Querida Maribel:

   Hoy volví a pasar por Brihuega. ¿Recuerdas? Casi sin darme cuenta me acordé otra vez.

   Fue como si hubiésemos caminado de nuevo entre las hileras de flores, sobre las pequeñas piedrecitas que alfombraban nuestros pasos en aquellos días de lavanda y … olivos… ¡qué olor! ¡qué felicidad! Todo estaba bien; entrábamos en los almacenes de la mano, sonriendo, recitando juntos poemas que habíamos aprendido junto al río de tu pueblo, y la gente nos miraba; no existían.

   No te culpo, tampoco me hubiera gustado que conocieses a otro; tenía que haber sabido que te ibas a dar cuenta, siempre hubo entre nosotros esa conexión por la que sabes qué está pensando el otro solo con mirarlo.

   Hoy me vino la última vez que nos despedimos; en lugar de acompañarme en el coche como siempre te bajaste antes para saludar a no sé quién. Me molestó mucho; luego me explicaste que era un señor que había sido amigo de tu padre, que te perdonara, que no tenía importancia y que no pasaría más, pero yo sabía ya, no sé por qué, que ibas a dejarme.

   Siempre tuyo.

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