Introducción a los cuentos
Muchos conocemos los típicos mitos de Cuba, que recorren las calles a menudo o cuando contamos una historia de terror a los niños, pero esas historias se van olvidando generación tras generación; esa es la causa principal por la cual presento está antología de cuentos, para recordar de manera original las historias que han quedado atrás. Comenzaré la colección con un mito que nadie nunca olvida:
El Güije
¿Qué sabemos del Güije? Conocido también como Chichiricú, dicen los más ancianos que es uno de los guardianes de la naturaleza. Aquel que intente dañar o herir de forma drástica los montes o ríos, tendrá la maldición sobre sus espaldas. ¿Piensan que es mentira? Se ríen acerca de este mito, ¿verdad? Créanme cuando les digo que es tan real como el aire. Si quieres comprobarlo perjudica algún bien de la naturaleza, y verás como una voz te susurra: «Te vi» Desde ese momento tu vida cambiará por completo…
Conozco anécdotas de personas que lo han visto, pero la más auténtica y escalofriante fue la de un amigo mío camionero. Sólo les diré que, si están leyendo esto con las luces apagadas, enciéndanlas, o si sufres de algún miedo paranoico, no continúes por el bien de tu salud mental. El relato, dice así:
«Iba por la carretera Habana-Pinar Del Río de noche cuando veo en la autopista un vehículo, lo curioso era que tenía las puertas abiertas. Frené enseguida, pues quizás el individuo necesitaba ayuda. Al acercarme noté como las cosas iban tomando un matiz tenebroso: los árboles parecían mirarme con ojos vivos, y me asusté al ver que no había nadie en el vehículo. Sin embargo, encontré una linterna en el asiento de adelante y la cogí. Alumbré la arbolada y vi un rastro. ¿Estará herido? Me pregunté con miedo de seguir adelante. ¿Quién no tendría miedo? Llamé varias veces desde la carretera, y sólo oía el murmullo del viento agitando los árboles. –Quizás necesite ayuda- dije respirando hondo; fui al camión, agarré un tubo, llamé a la policía y me adentré en el bosque; pues las autoridades demorarían quince minutos o más, y podría ser que el hombre necesitará ayuda.
«Nunca pensé ver lo que vi, aun creo que fue producto de mi imaginación, quizás fue el miedo, porque a veces cuando estamos asustados lo irreal parece real. El rastro se perdía justo en medio del bosque, sin más. El aire hacía un sonido espantoso chocando contra las hojas y el frío comenzó a helarme las manos. Escuché de pronto un sonido de chapoteo. Caminé, y no tengo palabras para describir como me sentí en ese momento, olas de miedo abordaron mi interior; en la orilla del río, donde apenas el agua te llega por los pies había un niño, mediano, tan oscuro que cuando lo apunté con la linterna aún no se veía. Sin duda era el Güije. Se giró de pronto y mirándome con sus dos enormes ojos negros me dijo: «Te vi»
«Salí corriendo a todo lo que daban mis pies, sintiendo a cada segundo el aliento del maldito detrás. En la carretera estaba la policía. ¿Sabes que es lo extraño? No había carro, ni rastro. Quedé como un loco. Dudoso de mi realidad monté en el camión, aun llevando conmigo la linterna y el tubo. Arranqué y me fui, pero tras andar unos metros miré por el retrovisor del lado derecho, y enganchado al tráiler vi una figura. Al bajarme no había nada, pero la voz continuaba escuchándose en mi cabeza: «Te vi… Te vi»
Dejo al lector que, de su veredicto final, pero créanme, ustedes no vieron la cara del hombre cuando hacían la historia, era pálida y tartamudeaba muchas frases, ojalá pueda recuperase, porque desde ese día no ha trabajado más de camionero.
El cagüeyro
¿Qué sabemos del cagüeyro? Dicen que es un típico ser de la zona oriental, capaz de volverse invisible o transformarse en lo que sea, desde una cosa, hasta en un animal o planta, pero siempre logra escapar. Ustedes lectores deben de preguntarse: ¿Qué tiene de malo un hombre que solo intenta escapar? La mitología sólo cuenta las cosas bonitas, aquí estoy yo para recrearles la verdadera esencia del cagüeyro, un bandido sin corazón que, debido a sus cualidades, asesina y mata a quien le da la gana. Debemos cuidarnos muy bien de andar solos en las noches, a tardes horas, nadie escapa una vez que te echa el ojo.
Conozco anécdotas de todo tipo acerca del cagüeyro, pero ninguna tan espeluznante y triste como la que voy a contarles. Si quieren después que lean este relato y aun así quieran comprobar que es verdad, pueden ir al campo deportivo llamado Ciro Frías, y tranquilos esperen a la madrugada, que le aparecerá solo. ¿Quién me contó esta anécdota? Un amigo mío que falleció hace mucho. Nadie supo la verdad de su muerte, pero yo sí, la de él y los otros tres compañeros que fueron a ese lugar.
«Es de madrugada cuando nos sentamos en un redondel en medio del campo de futbol. Para no deleitarme con detalles que no tienen importancia solo te diré lo que yo vi, sí, porque estaba grabando por el celular en ese mismo momento. Pasé la cámara con rapidez sobre mis amigos y detrás de ellos, donde están las gradas de piedra, había un hombre parado mirándonos. Enseguida revisé el video de nuevo, y sí, ahí estaba, era obvio lo que podía verse. Asustado les enseñé el video a mis colegas, ellos riéndose dijeron que sólo era producto de mi imaginación, pues la cámara no grabó bien la imagen del hombre. Entonces, ellos para calmarme y seguir tomando, quisieron ir a revisar el complejo. Claramente fuimos todos juntos. Nada de nada, y así varios lugares. Bajamos a las canchas de balón mano, luego a las de básquet. Ellos seguían riéndose pensando que fue imaginación mía. Una de nuestras amigas se comenzó a orinar y dijo que iba detrás de una mata. Nosotros nos descuidamos unos segundos, ¡fue todo en segundos! Escuchamos el grito. Aún tengo los videos. Detrás de la mata, muerta, degollada por unos enormes dientes, estaba nuestra amiga.
«Policía, de todo había ahí, y yo sólo contestaba a todos: él, él la asesinó. Mis amigos comenzaron a creerme. Criminalística dijo que fue un perro quien la mató. Pero nosotros no vimos a ningún perro salir, nada, sólo a ese hombre. Las otras dos muertes de mis amigos fueron distintas. Uno, se suicidó por la imagen de su novia con la garganta desgarrada. El otro vino una tarde a mi casa, desesperado, loco, pues decía que alguien le estaba cayendo atrás, lo perseguía. Yo le dije que durmiera, incluso le advertí a sus padres de lo que estaba sucediéndole, el único que estaba cuerdo era yo, o mejor dicho, el único que estaba ciego era yo. Mi amigo murió esa misma tarde atropellado por un vehículo, al parecer cruzó con rapidez la calle sin fijarse. Eso puede llamarse casualidad, aunque no lo creo… ¡Porque estoy seguro que alguien los persiguió! Ahora estoy intranquilo, oyendo voces en mis sueños y al despertarme agitado, veo su figura, al pestañar desaparece. ¡Me estoy volviendo loco!
Esas fueron las últimas palabras de mi amigo antes de irse. Al día siguiente se rompió la cabeza en la ducha del baño y murió desangrado. No me queda más nada que agregarle a esta historia. Sólo dejar que el lector comprenda que la realidad a veces se harta de incongruencias, tal es lo que vemos, que pensamos estar locos, sin saber que en verdad estamos cuerdos.
Documento encontrado en la biblioteca Nacional
Impaciente y con deseos de seguir oyendo relatos fui al lugar que nadie visita: La biblioteca Nacional. Estuve buscando horas y horas hojeando libros que me aportaran a las historias. Ninguno de aquellos tomos servía. Entonces exhausto, cansado de tanto buscar, me senté en una silla. Díganle magia, sobrenatural, no me crean si quieren, pero al levantar la mirada vi entre las estanterías un libro que llamó mi atención. Tan viejo que no tenía nombre, sus cuartillas amarillentas olían a papel seco y el tacto de sus páginas era grueso. Tenía una simple oración en la primera página: Locos somos aquellos que tenemos el don de ver más allá, divisando cosas que la vista humana no ve… dejen que nos llamen locos, porque ¿cómo explicarle a un ciego un cuadro que no puede ver? La oración tiene más profundidad de lo que aparenta. Buscó en Google quien la escribió, pero no me salió registrada. ¿Quién podrá ser el autor? Volví a la silla y comencé a leer las historias:
El Ateponaztli
Todos oyeron los gritos en el pueblo esa noche. La madre de Norberto: una mujer curtida en años no dejaba de pedir ayuda por su hijo. Algunas personas que la conocían salieron a socorrerla, pero nada podía tranquilizarla. Una y otra vez ella gritaba por su hijo. La mamá tenía algo raro en su mirada, sus ojos estaban perdidos y no dejaba de señalar hacia el monte. Unos hombres agarraron sus rastrillos, algunos palos, cuchillos, y fueron en busca del niño. Mientras tanto, la mujer tuvo que ser hospitalizada y sometida a un interrogatorio.
─Señora ─contestó rotundamente el jefe de sector, sus ojos parecían destellar ira ante las cosas ilógicas que decía la mujer─. ¿Qué bestia se llevó a su hijo? ─entonces la madre ya no parecía formar parte de este mundo… desde ese día la locura la envolvió por completo.
Cuando llegaron los hombres, no regresaron solos, sino con varios cadáveres, cargados en sus carterillas. ¡Esa noche el pueblo entero se espantó! Había habido desapariciones en otros poblados vecinos, pero era la primera vez que sucedía en ese, ¡y de qué manera!, ya que encontraron a todos los difuntos cerca del rio, en las profundidades del monte.
Enseguida vino criminalística, policías, de todo. Muchos estudiaban el caso, y la única sobreviviente, la madre de Norberto, no hacía más que repetir: «esa bestia se lo llevó». Y esa era la única línea que decía mientras señalaba el monte. La policía estaba atónita, atada de pies y manos, sin saber dónde buscar o qué hacer. Los perros perdían el rastro, no había huellas, ni señales de lucha, nada, aquello era ilógico.
Julián era un adolescente de trece años, delgado, de cabellos negros y largos con ojos saltones e inteligentes. Él creyó que este era su momento de brillar, de hacerle ver a la gente lo que era capaz de hacer. Estuvo el día entero vagando por el pueblo, escuchando rumores: decían que era una bestia tan colosal, que la mamá de Norberto al verla cayó en un estado continuo de locura… Además, salía por la noche a devorar a sus presas cerca del rio. Julián creyó conveniente coger una cámara y salir en busca de pruebas que desmintieran dicha acusación hacia los monstruos, porque él sabía que eso era obra de un asesino en serie.
Esa parte del monte estaba custodiada por policías, puestos a hacer guardia noche y día en el perímetro para que nadie entrase al lugar de los hechos. Julián, para no levantar sospechas cogió por otro camino que daba al rio, y desde allí comenzó su búsqueda.
Las aguas estaban tranquilas bajo el sol del mediodía, nada parecía moverse dentro, ni fuera. Julián iba tirando fotos con tal de encontrar un rastro, pero nada, no encontraba nada. Miró un poco dentro del rio y notó algo sospechoso. Unos peces venían hacia él. El chico se paró en medio del lago en donde el agua llegaba a los tobillos. Levantó la cámara esperando que apareciera el asesino. Pero algo lo empujó por los pies, una cola, también sintió una mano. Quiso levantarse del suelo, sintió que lo estaban ahogando. Tiró par de fotos al azar activando el flash de la cámara y al parecer, en un instante, aquello que lo había empujado se marchó misteriosamente. Julián, mojado, chequeó las fotos, y tuvo que contener su sorpresa, aunque borrosas se podía ver algo en ellas, una figura como la de un perro, algo parecido a una nutria. Él no supo que pensar en aquel momento, tenía las pruebas y sorprendentemente no fue un asesino en serie sino un monstruo.
La policía descubrió algo sorprendente. Había un patrón en los asesinatos, diez víctimas en total, todas adolescentes, ninguno llegaba a los dieciocho. Ahora sumándole las pruebas que había encontrado Julián, las cosas se volvían totalmente ilógicas. El jefe de sector formó junto a miembros del ministerio del interior una partida con buzos, para revisar la zona donde el niño había dicho tener el encuentro.
Esperaron a la noche que es cuando la bestia comenzaba su matanza. Los buzos se sumergieron silenciosos en el rio. Las cámaras en sus cabezas se expandían en las pantallas que monitoreaban los de la base. Diez hombres. Julián estaba en la base, exaltado sin quitarle la vista de encima a las cámaras… él quería ver a la bestia. El agua turbia no dejaba observar con mucha claridad. Pasaron cerca de algunos peces, algas, y terminaron en la desembocadura sin hallar nada. Al parecer ese animal era más listo de lo que parecía.
─Tenemos que tenderle una trampa ─dijo el coronel en la junta. Hasta el presidente del país estaba ahí, al tanto de las noticias─. Creo que será la única forma de poder atraparlo.
─Aún me parece ilógico que hablen de bestias mitológicas cuando deberíamos estar buscando a un asesino en serie ─habló otro de los oficiales. Todos quedaron callados.
─ ¿Existen pruebas contundentes de que es una bestia el causante de todo esto? ─preguntó el presidente.
─No podemos afirmarlo con certeza, pero este niño nos trajo fotos ─habló el coronel señalando hacia Julián, que intentó cómicamente pararse en firme. Le hicieron llegar las fotos al presidente─. Ya las autentificamos y están en orden. Piense, presidente, ¿qué podríamos perder en ir tras esta pista?
─Tiempo ─contestó el oficial que antes habló─, tiempo que tendrá el asesino en seguir matando.
La sala quedó en silencio, el presidente fruncía el entrecejo:
─ ¿Quién se hará pasar por nuestro señuelo? ─preguntó finalmente.
─Tenemos entendido que busca presas de entre doce años y diecisiete.
─ ¡Yo, yo iré en busca de la bestia! ─exclamó Julián.
El bosque estaba oscuro. Los guardias quietos entre los arbustos apenas se veían. Julián comenzaba a pensar que había sido una mala idea dignarse a emprender la tarea. Ahora tenía que ser valiente. No le dieron armas porque era menor de edad, además, no le iba a ser falta ya que, a la primera noción de peligro, los guardias abrirían fuego.
El chico iba caminando despacio por la orilla del rio alumbrando el agua con su linterna. Nervioso, se puso a tararear una canción. Algo con rapidez se movió detrás. Asustado se giró y fijo la linterna sobre aquella cosa. El miedo le recorrió los sentidos, estaba paralizado, su cuerpo se sentía al borde del colapso. Un animal ilógico e inaudito estaba parado frente a él, mirándolo con dos enormes ojos negros. Su pelaje eran espinas. De tamaño pequeño como un perro deformado con orejas puntiagudas. Lo más llamativo eran las manos de mono recién nacido que le salían de los costados, y la cola larguísima rematada con una mano humana. Se escuchó el abran fuego y ese fue el final para aquella bestia, que se estaba alimentando de Norberto, el niño desaparecido.
Días después llegó un historiador mexicano al poblado. Se entrevistó con todo aquel que vivió ese suceso, incluso felicitó al niño por haber llevado a cabo la tarea con tanta valentía. Después se dirigió a las oficinas de la policía y pidió una audiencia con el jefe de sector. No tardó en pasar a la oficina donde estuvieron un rato hablando de los hechos, los asesinatos y esas cosas.
─Debe saber usted oficial que el niño tuvo mucha suerte de salir con vida ─comentó el extranjero. Esperó un momento, pero no obtuvo respuesta del capitán, entonces continuó diciendo─: la bestia, como ustedes le llaman aquí, se le conoce como Ateponaztli, viven en ríos y se alimentan mayormente de personas, adolescentes, como ustedes ya descubrieron. Bien, ese animal lo intentó matar según me dijo Julián, no lo hizo por la cámara que el llevaba, ya que sus ojos son sensibles al flash.
─Interesante… señor, le tengo una pregunta. ¿Cómo es que esa cosa llegó aquí?
─Ahí la cuestión de mi visita, oficial. El Ateponaztli es un ser mitológico, o eso creíamos hasta que vimos la imagen. Se conoce muy poco acerca de él, sólo que pertenece a México. Tenemos la hipótesis de que algún colonizador haya atrapado uno y lo trajo a bordo de algún navío hasta Cuba. Veo que está asombrado. Bueno, esto será impactante entonces. Se conoce que esos animales viven entre quinientos y mil años. ¿Sabes por qué tanto? ¿Tiene alguna teoría? ¿No? Bueno, es sencillo, porque se alimenta de adolescentes, absorben su esencia. Eso no es todo oficial ─comentó el extranjero con total parsimonia─, el que ustedes atraparon tendría unos doscientos años, es la edad en donde comienzan a atacar adolescentes para nutrirse de su juventud. El que atacó a Julián en el rio, por lo que él me contó, estaba detrás de otros peces que le huían, al ver al joven se sintió osado y pensó en matarlo. No siempre sucede que un espécimen tan joven ataque a un humano.
─ ¿Tan joven? ¡¿Acaso no era el mismo!?
─No, ese que ustedes atraparon no es el mismo que el que atacó a Julián. Por eso mi sorpresa de que estuviera vivo. Creo que, si ese de doscientos años lo hubiera atacado, él no hubiese sobrevivido, entenderá que esos animales con los años se vuelven más inteligentes.
─ ¡Pero qué mierda está hablando usted que si esto o si lo otro! ¡¿Puede haber otro suelto!?
─Es probable ─comentó el extranjero con una sonrisa─, y si estoy en lo correcto, hay toda una camada, acompañados por una madre adulta de más de setecientos años, sin la cual no me iré de Cuba.
El policía hecho una furia salió corriendo del despacho y llamó al gobierno.
─ ¡Malas noticas! ─gritó─, ¡hay otras de esas cosas sueltas! ─y colgó.
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