La madrugada es corta cuando el sueño llega y demasiado larga para los llenos de sueños. Esos que no tienen cama ni techo. La catedral esta cerrada, mientras los niños con hambre les rezan a sus santos, arrodillados en el umbral, justo antes de recostarse entre papeles viejos, en el descanso de aquella escalinata de esperanzas.
La noche madruga al menos avispado. Traga, devora y vomita a los desesperados. Los escupe diferente, más ruines, menos felices. La luna, sin embargo, sigue ahí, brillando el sendero. Pero el camino es incierto cuando no se tiene horizonte.
La hora no le sirve a los que viven sin tiempo. Para los que hacen malabares con antorchas, el horario del día es un detalle. Detienen las agujas del gigante monumento con reloj, aquellos ansiosos por jugar. Los adictos a la vida, a la muerte. El yin yang, que dicta que uno sin el otro no serían lo que son.
Hay historias, hay cuentos, hay metáforas. Y la realidad se encuentra allí. Oculta en letras, crudas, pero ciertas. Acertadas y llenas de esencia sin igual. Sin embargo, a veces, cortas de alcance. Faltas de comprensión, hasta de empatía diría. Pero ahí están, y las escribo yo.
Me oculto e
n la sombra de un pasillo que alguna vez también fue mío. Ahí donde uno estuvo, siempre habrá un lugar vacío. Sitio de pesadillas al que no se debiera volver. A pesar de ello, ¿quién dice que no? Un paseo por el infierno es necesario para saberse humano, justo segundos antes de volverse un betseller.
Carlos David Rodriguez (2021)
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