Superman se escondía tras la aburrida fachada de Clark Kent, Spiderman del soso de Peter Parker, incluso Dios se mostraba con la bucólica imagen de una paloma. Detrás de personalidades insulsas, desprovistas de atractivo, se esconden superhéroes, incluso deidades, pues yo, salvando las distancias, soy un caso parecido.

Trabajo de ocho a cinco en una entidad bancaria poniendo buena cara a mis jefes y compañeros mientras desarrollo un trabajo rutinario y poco creativo. Lo único positivo que saco de él es que me permite pagar lo que ingiero para alimentarme, una casa donde cobijarme y, y precisamente ahí está lo bueno de esta mierda de trabajo, una línea de fibra óptica de alta velocidad, un ordenador de última generación y múltiples pantallas que pone a mi alcance todo, y cuando digo todo me refiero a eso, absolutamente todo, incluso las pastillas que me permiten mantenerme despierto toda la noche y no parecer un zombi cuando voy a trabajar al día siguiente.

Lo que me pasa de ocho a cinco no lo considero ni vida, es tan solo tiempo transcurrido, necesario, simplemente, porque nada es gratis y aún no han conseguido crear un cuerpo autónomo que no precise del desagradable proceso de la digestión con todas sus fases, todas y cada una de ellas pérdidas de tiempo.

Mi vida de verdad comienza cuando me conecto a la red, desde mi silla anatómica y ergonómica, pensada para permanecer sentado horas sin molestos dolores de espalda y cuello (otro fallo de diseño de este estúpido vehículo que llamamos cuerpo) y abro mis múltiples perfiles en las redes sociales.

Recuerdo que siempre he tenido, o eso creía, unas ideas sobre la vida y sobre la política meridianamente claras, cuando abrí mi perfil en Facebook y más tarde en Instagram intenté transmitirlas, no sé, llamadle ego, pero sentía que tenía algo que aportar. Pasaba el tiempo y en ninguno de los dos sitios conseguía más que recibir alguna felicitación de cumpleaños y poco más, y lo cierto es que no me veo luciendo palmito ni haciendo estúpidas coreografías en Instagram.

Más tarde abrí mi primer perfil en Twitter y empecé a compartir lo que consideraba verdades absolutas, las mías. La respuesta fue la misma, si se puede describir la sensación de sentirse ignorado era sin duda esa, me sentí bastante frustrado.

Fue en ese momento cuando se me ocurrió, si nadie me daba réplica lo haría yo mismo, así que me creé un segundo perfil, y empecé a responderme. Me imaginé alguien en mis antípodas ideológicas y me conteste, lo reconozco, una auténtica burrada con bastante mala baba.

Ahí ya obtuve alguna reacción, a favor y en contra, no cabía en mí de gozo, empezaba a ser visualizado. Pero no era bastante, así que me creé un tercer, un cuarto, un quinto… casi una decena de perfiles, cada uno de ellos tomando parte por alguno de los otros, alguno incluso que no comulgaba con ninguna de las ideas políticas de mis primeras “personalidades”. Creo que tenía cubierto todo el espectro ideológico, de la extrema izquierda a la extrema derecha, del nacionalismo centralizador al nacionalismo independentista, del reaccionarismo ultracatólico al ateísmo más beligerante, hasta tengo uno del Madrid y otro del Barcelona.

Ahí fue cuando todo explotó, de repente varios de mis perfiles empezaron a multiplicar sus seguidores, retuiteaban mis entradas, me nombraban, era habitual Trending Topic, aunque para ser más exactos, lo era alguno de mis alias, pero era yo el que estaba detrás, aunque solo yo lo supiera.

Ahora tengo casi cincuenta millones de seguidores entre todos mis perfiles y me paso el tiempo que no trabajo, y casi toda la noche, respondiendo a unos y otros, y planteando nuevas cuestiones, a cual más absurda y descabellada, pero mis fans, “fanáticos” nunca mejor definidos, me responden como un perro obediente sigue a su dueño, sin la más mínima duda sobre su veracidad.

Siempre hay alguien que se siente aludido, ofendido, agasajado, provocado por alguna entrada y no puede evitarlo, tiene que responder, esta respuesta provoca otra y así una cascada de reacciones que no generan nada más que basura y caos, lo reconozco. Al final estoy seguro de que nadie sabe cómo se inició la polémica en la que están metidos hasta el cuello, tampoco creo que les importe.

Para ser sincero, me siento casi un semidiós, siembro una semilla, con la que no necesariamente tengo que estar de acuerdo, ni falta que hace, con alguno de mis perfiles e inmediatamente sus seguidores, amigos o enemigos, amantes o haters, responden.

Solo tengo que leer alguno de los titulares de la prensa diaria, en esto somos afortunados, los periódicos de este país son tan sesgados ideológicamente que solo hay que leer el titular de la noticia en un diario y en su antagonista, hacer un comentario sobre ellos y ya está liada. Yo solo observo y veo crecer el número de seguidores.

He llegado a recibir mensajes por privado de políticos conocidos para intentar que publicara o retirara alguno de mis comentarios y de periodistas consagrados intentando que les dijera quienes eran mis fuentes, si ellos supieran que todo son patrañas. Esa es, sin duda, la prueba inequívoca de que empiezo a tener poder, y me encanta.

Solo he detectado un pequeño inconveniente, menor desde mi punto de vista, cuando en el trabajo se inicia una discusión sobre política nunca sé que decir, ya ni me acuerdo de que es lo que pienso de verdad, ni cual es el perfil con el que me he levantado. Eso sí, mis seguidores siguen creciendo.

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