Capítulo I – El presente: Eros y Psique

A ti,

amante de pocas noches,

Sol de todos mis días,

compañero mío para siempre.

No puedo, no quiero cambiar las sábanas que, igual que una sagrada síndone profana, guardan el olor de tu cuerpo, las huellas de las gotas de alma que sembraste dentro de mí; esas sábanas que alejé de tu rostro para mirarte a los ojos, acariciándote.

– Siempre veo las sábanas – te digo – nunca veo tus ojos. Deja que me hunda en ellos. Déjame ahogarme, aunque solo un rato, en la dulzura de una pasión que me sorprende. Déjame penetrarte con la mirada, así como tú me penetras con la fuerza de esa columna romana que tienes entre tus piernas.

Nunca había pensado en ti como amante.

La oscuridad del estrecho pasillo donde nos encontramos rozándonos y las pocas palabras pronunciadas – si el ruido en tu cuarto te molesta ven donde mí – han cambiado

nuestra relación. Llegaste enseguida, y no sólo para dormir. Me envolviste, me arrollaste, me involucraste, con ese cuerpo tuyo tan esbelto hundido en la morbidez de mis formas, donde tus urgencias encontraban alivio. Conocí el sabor de tus labios y de tu carne. Tus manos, tus dedos largos, de pianista, han tocado todas las teclas de mi existencia; la fusión del diferente color de nuestra piel ha creado en la noche un arco iris de ámbar. Te he buscado otra vez, de madrugada, tendiendo mi mano hacia ti para gozar una vez más del contraste entre la suavidad de tu tez y la fuerza de tu virilidad.

Sé que eres un Don Juan. Sé que no te pierdes ninguna ocasión. Sé que sólo seré una cuenta del rosario de tus conquistas. Pero vivo el momento. Ahora me toca a mí. Yo estoy en el umbral del otoño. Es más, ya lo ha atravesado. Un otoño que no quiero ver despojarse de las hojas, entristecer y blanquear. Quiero un otoño colorido de amarillos cálidos, de rojo de uvas recién cogidas, oloroso de mosto picante y embriagante.

Quiero un otoño sabor a primavera. Capullos de vida nueva, ocasiones tomadas al vuelo, claridad de madrugadas lavadas por la lluvia.

Por eso te acojo, te acepto como paréntesis abierta – dejo al destino cerrarla – de una ternura inesperada, de un huracán

atropellador, de una subida hacia aquel divino al cual siempre te refieres. Sacro y profano. Milagro y pecado mortal. Eso somos nosotros ahora.

Me sale difícil quedarme cerca de ti cuando hay otra gente. Tu olor, el calor que emanas, el aura que todo te rodea, me excita, me causa espasmo, deseo incontenible de ti.

Te lo digo.

Te digo que al solo apoyar mi pierna – casi por casualidad – sobre la tuya me mojé. Me contestas que se te está parando.

Principio de reciprocidad.

Magia de la química de los sentidos.

No se precisó tiempo para que nuestras cuerdas vibraran al unísono. Desde la primera vez fue un triunfo. Como si siempre nuestros cuerpos se hubiesen encontrado, unido, satisfecho. No nos hemos dicho, ni con gestos, ni con simples movimientos de adaptación, lo que más nos gustaría. Ya lo sabíamos. Un código secreto tallado dentro de nosotros, sin saberlo, por quien sabe cual ancestral premonición. Un gozar espontaneo y directo, inmediato y completo, sin máscaras y sin ficciones.

Me agita el viento ligero de tu respiro en mi cuello, me aturde el silencio de tu concentración en mi cuerpo, me embriaga el deslizar de tus dedos en mi espalda, en mi vientre, en los más secretos barrancos de mi intimidad, me sorprende la sincronía perfecta de las reacciones a los estímulos recíprocos, la simultaneidad del placer. El brotar de tu linfa me eleva hasta cumbres insospechadas. Mis labios se posan sobre tus ojos. No sé cuales imágenes se deslizan detrás de tus párpados cerrados. Solo sé que mi beso fijará ese instante en tus pupilas.

Tú, gran fabulador, maestro de dialéctica, mago de las palabras, haces el amor en silencio. El espacio y el tiempo solo están llenos del movimiento de tu cuerpo y del jadear ligero, casi imperceptible, de tu respiro. Tu boca se queda cerrada cuando no está ocupada en chupar mis pechos.

Me pregunto el porqué de tu silencio. Quizás te temes llamarme con otro nombre. Quizás te temes romper el encanto, la magia del momento robado.

“Las palabras son hilos invisibles

llenando lejanías y soledades

pero nosotros estamos cercanos, somos dos, ¿porqué hablar?

manos tendidas cogiendo pensamientos

derramados como pétalos vivos

olorosos de especias hablando de ti

pero nuestras manos están enredadas, nuestros pensamientos nos pertenecen ahora,¿ porqué hablar?

y de mi tristeza

desvanecida al son de tus palabras”

pero mi tristeza ya no existe; ¿porqué hablar?

Te lo digo, sí que te digo que eres un amante fantástico. Que nunca antes había tenido orgasmo simultaneo al primer encuentro, tal vez ni siquiera orgasmo – asunto de acorde. Que la cercanía tuya me turba. Una sonrisa encrespa tus labios. Tus ojos brillan. Me contestas solo gracias, muchas gracias.

Quizás piensas que quiero estimular tu orgullo de macho, que de alguna forma quiero halagarte. Quizás piensas que estoy hablando mentira. Sabes que no miento. Me conoces desde tiempo. Si te digo eso, es porque es la verdad. Y porqué me siento tan libre contigo que puedo decirte cualquier cosa, hasta eso. Tú, quien eres lector de almas, tú, quien ves más allá del tangible, tú, quien excavas hasta el núcleo de la esencia, tú sabes que no te engaño.

¿Porqué debería hacerlo? No hay ningún pacto entre nosotros, Ningún vinculo que proteger a cualquier costo, ninguna razón para no ser sinceros.

Tu silencio durante el abrazo es la expresión de tu sinceridad: no tienes nada que decir – no quieres decir nada – más de lo que yo ya no sepa de ti. Ese silencio circunscribe tu espacio. Y el mío. Mientras tanto la boca besa, chupa, roza, sin pronunciar palabra.

Espero que tú vayas donde mi, en la noche, cuando los demás no se enteran.

Algunas veces la espera es vana.

Coño, lo sabes que nuestro tiempo se vence pronto.

Siempre dejo la puerta medio abierta para que tu comprenda que allí estoy, que estoy lista.

Pero nuestro territorio es compartido con muchos otros que non deben, no pueden saber.

Y las noches pasan en la espera de esas primeras horas de la mañana cuando, después de los otros marcharse, tú sales de tu cama y entras en la mía.

Sólo eso esperaba.

Eso había soñado en los momentos en que la vela dejaba lugar al sueño, llevándote a mi lado como si fueses realidad.

Somos ladrones de amor. Es el robo más bello, el menos condenable. Es nuestro secreto. ¿ Pero cuan secreto? Yo soy un libro abierto y me sale difícil esconder la pasión que siento por ti, me es imposible no dejar que se transparente el fuego que me quema aunque solo brindándote el café. Mis gestos hablan.

Y ese sutil hilo de complicidad excluyendo de nuestro mundo todo el resto me fascina. Es el perpetuarse de la estela de esperma que sigue uniéndonos cuando sales de mi vientre, que se queda suspendida un instante entre tu cuerpo y el mío, para después aposentarse en la sábana, esa sábana que no quiero cambiar. Es la nube que cierra en sí la intimidad que hubo y la que habrá. Momentos de paraíso arrebatados de un mosaico difícil de componer.

Cada mirada es una penetración.

Cada acción un amplexo.

Cada palabra un gemido.


¿ Y ahora donde estás?

No debo pensar demasiado en ti.

Me daña.

Es inútil.

Es sólo una historia de sexo.

¿Es sólo una historia de sexo?

Sigo sintiendo en mí tu va y ven, la llenura de la carne en la carne. Soy aturdida.

Muerte en Venecia. No, querido, no es Thomas Mann. Mi pequeña muerte, al cuarto piso de un viejo edificio en una estrecha calle detrás de la basílica es una resurrección. Mis espasmos no cesan. He vuelto a encontrar mi cuerpo como no lo conocía hace mucho. Como quizás nunca lo había conocido.

La maravilla que me proporcionas es la del descubrimiento, ahora que creía saberlo todo, haberlo ya experimentado todo, no ser capaz de encanto.

Soy yo que te cabalgo, que marco el ritmo, que muevo mis caderas sobre ti, quien solo pone tus manos en mi cintura y me dejas hacerte el amor. Casi me sorprende tu pasividad, la saboreo gota a gota, modero la

velocidad para dilatar el tiempo del placer, me detengo para mirar tu cara – mucho me gusta, tus ojos me embrujan, tu boca me excita – y de nuevo empiezo a dejarte escurrir rápido en mis entrañas.

Siento tu tensión creciendo, me llenas de ti, explotamos juntos en un chorro de humores e interminables temblores, entre tu silencio y mi musitar: “Sin fin, un orgasmo sin fin”.

Dos copas de vino tinto en la terraza del café del hotel Dragomanni, entre los techos y las nubes, unas risas, y anda, escaleras abajo, para morir otra vez en una noche que demasiado rápido amanece.

Sé que si me enamorara de ti los celos me devorarían. Quisiera que tu belleza navegara sólo en el mar de mi alma, ese mar cuyas olas nacen del viento que sopla de ti sacudiéndome dulce y persistentemente.

No sería deseo de posesión, sino abrazo total de todo tu ser que tanto me compenetra, orgullo de estar a tu lado en noches tempestuosas y días de paz espiritual.

No te huyas, no te vayas, no te despidas de mí.

No logro separar sexo y sentimientos.

Es mi condena.

Y aunque quiera, no puedo. Me hago violencia en intentarlo, pero sin éxito.

La pequeña muerte no se acaba en la cama. Es un orgasmo sin fin el que me das. Vivo en un perenne estado de casi inconsciencia.

Las sensaciones que me suscitas no se limitan al cuerpo, no son sólo físicas. Me estás absorbiendo sentimientos y emociones. Tu mente me hechiza.

“Me llegas hasta el corazón” te dije mientras me penetrabas hondo – y no sólo con tu pene – la mañana en la cual te marchaste.

La música de Radio Corazón nos acompañó, callados los dos, en el último tramo de nuestro camino en común, asistió al largo abrazo del cual nunca habría querido despegarme, vio los besos que te di, oyó mis últimas palabras “Te quiero mucho” y las tuyas “Y tú”, para después quedarse sola conmigo mirando tu figura alejarse, correr hacia esas alas que te llevarían lejos, tan lejos, dejando en mí el vacío de tu ausencia lleno del alimento de tu presencia eterna.

Parece que nada se haya cambiado, la carretera arbolada está allá, en el camino de mi vuelta solitaria, pero tengo el sabor de tu beso en los labios y el olor de ti persistiendo entre mis piernas. Y esta noche no podré esperarte. No te colaré café mañana, ni después.

Seguiré buscándote en los sueños, seguiré viéndote en los espejos, en las arrugas de la frazada que calentará mis noches, ahora que el frío empieza. Seguiré llamándote y sé que me contestarás.

La voz de una rosa te llama

más allá de los límites,

espinas prontas a herir,

y volarás

alto sobre montañas inútiles.

Más fuerte que todo

la voz de una rosa surcará

mares impetuosos

se hará ola y viento

timón y capitán

canto hechicero y grito desesperado.

La voz de una rosa

te tomará de la mano

a lo largo de arduos caminos

hechos lecho de nubes

y poesía.

Nada contrastará la voz de una rosa

Más fuerte que todo

te llamará

y vendrás.

SINOPSIS

Los sentimientos protagonizan esta historia que se desarrolla en dos de las más bellas ciudades italianas: Venecia y Florencia. La terraza del hotel Dragomanni y el café Le giubbe Rosse son testigos de la primeras etapas de un romance absurdo y tierno, imposible empero real y eterno, que la autora narra alternando prosa y poesía.

Los misterios de la vida se desvelan a través de la interpretacion de los tarots, y cada uno de sus símbolos es un detalle de la vida pasada, presente y futura de la voz narrante, que con la ayuda de su Poeta, recorre el tiempo sin tiempo, en busca de su propio origen y porvenir. Las dos almas viajan juntas, los dos cuerpos se unen, conscientes de que el espacio los separará, sin embargo nada podrá impedir que el amor mueva el sol y las estrellas.

Faltan fuerzas a la alta fantasía;

mas ya mi voluntad y mi deseo

giraban como ruedas que impulsaba

amor que mueve el sol y las estrellas.

Dante Alighieri – Divina Comedia-

Paraíso – Canto 33 – versos 142-145

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