Historias anodinas repetidas en mil y una cenas

Historias anodinas repetidas en mil y una cenas

Lucía Igartua

05/07/2021

Extremadura, en algún momento de los años 40.

Teresa había estado toda la mañana buscando su camisa de seda. Quería llevársela a Madrid, donde una cena con sus compañeras y profesores pondría fin a la carrera que tanto esfuerzo (más por poder realizarla que por hacerla en sí) le había costado. 

Ese día no era un buen día. Se lo notaba en lo acelerado del pulso, en el mal humor que le provocó ver el espejo del baño manchado de gotas. Cuando no era un buen día, normalmente solo sentía ganas de quedarse en la cama. Pero hoy, no. Hoy sentía un fuego por dentro que necesitaba sacar de alguna manera. Primero fue con su hermano mayor, al que acusó de las manchas del espejo. Después, fue con el pequeño, que estaba berreando por algún juguete perdido y que acabó berreando con motivo por el guantazo que se llevó. Para finalizar, le tocó el turno a su hermana, que era con quien culminaban todas las peleas. Después de buscar por todos los cajones de su cuarto, decidió entrar en el de ella. Los gritos se escucharon desde la casona más próxima (que estaba a un buen kilómetro). 

En esas, llegó su padre. Alto, recio, calvo y serio como solo los señores altos, recios y calvos pueden serlo. 

– Papá, Rosita me ha robado la camisa, la he encontrado en su cajón… 

No le dio tiempo a terminar. Él miró al frente, al aparador donde de uno de los cajones asomaba una prenda que se había quedado mal guardada.

– Vaya, veo que sobra un poco de tela de este cajón. Será mejor que la corte, porque no hará falta si está así.

Desde ese día, ni aún en la peor batalla textil entre ambas, quedó mal cerrado un cajón.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS