No sé si se habrán fijado en que cada vez hay más, aunque ahora con la crisis se ha reducido, gente con ansiedad de viajar, que cada año se va una semana a una ciudad de un país extranjero diferente deseosa de contar aquella anécdota de aquello tan extraño, exótico y cosmopolita que descubrió en su destino. Una amiga mia opinaba que no es para tanto hacer eso, ni tan enriquecedor personalmente, y yo pienso un poco lo mismo.
Yo he hecho un viaje al corazón de mis entrañas humanas, esa interioridad donde todo el mundo es feo y está bastante roto, pues nos educan así, rompiéndonos poco a poco, y solo el que sabe seguir caminando cojeando o manco se salva. Yo estaba rota y casi minusválida. Todavía no me he curado ni he sabido encontrar el remedio para seguir andando coja o manca, y aún los flashbacks a veces me invaden y me pregunto cuándo dejaran de importarme o cuando se borraran. Creo que es más fácil lo primero que lo segundo. Más fácil no, más rápido. Más rápido no, lo más próximo. Supongo que lo primero que tengo que hacer para poder crear nuevos y buenos recuerdos que me permitan borrar los anteriores.
Allí, dentro de mis entrañas, me reencontré con todos los insultos, malos tratos y malas formas que me hicieron lo que soy ahora y que me hicieron hacer todo lo que he hecho en mi vida hasta ahora; perder personas, perder oportunidades. Tuve que aceptarlos como lo que eran y aceptar todo lo que me habían hecho, y asumir todo lo que era y lo que no era desde allí.
Y aunque todavía me queda mucho trabajo por hacer, mucho viaje por recorrer, creo que ya voy viendo la luz.
Hoy, por ejemplo, he recordado como mi madre le decía a mi hermana que tenía los mismos ojos que su abuela pero en oscuro. Unos ojos preciosos, rasgados, de cordobesa auténtica. Y como yo escuchaba eso mientras pensaba en cómo me había dicho que siempre me estaba ensuciando, peleando y rasguñando por ahí. Yo, poco femenina. Yo, con cuatro años. Yo, con un pelo a tazón impuesto por ella porque no quería tirarse mucho rato peinándome para ir al colegio. Yo, con una especie de disforia de género rara, porque aunque quería ser niña, todo apuntaba a que parecía ser más un niño que una niña. Yo, con una reacción rara, pues cuanto más me decían que tenía cosas de niño, más niño me volvía y más me gustaban las cosas de niño, y más repudiaba las cosas de niña. Lesbiana, marimacho, todo ello resumido en una frase “te vamos a regalar para tu cumpleaños un injerto de pelos en el pecho”.
Hoy lo he recordado mientras me pintaba para ir al trabajo, aunque no ha sido el único momento de mi vida en que lo he recordado. Muchas veces me pinto pensando en esto, aunque no es la única ocasión en que pienso en esto. Hay días en los que lo hago tirada en la cama llorando mientras pienso a la vez en todo lo que he perdido por haber sido víctima de todo lo que fui. Aunque esto ya no lo hago desde hace dos semanas, y para mí es todo un triunfo.
Muchas veces lo recuerdo mientras me pinto aunque no acabo llorando como hoy. Muchas veces lo recuerdo mientras me pinto porque es mi arma para gritarle al mundo que no soy como ellos me han dicho que soy y que soy lo que yo quiero ser. Mi hiperfeminidad, mi arma.
Mi hiperfeminidad, mi arma, no es esa feminidad que representaba mi hermana y que yo repudiaba.
Mi hiperfeminidad es la hiperfeminidad de la puta y de la drag queen, de la estrella del pop y de la chica Almodovar. En cada pincelada de delineador de ojos hay una capa de fuerza que yo me pongo para resistir a sus miradas y sus cuchicheos.
En cada pasada de rimmel esta todo lo performativamente masculino que me gusta de la vida y que ellos tanto repudiaron pero que ha sido todo lo que me ha salvado, lo que me ha dado rabia, fuerza, violencia, lo que me ha salvado de la culpa, de la pena y de la autocompasión, lo que me ha dicho “más vale rabia que pena”.
Porque nunca he sabido lo que querían de mí. Nunca he sabido si querían que fuese hombre o mujer. Creo que no querían nada de eso. Querían que fuese débil. Extremadamente débil. No importaba lo que fuese.
Así que de cada trazo de pintalabios salen estas palabras:
Mamá, hoy he descubierto que mis ojos no eran marrones. Mamá, hoy he descubierto que mis ojos se parecen a los de mi bisabuela. Mamá, hoy he descubierto que mis ojos no son ni marrones ni verdes. Mamá, hoy he descubierto que mi cuerpo va más allá del hombre y del mujer. Mamá, hoy he descubierto que no soy ni lo uno ni lo otro, yo trasciendo todo eso, y también todo lo que tú me dijiste. Mamá, hoy no soy ni hombre ni mujer pero no soy débil, estoy llena de fuerza, de furia, para pegar patadas para conseguir todo lo que quiero tener en mi vida. Mamá, hoy he descubierto quien soy yo y lo que quiero en la vida.
Porque hoy, al verme al espejo mientras me pintaba, al fin me he dado cuenta de que mis ojos no eran marrones ni verdes, que eran de un color miel casi dorado precioso. Y aunque ha sido un duro viaje de 25 años, he llegado viva, no sana, no salva, no completa, rota, astillada. Pero viva para poder verlo con mis propios ojos.
El constructo CARMEN rompe las barreras entre géneros, clases, razas, edades y religiones. Es el espacio de inspiración de este relato.
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