Era una madrugada demasiado fría para Roque. La sudestada empujaba una llovizna tenaz sobre los muelles del astillero. El invierno había llegado de improviso y se descargaba sin piedad sobre los que había cogido al descubierto.Las viejas casas en el barrio del cerro no ofrecían amparo alguno para nómadas. Roque había salido a medianoche de su chabola próxima a la vieja estructura del estadio olímpico del Rampla Juniors F.C. Quería llegar pronto al muelle donde los remolcadores abandonaban los restos de material que a veces recogían de contenedores caídos de los barcos.Siempre encontraba alguna cosa útil para trapichear. Algunas veces hasta cajas de bebidas o alimentos que ya habían sido saqueadas y quedaba alguna botella o lata perdida. Debía andarse con cuidado porque esa zona era refugio habitual de los delincuentes callejeros. Además, era la época de la dictadura y la policía o el ejército inspeccionaban la zona en forma preventiva con asiduidad.

Miguel y yo veíamos pasar a Roque casi todos los días cuando volvía de su recorrida al amanecer. Nosotros esperábamos el bus que nos llevaba para la ciudad vieja hasta el instituto. Nuestro último año. Roque no tenía horario fijo y el bus tampoco. Pasaban cuando querían, uno y otro. Aquella mañana vimos pasar una furgoneta y después a la policía. Iban directo hacia el río pero sin estridencias. Detrás de ellos, un camión de toldos azules. Se dirigían hacia la calle del estadio olímpico. Nos pareció más interesante ese asunto que la primera hora de instituto con el profesor Martínez y la clase de Física. Corrimos en la dirección de la caravana de vehículos con la esperanza de averiguar algo que pudiéramos contar en la siguiente clase; la de Literatura con el transgresor profesor Ortiz.. Vimos que el coche de policía se metía en un depósito junto al estadio detrás de la furgoneta y seguidos por el camión. Después de entrar bajaron a mucha gente del camión y cerraron la puerta.

De pronto apareció una moto de gran cilindrada. Al mismo tiempo vimos a Roque que venía del lado del río arrastrando un carro lleno de chatarra. El de la moto, con uniforme, se apeó, se quitó el casco, se colocó unas gafas de sol y se metió en el depósito también. Aparcó la moto en la puerta junto a un árbol.

Miguel esperó unos minutos para asegurarse que todos estuvieran fuera de su vista. Se acercó a la moto, subió, hizo un par de conexiones, la puso en marcha y salió disparado con ella ante mi mayúscula sorpresa y mis desesperados gritos llamándolo a la cordura. Roque lo vio todo y me hizo señales de callarme. Sacó un paquete de Benson del carro donde pude ver que tenía muchos más. Me dio un cigarro y lo encendí. Le pedí el paquete con un gesto y me lo regaló. Los metí en el bolsillo trasero del pantalón y volví a la parada del bus. Había perdido el de costumbre. Me senté en el cordón de la acera a esperar el siguiente. El camión salió del depósito ya descubierto y vacío. Pasó en velocidad por delante de mi parada. Unos minutos después salió el tipo de la moto, pegó un grito y varios insultos. Aparecieron los policías corriendo desde el depósito. No sé porqué me sentí culpable, cómplice o testigo involuntario. Por las dudas traté de pegarme al árbol de la parada del bus por si servía de camuflaje…Ellos vieron a Roque con el carro y lo pararon. A mí me temblaban las piernas a punto de mearme.

Roque estuvo hablando unos segundos con los polis y se encaminó adonde yo estaba. Él nos conocía de siempre a Miguel y a mí. Me ignoró por completo y siguió su camino de vuelta al cerro. Llegó el bus a tiempo para calmar mis nervios. Anduvo rápido hasta la zona de grúas del puerto. Me bajé en la parada anterior a la de siempre. En la puerta del instituto estaba Miguel. Echó a correr cuando me vio. Entré a clase y pedí disculpas por la demora a Ortiz que estaba intentando explicar a Ortega y Gasset a una banda de gaznápiros somnolientos.

La mañana siguiente Miguel me esperaba en la parada de costumbre a la hora de siempre, pero no iba a clases. Estaba vestido con ropa nueva y zapatillas de fútbol de marca. Montaba una bicicleta de carrera. Me dio un beso en la mejilla y un abrazo. Me regaló una radio a transistores con onda corta y me entregó con solemnidad un sobre para Roque. Ahí se marchó y ya no lo vi más .

Poco después pasó Roque. Me saludó, me dio otra cajetilla de cigarros, cogió el sobre con una sonrisa, aplaudió al abrirlo y siguió su camino hacia el río. Mientras fumaba otro Benson me quedé esperando el bus pero al primero lo dejé pasar porque todavía no se me había acabado el cigarro. Era de los largos. El humo me envolvió, la niebla del puerto me cubrió y después pasó mucho tiempo hasta que recapacité sobre aquella historia.

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