Después de haber tomado su turno Glodomiro en el centro médico, que por cierto era #8.
Sentado en el corredizo, pasan gente y gente; y todos con el mismo saludo, buen día, buen día, él como si estuviera la misma grabación responde, buen día. Pues es extraño como se solidarizan las palabras y se alejan las personas. Frente a él, un gran letrero,
“Staff de Médicos”, como la curiosidad mato al ratón, comenzó a leer.
Pediatra – Jaquez, Báez.
Ortopeda-Peña, Cabrera.
Ginecólogo-Paz, Montero.
Oftalmólogo-Peña, Lantigua.
Anestesiólogo-Acevedo, Ruiz.
Urólogo-Peralta, Liriano,
Neurólogo-Lizardo, Prieto.
Cardiólogo-Familia, Pérez.
¡Qué, cardiólogooo!
Se paró del asiento abruptamente, caminó hacia la puerta frontal, se detuvo, respiró profundamente; una voz extraña llama: que pase el #8. Él hizo caso omiso aquella voz, al parecer los quebrantos se habían idos, miró hacia atrás, vio la puerta del cristal, y sin que nadie lo notara, emprendió la huida.
A cien metros del centro médico un hombre cae de bruces al pavimento, una señora grita.
¡Oh por Dios!, denle agua que se muere.
De nuevo en el centro médico, pero ahora en la sala emergencia Glodomiro mira el lento desplazar
del suero, y murmura, para que engañarme, no hay metodología para huir, porque cuando llega ¡llega!
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