Olía a tabaco. Estaba prohibido fumar en todo el ‘Centro’, pero en el despacho del doctor Fox olía a tabaco; en diez años que llevaba ingresado, esta era mi primera visita.

Sobre su mesa, ordenados botes de ziprasidona.

En pijama, me dirigí al diván. Me tumbé.

Fox, sentado frente a mí, en su sillón. Tras él, ventanas sin rejas.

—¿Puedo ayudarlo, Dodó? —me preguntó.

—Dicen que es usted un poco brujo.

Fox, no respondió.

—¿Encontró ya mi camino de vuelta? —insistí.

Él, miró hacia su mesa.

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