No me abraces, porque si me pierdo en la costumbre, en la comodidad de tus brazos, en el calor de tu pecho, en la tranquilidad de tu respiración, mis miedos estarán a flor de piel. Rompería en llanto y sacaría fuera todos mis pesares.
Sería esclavo de un sin razón, de una estabilidad que desconozco y aunque he probado matices de tu paz, me da miedo acostumbrarme a ella, porque el fin es el mismo. Es lindo contemplar la idea de una vida juntos, que un día nos encontremos luego de habernos encontrado a nosotros mismos y como dos desconocidos que llevan media vida siendo amigos, terminar siendo algo más.
No me abraces, te lo pido, no me abraces, porque si me perdiera en el iris de tus ojos, si me permitiera embriagarme con la fragancia de tu pelo, si me dejara intoxicar por lo dulce de tus labios, acabaría por perder el juicio. Mis palabras dejarían de ser mías y comenzaría hablar la voz que llevo siglos escondiendo.
Déjame hacer caso omiso a mis impulsos, déjame perder la idea de besar tu espalda, de apretar tus piernas, de morder tu cuello. Te haría mía en una noche y sentiría paz al día siguiente, pero el solo imaginar la idea de estar tranquilo teniéndote en mis brazos me deja mucho que desear, y el deseo es un privilegio del cual quiero apartarme.
No es pecador el que desea, pero en mi caso el desear me condiciona,
anhelaría estar contigo y al hacerlo le estaría siendo infiel a la bonita relación que le tengo a estar conmigo.
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