CAPÍTULO 1. EL FOTÓGRAFO DE SAN LUIS
La sonora bofetada la tomó desprevenida. De pronto se volvió consciente y se miró a sí misma con la ropa a medio quitar, tambaleante y desgarbada, sintiendo el peso encima de aquel hombre que había estallado inesperadamente contra ella por medio de ese golpe inverosímil. ¿Se encontraba frente a un sádico? ¿De esos que infringen sufrimiento para sentir placer?
«¿Por qué me golpea?» Se preguntó atónita, «¿Es un gusto? ¿Una moda? ¿Quién es este hombre con el que estoy».
De pronto sintió miedo al ver sus ojos desorbitados y no pudo evitar preguntarse: ¿Qué estaba haciendo ahí? ¿Por qué estaba siendo penetrada por detrás por alguien a quien apenas conocía y que la estaba maltratado? Se vió a sí misma como un cuerpo sin animación siendo utilizado pesarosamente a propia voluntad.
¿Y el amor? ¿Dónde quedó el amor? ¿En qué momento esa búsqueda frenética e infructuosa se convirtió en una mueca patética de un acto sexual salvaje y carente de la más mínima pizca de sentimiento?
El fotógrafo, quien horas antes la había invitado a pasar a su casa y mientras degustaban vino, quesos y jamón serrano en una romántica velada, la había sorprendido con sus historias y su impactante personalidad; se levantó de dentro de ella. Se limpió de las narices los restos de un polvo blanco que hacía unos momentos le dió a probar por primera vez en su vida.
Cuando él le ofreció cocaína, Giselle pensó en medio de una vorágine de besos: «¿Y por qué no?» aunque una alerta se encendía en su pecho. Una alerta de esas en las que sabes que vas a traspasar los límites. Esos límites de los que nos sentimos atemorizados cuando se transgreden, de esos que sabemos son un punto sin retorno.
La noche transcurrió implacable. Amaneció demasiado pronto en San Luis. Giselle abrió los ojos intentando sentir unos brazos que la acurrucaran, algo de calor; lo que fuera que le dijera que estaba en el lugar correcto. Pero el fotógrafo la miró despectivamente; sólo eso.
¿Y las horas de chat interminable donde desgranaron sus vidas de a poco? donde le contó hasta su más escondido sentimiento. Al parecer habían terminado. ¿Y la noche anterior de sonrisas expectantes, de anécdotas fabulosas y vino tan embriagador como el aroma de su loción? También se había esfumado.
–Vistete –le dijo serio, –yo tengo que ir a un compromiso con mi hija, te llevare al club, está cerca, luego regresaré contigo– mintió en tono grave.
Ella lo miró hacia arriba por su 1.87 de estatura y sus ojos nerviosos como quien oculta algo. Asintió. Sabía que él había reservado el lugar mencionado, para que ambos pasaran un confortable y delicioso día en el spa. Se sintió un poco aliviada.
Lo que no imaginaba, era que el momento de pasar ese día con el tipo al cual había conocido meses atrás en aquella app de internet donde “la gente de hoy” se conoce para relacionarse modernamente, donde las vidas carentes de compañía se anuncian como un escaparate que exhibe mercancía en soledad, donde cotidianamente se buscan emociones, placer inmediato, afinidad o simplemente encontrarse, jamás llegaría; más bien la dejaría sola el resto del día y la noche siguiente.
Giselle repasaba una y otra vez en su mente las conversaciones de chat que tuvo con el fotógrafo:
Jorge: –Soy un hombre culto, la fotografía es mi pasión al igual que mis hijas, ellas son todo para mí.
Giselle: –¿Eres padre soltero? ¿Cómo fue eso?
Jorge: –Mi esposa me dejó hace años, se fue con otro. Pero mis hijas y yo hemos salido adelante sin ella.
Antes de decidir lanzarse a la aventura de ir a verlo hasta su casa en otra ciudad; pensó que todo estaba bien.
La historia que él le contó por chat sobre su vida, aunada al perfil que construyó sobre sí mismo, le habían hecho deducir que aquel hombre de cuarenta y tantos años era un atractivo, intelectual y exitoso personaje dotado de un generoso y noble corazón. La tragedia de haber sido abandonado por su ex pareja y por lo tanto haber tenido que asumir el papel de padre y madre, lo volvían aún más agradable para los ojos de Giselle, pues la hizo pensar que Jorge poseía un carácter determinado pero lleno de bondad, sacrificio y amor. O al menos eso le había hecho creer o ella se había construído esa mentira y se la había vendido hasta comprársela a sí misma.
–Pues hasta eso que no resultó tan patán amiga– le dijo por teléfono Brenda Miranda, su amiga y confidente. –Por lo menos pagó la noche de hotel y te dijo: pide lo que quieras. Deberías sentirte afortunada. Te salió barato– le escuchó decir disimulando la risa.
«A él le salí barata» pensó para sí, «una puta le hubiera costado más que una noche de hotel y lo que pudiera pedir de comer y yo no soy una puta » ¿o sí lo era? dudó, «¿Cuándo una mujer se acuesta con un hombre por placer y con expectativas de establecer una relación duradera y sin cobrar nada a cambio, se está prostituyendo?» se preguntó para sus adentros.
– ¿Pero no entiendes Brenda? – le dijo entre llanto. –Estoy aquí sola, vine desde la ciudad hasta San Luis para conocerlo, para estar con él, por todo lo que habíamos estado hablando por meses, pensé que lo conocía, cuando menos un poco, pensé que en verdad quería estar conmigo, conocerme, que iniciaría una historia entre nosotros. ¿Y ahora? Veme aquí sola como la grandísima estúpida que soy… me siento burlada, humillada, ¡me dejo sola! Sólo me envió un patético mensaje diciendo que no había resultado ser lo que él esperaba y prefería no volver a verme. ¿Puedes creerlo?
–Lo sé amiga, e imagino cómo te sientes, –contestó Brenda. –Lamento tu decepción y que estés pasando por esta experiencia tan …triste, pero ve lo bueno; por lo menos sólo te abofeteó, no te lastimó de verdad o algo peor, una vez vi una película, donde no te imaginas las cosas que un tipo le hace a una mujer; digo, te arriesgaste a que fuera un asesino serial o no sé qué, antes di que no te quedaste sin riñones – le dijo, con su ya característico tono positivo de sarcasmo que Giselle tan bien le conocía cuando intentaba ser “optimista”.
Lo que Giselle no podía soportar, no era lo mucho que se expuso y lo peligrosamente lamentable que pudo ser la situación, se quería tan poco que eso resultaba lo de menos. Incluso no le importaba tanto que fuese el enésimo intento fallido de encontrar el amor de esa manera. Ella se convencía a sí misma diciendo: «A ver Giselle, si tuviste la fortuna de nacer en un siglo donde la ciencia y la tecnología permiten cosas que antes eran imposibles, le permiten a las personas superar obstáculos como el tiempo y el espacio, ¿por qué no aprovecharlo?» solía pensar, «De esta forma puedes llegar a encontrarte con personas que de otra manera jamás habrías podido conocer, aunque te las hubieras topado de frente por la calle ».
Lo que en verdad le lastimaba era que gracias a su desesperante ingenuidad y a su completa falta de autoestima, una vez más la habían pisoteado. No tanto por la desagradable forma en como fue sometida en un acto sexual totalmente inimaginado de cómo lo tuvo en mente, si no por el franco sentimiento de humillación de haber sido rechazada de nuevo, como si fuese mercancía defectuosa que se recibe, se usa y se devuelve porque no otorgó la satisfacción esperada.
Los montones de preguntas se revolvían en su cabeza: «¿Fue porque estoy gorda? seguro cuando me vio desnuda se decepcionó, pero ¿qué quería el muy imbécil? ¿Una diosa griega? Sí le conté que tengo 2 hijos, él obvio se debió imaginar que mi cuerpo ya no es perfecto. ¿Habrán sido mis estrías? No, de seguro le asqueó la cicatriz que me dejo la lipectomía, y yo que me la hice para verme mejor y gustarle al hombre de mis sueños, carajo; con todo lo que me dolió y todo lo que gasté».
Pero lo cierto, es que esos sueños de amor malsano emergían de algún lugar. Su maldito romanticismo era quien una vez más le jugaba una mala pasada, las lecciones al haber visto cientos de películas de amor hollywoodenses, las telenovelas rosas en su haber, la imagen de la historia de amor eterno y mal concebido que se empeñaba en subsistir en su mente, desembocaban de forma patética en el concepto de puta barata y ofrecida que en ese momento tenía de sí misma; y este concepto se retorcía dentro de ella y no dejaba de atormentarla, mientras caminaba sin compañía por la plaza de armas de aquella ciudad al norte de su país donde fue a dar.
«Soy la más imbécil de las imbéciles, que va, soy la reina de las imbéciles, no; la reina de las imbéciles por lo menos gano algo, un título de reina, yo sí acaso gane algo; debió haber sido una gonorrea» se recriminaba, mientras miraba a la gente en la plaza y recordaba que aparte de darle varias bofetadas, jamás se puso un condón.
«Bueno, al menos conocí San Luis…es bonito» pensaba para sus adentros, mientras tomaba fotos de la catedral y de los paisajes «de lo perdido, lo que aparezca, ya llegara el bueno» se dijo, al tiempo que se tomaba varias selfies en la banca de un parque.
Posteó como título en sus redes sociales: “Deliciosa tarde de paseo por San Luis”…
Se veía tan bonita. Obvio retocó con su celular las fotos que se tomó antes de subirlas a ese mundo que sirve para aparentar tener una vida interesante, para impresionar a los demás, para fingir que todo está bien y aún seguirá mejor, donde uno se construye una imagen creativamente a medida de su imaginación, sin un ápice de autenticidad y sin aceptación. Irónicamente las fotos reflejaban la imagen de una mujer muy bella en su aspecto exterior, si hubiese podido retratar su interior, más de uno seguramente habría llorado conmovido al mirar tanta desolación y tristeza.
Lo irónico del caso, es que quien contemplara esa escena, no imaginaría que esta experiencia sería una de las menos impactantes en comparación de otras tantas que estaban a punto de sucederle, como parte de una serie de acontecimientos que la marcarían para siempre…
SINOPSIS
Si la huella de abandono que provocó la ausencia de su padre pudiera ejemplificarse en Giselle, sería a través de su obsesiva, frenética y enajenante búsqueda del amor. Lo curioso del caso, es que realiza esta exasperante búsqueda a través de las aplicaciones de moda para encontrar pareja que han inundado el mundo en la actualidad y que al parecer, están cambiando nuestra forma de relacionarnos.
Usando el internet y las redes sociales, le es fácil conseguir varias docenas de amantes, cada uno le va dejando distintas experiencias, algunas la marcan de forma desgarradora.
Conceptos como el ghosting, las relaciones virtuales y los chats, distorsionan la habilidad de discernir entre lo conveniente o lo dañino para una mujer de escasa autoestima y una gran obsesión.
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