Siete y un Cuarto (Preludio)

Siete y un Cuarto (Preludio)

Imanol Abaitua

16/02/2018

Supe que aquel encuentro no iba a empezar bien, nada más entrar a la cafetería.

—Señor Uriarte, un placer.

—Iriarte —corregí yo mientras estrechaba mi mano sudada con la suya—. Lamento la tardanza, se me escapó el canario…

—Claro… —repuso ella con cara de no creérselo demasiado mientras se limpiaba el sudor discretamente en la mesa— Llega veintinueve minutos tarde. Precisamente fue suya la idea de quedar en un sitio más informal, cerca de su barrio…

—Pensé que sería buena idea tener nuestro primer encuentro en un terreno más neutral, no tan corporativo como la oficina, para hablar más distendidamente, señora…

—Señorita. Sofía Altamira —reprendió mi nueva metedura de pata como un profesor a un alumno—. Mi café esta frío y tengo otra reunión en una hora. ¿Empezamos?

—Eh… Si. Le invito a otro café… —ofrecí como último recurso para atenuar su cara de malas pulgas.

—Muy amable —zanjó ella mientras tomaba asiento, detrás de su cortina de gélida cortesía.

Después de que el camarero nos sirviera sendos cafés, se demoró fingiendo que buscaba unos papeles en su maletín para evitar prestarme atención y castigar mi tardanza.

—¿Manuscritos rechazados? —bromeé por romper el hielo mientras agitaba mi cucharilla en la azucarera emitiendo un molesto chirrido.

Tan sólo recibí una mirada asesina, que atravesó sus gafas de pasta marrón cuando ella levantó la vista en dirección a mi cucharilla, que deje caer con un respingo.

El breve idilio que mantuvimos por correo electrónico había concluido. Ya no solo me odiaba, también pensaba que era estúpido.

—Me gustan sus gafas —murmuré para captar su atención pasado otro minuto tras disolver silenciosamente el azucarillo en mi taza.

Pareció surtir efecto y reparó al fin en mi presencia, a lo que fingió reaccionar con cierta sorpresa, como si hubiera olvidado que llevaba un buen rato sentado frente a ella:

—¿Ha dicho algo? Bueno, da igual.

Buscando un golpe de efecto, sacó un portátil de su maletín y lo posó con estruendo sobre la mesa. Advertí que tenía una pegatina con el eslogan supuestamente motivacional de la compañía, presentándose como una editorial de referencia, líder a nivel nacional. Procuré no inmutarme ante su muestra de poderío mientras me dirigía una educada y medida media sonrisa con la vista perdida en la pared. Por un momento estuve tentado de girarme, pensando que había visto a un fantasma detrás de mí, hasta que me di cuenta de que el fantasma era yo.

—Muy bien, señor Uriarte…

Aporreó el teclado como si vertiera sobre él su frustración vital y laboral. Para confirmármelo, se estiró aún más el oscuro pelo liso en una coleta aún más tirante, que, junto a su inmaculado traje de chaqueta, le dió aspecto de una ejecutiva sin escrúpulos.

— ¿Se ha leído mis libros? —me adelanté.

Volvió a atravesarme con la mirada para decir con toda sinceridad:

—No.

“Y no pienso hacerlo”

— ¿Que ha pasado con mi agente? —pregunté sin andarme con rodeos.

—Señor Uriarte, supongo ya estará usted al tanto de la reestructuración de la organización —comenzó a explicarme con cierto desdén, fijando por primera vez su vista en mí y reposando las manos sobre la mesa—. Eliminamos la fastidiosa figura intermediaria del agente y gestionaremos todo directamente en la editorial. Nuestro objetivo es una cadena de proceso y comunicación eficaz, para reducir costes y tiempo. ¿Comprende?

—Aja, Queríais ahorraros el porcentaje del agente. Así toca más a repartir, ¿no?

Tras dedicarme una breve mirada de desprecio contenido, se ajustó las gafas y prosiguió su discurso cuasi robótico grabado en una cinta enchufada a su cerebro. ¿Quizás había sido lobotomizada?

—Ahora vamos a ser un equipo. Yo seré su enlace ejecutivo y llevaré temas de negocio, promoción y representación. El trabajo de corrección, maquetación, distribución, legal, etcétera, correrá a cargo de otros empleados.

—¿No decía que querían reducir costes?

—No estoy disponible para usted en exclusividad. También están a mi cargo unos diez autores más —respondió dándose importancia, ajustándose la chaqueta a los hombros para después entrelazar sus manos como si se dispusiera a rezar con fervor para pedir que le asignaran más autores.

No era difícil adivinar que para ella sólo era un mero número en su cartera de autores. Seríamos parte de una tabla de cálculo con cifras que ella introduciría aporreando el teclado, para observar su creación con deleite tras sus gafas de pasta en caso de que hubiera ganancias.

—Véalo de esta forma, señor…

—Iriarte.

—Uriarte —añadió ella sobre mi corrección muda y volvió a extender sus brazos en la mesa—. Usted, al tener un perfil más artístico, no lo ve así, pero todo esto, como en cualquier negocio, es una inversión a largo plazo. Y hay que maximizar la inversión, ¿no cree? —Tras ver mi expresión de indiferencia, que tomó por ignorancia, detuvo su cinta programada por un momento— ¿Sabe lo que es una inversión?

—Estudie Empresariales en la universidad.

—Ah —gesticuló poco convencida—. Pasemos a otros asuntos. Hablemos de su trayectoria en el grupo, ¿le parece?

—Por hablar de algo…

Advertí sus ojos moverse de un lado a otro de la pantalla, leyendo con seguridad mis “estadísticas”. No tardó en asentir cada vez más en signo de aprobación mientras sus labios se curvaban en una sonrisa de gozo.

—Muy bien —repetía con el tono con el que se felicitaba a un perro obediente—. Es excelente. Ya sabía que era el autor más joven y mejor vendido en el grupo durante el último año, pero no me imaginaba que tanto…

No sabía discernir si ahora cuando me miraba y sonreía con amabilidad, me veía a mi o a un fajo de billetes verdes. Me removí en el asiento para cambiar de postura, sintiéndome demasiado incómodo frente a tanta atención repentina.

—Su novela Pretérito Perfecto Simple fue un bestseller nacional gracias a la promoción y el boca a boca, batió record de ventas en libro de papel y digital…

—Sí, me lo repetís a menudo ¿Y la crítica, qué dijo?

— “Pseudoproducto de la novela romántica de culebrón adolescente mezclado con fantasía que conquistará al público femenino”, “El bestseller veraniego perfecto” —leyó ella desde su portátil antes de detenerse—. ¿Importa demasiado? A la gente le gustó mucho, y ahí están las cifras para probarlo.

—A la gente le gustó, sí.

— En este último año publicó la continuación, Pretérito Imperfecto, que volvió a repetir los éxitos de su precuela… —prosiguió ella.

—Sí. Esta vez la crítica dijo: “La esperada continuación del exitoso bestseller. Repite la fórmula del éxito y pese a un desarrollo previsible, contentará a todo el mundo y se convertirá en un fenómeno mediático”.

—Señor Uriarte, la crítica no refleja la realidad. Si tanta gente compró sus libros querrá decir que el libro está gustando. ¡Va camino de convertirse en un fenómeno! Incluso ha habido ofertas de comprarle los derechos de los libros para llevarlas al cine, que de momento ha rechazado…

—No confió demasiado en la industria del cine. Me gustaría ahorrarle un par de bodrios al público y no darles a los críticos un festín del que disfrutar.

Ella soltó un suspiro de incomprensión mientras fantaseaba con a la oportunidad de negocio perdido. Creí que me iba a explicar, cuál animal doméstico, que llevar al cine una novela exitosa, era el paso a seguir más obvio. En vez de eso me formuló la pregunta que más temía:

—Y ahora la pregunta estrella sobre la que aún no se ha pronunciado y todos deseamos saber… ¿Para cuándo la tercera parte?

— ¿Se refiere a la conclusión de la historia?

— ¿Conclusión? —musitó ella pensativa, intentando calcular mentalmente si no sería mejor estirar la gallina de los huevos de oro un par de libros más— Dejémoslo en continuación.

—El problema es que la historia ya concluyó en el segundo libro. Uno de los protagonistas murió.

No tardó en para adoptar una expresión de alerta:

— ¿Mató a su protagonista? —repitió incrédula como si fuera la mayor estupidez que había oído en su vida.

— ¿No lo oyó por ahí? Todo el mundo andaba destripándose el final.

—Disculpe. Ya le he dicho que no había leído sus libros. No soy muy lectora que digamos.

— ¿Y qué hace trabajando en una editorial?

—Negocio familiar —se limitó a decir con superioridad.

Así que también se practicaba el nepotismo en la empresa…

—Volviendo al tema realmente importante —carraspeó ella—. ¿Para cuándo la tercera parte?

—Le he dicho que la historia concluyó en el segundo libro.

— ¿Y no podría resucitar a ese protagonista? —sugirió ella con torpeza— ¿Con un poquito de magia?

—Pero en la historia, a pesar de haber magia, se dejaba claro que no se podía resucitar a los muertos, porque no quería perder dramatismo si mataba a algún personaje. De hecho, la madre de uno de los personajes moría y éste intentaba resucitarla pero…

Su expresión se convirtió en una muestra de desinterés más que evidente. No tardó en hacer un esfuerzo para pensar en la proposición menos original posible, tras ver el fracaso de la anterior, para evitar que siguiera explayándome con la trama del libro.

— ¿No tiene el protagonista algún hermano pequeño que tome el relevo de la historia?

Al negar con la cabeza, su cara de fastidio se multiplicó por mil y tras un gesto de orgullo herido por rechazar sus inestimables sugerencias, se rindió y se puso a la defensiva:

—Pues algo tendrá que inventarse. La gente quiere esa continuación. A nosotros nos gustaría esa continuación. Tendría que escribirla. —pero realmente quería decir “debería escribirla”—. Piense en cuanto se podría maximizar la inversión.

—La inversión se maximizó hace tiempo y da para invertir mil veces más.

El clima más apacible que había reinado tras leer mis cifras de ventas se esfumó y volvió a mostrarse antipática conmigo. Se limitó a fruncir el ceño y volvió a aporrear las teclas del ordenador con sus dedazos en busca de algo.

—Firmó un contrato antes de publicar su primer libro…

—Sí, cuando no estaba en posición de negociar nada.

—Firmamos un contrato ampliable en el que haría tres novelas, a petición de la editorial y de las que se llevaría una parte de un 5% de los beneficios, de superar cierta cifra, cosa que ha hecho holgadamente.

—Ya, además de daros toda la libertad para todo tipo de promociones en las que yo colaboraría, etcétera… Al menos me quedaron los derechos de autor.

—No digo que fuesen las mejores condiciones. Pero tras toda nuestra labor comercial, ha sacado un beneficio considerable. Ahora mucha gente le conoce, y antes casi nadie. Todo gracias a nosotros. Tras el tercer libro, le ofreceremos un contrato con muchos más beneficios y libertades creativas.

—Pero se me dijo que el tercer libro en caso de tener un éxito razonable los anteriores, sería a mi elección. Pues bien, ya he escrito los dos que querían y con mucho éxito.

—Estoy al tanto. No se le prometió nada seguro, pero sí que se estudiaría una negociación en ese caso —concedió ella, mostrándose flexible por primera vez—. ¿Qué propone?

— ¿Se me tendrá en cuenta?

Sus labios se curvaron en una extraña sonrisa maliciosa que le daba aspecto de sapo.

—Desde luego. Es uno de los escritores revelación y sus primeras novelas han tenido mucho tirón entre el público. Si saca una nueva novela cuando las anteriores estén frescas, aunque sea una basura, encontraremos la forma de vendérsela a la gente para que la compre…” El regreso del autor de Pretérito Perfecto Simple con su novela más personal”, o algo así. Pero tampoco nos vamos a arriesgar con algo que la gente no quiera.

—Tengo algunas ideas —anuncié deseoso de contribuir.

—Le escucharé atentamente —prometió ella poniendo los ojos en blanco y reclinándose sobre la silla, juntando las manos en su regazo.

—He empezado a escribir una historia, similar a la clase de escritura experimental que hacía antes —ante la palabra “experimental” ella arqueó una ceja, pero siguió prestando atención aparentemente, lo cual me dio pie a explayarme—. Será una serie de relatos de distintos personajes, todos de ambientes acomodados, indagando mediante monólogos interiores sus preocupaciones y pensamientos en sus vidas privilegiadas.

— ¿Cree que a la gente le interesará eso? — apuntó ella con demasiado escepticismo.

— ¿Por qué no? Todo el mundo adora o detesta a la gente famosa y rica. Pero sería interesante saber lo que realmente les pasa por la cabeza, al fin y al cabo, son seres humanos como cualquier otro. Y qué mejor que el monólogo interior para plasmar eso. De hecho, tengo ya notas escritas sobre el personaje más importante, que será una modelo. Me he basado en mi novia actual, que es modelo, pero aún no ha pegado el salto. Inspirándome en mi musa, estoy consiguiendo ponerme en la piel de una modelo famosa para después redactar las notas con un estilo libre que…

No me di cuenta que la atención de mi interlocutora se iba diluyendo según hablaba. Curvó sus cejas hacia arriba hasta adoptar una expresión de completa indiferencia para luego abstraerse en sus pensamientos repletos de billetes verdes y cifras escandalosamente largas, deseando con todas sus fuerzas que yo dejara de hablar. Finalmente, no pudo aguantarlo:

—Señor Uriarte, todo eso es muy interesante —me interrumpió ella con toda la falsedad que fue capaz—. Pero verá, tengo una reunión con mi siguiente autor y no disponemos de tiempo. Escriba un resumen de todo el argumento, así como un adelanto de las primeras páginas cuando las tenga preparadas y nos lo envía por correo electrónico a la editorial. Lo estudiaremos para su viabilidad.

Frustrados mis deseos de compartir mis ideas, me resigné a asentir y aceptar su tarjeta de contacto.

—Recuerde que mientras presente algo que consideremos que la gente quiera, podemos plantearnos publicarlo. Aunque sinceramente, nos gustaría que escribiera algo más “normal”, como la tercera parte de Pretérito Perfecto Simple. No es complicado, el título podría ser Futuro Perfecto. ¿Ve lo fácil que es? Imagínese lo contento que nos pondremos nosotros, usted y los lectores cuando empecemos a recuperar la inversión.

Preferí no imaginar la cara contenta de Sofía Altamira por el momento.

—Eso es todo por hoy. Tendrá noticias mías pronto —concluyó ella al levantarse de su silla dirigiéndome una sonrisa forzada que en realidad decía “váyase ya, por favor” mientras estrechaba mi mano, esta vez no sudada.

Era evidente que Sofía no estaba dispuesta a salir de la cafetería conmigo y si se lo proponía, terminaría con el azucarero incrustado en el gaznate. Decidí darle el gusto. Pagué la cuenta y salí de ahí pitando para reunirme con mi canario.

¿Cómo una persona así podía ser mi editora? No pude evitar imaginármela rebobinando la cinta incrustada en su corteza cerebral para el pobre infeliz de la próxima reunión.

Al menos, algo había conseguido. Que me dieran la oportunidad de tener libertad creativa en mi próxima novela, aunque fuera pequeña. Trabajaría con mi musa, y en poco tiempo les entregaría una obra maestra que rendiría a los críticos literarios a mis pies.

Mi fantasía no duro demasiado, porque mi musa rubia, alias “el canario”, me dejó esa tarde al volver a su apartamento.

Encontrarme una maleta repleta de las cosas que había ido dejando en su piso estos meses, indicaba sospechosamente que me estaba dejando. Ella estaba mirándose al espejo para variar. Con poco entusiasmo y de carrerilla me dijo que esto no funcionaba, que era demasiado complicado, que la daba miedo porque observaba todos sus movimientos (¿qué esperabas, siendo una musa?) y aprovechó para quejarse sobre que tenía mal gusto comprando decoración para la casa…. Cuando me quise dar cuenta, estaba en el rellano con la maleta en la mano y la puerta cerrada en las narices, mientras por la rendija se colaban algunas de sus últimas mentiras como “ya te llamaré” y similares.

Después del proceso de traducción y de investigar un poco los días siguientes, me di cuenta que me había dejado porque no le iba a conseguir “contactos” que fueran su trampolín a la fama de su carrera de supermodelo. ¿Qué esperaba de un escritor? Ni que fuera un futbolista…

No lloré mucho su ausencia. Bueno, sí. Me dejo empantanado. Me quedé sin musa y sin novela. Y además no me devolvió unos imanes que compré para “colaborar en la decoración de la casa”. Se ve que al menos algo de gusto sí tenía.

¿Qué iba a escribir ahora? ¿Qué podía escribir lo suficientemente bueno antes de que la editorial me obligara a escribir la tercera parte de Pretérito Perfecto Simple?

Eso sí que era un dilema y no el monólogo de Hamlet.


SINOPSIS


«Si tan sólo escuchara lo que la gente quiere, nunca escribiría nada» (Unax Iriarte)


¿Alguna vez te jactaste de algo para después arrepentirte?

Imagina que tu sueño fuera ser un escritor de renombre literario.

Imagina que logras publicar una pésima novela comercial por encargo.

Imagina que, muy a tu pesar, la novela se convierte en un superventas y fenómeno social.

Ese es el conflicto de Unax Iriarte, el joven escritor al que sólo le queda la ironía tras sentir que es un mero espectador de la vida que se desarrolla ajena a su control en su nueva condición de famoso.

Es el foco de los medios, solicitado por la fauna farandulera de la ciudad, deseado por sus fans, despreciado por la élite cultural y presionado por la editorial para continuar exprimiendo el éxito de la novela.

Además, sus frívolos y alocados amigos de la infancia con los que vive tienen planes propios para aprovecharse de su fama.

La única salvación para Unax es escribir la novela que realmente quiere, no la que todos los demás esperan. Pero la odisea para encontrar la inspiración y superar su bloqueo no son sólo meras consideraciones artísticas.

A veces, para mirar hacia el futuro, hay que volver al pasado para encontrarse en el presente…

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