PRÓLOGO

Era más de Blas que de Epi, más de Robin que de Batman, de Benji el portero, de Tom más que de Jerry, del coyote, del pato Lucas, de Obélix; en su adolescencia era de Elvis, de los secretos y de los Spin Doctors, era de don Joaquín Sabina, era del Atleti, de Futre y de Schuster, era más de Paul Newman que de Robert Redford, era de don Vito Corleone, del Polanski del pianista y aún más del Roberto Begnini de la vida es bella y del tigre y la nieve. Era más de Darry y Pony boy que de Dallas y Soda. Era del Ché y de los Lakers de Magic, aprendió a saborear la lectura de la mano de Poe, de Valle-Inclán y de Pío Baroja, pero por aquella época era de Orwell y de Huxley; en la Universidad de Políticas era de Kafka y de Marx, le fascinaba Maquiavelo pero reconocía la brillante aportación de Max Weber a las sociedades modernas, era del Milinko Pantic del doblete, era de Delacroix y de Van Gogh, pero también era de Theo; después se hizo policía y en pocos años pasó a ser inspector, era de Bolaño, de Shakespeare y de Auster, sobre todo de Auster. Era de Murakami pero algo más de Kenzaburo Oé. Era de la Ser y de El País, era socialista pero ya menos, era más izquierdoso cada día, estaba separado pero continuaba casado, era de sus padres, sobre todo de su madre, era de su hija, de la pequeña Claudia, era de Garzón y de Zerolo, era de Madrid, era mi jefe hasta hace una semana. Éramos compañeros de coche, éramos amigos, creo que lo seguimos siendo, a pesar de todo, incluso, a pesar de haberme metido en esto”

Ahora Marco García ya no era mi jefe, y no lo iba a volver a ser.

PARTE PRIMERA

INTERROGATORIO

El comisario de la división de homicidios, Roberto Martínez, se sentó ante mí con un café de esos que se llevan en vaso de cartón, en la otra mano traía un par de hojas de las cuales no apartó la mirada mientras se sentaba, dio un sorbo y suspiró a la vez que las ojeaba.– Bueno, bueno, bueno –repitió haciendo una pausa larga en cada bueno. La sala de interrogatorios parecía diferente a pesar de ser la misma en la que yo había hecho decenas de ellos, tan solo cambiaba una cosa, la posición en la que me encontraba, de interrogador a interrogado, de entrevistador a entrevistado, la silla de enfrente, la más baja, esa era la que ocupaba mi culo, solo cambiaba una cosa y en realidad cambiaba todo. Un haz de luz salía del foco que apuntaba directamente a mi rostro, dividía la mesa en dos zonas, yo estaba en la mitad iluminada y al comisario le envolvía una suave penumbra.

-Mira Daniel, no sé qué cojones pasa aquí, no tengo ni puta idea de que se trae entre manos el cabrón de tu jefe, pero necesito respuestas, y tú me las tienes que dar. No te conviene ocultar nada, tú todavía eres joven y tienes toda una carrera por delante –hizo una pausa para dar otro pequeño sorbo al café –estos cabrones saben hacer café, ¿sabes cuál es el secreto de su éxito?, ¿no? Te lo diré. Yo antes tomaba café en el bar de toda la vida, el que hay frente a la comisaría, costaba uno treinta, y con una barrita con tomate y aceite, dos cincuenta. El mismo café y la misma barrita valía dos treinta en la cafetería de Juan, la de la esquina, esa a la que vais la mayoría de los compañeros. Después el bar de enfrente bajó su desayuno a dos veinticinco, y el de Juan a dos al mes siguiente. El trasiego de policías y trabajadores de la zona, aunque te parezca mentira, era considerable. Como sigan así acabarán cerrando, al menos uno. Este jodido café sin barrita de aceite y tomate vale casi cuatro euros, y sabes qué, el local siempre tiene a su clientela fija, no se pegan por los precios, este jodido café, básicamente, sabe igual que los otros, pero venden algo diferente, o tú compras algo diferente, no es el jodido vasito verde, venden el que tú te sientas especial, mereces este café, te alejas del de la esquina y del de enfrente, eres diferente y por eso esta cadena de cafeterías triunfa. Tú puedes elegir entre quemarte día a día entre el de la esquina y el de enfrente o por el contrario dar el salto y distinguirte con estos tíos que no van a cerrar nunca. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Inclinó levemente la cabeza para ver cuál era el estado de mi oreja, volvió a reclinarla lentamente hasta encararse de nuevo frente a mí, se acodó tranquilamente para acercarse aún un poco más y trató de esgrimir una sonrisa cómplice –te voy a dar otra oportunidad, realmente tú me caes bien Daniel, no así el gilipollas de tu jefe, ese sabelotodo borracho de los huevos que se cree el puto nobel de literatura. Dime algo, cualquier cosa que se nos pueda haber pasado y, tal vez, no te mande a los pasos de cebra aledaños a los colegios para que vigiles bien que los nenes no sean atropellados, ¿estamos?

Volvió a dar un sorbo al café, suspiró de nuevo y me clavó la mirada –este puñetero café triunfa porque sabe a quién va dirigido, a gente con clase, tíos con portátil ultraligero, a triunfadores, y tú, Daniel, estás lejos de triunfar, no te jodas la carrera, no tienes por qué tapar a tu amigo, no tienes que jugártela a la ligera porque tienes que saber que ahora mismo, ése que se dice tu amigo, te ha metido en esto y tú…, gilipollas –cambió el tono y en las comisuras de sus labios apareció una saliva blanca más densa que anunciaba la tensión del comisario –andas por una jodida cuerda muy fina, como un puto funambulista acojonado que no se entera de nada, y lo primero que deberías de saber es que no hay red.

Yo soy tu jodida red, ¿entiendes inútil? Tu puta red.

-No sé donde está señor Martínez, se lo digo de verdad –le comenté con toda la tranquilidad que me fue posible, pues el cabrón del comisario me estaba acorralando, hice una nueva pausa para aseverar finalmente –no he vuelto a hablar con él.

-¿Y el otro? ¿Qué cojones ha hecho con el asesino? ¿Dónde puede estar el serbio?

-Tampoco sé qué ha hecho con ese tío, me dejó en casa y no hemos vuelto a hablar. De veras no lo sé, ya sabe cómo es Marco, va a lo suyo, no me haga esto. No tengo nada que ver en todo este rollo que ha montado. Cuando me pateó la oreja lo metimos al maletero, tenía los grilletes puestos, no pudo escapar, a saber qué ha hecho Marco con él.

-Llevo muchos años interrogando a individuos de todo tipo, inocentes, culpables, cómplices, encubridores, fariseos… Si he llegado hasta aquí es porque conozco cada pequeño resquicio por el que se intentan marchar, sudor en las manos, lenguaje corporal, los ojos se despistan, se van a derecha e izquierda, traicionan. Los poros de la piel hablan, incluso para ti que conoces la sala –apuró su café, tiró el vaso a la papelera que había bajo sus pies y golpeó la mesa con aquel par de hojas para cuadrarlas, me volvió a mirar a los ojos y sentenció dirigiéndose a mí de usted –váyase a casa, en principio un par de semanas, ya veremos cuál será su destino. Gracias por su colaboración –hizo una mueca, me guiñó un ojo y se marchó dando un portazo.

UN CAFÉ MÁS BARATO

En la televisión, sin sonido, pues se escuchaba un jazz bastante agradable, Obama ocupaba toda la pantalla explicando los fallos del ejército de los EE.UU. de América en algún lugar del remoto mundo árabe, algo así se podía leer en el titular al pie de la noticia; un error con algún proyectil lanzado por sus chicos, lo que debía ser un almacén de arsenal químico de las milicias yihadistas resultó ser un centro de la cruz roja, eso que se denomina daños colaterales y que no es otra cosa que asesinatos gubernamentales. Qué lejos quedaba la alegría de las gentes hace unos años que le vitoreaban en nuestra ciudad, ahora sumida en una crisis brutal y duradera, similar a la decadencia de Barak Obama tras su reelección. El reloj del canal 24h marcaba las 08:05, fuera las luces de los coches devolvían reflejos producidos por el agua en la calzada, la ciudad comenzaba su incesante ritmo llevando de un lado para otro a trabajadores y trabajadoras sin descanso, los pitidos de los vehículos se mezclaban con las prisas y las carreras, dentro de la cafetería un Daniel algo desconcertado tras el interrogatorio interrumpía el ajetreo de la urbe con sorbos caudalosos de un cargado café solo, un café bastante bueno para no costar cuatro euros. En sus pensamientos seguía el comisario Martínez y esa amenaza de mandarle a controlar pasos de cebra. Sin embargo esa era la menor de sus preocupaciones, no eran las amenazas del comisario lo que le preocupaba, algo mayor ocupaba sus pensamientos, por supuesto que tenía que ver con Marco y con esa llamada que le había ocultado al comisario.

Daniel conoció al inspector Marco García hacía 9 años, entró a la brigada de homicidios y fue a parar directamente al grupo número 1 que dirigía Marco. Al poco tiempo éste se fijó en la valía de Daniel y lo hizo su mano derecha, enseñándole el oficio, entrenándole y supervisando sus actuaciones, durante los primeros cinco años fueron muy reconocidos entre los compañeros, incluso envidiados, pues además de entenderse en el trabajo parecían conocerse de toda la vida. Marco era un gran comunicador, una de esas personas que pronto comprendes que tiene algo, un tipo con duende, caía bien y sabía llevarse a la gente a su terreno, era culto, le encantaba la literatura y el cine y podía mantener una conversación más que interesante, fuera quien fuese su interlocutor. Daniel por el contrario era un chico menos erudito que su jefe, un buen deportista, tranquilo, pero con una capacidad de aprendizaje brutal, listo, trabajador y honesto.

Mientras Daniel seguía escudriñando su café, ahora a sorbos pequeños, sin percatarse de que del agradable jazz de fondo habían pasado a un reagge vulgar, recordó la primera mañana con su jefe.

Una mañana cualquiera a las ocho en punto, el primer día que compartían coche, Daniel se arrastró hasta el alfa de Marco, pues los nervios no le habían dejado dormir en toda la noche, el inspector le preguntó si había estado de fiesta, pregunta retórica a la que Daniel respondió encogiéndose de hombros. Al principio la conversación discurrió como todas, se pusieron al día de sus familias, Marco se acababa de casar con Alejandra, y Daniel estaba empezando de novio con una chica llamada Ana. Posteriormente Marco empezó a hablarle de la confianza que tendría que ser la base de su relación, en un trabajo como aquel, si no confías en tu compañero estás perdido. Le hizo bajarse del coche, esta es tu primera clase, le dijo. Tapó los ojos de Daniel con un trapo y le animó a dejarse caer hacia detrás. El asombro de Daniel era evidente pero finalmente aceptó, lo había visto en un programa de televisión, mira quién baila o algo así, consistía en que los bailarines que estaban ensayando debían, para coger confianza en sus compañeros, con los ojos tapados, dejarse caer de espaldas. Sus compañeros les sostenían antes de llegar a contactar con el suelo. Marco se puso detrás de Daniel y le dijo que adelante, que confiara en él. Segundos después Daniel estaba en el suelo con un golpe en la cabeza. ¿Acaso nos conocemos? Aprende a desconfiar de todo y de todos. Daniel se limitó a decir un, “muy gracioso”.

Una vez reanudaron la marcha en el coche, Marco le contó la historia de Gregorio Samsa, el personaje de la Metamorfosis de Kafka, se había convertido en un bicho real y lo que al principio era una tragedia al final se fue traduciendo en una pesadez, y el enorme sentimiento de pena que producía en el lector el comprobar que ya era algo molesto hasta para su propia familia. Pero Gregorio Samsa seguía siendo el mismo, feo exteriormente, pero el mismo al fin y al cabo, su vida monótona, gris y sin ilusiones lo acaba convirtiendo en un bicho, quizá la conciencia de su propia monotonía, de su vida vacía. A Daniel le gustaba escucharle pero a veces no entendía nada.

Una camarera de brazos tatuados y un pendiente en la ceja se acercó sigilosa y retiró el café de Daniel sin que se percatase, seguía sumido en sus pensamientos, recordando historias con Marco.

Atrapado en un profundo letargo de recuerdos y deliberaciones, a su mente vino otro día, en uno de sus tantos casos bien resueltos, cubrían un altercado en un club de alterne, una prostituta había sido asesinada, de camino preguntó a Marco acerca del caso pero éste no contestó. Dedicó el viaje a contarle una historia de colegio.

-Cuando yo era pequeño era un muchacho muy introvertido, con pocos amigos, uno de esos chicos que prefieren aislarse del mundo como protegiéndose, para que nadie les haga daño, recuerdo perfectamente un día que se metieron conmigo, el grupito de gallitos de la clase me trataba de quitar el libro de matemáticas para que el profesor me echase de la clase o para garabateármelo, ve tú a saber qué coño querían hacer esos delincuentes en potencia. Bien, al primer tirón, agarré fuerte el libro y clavé mi mirada en el que había tratado de arrebatármelo, otro me soltó una colleja por la espalda y apenas me inmute. Me levanté como un resorte y ellos retrocedieron, cuando llegaron a la altura de la pizarra, cogieron las tizas, las hicieron cachos y comenzaron a tirármelas, volví a sentarme y puse mi brazo a modo de escudo. Después entró el profesor. Uno de esos cabrones se sentaba detrás de mí, yo no me percaté pero el bastardo se pasó la clase pintándome el jersey por la espalda, creo que fue al tocarme por la espalda haciéndose el arrepentido mientras me pedía perdón cuando aprovechó para llenar de tiza el jersey.

¿Sabes lo que más me dolió de todo?

-Lo que más me dolió fue escuchar a Mamá decir que me debía haber apoyado en la pizarra porque traía el jersey manchado de tiza y haberla visto, la tarde anterior, planchando ese jersey gris que ahora sacudía a manotazos.

Tras el relato, le contó que, años después, detuvo al compañero de clase, al de la tiza, por agresión en un club de alterne, al que en aquel momento se dirigían. Daniel recordaba como ahí le dio una extensa charla entre casualidad o causalidad y sin explicarle nada más, le dio una nueva lección que aunque en ese momento no supo descifrar, ahora, escuchando ese jazz de fondo que mezclaban con reagge, folk y blues, con los reflejos de las luces de los coches en el suelo mojado de Madrid a través de ese gran ventanal, empezaba a comprender, a apreciar la verdadera personalidad de Marco, a entender lo que pudo haber hecho esa mañana de hace tres días, antes de desaparecer. Su mente daba vueltas a gran velocidad tras la llamada de la noche anterior, qué hacer, era la gran pregunta, fuese lo que fuese lo que decidiese hacer Daniel, tenía que hacerlo ya, pues la vida de un delincuente dependía de él.

Salió de la cafetería decidido, el olor a lluvia invadió sus fosas nasales, ya apenas chispeaba, la mañana era gris pero comenzaba a abrir, sorteó los charcos sin conocimiento de ello pues su mente seguía trabajando, estaba convencido de que Marco había detenido hace años a su antiguo compañero de colegio por la causalidad y no por mera casualidad, y entonces empezó a ver todo más claro mientras se encaminaba hacia su coche para encontrar a aquel asesino que Marco le había puesto en bandeja de plata la noche anterior, esa llamada que le había ocultado al comisario era la clave.

SINOPSIS

El inspector de policía Marco García debía llevar al asesino a las dependencias policiales, sin embargo algo cambiará el rumbo de los acontecimientos, hastiado por la sociedad actual, la crisis, la falta de justicia, la corrupción y una situación personal complicada, decidirá actuar con determinación. El asesino, ya detenido, y el inspector, han desaparecido. A partir de aquí se emprenderá una búsqueda que nos llevará hasta las raíces del policía, un personaje altamente empático que parece no encontrar sitio en un mundo que, quizá, se le ha quedado pequeño. Además de sus ideales de justicia y honestidad, se entremezclarán los sentimientos más miserables de la condición humana. Abandonado por su mujer, que ahora le reclama la custodia, deberá sacar adelante a una niña de poco más de tres años. Su compañero de trabajo, Daniel, irá ocupando a ratos la primera plana de la historia para desenmascarar las mentiras sutiles de su antiguo jefe, no obstante, poco a poco se verá sobrepasado por las circunstancias.

-El asesino lleva tres días metido en el maletero de mi coche, abandonado en el bosque que hay cerca de un pueblecito llamado Corralejo…

Una historia de amor repleta de toda una serie de decisiones fuera de la ley. Delirios de Robin Hood nos trata de mostrar, si quiera de refilón, la capacidad de los seres humanos para reinventarnos, para empezar de cero, pero también, si es preciso, para no mirar jamás atrás, para pelear con todas nuestras fuerzas por aquello que más queremos, incluso abandonando el camino de la legalidad. ¿Hasta dónde somos capaces de llegar por aquello que más amamos?

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