por las mejillas. No veo.

Me despierto tumbada en el suelo de la plaza. La arenilla se me clava en la piel. Voy con la pantaloneta roja del mundial 82 de mi primo y una camiseta de tirantes que me queda pequeña, enseño el ombligo. Me rodean los gitanos con el miedo en la cara. El serio me mira sonriente:

-Ja, la paya, qué floja es. Menudo balonazo te has llevao-. Le sonrío, qué cabrón. 

-Os podéis ir tus primos y tú a la puta mierda-, contesto. Me levanto. Miro hacia la ventana desde la que mi tía, oculta entre las cortinas, controla al barrio entero. Ni se inmuta. El serio me retira las piedrecillas de los hombros, del pelo. El vello de la nuca se me eriza y un escalofrío me recorre la espalda, me quema.

-¿Qué cojones, haces? Que no me toques, gilipollas.- Retira la mano avergonzado.-Joder, con la paya. Déjame que te ayude, s’il vous plait-.

-Cómprame dos Xibecas de litro y un paquete de Fortuna- le digo de golpe y arrepintiéndome después. No era mala idea, me avergüenza deber en el súper, en el bar, en la panadería…

-¿Quiere algo más la paya, la reina de la plaza? ¿Quieres una pantaloneta de tu talla?

Avergonzada, estiro la camiseta hacia abajo. Aquello no da más de sí. Compruebo que la bolsa con los cascos sigue en mi muñeca.

Cogidos de la mano, entramos donde el Manu. Los hombres juegan al dominó con el palillo o el cigarro en la boca. Barrigas orondas sostenidas por piernecillas de alambre. Camisetas de tirantes. Bigotes enormes. Mucho pelo por el pecho. Olor a sudor, a vinagre. Olor a trapo sucio. Calor. Fluorescentes que emiten luz fría y zumbidos. Moscas. De pronto, silencio.

-Jacques, ojito con la paya-, le dice el Manu. -Manuel, métete en tus asuntos y sácame dos Xibecas de litro, un quinto, una cocacola y dos paquetes de Fortuna. – Un viejo fofo con pantalones cortos y la camisa abierta que juega al dominó comenta: -Hay que ver, a las niñas de ahora les crecen las…- Jacques fulmina al viejo con la mirada y la frase muere entre sus bigotes de morsa.

Nos sentamos en la terraza. Enciende dos cigarros: uno para mí y otro para él. Es de Marsella, bueno en matemáticas pero no le gusta estudiar. Quiere ser futbolista. Fumamos, reímos. Me pide un beso y se lo doy. Sus labios son suaves, húmedos, calientes, tiernos. Huele a almizcle, lo supe años después. Me acompaña a casa, vuelve a besarme. Le dejo hacer.

Con la dulzura infinita prendida en mis labios llamo al timbre de casa. Mi tía abre la puerta y de un bofetón casi me tira al suelo.

-Eres una zorra, eres una zorra como tu madre. Encima ahora te juntas con gitanos. Mañana mismo viene a buscarte tu tío Tomás. No quiero tenerte por aquí.-. Y me zarandea la cabeza mientras me agarra del pelo. Se va.

El tío se ha bebido toda la botella de Tía María. Me mira fijamente desde el sofá del salón, parece que está mucho más lejos. Un puro reseco de esos que regalan en las bodas humea en el cenicero. Viene hacia mí: -Así no vamos a comer paella nunca-.Se aleja trastabillando por el pasillo. Mantxu sale de su habitación y mira la bolsa protegida entre mis brazos. – Vámonos al terrao, paya- . 

Noche azul. 

#Discografía.

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