Capítulo primero: En el coche de la novia.

Cuando, de repente, la estrecha carretera mal asfaltada pasó a ser una polvorienta pista de montaña, Juanito, el conductor del flamante coche nupcial -un Jaguar del 59 – que debía de llevar a la rubicunda y hermosa novia, Macarena, y a su elegante padre, Don Tomás, al pequeño santuario románico de Sant Bernat para celebrar la boda, se dio cuenta que se había perdido de todas todas. Estaba claro que el GPS andaba tan perdido como él. Se detuvo y paró el motor. Giro la cabeza. Miro a sus ocupantes traseros, torció los labios a un lado, arqueó una ceja y les dijo con esa mueca: «nos hemos perdido»

  • ¿Cómo dice? –contestó Macarena abriendo los ojos como platos. Hasta ese momento, Macarena, había estado tranquila. Lo tenían todo bien planificado, sabía que todo iba a salir bien y que el lugar elegido era precioso. Lo escogieron su Manolo – el novio – y ella un otoñal día en el que fueron en busca de setas al bosque. Setas, como era costumbre en ellos, no hallaron más que unas pocas y podridas pero su excursión campestre les deparó la agradable sorpresa de descubrir ese pequeño hotel de montaña con excelente, cuca y recogida capilla románica adosada. Como una atalaya suspendida en medio de la montaña, sus vistas al valle eran sorprendentes. Incluso, si el día era claro y despejado, podía divisarse en el horizonte lejano una pequeña franja de mar.
  • Que no sé dónde estamos –dijo Juanito mirando a un punto indeterminado entre los dos ocupantes traseros de su fastuosos Jaguar y realizando de nuevo esa mueca que no era fácil de interpretar si de burla, si de fastidio o de desconcierto-. Creo que el GPS nos ha gastado una broma –añadió arqueando ambas cejas esta vez.
  • ¿Cómo que el GPS? –interpeló Don Tomás enderezando su grueso trasero de la tapicería del Jaguar y mirando desafiadoramente al conductor añadió-: llévenos sin más dilación al Hotel Sant Bernat.
  • Primero tendré que dar la vuelta, está claro que este no es el camino.
  • ¡Por Dios!, pues de la vuelta y busque la carretera –contestó Don Tomás-, no ve que ya vamos tarde –añadió.
  • Ya, pero aquí no puedo girar –dijo Juanito haciendo de nuevo esa estúpida mueca.
  • Pues hombre, venga, tire para delante y busque un sitio donde poder girar –contestó Don Tomás-. Está claro que aquí no podrá hacerlo –añadió mirando de reojo el precipicio entre una marabunta de árboles desordenados.
  • No puedo –contestó Juanito.
  • ¿Cómo que no puede? –dijo casi gritando Don Tomás, a pesar de ser un hombre tranquilo empezaba a sentir como los nervios recorrían aceleradamente sus terminales nerviosas-. ¿Qué es lo que no puede? –añadió.
  • No puedo ir por este camino.
  • ¿Por qué? –preguntó Macarena con un hilo de voz y la nuez atenazada.
  • Pues que es de carro.
  • ¡Y! –exclamó Don Tomás.
  • Que podríamos pinchar.
  • Pues se cambia la rueda.
  • Imposible.
  • ¿Cómo que imposible?
  • No llevamos rueda de repuesto –contestó un compungido Juanito y añadió enseguida antes que el padre de la novia lo cogiera por el cuello y lo escañara ahí mismo-: me la robaron la semana pasada junto con mis gafas de sol graduadas, ya ve usted para que les van a servir –puntualizó-, y el GPS que tenía en la guantera. Por eso nos hemos perdido, porque he cogido el del coche de mi hijo y según lo visto no está actualizado.
  • Pero…, si el hotel y el Santuario llevan siglos en el mismo sitio –dijo Don Tomás sin dar crédito a lo que oía.
  • Sí, claro señor, pero la variante antes de llegar al desvío es nueva y nos habrá llevado por un camino antiguo en desuso.
  • Así que quiere decirme –dijo Don Tomás-, que si seguimos este camino llegaremos al hotel.
  • Es posible.
  • Pues tire, tire, ya pagaré yo la reparación si se tercia.
  • Imposible.
  • ¡Imposible, por qué! –gritó Don Tomás.
  • Porque no puedo permitirme el lujo de dejar el coche en el taller –contestó Juanito para añadir -, mañana debo llevar a una novia hindú a una celebración de alto copete.
  • ¡Qué se joda la hindú! –estalló Don Tomás.

Juanito bajo los ojos, se miro las uñas de la mano como acto reflejo y dijo:

El camino era muy estrecho para un coche de casi seis metros de largo, franqueado por árboles y un considerable precipicio al lado del conductor, que también era el lado de Don Tomás.

Con los nervios a flor de piel y viendo que así no llegarían nunca, Macarena cogió su móvil para llamar, al que hasta ese momento era aún su novio, Manolo, y se suponía que en breve sería su marido.

  • ¿A quién llamas tú ahora? –le preguntó su padre.
  • A Manolo –contestó la hija a punto de llorar.
  • ¡Maldita sea, no hay cobertura! –exclamó descorazonada Macarena.
  • Si, si en este país… –empezó a decir Juanito.
  • Tiene algo contra este país –se le encaró Don Tomás.
  • Nada, que no hay nada que funcione –dijo Juanito.
  • Esto no viene al caso –le contestó Don Tomás que era un relevante asesor del ministro de fomento.
  • ¿Pero hija…? –dijo un perplejo padre.
  • Pero que haces –dijo el padre.
  • Ayúdame a sacar el vestido y calla –exigió Macarena a un avergonzado padre-. No pretenderás que lo vaya arrastrando por el polvo–añadió.
  • Ya bajo yo –dijo el padre al ver que su hija se tomaba en serio lo de quedarse ante un extraño en ropa interior. Entre tanto, Juanito agarraba firmemente el volante y pacientemente esperaba a que se decidieran al tiempo que no dejaba ni un instante de mirar los movimientos de la hermosa novia.
  • No papaíto –contestó una resignada Macarena al ver el grado de egoísmo de su progenitor -, bajo yo y tu ayuda a guiar a este inútil.
  • ¿No pensaras salir así? –le recriminó Don Tomás al verla tan provocativa-. ¡Y tú no mires! –le chilló con severidad a Juanito que hacía un buen rato que no sacaba ojo de lo que se trajinaba dentro del coche.
  • Papá, por favor…-dijo Macarena-. Anda, ayúdame a sacarme las medias. Macarena puso sus piernas sobre las rodillas de su padre. Don Tomás procedió con celeridad a hacerlo. Las enrollo y las dejo en la banqueta trasera. Macarena abrió la puerta de su lado. Iba a salir. Don Tomás se sacó la chaqueta del frac y le dijo que se la pusiera. Macarena le obedeció, se la puso y salió del coche.
  • Venga, entre que nos vamos –le grito a Juanito.
  • Tu, a la carretera –dijo Don Tomás temiendo que este estuviera más atento a las piernas de su hija que al camino. Luego, bajo la ventana del lado de Macarena y le dijo-: y tú, abróchate la chaqueta que se te ve todo.

Don Tomás viendo el estado de su hija le cogió una mano y dándole un beso en una mejilla le dijo que estaba bien, que llamara y pusiera sobre antecedentes al novio y a los asistentes. Sin embargo…

Acto seguido, hubo un embarazoso silencio, tras el cual Juanito tomó una firme determinación: hacer marcha atrás. «Póngase detrás del automóvil y vaya indicándome el camino», dijo el conductor. « ¿Cómo?, ¿qué salga del coche y que se me ensucien los mocasines?», exclamó Don Tomás. «Ande, mozo, salga usted que ya conduciré yo», le dijo. « ¡Ni hablar del pelucón, mi coche no lo toca ni Dios!, dijo un exaltado Juanito ante la perspectiva de dejar su exuberante carro en manos extrañas. «Pues lo siento, usted nos ha metido en esto y a usted le toca arreglarlo», le replicó autoritariamente un padre de la novia a un tris de perder los estribos. «Yo del volante no me muevo». «Ni yo pienso bajarme». «Pues usted verá…»

Macarena viendo el cariz que tomaban las cosas decidió bajarse ella.

Y aunque el padre intentó disuadirla Macarena se descalzó, ante la atenta mirada de Juanito que la espiaba por el retrovisor, e intentó sacarse el costoso vestido de novia.

Y aunque Juanito protestó por la falta de consideración de la linda muchacha ni su padre ni ella le hicieron el menor caso. Será que, debieron pensar, ignorar a los imbéciles era lo menos que se puede hacer en situaciones como estas.

Así que, Macarena, de blanco impoluto, procedió a desvestirse. Primero se hizo sacar los largos guantes satinados estirando cucamente los brazos por su padre. Este, con más torpeza que destreza, así lo hizo mientras le suplicaba que le dejara bajarse a él. Macarena los recogió de la mano de su padre y los depositó cuidadosamente sobre el reposacabezas del asiento delantero. Luego, hizo agachar a su padre para que le sacara los zapatos de tacón alto de corte salón y una vez en su poder los puso sobre la ornamentada bandeja posterior del auto junto al ramo de rosas y lirios blancos. Aquí hay que añadir que no le resultó fácil a Don Tomás deshacerse de los zapatitos pues entre lo ajustados que le iban a Macarena, la dificultosa posición de rodillas de Don Tomás, su ya nombrada barriga y la estrechez del espacio, tal tarea le hizo resoplar como un borrico. Después, Macarena se giró de espaldas a su padre y le dijo que le desabrochara los diminutos botones traseros del vestido para podérselo sacar. Don Tomás, que tenía los dedos muy gruesos y poco hábiles le costó una eternidad mientras Macarena le recriminaba tal ineptitud. Juanito esperaba tranquilamente fuera del auto donde había salido a fumar. El día era claro y agradable, así que, aparte de fumar, aprovechó para tomar un poco esos rayos tibios solares de primavera avanzada. Cuando por fin estuvieron todos los botoncillos liberados de los ojales Macarena se levanto y se desabrochó los tirantes del vestido y procedió a bajárselo hasta los pies. Por suerte, Macarena había elegido un vestido de corte imperio de gasa de seda y escote de tirantes en forma de V y no le fue muy difícil tal operación. Don Tomás no sabía dónde mirar, especialmente cuando su hija se agachó para recogerlo y quedar con el culo en pompa frente a su cara al girarse y ponerlo junto a los guantes en el reposacabezas delantero. Macarena quedó de lo más sexi con un tanga y bustier semitransparente con relleno para realzar sus juveniles pechos y sus portaligas y tirantes para sujetar las sedosas medias blancas que acentuaban sus bien contorneadas piernas.

Juanito entro en el coche, encendió el motor, ajusto el retrovisor, puso la marcha atrás y sacó la cabeza por la ventanilla y dijo: «vamos allá».

SINOPSIS

“Lío en la boda” trata de una disparatada novela que narra los acontecimientos del día de una boda.

La novela se desarrolla en un hotel de montaña en pleno macizo del Mostseny (provincia de Barcelona) llamado Sant Bernat. A escasos metros, hay una pequeña capilla románica destinada a celebraciones como: bodas, bautizos o comuniones.

Ante el retraso de la llegada de la novia, Macarena, los invitados y el cura, Don Salvador, que debe oficiarla, deciden esperarla en el bar del hotel.

Por otro lado, en el hotel, una extraña pareja, Julia y Ernesto, clientes del hotel, intentan pagar la factura de su estancia. Según parece, la tarjeta con la que intentan satisfacer su deuda sale como mensaje en el datafono “tarjeta robada”. Lo cual lleva al gerente del hotel a llamar a la policía autonómica catalana (Mossos d’escuadra). Los Mossos resultan ser muy guapos y aguerridos. Tras una discusión, los Mossos deciden retenerlos y llevárselos a comisaría, pero la chica se resiste. En ese momento entra Macarena, los invitados gritan de júbilo y Julia, aprovechando la ocasión derriba y maniata a los Mossos. Entre tanto, los asistentes de la boda y, en especial el cura, con alguna copa de más dan por celebrado el oficio y deciden pasar a festejarlo por todo lo alto. En el hotel se monta una auténtica bacanal.

Ante el cariz que toma el acontecimiento, el gerente del hotel y los empelados escapan y se internan en el bosque. Los Mossos siguen maniatados siendo blanco de burlas y provocaciones por parte de Julia. El gerente pide ayuda con su teléfono móvil. Y, entonces, entendiendo que la cosa se trata de un ataque terrorista, las autoridades competentes deciden enviar al ejército y a un grupo antiterrorista de élite al hotel.

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