Desde que Tom llegó a mi vida he sustituido muchas de las habituales estadías en el sofá por largos paseos, ya que cada vez que me mira con esos ojos tan melindrosos no puedo resistirme a salir a la calle con él. Es un perro terciado, de talle alargado y robusto, con las orejas caídas y las patas demasiado peludas en proporción a su corta longitud, de igual modo que el generoso pelaje castaño que cubre el resto de su cuerpo.  Da gusto llevarlo a cualquier parte porque es muy cariñoso y se comporta incluso mejor que algunas personas, aunque también tiene algún que otro momento histérico, si bien sólo le ocurre en ocasiones puntuales, normalmente cuando divisa algún animal de otra especie a su alcance. Su afición favorita es bañarse en el estanque próximo a mi casa, excepto en los días ventosos en los que el agua ondea imparable creando un pequeño oleaje, que junto a las gaviotas que lo sobrevuelan, me transportan hasta la calidez de la costa.

Tengo la suerte de vivir desde niña en un barrio rodeado de campos de cultivo, mucha vegetación y una fauna variada, en especial, aves de distintos tipos que van y vienen según el clima. Las que se quedan durante todo el año son las cigüeñas, a las que Tom suele perseguir sin importarle que sean superiores a su tamaño, pues ladra incansable tras ellas hasta que se posan en alguno de sus nidos.

Ya hace dos años que este cariño perruno me seduce todos los días, consiguiendo establecer una rutina diaria en mi ajetreado horario, caminando asiduamente por las inmediaciones de este paraje singular. En consecuencia, ambos conocemos a la perfección sus caminos, sus lozanos bosques y en general, las maravillas que se esconden en cada rincón.

Nunca antes había tenido una mascota ni me lo había planteado. Sin embargo, en cuanto vi el anuncio en un periódico local con su foto, solicitando ayuda de alguien que pudiera darle cobijo, casi sin darme cuenta estaba llamando al número de teléfono indicado para ofrecerme voluntaria. Y así comenzó para mí una nueva experiencia con un compañero de hogar que siempre está a mi lado.

La vivienda de mis padres está dos calles hacia el sur de la mía, circunstancia muy favorecedora cuando se vive sola, por lo que no me he sentido nunca desamparada, sino más bien encantada de ser independiente a mis veinticinco años, a lo cual se suma el regocijo de saber que siempre hay alguien esperándome al otro lado de la puerta, eso sí, con gran expectación y deseoso de saltar sobre mí. En esos momentos suspiro, pensando que si el perro que adopté hubiese sido de una raza de mayor envergadura, yo acabaría en el suelo cada vez que al entrar en mi hogar se me abalanzara el susodicho.

En nuestra salida de hoy al atardecer se ha parado, de repente, al pasar por un tramo repleto de juncos, con frecuencia habitados por ánades, dedicándose a ladrar como si su vida fuera en ello. Dada su insistencia, yo esperaba que se ocasionara una desbandada, tal y como acontece siempre que se produce algún sonido estridente en este entorno. Al no ser así, he pensado que habría alguna serpiente o quizás anfibios porque Tom ha seguido reclamando atención con sus gruñidos, pero estaba claro que los patos no se encontraban allí. He tenido que lanzarle unos cuantos gritos hasta que he conseguido que volviera conmigo. Entonces, he decidido regresar por varios motivos: ya estaba anocheciendo, el viento resultaba bastante molesto y el extraño silencio que reinaba, unido a la desaparición de las aves –que no se divisaban por ninguna parte hasta donde me alcanzaba la vista– me han provocado un escalofrío estremecedor. De inmediato, me he subido la cremallera de la cazadora hasta el tope superior, he cogido a mi acompañante en brazos y he aligerado mis pasos para salir cuanto antes de este lugar que nunca antes me había resultado tenebroso, ni tan siquiera cuando lo envuelve la niebla, pues por muy densa que ésta sea no hace sino embellecerlo más. Deseaba encontrarme con alguno de los deportistas que son frecuentes por allí a esas horas, la mayoría practicando footing o ciclismo, o incluso tropezarme a Tinín con su velocípedo de tres ruedas adaptado a su estatura. Es un hombre de edad incierta, puesto que su cuerpo de adulto no está en concordancia con su raciocinio infantil, similar al de un niño de diez años, aunque su discapacidad mental no le supone ningún obstáculo para realizar expediciones diarias recorriendo todo el barrio con su triciclo. Lo único que me resulta un poco incómodo de él es que, a menudo, dice que soy su novia. Yo no le sigo el juego, pero tampoco me esfuerzo mucho en explicarle que no es así para evitar sus lágrimas, similares a las de cualquier chiquillo enrabietado. Aun con dicha contrariedad, en este recién pasado anochecer tan solitario, no me hubiera importado que me escoltara unos metros en mi camino, pues me ha parecido como si la tierra hubiese engullido a todo ser viviente, excepto a mi perro y a mí. Pensar en eso me ha asustado todavía más si cabe, haciendo que mis pasos aumentaran su velocidad, hasta que he escuchado mi nombre proveniente de una voz masculina no muy lejana de mi espalda.

–¡Elena! ¡Elena!

Al girarme sólo he podido divisar una gran silueta negra que se dirigía directa y veloz hacia donde yo estaba. Al escuchar sus jadeos me he percatado de que se trataba de Coba, la preciosa rottweiler negra de mi vecino Jano, el cual ha aparecido unos cuantos pasos detrás de ella.

–¡No sabes cómo me alegro de verte! –he exclamado con voz temblorosa.

–¿Qué te pasa? ¿A dónde vas tan deprisa?  –se ha apresurado a preguntarme.

–Me he asustado porque hoy no se aprecia ningún animal en el agua y tampoco veo a nadie más por aquí –le he comentado ya más calmada.

–No es tan raro. Hoy es lunes, es tarde y hace frío. La gente prefiere quedarse a cubierto –me ha dicho él restándole importancia a mi preocupación–.

–Tom ha estado ladrando, pero no he visto a qué o a quién.

–No te inquietes por eso. Ya sabes que los perros a veces se ofuscan con cualquier cosa –ha continuado intentando tranquilizarme–. ¿Te acompaño?

–Sí, gracias –le he respondido mientras acariciaba la cabeza de su perra.

Coba me transmite mucha calma, así que enseguida me he recompuesto dejando a Tom en el suelo para seguir el recorrido paseando y conversando con Jano. Tiene la misma edad que yo, pero físicamente somos muy diferentes. Él es alto, con una figura un tanto atlética, tiene el pelo rojizo muy corto, una sonrisa dulce y sus ojos son de un color verde indefinido que, en ocasiones, le confieren una mirada enigmática. En lo que a mí se refiere, yo soy más bien de medidas corrientes, es decir, de altura y complexión medias, tengo los ojos ámbar y suelo llevar el pelo cobrizo cortado a media melena lisa. La única característica que tenemos en común es el color blanquecino de la piel.

Conocí a Jano hace un par de años cuando vino a vivir a este municipio, debido a que adquirió el puesto que quedó vacante en la biblioteca, después de la jubilación anticipada de la anterior trabajadora. Recuerdo que fui con un par de amigas en su primer día de labor, aunque no es usual vernos por allí, pero en esa ocasión había algo más interesante que lo que cualquier libro nos pudiese mostrar. Se rumoreaba que el nuevo bibliotecario era un chico joven y guapo procedente de la capital, por lo que decidimos ir a verlo con nuestros propios ojos, pues no queríamos esperar a que nadie nos lo contara. Por supuesto, cogimos prestados unos cuantos ejemplares para poder mantener al menos una pequeña charla con él, mas esperamos a que estuviese disponible para tener mayor tiempo de indagación. La primera que habló fue Teresa, ya que la vergüenza no es propia de ella, aunque las tres parecíamos quinceañeras con nuestras risitas tontas.

–Hola, ¿qué tal va tu primera jornada? –le preguntó directamente.

–Buenas tardes. Bien, aunque liado intentando aprender dónde va cada cosa –le respondió él con amabilidad.

–¿Cómo te llamas?

–Jano.

–Yo soy Teresa y estas dos son Lara y Elena –nos presentó mientras se recolocaba su frondosa melena rubia.

–Hola, buenas tardes –saludamos ambas al unísono.

–¿Te gusta este pueblo? –volvió a interrogarlo sin ningún pudor.

–Sólo he podido ver una pequeña parte por ahora.

–Esperamos que estés a gusto aquí. Te dejo mi teléfono por si necesitas ayuda –le dijo mientras anotaba su número en una hoja de la libreta que siempre lleva en el bolso.

–Gracias, pero no creo que sea necesario –le dijo él delicadamente.

De todos modos, ella nunca se da por vencida, ni pierde la ocasión de seducir a un nuevo conocido, de modo que le dejó la nota en el mostrador, siendo fiel a su lema de “quien siembra, recoge”.

Después, Lara y yo nos limitamos a darle nuestros libros para que les incrustara el sello correspondiente y no quisimos preguntarle nada más. Ya nos parecía suficiente con el pequeño acoso al que le había sometido nuestra compañera.

–¿Podría haceros una foto con lo que os lleváis? –nos preguntó antes de irnos.

–Por supuesto –contestó Teresa colocándose en primera posición.

–Me gustaría hacer un mural con una muestra de las personas que vienen y de lo que cogen prestado.

–Es una buena idea –dijo Lara–.

–Así se animará más gente a leer –continué la frase de mi amiga, haciéndome la interesante.

–Muchas gracias. Cuando lo tenga terminado lo colocaré en la pared de la sala principal.

Con esa propuesta que nos hizo nos fuimos las tres muy contentas. Además, justo cuando cruzaba la puerta de salida, algo me incitó a volverme y me pareció que Jano me guiñaba un ojo. No les comenté nada a mis amigas, pues me dirían que eran imaginaciones mías, y probablemente sería así, teniendo en cuenta que soy bastante fantasiosa.

A los pocos días, coincidimos en uno de los senderos por los que deambulo con Tom. Cuando reparé en que era él quise esconderme, tanto por el temor que me causó el gran tamaño de su perra como por mi timidez, e intentando divisar alguna parte donde ocultarme, tropecé y me caí. Jano se acercó para ayudarme a levantarme; por fortuna, conseguí incorporarme antes de que llegara. Al menos, no me había manchado mucho ni me había hecho ninguna herida, lo que no evitó que un gran rubor se apoderara de mí.

–¿Estás bien? –me preguntó cuándo llegó donde yo estaba.

–Sí, gracias. No me he hecho daño –le dije disimulando el dolor que tenía en una rodilla.

–¿Seguro? ¿Quieres que te lleve a algún sitio? Tengo mi coche allí, en el garaje de mi casa –me indicó apuntando con un dedo para señalar unos adosados cercanos.

–No hace falta. Yo también vivo aquí cerca.

–Yo soy nuevo aquí, pero me está gustando mucho este territorio. Sobre todo porque puedo salir con mi perra por esta zona.

–Sí, la verdad es que está muy bien para pasear.

–Tú has venido a la biblioteca, ¿verdad? –me preguntó con cara de intriga.

–Sí. Cogí un libro de recetas de cocina, pero todavía no he hecho ninguna –le respondí sin querer dar muchas explicaciones.

–Ya me acuerdo. Creo que tú eres Elena. Viniste con dos amigas más.

–Exacto –respondí brevemente sin atreverme a decir nada más.

–Una de ellas me dejó un número de contacto.

–Teresa siempre es muy atenta –le dije pensando en lo que diría ella cuando le contase que lo había visto.

–De todas formas, ahora que sé que vivimos cerca y que también sales a caminar por este barrio, ¿podrías enseñarme el pueblo cuando te vaya bien?  –me preguntó con decisión.

–Claro, cuando quieras –le dije ya más relajada.

Le comenté que un buen lugar para quedar sería una cafetería muy acogedora que lleva abierta más de treinta años y en la que suelo desayunar los fines de semana porque está justo enfrente de mi casa. Desde entonces, ha sido nuestro punto de encuentro en muchas ocasiones, y a través de nuestras charlas, nos hemos convertido en buenos amigos, además de ser vecinos y compañeros de caminatas. Esta excelente relación también se ha ido forjando en numerosas marchas con nuestras respectivas mascotas y en las cuales hablamos sobre temas muy variados, excepto de música, puesto que a mí me fascina el rock, pero él es más de canciones lentas, como boleros o baladas. No obstante, a veces encontramos algún tema que nos guste a ambos, como el que ha reproducido esta tarde en su móvil para hacer más ameno el camino mientras íbamos hacia mi casa, aunque antes de llegar ha recibido un mensaje, al parecer, inesperado.

—Tengo que irme —me ha dicho de pronto.

—¿Qué sucede? —le he preguntado al advertir su cara de preocupación.

—Nada grave. No te preocupes –me ha respondido tajante.

—De acuerdo. Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites.

—Por supuesto.

—Hasta otro día —me he despedido sin querer entorpecer su marcha.

—Buenas noches Elena. Ten cuidado.

He decidido venir a cenar con mis padres porque no me apetecía estar sola, pero primero he ido a llevar a Tom a su caseta de madera instalada en mi jardín. Al abrir la puerta me ha sorprendido que sólo he tenido que voltear la llave un cuarto, siendo lo normal girarla dos vueltas completas, ya que me gusta dejarla bien cerrada, a pesar de que alguna vez se me ha olvidado si mi fiel amigo sale con mucha euforia y la única opción que me deja es avanzar rápido hasta que se sosiega.

Una vez en el hogar familiar, las tradicionales croquetas de bacalao de mi madre me hacen olvidar el susto que me he dado en el estanque. Sin embargo, un comentario de mi padre me deja extrañada, pues me dice que se ha tropezado con Jano esta misma mañana en la calle y que no le ha saludado.

—Creo que no me ha conocido. Parecía que iba con prisa.

—Se me hace muy raro porque siempre es amable —le digo confusa.

—¿No te ha dicho nada ahora mientras venías con él? —me pregunta.

—No. Además, se ha tenido que ir de improviso. A lo mejor tiene algún problema.

Dejamos la conversación en cuanto acabamos la cena. Se ha hecho tarde y decido marcharme enseguida porque me hace falta descansar y necesito que llegue el siguiente día, pensando en sentirme mejor con un nuevo amanecer.  

SIPNOSIS:

A sus veinticinco años, Elena ha vivido siempre en el mismo pueblo, en una zona cercana a un precioso estanque que es testigo de su vida diaria. Hace dos años se independizó y comenzó una nueva etapa marcada por la incorporación a su hogar de su perro Tom, así como por la llegada al barrio de dos hermanos de su misma edad. Primero conoce a Jano, con el que entabla una buena relación mientras dan largos paseos con sus respectivas mascotas. Más adelante, conoce a Elías y descubre que hay algo en él extraordinario que le atrapa, pero ninguno de los dos quiere afianzar su vínculo más allá de sus encuentros amorosos secretos, hasta que una noche él le propone mantener una relación más formal. Ella no sabe qué decirle, él se marcha ofuscado y Elena sale a dar una vuelta acompañada por su perro. Sin embargo, el único que regresa es el animal, al cual se encuentra Elías deambulando por los alrededores de su casa. A partir de entonces, comienza una lucha que cruzará sus caminos con un adversario del pasado procedente del lugar de origen de los hermanos y que, al parecer, todavía quiere interponerse en sus destinos.

Tanto los padres de Elena como los de Elías, así como su hermano Jano, se unen para buscarla de incógnito, ya que no pueden arriesgarse a pedir ayuda, después de confesarse sus respectivos secretos que revelan que quizás no ha sido una simple casualidad que se hayan conocido.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS