Borrador sin título (aún)

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Sinopsis

Querido lector,

Antes de que empieces a leer, quiero hacerte una par de preguntas. Si no quieres responderlas, estás en tu derecho de callar. También en tu cabeza. El responder las preguntas, no te causará ningún daño. Por lo menos, eso dicen los estudios. El abortar el procedimiento, en cualquier momento del mismo, tampoco tendrá consecuencias para ti. Si persistes en tu tarea, recibirás el incentivo de tu propia conciencia o, por lo menos, de la conciencia de tus propias respuestas. Allá vamos.

¿Qué pasaría si el tiempo empezara a ir al revés? Sí, hacia atrás.

¿Qué pasaría si, de un día para otro, en vez de crecer -en el sentido biológico de la palabra-, menguaras? Sí, te hicieras más jóven.

¿Cómo tratarías a tu yo-cada-día-más-jóven siendo tu yo-con-experiencia-de-adulto?

¿Cómo reaccionarías a perder tus sueños, cuyas posibilidades murieron con el futuro?

Ya sé lo que estás pensando. Pf, que el tiempo vaya al revés. Vaya chorrada. Ya intentaron que me lo creyera con Benjamin Button y la idea… realista, lo que se dice realista, no era.

Sí, pues si crees que estas preguntas representan escenarios poco realistas pregúntale al Doctor Flores, al que la falta de previsión, le ha pillado de imprevisto, después de que la acción de unos pocos humanos, haya determinado el destino de todo el planeta. Quién le hubiera dicho a esos humanos, hace un par de años , que quien juega con fuego se acaba quemando. Seguro que alguien lo dijo, pero ellos decidieron ignorarlo. Esperemos que cuando se arregle todo este lío, les haya quedado claro. ¿Que cómo se va a arreglar, preguntas? Para descubrir eso, querido lector, tienes que seguir leyendo. Yo soy, al fin y al cabo, sólo una sinopsis.


Capítulo Uno

Mi Edad Dorada

Hay muchas características tuyas que me invento. No sé ni cuándo, ni por qué me las invento pero en mi cabeza llevan tu nombre, aunque no te pertenezcan. Porque no te pertenecen; no eres quien yo quiero que seas. Quería. No eres quien yo quería que fueras.

Pero esta noche te he reconocido. Te he reconocido, por fin. He reconocido cada átomo de tu cuerpo y me ha parecido tremendamente bello. Bello, de belleza. Tanto que observarte me desintoxicaba el alma, me hacía bien. A la vista y al corazón. Y esto me sorprendía, gustaba y confundía a partes iguales. Hace dos días habría dado lo que fuera por no volver a verte, ni a ti ni a la pobre criatura que gestas. Y es que no me dejabas más opciones que acatar o alejarme de ti.

Hoy, al haberte reconocido, quería acatar. De verdad que quería. Pero entonces, justo antes de que te durmieras, sentí que mientras estuvierais mi lado no podía pasaros nada. Y no puedo hacerme responsable de algo así.

– Disculpe Señor, se le ha caído la cartera.

– ¡Hombre, gracias! Mi abuela decía que después de las dos de la madrugada nunca pasan cosas buenas, quién le hubiera contado que aún a las cuatro quedan personas honestas. – No como yo, pienso. – Brindemos por ello, déjeme invitarle a un tequila.

El viejo se ríe. Que qué grata sorpresa encontrarse con un amigo, me dice, que le invite a tequila. La vida está más rica cuando sabe a tequila. Me lo dice él, sabe de lo que habla, recién llegado está de Guadalajara, México, hace apenas ocho horitas. Ha venido a conocer a su nieto y tocayo, Mateo. Nació la semana pasada, sin complicaciones. 3800 gramos de criatura. Me dice que el cambio horario y los berrinches nocturnos le tienen como un búho. Mi coartada no es tan modesta, le admito al viejo. A hurtadillas me he escapado del dormitorio de la mujer a la que, supuestamente, amo. Oh, qué sorpresa que se frunza el ceño del viejo. El honesto padre de familia debe juzgar a los que no saben amar realmente. Supuestamente no les vale, no. Se lo digo. Él es honesto, yo soy directo. No me da miedo decir lo que pienso.

– No es tan fácil como se piensa.

– Quién dijo que lo fuera, huevón. Sólo le digo que si ama supuestamente, mejor que no ame. Escúcheme, le habla un hombre enamorado desde hace casi cincuenta años. Dense la oportunidad de encontrar el amor cada uno por su camino. Por qué iban a andar un camino juntos, si en él no crecen las flores.

Asiento. Tiene razón el viejo. Pero vuelve a fruncir el ceño, esta vez de otra forma, más confusa, más intensa. Frunce el ceño más y se lleva la mano a la frente. ¿Por qué me mira así? Le cojo la muñeca, pulso irregular. Me mira muy extraño. No se encuentra bien. Le pregunto si se encuentra bien, amigo, que me diga qué ocurre. Titubea un nombre de mujer, no consigo entenderlo. En un segundo, su iris desaparece y su cráneo golpea la barra del bar al escurrirse del taburete y desplomar su desolado cuerpo contra el suelo. Me abalanzo encima de él. Mierda, está inconsciente. Le aflojo la ropa, para que pueda respirar bien. Pero, joder, no respira. Me quito la chaqueta y el jersey le levanto la cabeza al viejo. Le coloco en posición lateral. Mierda, mierda. No respira.

– ¡Qué alguien llame a una ambulancia! ¡Rápido!

No respira. Le tengo que reanimar. Viejo, te arranco la ropa que llevas puesta. Vamos, viejo, respira. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Por favor, amigo, respira. Uno, dos, tres, cuatro. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Me acerco al pobre viejo. Por favor, échame el aliento, viejo, échame el aliento. Yo te doy de mi aire pero no te vayas viejo, piensa en Mateo. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Te voy a partir el tórax. Doce minutos reanimándote y no respiras viejo. Uno, dos, tres. Sigues sin respirar. Estás frío viejo. Viejo, joder, estás muerto. Miro el reloj. 04:54.

Me siento a su lado en el suelo y me llevo las manos a la cabeza. Joder. La mujer que nos había servido los tragos al viejo y a mi se acerca con los ojos muy abiertos. Balbucea:

– ¿Está muerto?

Asiento hundido.

– ¿Y qué hacemos?

Me acerco al viejo y le cierro los ojos con una caricia.

– Dejarle descansar. Llamaste a la ambulancia ¿verdad? Ya vienen a por él.

– Madre mía… Vaya nochecita. Es la luna llena ¿sabe? Hace que cunda el caos.

– Probablemente haya sufrido un ataque cerebrovascular o muchos años de tabaco y tequila. Estábamos manteniendo una amable conversación cuando pareció sentir un intenso dolor de cabeza, después tenía dificultad para hablar y entenderme. Y entonces cayó redondo. El pobre viejo, le quedaba aún tanta ilusión en el cuerpo. Acababa de nacer su nieto y sólo le ha visto durante un par de horas. Qué tragedia. ¿De verdad cree que la luna es así de mala?

– Sí que es una tragedia, sí. Yo conozco a la hija del señor Mateo ¿sabe? Es una chica fantástica, su aura es igual de roja que su barra de labios, muy roja.

– ¿Y eso qué quiere decir, si me permite la imprudencia?

– Que es una mujer independiente, fuerte y luchadora. Al parecer como su padre. Yo no le conocí casi, sólo estuvo aquí un par de veces. Pero su aura me lo decía todo.

– ¿Ya no tiene aura?

La mujer suspira y niega con la cabeza. En otra situación habría cuestionado tantas veces el concepto de aura hasta que se desmontase, pero en esta, por respeto al viejo, me callo.

– ¿Es usted médico? – Pregunta mientras se mete detrás de la barra.

– Sí.

– Ya decía yo: ¡Mucho tiene que saber el muchacho! Yo también sano ¿sabe?

– ¿Ah, si?

– Sí. Pero yo sano el alma. Eso que los médicos no saben sanar.

– Eso es cierto, por lo menos, no todos. Pero para eso están los psicólogos ¿no es cierto?

– ¡Bah, psicólogos! -Expresa con todo su ser, peyorativamente.

Y me echa la chapa sobre por qué la psicología es un cuento, con el viejo ahí, muerto. Que si el alma no puede ser medida en unidades numéricas. Que no, que no, que eso no se puede. Se reduce a trivial lo extraordinario y, que la oiga bien exige, lo sagrado. Nos daremos cuenta el día en el que trascendamos el maquillaje divino, como el viejo. Mateo le daría la razón, si pudiera escucharla. Que qué le parece si dejamos de nombrar al viejo Mateo, le pregunto, ¡por favor! un poquito de respeto. Un poquito de silencio, venga, por el viejo. ¡Que yo, muchacho, qué sabré si el viejo quería silencio! Por favor, no sea ridícula, le pido, todo el mundo que quiere descansar quiere silencio. Shhhh me riñe y se da la vuelta. Buena argumentación, pienso y la dejo ir, por fin.

No olvido al pequeño Mateo. Hace que me acuerde de mi también pequeño feto, flotando en tu vientre. Pudiendo abrir los ojos ya, si quiere, distinguiendo los sabores dulces y salados, y reconociendo tu voz. Maldita sea…

Me doy la vuelta y me pego el susto de mi vida, tanto, que salto contra la barra del bar, dándome tan fuerte en la columna que casi no puedo respirar. El viejo. El viejo está vivo. Está vivo y me mira con los ojos como platos, medio desnudo y jadeando. La ambulancia se oye a pocos bloques de distancia.

– ¿Qué ha pasado?

No respondo. No sé. No sé qué ha pasado. La mujer sale del cuarto de atrás del bar.

– ¡Que alguien me pellizque! ¡Es un milagro, Mateo! ¡Mateo, has resucitado, eres… No eres Mateo, eres Cristo!

– No eres Cristo, viejo. Algo… Algo ha tenido que pasar. Tiene que haber alguna explicación.

– ¿Pero… Pero me morí? ¡Dígame, qué ha pasado!

Los paramédicos entran en el bar, cautos y atentos.

– ¿Quién es el campeón que acaba de estar inconsciente?

– Pues yo, señor, mire cómo me veo. Pero antes alguien tiene que explicarme lo que ha pasado.

– Estaba muerto, juro que lo ha estado por mínimo una hora.- Digo, mirando a los paramédicos.

– Es verdad. Yo también lo he visto. Ha resucitado, señores. Al señor Mateo lo manda Nuestro Santo Creador. – Dice la loca, desde detrás de la barra, con voz punzante.

– Hmm, bueno, ahora está vivo, así que vamos a medirle la tensión. El señor seguro que quiere irse a la cama.

– ¡Pero no puede ser! – Me levanto y me acerco a uno de los paramédicos. Nervioso, no voy a mentir, muy nervioso. Le cojo los hombros y le miro, febril, a los ojos. Que me explique cómo una persona puede respirar una hora después de haberse muerto. En ese momento veo el reloj del bar. Son las 04:03. ¿Han cambiado la hora esta noche? Pregunto.

– ¿Han cambiado la hora?

Otro paramédico me coge a mi por la espalda. Señor, tranquilícese, creo que es mejor que espere en la ambulancia y se venga con nosotros al hospital. No, no. Le quito las manos de mis hombros con las mías. No me voy a ningún sitio. Sí me voy, pero me voy sólo. ¡Esto es una casa de locos! Grito.

– Es la luna llena, encanto.

– ¡Loca!

Salgo del bar, me desabrocho la camisa hasta el ombligo. Necesito aire. Necesito entender qué ha pasado. Tiene que tener algún tipo de lógica. Quizás ha entrado en un coma de una hora. No, no. Porque no respiraba. Porque no respiraba ¿verdad? ¿Cómo iba a haberle dejado ahí tirado si sabía que respiraba? No, no respiraba. Estaba frío. Estaba muerto. Y yo, dos segundos después de muerto, me giro y empiezo a discutir con la loca sobre psicología. Con el viejo ahí, tirado, probablemente no muerto. Pero estaba muerto. Lo sé. Sé que lo estaba. Sé lo que es tocar a un muerto. Es una experiencia traumática, saliente. La reconozco. Sé que estaba muerto. Quizás tengo que concentrarme en el momento en el que ha despertado. Quizás algún impulso eléctrico del suelo le ha reanimado… ¿Cómo va a haberle reanimado un impulso eléctrico del suelo? ¿Qué impulso eléctrico? Si quiero una explicación lógica, quizás debo buscar alguna que sea, por lo menos, algo probable. Como la loca no tuviera un enchufe en el suelo, en el que el viejo haya metido los dedos…

Quizás… quizás no esté pensando suficientemente out-of-the-box. Quizás lo ocurrido esta noche ha sido un evento biológico único. Quizás he sido testigo de un evento de prestigio científico inigualable y… ¡Y he dejado escapar la prueba! ¡El viejo! ¡Tengo que estudiar al viejo!

Corro. Corro tanto que me arden los pulmones. ¡Cómo se me ha podido escapar el viejo! ¡Y cómo he podido andar tanto sin darme cuenta! Aquí está. A la vuelta de la esquina. Jadeo. No está aquí. Joder ¡Joder! Me he perdido. Miro a la derecha, a mi izquierda, está amaneciendo.

Me quedo parado. Estupefacto. Los colores me hipnotizan. Rojos. Violetas. Vaya amanecer más extraño.

Me doy la vuelta. El bar está justo delante mío. ‘El café de medianoche’. La ambulancia se ha ido. Con el viejo, supongo. Joder. ¡Cómo se me ha podido escapar el viejo! La loca sale a la puerta. Me mira.

– ¿Por qué no entra a desayunar?

Me acerco. Porque, si no, no sé qué hacer. Porque no sé qué pensar. Vaya impaciencia. Que. Me. Bloquea. Que no me deja pensar. Que me hace pensar demasiado. Pienso en que me siento en el mismo taburete de la barra del bar en el que estaba sentado antes. Pienso que es por inercia. El ser humano tiende a lo familiar.

– Escúcheme. ¿Cómo se apellida Mateo?

– Cristo, quiere decir.

– Señora, no me vacile. ¿Cómo se apellida Mateo?

– ¡Ay! ¡No lo se, muchacho, no lo sé!

La loca enciende la tele.

Así no tenemos que hablar. – Dice y sonríe agresiva, mientras me ofrece un vaso de café con leche. Yo lo cojo, pero no puedo sonreír, aunque lo intente.

Oigo a la reportera de las primeras noticias de la mañana.

– El mundo despierta en caos tras las noticias que llegan de La Organización Europea para la Investigación Nuclear, CERN, en la ciudad Suiza de Zurich. Al parecer, uno de los experimentos realizados relativos a la antimateria, ha causado lo que el mismísimo Dr. Creuvasier, director del Laboratorio Europeo de Física de Partículas Elementares, ha denominado como una catástrofe. Nos lo cuenta Sandra Robles desde allí.

– Buenos días y gracias, Natalia. Esta noche, sobre las cuatro de la madrugada, mientras se realizaba un experimento relativo a la antimateria, ha habido una explosión en el las instalaciones del CERN. Aún no sabemos las consecuencias que pueden tener estos acontecimientos, pero el mismísimo Dr. Creuvasier, el cual ha pedido a la prensa internacional que acuda esta mañana al Laboratorio, ha aclarado que está completamente seguro de que las tendrá. El experimento, planeado desde principios de Septiembre de 2016, se realizó, según nuestras fuentes, bajo las condiciones exigidas por las comisiones éticas y jurídicas. Aún se están intentando determinar cuál ha sido el motivo de la explosión, ya que los investigadores que llevaban el proyecto están desaparecidos y eran los únicos en el Laboratorio. El Dr. Creuvasier, después de pedir disculpas a las familias de los investigadores y a la comunidad mundial, ha pedido paciencia y confianza. Esto es todo lo que podemos decir por ahora, pero les mantendremos informados a lo largo del día.

Miro a la loca. Que si lo ha oído, le pregunto. Asiente con la cabeza. Que si cree que también ha sido la luna. Niega con la cabeza. No sé usted Doctor, me dice, pero yo me voy en ese instante con mi familia. Me dice también que me agradecería si pudiera cerrar la puerta después de mi, que no me lo tome como algo personal. No pasa nada, digo, yo… Yo también me voy con mi familia.

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