Mi familia, desde tiempos inmemoriales, se estableció en un pueblecito gallego situado a 15 Km. de Vigo y a otros tantos de Tuy; este pueblo se llama Poliño.

Según algunos historiadores y otras fuentes oficiosas, este pueblo fue fundado por un tal Jerónimo Barallobre, que en los tiempos en que Vigo era una aldea y Tuy no era más que una frontera con Portugal, estableció un puesto de venta de pollo asado en el valle de la Xoubiña, paso obligado para todos los mercaderes con destino a Portugal.

A pesar de que el menú ofrecido a los clientes había evolucionado e incluía costilla de cerdo a la brasa, chorizos criollos y cocido gallego, el plato fuerte seguía siendo el pollo asado. Era muy normal mientras se paseaba por los bosques del valle, escuchar entre los árboles el grito publicitario de las excelencias de la posada de Jerónimo: «¡poliño! ¡Poliño asado! o mellor do condado».

El rústico restaurante de Jerónimo tenía el nombre de «POSADA BARALLOBRE», todo el mundo lo conocía por «LA POLLERIA».

En vista del gran éxito de la venta de pollo asado, muchos fueron los comerciantes que fundaron sus negocios cerca de La Pollería.

Uno que fundó su negocio cerca de La Pollería, fue Ramón Nonato, que desde muy niño se había trasladado a Inglaterra y trabajado como sastre en la corte del Rey Arturo. A sus oídos llego la fama de los pollos asados y decidió trasladar su negocio a las inmediaciones de La Pollería. Esta sastrería fue conocida durante muchos años como «El Sastre Ingles». Con el paso del tiempo la sastrería se convirtió en un almacén donde se vendía de todo, desde hierbas para curar enfermedades, hasta nobles espadas de acero, incluso se dice que tenía una sección para herrajes de caballo. Fue evolucionando y adaptándose a los nuevos tiempos y en la actualidad todavía quedan algunos locales derivados de aquella antigua sastrería.

Uno de los Bisnietos de Jerónimo Barallobre, emigró a América, con la intención de hacerse rico vendiendo pollos en el continente Americano, pero la venta fue un fracaso, a los yanquis no les iba el pollo. Se casó con una escocesa que conoció en el barco, Christine McDonald, y la puso a trabajar en el restaurante el cual estaba a punto de quebrar. Pero un día, les sonrió la suerte. Christine, estaba preparando unas albóndigas para la cena, tenía la carne picada y adobada formando pequeñas esferas sobre la mesa. Una mosca se posó sobre una de las albóndigas y Christine dio un fuerte golpe con la mano abierta para matarla, cosa que no consiguió, lo que sí logró fue hacer la primera albóndiga plana. Entusiasmada por el invento la incluyó en el menú con el nombre de «Hamburguesa».

Uno de mis antepasados, Federico Pollón, de camino hacia Portugal en busca de fortuna, fue contratado para trabajar en La Pollería, su intención era quedarse un par de semanas para ganar un dinero y continuar el viaje, pero… en un desliz, típico de aquellos tiempos, dejó en estado de buena esperanza a la hija del jefe de cocina, y fue convencido sutilmente para que la aceptara en matrimonio. Federico, intentó negarse en un principio, pero, después de una larga conversación en donde le rompieron un brazo y varias costillas, no tuvo más remedio que aceptar el ofrecimiento.

Como ustedes comprenderán, después de lo ocurrido y trabajando en la pollería, apellidarse Pollón, era una incitación a la burla y al cachondeo. El problema se solucionó haciendo una rayita en la primera «o» transformándola en «a», y así, señoras y señores, fue como nació el apellido familiar y el inicio de nuestra saga.

El más antiguo de los descendientes de Federico Pallón, todavía vivo, es mi abuelo Aniceto. Presume de haber participado en la segunda guerra mundial, de haber estado en el frente Ruso y de haber peleado en Vietnam, cosa que es mentira ya que nunca salió del pueblo, pero como lo conocemos bien y para no cabrearlo, de vez en cuando dejamos que nos cuente una de sus batallitas. Está sordo como una tapia, y a pesar de llevar un sonotone no se entera de nada. La verdad es que lo lleva siempre apagado para no aguantar a mi abuela.

Doña Concha, mi abuela, tiene la manía de hablar por los codos, nosotros, a escondidas, la llamamos doña Cotorra. Su única ilusión, es librar al mundo de los niños pobres, enviándoles comida y ropa a toneladas, cosa que perjudica bastante la economía familiar. Es una misión muy digna de elogio, si no fuera porque se pasa el día atosigando a la gente pidiendo dinero para sus niños hambrientos y no es la primera vez que, vestida con harapos, se instala en la puerta de la Iglesia a pedir limosna. Por esto, tenemos que tenerla constantemente vigilada.

El hijo de Don Aniceto y de Doña Concha, es mi padre, Eustaquio Pallón, más conocido por Taquito. Mi padre, trabajo hasta los Veintiocho años de barrendero del pueblo, llegando a alcanzar la categoría de Jefe Organizador de Grupo de Trabajo, nombre muy rimbombante, pero que la única diferencia que tiene con un peón es que cobra cincuenta euros más. A esa edad, decidió ingresar en la escuela nocturna y no por aprender, sino porque estaba locamente enamorado de la profesora, la cual nunca le hizo caso alguno. De todas formas, su paso por la escuela cambió su vida rotundamente. Aprendió a leer y a escribir y con la facilidad de mentir que heredó de su padre, la facilidad de palabra que le legó su madre y los entresijos del ayuntamiento que conocía a través de su trabajo, decidió probar en la política, y desde hace un montón de años es el alcalde del pueblo.

A pesar de que su gordura es el resultado del poco ejercicio y de la mucha comida que mete entre pecho y espalda, él se niega a aceptarlo y dice que su obesidad es producida por el trauma adquirido cuando la profesora de la escuela nocturna le dio calabazas.

A consecuencia de su gran volumen de grasa, contrajo una enfermedad bastante rara y de la cual no recuerdo el nombre, que le impide retener los gases. Esto hace que se tire unos pedos de campeonato. Para evitar esto, tiene que tomar diariamente unos comprimidos que hacen que los aires fétidos sean silenciosos e inodoros, pero le producen ardor de estómago, por lo cual sólo se toma las pastillas cuando llega al pueblo alguna visita oficial o durante un banquete.

Le estaba terminantemente prohibido sentarse en la taza del retrete, temíamos que no soportara el peso. La reforma que se tuvo que hacer en el piso fue tremenda: Ampliar el ancho de los pasillos y puertas, reforzar la cama y el sofá con pequeñas vigas metálicas, incluso un arquitecto amigo de la familia, sugirió que habría que reforzar la estructura del edificio, pero preferimos rezar para que nunca sucediera la desgracia, antes que meternos en gastos tan inmensos.

Un buen día, durante las fiestas del pueblo, hizo su aparición una de las atracciones más en boga en aquellos tiempos, la actuación de un mago.

El mago se hacía llamar «Chuan Li Chu» y decía su cartel publicitario: «Desde el lejano oriente, el mejor mago surgido de la misteriosa china». Su verdadero nombre era Remigio Fernández, natural de Monforte de Lemos, Lugo. Traía consigo una muchachita que hacía las veces de conejillo de indias y que le ayudaba a cargar con las maletas, aquella linda jovencita se llamaba Carmen Ledo, y sería mi futura madre.

Con el paso del tiempo y con la llegada de los hijos, mi madre, a diferencia de otras mujeres, comenzó a adelgazar de una manera bastante sospechosa. Todo el pueblo pensó que estaba aquejada de un terrible cáncer. Según los médicos que la atendieron, no era más que una respuesta refleja ante la gordura de mi padre. Ella, intenta por todos los medios alcanzar su sueño dorado: Conseguir que mi padre adelgace. Cosa que todavía no consigue, a pesar de poner en ello todo su empeño.

Todas estas frustraciones repercuten en su propio cuerpo y de esta forma la que adelgaza es ella. Esta fue, más o menos, la explicación que dio el psicólogo del seguro, por lo que pueden ustedes deducir, que tanto puede estar acertada como totalmente equivocada. Al llegar a ese estado de esbeltez, que era la envidia de las vecinas, gordísimas todas ellas. Se acentuó su altura, ya de por si considerable, y cuando se pone tacones, cosa que suele hacer con bastante frecuencia, parece sacarle varios palmos a mi padre, a él le fastidia horrores y le obliga a andar de puntillas para ponerse a su altura.

En el pueblo les llaman la pareja Diez, mi madre el «1» y mi padre el «0».

Actualmente, y después de haber criado a todos sus hijos, actividad que la mantuvo ocupada durante algunos años. Comenzó a aburrirse enormemente y entró en un estado de nostalgia que nos afectó a todos. Se pasaba la mayor parte del día relatándonos sus experiencias sobre el escenario, contándonos una y mil veces como el mago la hacía desaparecer o como la convertía en osito de peluche. Como nosotros no le hacíamos el menor caso, decidió comprarse un pequeño equipo de magia casera y se pasaba las horas muertas ensayando nuevos trucos ante el espejo o corriendo por la casa detrás del gato para intentar hacerlo desaparecer.

Lo cierto, es que ha conseguido algunos logros en lo que se refiere a la cartomancia y suele hacer unos trucos bastante espectaculares con la baraja. La práctica adquirida en el manejo de las mismas, la facilidad al escamotear una carta y la destreza al realizar el trueque de un naipe por otro, la llevó a organizar unas partidas de tute, que se celebran todos los viernes y durante las cuales despluma a todo el vecindario.

Ya sólo me queda hablar de mis hermanas, Irene y Esperanza. Irene es la más joven y la que próximamente contraerá matrimonio con Adolfito, un joven, a mi entender un poco imbécil, hijo de don Prudenciano Romero, famoso industrial de la zona, perteneciente al ramo de la construcción, que se dice tiene una impresionante fortuna personal.

Mi hermana Irene, es un putón verbenero. Le gustan más los hombres que a mi padre la comida, que ya es decir. Por su cama han pasado infinidad de jovencitos de todas clases y tiene, bajo llave, en un cajón de su mesilla, un buen montón de artilugios y aparatos para conseguir el máximo de placer en lo que ella llama «experiencias sensoriales». En ese cajoncito se amontonan sin orden ni concierto, consoladores, preservativos de todas formas y colores, braguitas de fantasía, cremas para retardar la eyaculación, penes sintéticos, vaginas artificiales, píldoras para excitarse, revistas pornográficas, un par de porros y hasta un muñeco hinchable con una cosa enorme entre las piernas que mi hermana llama con todo cariño «Oscar». También tiene un diario, donde anota las fechas, sujeto en cuestión, duración del coito, tamaño del pene, grado de intensidad de placer y especialidad del experimentado, ya sea masturbación, cunnilingus, etc.

Mi otra hermana, Esperanza, no consiguió casarse nunca y no por falta de pretendientes, pero por una causa o por otra, los rechazaba a todos. Quizá sea por su carácter demasiado introvertido o por su excesiva religiosidad. Creo que va para santa. Si por ella fuera, en casa se rezaría el rosario todos los días y que a nadie se le ocurra comenzar a comer sin bendecir la mesa, porque entonces se pone a llorar como una histérica y comienza a llamarnos ateos, herejes y otras menudencias por el estilo.

Nadie sabe de dónde le salió ese impulso religioso que le obliga a asistir a misa a diario. A pesar de ser todos nuestros antepasados católicos, ninguno fue un fervoroso practicante. Lo cierto es que se lo toma demasiado en serio y ya nos tiene dado un par de sustos. En una ocasión y ante el asombro de todos nosotros, se lio a tortas con un evangelista que pretendía entregarle un panfleto publicitario. Si no la separamos a tiempo, hubiera linchado en nombre de Dios al pobre predicador, que se fue con las mejillas coloradas y con un gran mordisco en la nariz.

Todos los pretendientes que tuvo, fueron rechazados en cuanto intentaron algo más que un simple beso en la mejilla o una leve caricia en sus manos. El que más tiempo duró, fue un chico muy tierno y cursi, al que llamaban Manolín. Le iba como anillo al dedo. Rezaban juntos, se miraban a los ojos, escribían poemas y cosas por el estilo. Mientras los demás chicos de su edad, iban a cines, a discotecas o asistían a algún concierto de rock, ellos iban a misa, asistían a funerales y leían la Biblia a ratos perdidos.

Esta relación se truncó por culpa de un malentendido y a pesar de que intentamos convencerla, explicándole que todo había sido una equivocación. Ella no se dio por enterada y dijo que a lo hecho pecho y que no quería ver a Manolín en su vida.

Todo sucedió un día en que se recibieron en casa dos regalos, uno para Esperanza y otro para Irene. Uno de los regalos consistía en un par de guantes de piel, que Manolín enviaba desde Ceuta, donde estaba haciendo la mili; El enorme fallo que tuvo Manolín fue no haber puesto el remite en el sobre.

El otro regalo, eran unos ligueros adosados a unas preciosas braguitas de cuero negro, con abertura en la entrepierna, que uno de los amantes de Irene, le regalaba por los favores recibidos. Este último regalo provenía de unos grandes almacenes y tampoco tenía nota alguna. Supongo que se imaginan ustedes lo que aconteció. Efectivamente, así fue.

Mi Madre, recogió los regalos y al poco tiempo había olvidado cual pertenecía a cada una de sus hijas y los entregó equivocadamente. Los abrieron en el comedor, ante toda la familia. Cuando Irene contempló los guantes se preguntó quién le enviaría semejante regalo, pero se dio cuenta al instante cuando Esperanza abrió la caja que contenía las braguitas al verlas simplemente se desmayó. Todos comentamos quien podía ser el indecente capaz de hacer semejante regalo y creímos que alguno de los antiguos pretendientes de Esperanza quisiera vengarse por haber sido rechazado.

El asunto del regalo, pudo haberse dado por zanjado en ese momento, pero cuando Esperanza ya estaba recuperada del susto y se había hecho a la idea del ex-novio vengador, recibió una carta de Manolín que decía textualmente:

Querida Esperanza:

Siento decirte que no podremos vernos hasta dentro de tres meses ya que han anulado todos los permisos. Espero que te haya gustado el regalito que te envíe, Sé que no acostumbras a llevarlos, pero el invierno promete ser frío y te vendrán muy bien. Es de un color muy delicado, pero la dependienta me garantizó que no es manchadizo, ella misma me enseñó un par que llevaba desde hace tres semanas y no tenían la más mínima mancha. ¡Cómo me gustaría poder ponértelos yo mismo por primera vez! Indudablemente serán muchas las manos masculinas que los toquen antes de que yo tenga oportunidad de volver a verte, pero espero que pienses en mí cada vez que te los pongas. Hice que se los probara la dependienta y a ella le sentaban muy bien. No sé cuál es tu talla exacta, pero creo que estoy en condiciones de poder juzgar mejor que nadie. Cuando los estrenes, échales un poco de talco, para que entren mejor; y, cuando te los quites sopla en su interior antes de guardarlos porque, como es natural, estarán un poco húmedos. Piensa, querida mía, el número de veces que habré de besarlos cuando vaya de permiso. Me despido con la esperanza de que aceptes el obsequio con el mismo ánimo y alegría con que te lo ofrezco.

Manolín

Cuando Esperanza leyó la carta, entró en un estado de coma místico del que no se recuperó hasta pasadas algunas semanas. Rompió todas las cartas que Manolín le escribía y se negó a hablar con él por teléfono. Cuando este llegó de permiso, no quiso saber nada de él y a pesar de que manolín insistía casi a diario, mi hermana lo mandó a freír espárragos.

Juró y perjuró que nunca volvería a tener novio y que nunca se casaría, su único amor era Dios y con él le llegaba y le sobraba.

Manolín, volvió a Ceuta, se reenganchó en el ejército como cabo furriel. Años más tarde retiró del oficio a una prostituta y se casó con ella, dicen las malas lenguas que fue para vengarse de mi hermana. Desde luego, la gente tiene una forma muy rara de vengarse.

Esperanza, después de romper con Manolín, se autoproclamó «Viuda Virgen». Llevó todos los vestidos al tinte y desde aquel momento viste siempre de negro y continua con su labor de poner a parir a los Testigos de Jehová y de luchar contra el pecado.

Y hasta aquí, señoras y señores, mi familia. Como pueden comprobar es un grupito un tanto peculiar, pero la verdadera historia comienza cuando…

Sipnopsis:

Todo comienza cuando una de las hermanas del protagonista se queda embarazada y decide casarse. La familia encarga al protagonista los preparativos de la boda. Todo se complica y se ve implicado en el trafico de drogas donde un inspector de policía está convencido de la culpabilidad del protagonista y un cartel de la droga cree que le están haciendo competencia, todo ello en clave de humor, donde hacen su aparición un elenco de personales de lo más peculiar.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS