Querida Señora Mía:
El doctor me ha dado pésimas noticias. O sea, su diagnóstico y el del párroco coinciden al fin: estoy tan podrido por dentro que intoxico mi alrededor cuando escupo lo que pienso. Mira, acabo de despertar en un bar de mala muerte (no te ofendas) y solo puedo pensar en que hoy me trasladan a esa clínica mental de la que hablan. Así que ahora he dejado de tener canguelos y hasta te añoro sabiendo quién eres aunque no te conozca. La resaca hace que me sienta una pasta pegajosa de caramelo y pienso en eso que dicen los mandamases de que pringo todo lo que toco. En fin, he gastado toda mi libertad para caer encerrado en un parque de atracciones para desviados y ahora estaré preso de mí mismo hasta que vengas a cortarme la melena con tu guadaña. Mis abuelas me lo advirtieron: una mala vida dura para siempre dentro de una cabeza, pero yo ni caso, así que escribo esto sobre esta servilleta y pienso que ojalá puedas venir a verme y yo pueda decir lo mismo que la servilleta.
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