En las sombras
Abrió sus hermosos ojos castaños. Miró alrededor para ubicar en donde se encontraba, y lo único que pudo concluir es que se trataba de una habitación. Las paredes, el techo y el piso estaban desnudos, pero pintados de un intenso tono negro piano y brillante; no había retratos ni muebles.
Se incorporó hasta la cintura, pues el suelo se encontraba demasiado liso, duro y frio; al volverse, descubrió un único hueco rectangular en la pared que simulaba ser puerta, y que al parecer conducía al resto de las habitaciones de lo que parecía ser una pequeña vivienda de un único piso.
Tania Hernández se levantó completamente, preguntándose cómo demonios había parado allí, y qué podía ser ese lugar. Lo único que ella recordaba, era que se había dormido en su cuarto, en su casa del D.F. Y acto seguido, había despertado en aquellas circunstancias, donde para empezar, no parecía vivir nadie. Eso posiblemente podría significar que estaba soñando.
“Es extraño”_ Pensó, mirando a su alrededor con evidente desconcierto y curiosidad_ “He tenido muchos sueños extraños, pero ninguno como éste”.
Bajó la vista para contemplarse a sí misma: Llevaba puesta su piyama con la que se había dormido: un bonito vestido de color turquesa que le cubría desde los hombros hasta las rodillas, dejándole expuestos los brazos y los tobillos. También iba descalza, lo cual le desagradó ligeramente en aquél suelo tan incómodo, y más le extrañó que aquella superficie parecida al metal no fuera capaz de absorber el calor corporal de sus pies en todo el tiempo que había permanecido de pie, pues lo seguía sintiendo a la misma temperatura.
No estaba segura de si era seguro o no moverse de allí y atreverse a salir de aquella habitación en donde se encontraba. Sin embargo, no se escuchaban voces, ni tampoco parecía que hubiera alguien más por allí cerca aparte de ella.
Tras dar un hondo suspiro y armarse de valor, atravesó el hueco de la paredy pasó a otro cuarto. Este era mucho más amplio que el anterior, y a diferencia del otro, éste tenía cuatro entradas que aparentemente conducían a las demás habitaciones de la choza aparte de aquélla en la que había estado ella; sin embargo, en esa sala tampoco había muebles ni ningún objeto decorativo en las paredes. La joven llegó a la conclusión de que posiblemente se trataría del salón principal de la casa.
Estaba todo tan silencioso, sin el más leve rumor que proviniera del resto de la casa o de afuera, que un intenso escalofrío le recorrió todo el cuerpo. La chica también se percató de que aquel hogar carecía de ventanas, y fue entonces cuando también se preguntó si habría forma alguna de salir de ahí…. Y peor aún: No sabía lo que se podía encontrar fuera.
_ ¿Hola?_ Preguntó en voz alta. Su voz retumbó en las paredes y produjo eco, pero nadie le respondió. Lo intentó una vez más_ ¡Hola! ¿Hay alguien aquí?
El silencio continuó. Desconcertada, decidió seguir explorando la casa y encontrar por si misma algún rastro de vida; sin embargo, estuvo atenta por si escuchaba el más ligero sonido proveniente de cualquier dirección. Temía que la sorprendieran, o peor aún, que la llegasen a atacar.
La invadieron pensamientos inocentes, en los cuales se preguntaba: “¿Atacarme? ¿Por qué habrían de atacarme a mí? Yo nunca le he hecho daño a nadie y nunca me he metido en problemas con otras personas o animales… Pero estaba claro que aquello no podía ser la vida real… Las cosas estaban demasiado extrañas como para poder calificarlas de realistas.
Pese a todo, nada ni nadie se atravesaron por su camino cuando pasó a explorar las demás habitaciones. Todas ellas estaban vacías y tenían el mismo tono negro piano brillante en paredes, techos y pisos. No le tomó más de cinco minutos explorar la mayor parte de la casa, y tal y como había predicho desde un principio, aquella vivienda consistía de una sola planta, pero estaba vacía y abandonada completamente.
Al regresar el salón principal, se dio cuenta de que solo le faltaba explorar una habitación más. Cruzó la última puerta, y dio un respingo acompañado de un grito de sorpresa al darse cuenta de que se encontraba ahora en una especie de recibidor, y solo había una puerta más que al parecer daba al exterior. Pero a diferencia del resto de la casa, aquél cuartito sí tenía un solo objeto decorativo: una simple hoja de papel pegada en la pared a un costado de la entrada que debía llevarla al jardín. Recelosa, se acercó a contemplar la hoja de papel, y se sorprendió de ver que en él estaba escritas unas palabras. Éstas rezaban:
“En algún momento allá afuera te vas a encontrar a un fiel amigo cuadrúpedo. Debes confiar siempre en él, o de lo contrario te quedarás sola”.
La letra parecía ser escrita a máquina, por lo que era perfectamente legible. Sin embargo, Tania no pudo captar su significado. Era claro que por alguna extraña razón aquella carta parecía estar dirigida a ella, pero no lograba entender a que se refería con: “un fiel amigo cuadrúpedo”. ¿Acaso se estaría refiriendo a un perro, o un caballo? Ella sabía que estos dos debían ser los animales más fieles y mejores amigos del hombre, pero no se imaginaba como podía encontrárselos en un lugar como aquel, donde no parecía haber señales de vida. También, aquella ultima parte de la frase que decía: “Debes confiar siempre en él, o de lo contrario te quedarás sola” no podía más que inquietarla. ¿Cómo podía quedarse sola? ¿Acaso encontraría peligros allí afuera y necesitaría la ayuda de ese amigo suyo? ¿Solo serían él y ella contra toda una manada de lobos feroces o algo así?
Tras leer varias veces más el mismo mensaje y no encontrarle un diferente significado al que le había captado la primera vez, decidió probar si podía despegarlo para llevárselo y poderlo estudiar más detenidamente en cualquier momento, pero la hoja parecía formar parte de la pared, y los dedos de la joven no hacían otra cosa que encontrar la misma superficie dura y lisa, sin ser capaces de tomar el papel.
Mas desconcertada que antes, se dirigió hacia la puerta que debía conducir afuera.
Había salido al exterior, si aquello se le podía llamar así: No se podía ver el horizonte, y el piso seguía siendo el mismo que componía el de la casa, pero no podían distinguirse las paredes y mucho menos el techo, pues si aquello en realidad era cielo, éste estaba completamente oscuro, lo que quizá significaría que era de noche. Pero no podían verse las estrellas, ni tampoco la luna o nubes; más sin embargo, sí pudo distinguir lo que parecía ser una densa bruma a su alrededor, lo que le provocó pánico.
No llevaba ninguna especie de linterna, y aquel lugar, no podía ser menos que aterrador. Lo peor de todo fue cuando tuvo la extraña sensación de que alguien la estaba vigilando y observando desde el momento en que había salido de la cabaña, pero no pudo ver ninguna sombra más allá, ni un par de ojos, ni tampoco movimiento o sonidos.
Entonces tuvo el sentimiento irónico de que si comenzaba a alejarse de aquella casa, acabaría echándola de menos, pues al menos en aquel lugar se sentía segura. Estando entre esa niebla, cualquier cosa podría estar asechándola, y ella ni siquiera podría verlo antes de que se decidiese a atacar. Por otro lado, no podía quedarse allí, pues no había comida, ni agua, ni mucho menos una explicación lógica de lo que estaba sucediendo allí ni donde se encontraba. Además, aquella carta le había hablado de un futuro amigo que le esperaba allá afuera, y entonces le invadieron unos intenso deseos de encontrarse con otro ser vivo, por lo menos para saber que ella no era la única criatura que respiraba en aquello que parecía ser una pesadilla.
Se preguntó que podría pasar si volvía a llamar, así que nuevamente se armó de valor, y gritó:
_ ¡Hola! ¿Hay alguien ahí?
Su voz nuevamente resonó en la lejanía, y al igual que había hecho la vez anterior, trajo consigo el eco, lo cual le animó un poco: El eco quería decir que el sonido se había encontrado con algún objeto lejano y había rebotado hacia ella, por lo que quizá podría haber algo más allá; tal vez unas montañas, o ciudades, aunque aquel inquietante silencio hiciera pensar otra cosa.
Volvió la cabeza para mirar por última vez la pequeña casa en la que había despertado_ desde afuera parecía mucho más pequeña, y apenas podía distinguirse entre el entorno debido a que sus paredes exteriores también tenían el mismo tono negro_, y tras murmurarle un pequeño “adiós” en voz muy baja, comenzó a caminar y adentrarse en la tenebrosa bruma, que la cubrió como si se la estuviese tragando o le estuviera dando la bienvenida a una nueva e inquietante aventura.
Segura de que no podría volver a encontrar aquel edificio, ya ni siquiera distinguible desde esa distancia en donde se encontraba ahora ella, muy a su pesar tuvo la certeza de que debía seguir adelante, y si se llegaba a perder, entonces no encontraría nada para comer ni beber, y acabaría muriendo en la intemperie. De hecho, algo en su interior le hizo saber que aquella guarida en donde había despertado, ya había desaparecido, y que sin importar que en ese momento se diese la vuelta y caminase sobre sus pasos, no la encontraría nunca.
Tras unos minutos de caminata, comenzó a sentir desesperación. Afortunadamente, no podía sentir frio ni calor, sino una simple tibieza agradable en al aire que le impedía sentirse demasiado acalorada así como tampoco tiritar de frio considerando la escaza ropa que llevaba. La atmosfera tampoco era demasiado desagradable, pues pese a que la bruma que la rodeaba parecía ser húmeda y densa, en realidad esta se encontraba aún más ligera que el vapor, así como moderadamente seca.
Pese a todo, hubo un momento en el que comenzó a apresurar el paso, cada vez más inquieta por encontrar algo o a alguien. Comenzó a llamar a gritos a cualquiera que pudiera escucharla, pero seguían sin responderle; y para empeorar las cosas, todavía tenía ese fuerte presentimiento de que alguien la estaba observando y siguiendo. Pero seguía sin escuchar sonido alguno.
Comenzó a sudar, y su boca se le secó a la velocidad de un rayo, pues debía llevar trotando alrededor de media hora. Justo cuando estaba llegando a la conclusión de que debía detenerse a descansar un momento sobre aquel suelo frío, liso y duro de color negro intenso, sus pies tocaron agua, y la sorpresa le hizo pegar un salto.
Se agachó para observar mejor, y efectivamente, aquello debía ser una pequeña charca que, aunque no podía verla en su totalidad debido a la bruma, pudo calcularle el tamaño aproximado de unos diez metros de diámetro por dos de profundidad, lo suficiente para cubrirla a ella si se paraba de pie en el fondo. A sus catorce años, la adolescente solo había alcanzado un metro cincuenta de estatura. El agua de aquel pequeño lago estaba tranquila, tan inmóvil que parecía ser hielo o un simple vidrio. Sin embargo, cuando tocó la superficie del líquido con el dedo índice de su mano derecha, confirmó una vez más que sí se trataba de agua, y ésta se agitó un poco al contacto con su piel. No estaba ni caliente ni fría, si no tibia, al igual que el aire a su alrededor.
Entonces Sofía se preguntó si podría beber de aquel lago, y frunció el ceño al percatarse de la extraña coincidencia de que hubiera hallado aquella charca en el momento justo en que estaba pensando en la abrazadora sed que comenzaba a invadirle. No podía arriesgarse a morir por deshidratación si pasaba mucho tiempo sin encontrar nada, así que se encogió de hombros y con ambas manos intentó recoger el mayor líquido posible para comenzar a beber. El agua estaba limpia y refrescante, y esto le encantó, por lo que siguió bebiendo otros cinco o seis tragos hasta saciarse. Al terminar, volvió a tener aquella sensación de tristeza al verse en la penosa necesidad de abandonar aquel lugar en donde al menos tenía para beber, solo para seguir buscando alguna señal de vida.
Estaba segura de que en cuanto se marchara, el lago de desaparecería al igual que como sucedió con la casa, pero también debía encontrar algo para comer_ y aquí se preocupó_ pues no parecía lógico que pudiera encontrar comida en un lugar como aquél. ¿Pero y el charco? Lo había hallado y cuando ella había salido de la vivienda estaba segura de que no podría encontrar algo como eso… Esto debía significar que quizá esta vez sí existiría la posibilidad de encontrar algo para comer si solamente conservaba la suficiente fe.
Se despidió del lago, y continuó caminando, deseando que en algún momento se pudiera encontrar otra fuente igual de donde pudiera beber.
Después de otros veinte minutos más de camino, justo cuando su estomago comenzaba a rugir de hambre, llegó ante un pequeño claro en donde no había niebla. En el centro de aquel claro, crecía un árbol, cuyo tronco y ramas estaban blancos como la cera y sin hojas. Sofía se sintió triste de encontrar un ser vivo en medio de toda aquella soledad, y que para empezar estuviera muerto. Pero tras contemplarlo bien, de pronto dio un respingo al comprobar que no todo era muerte en aquello que parecía haber sido un manzano: había dos grandes, rojas y jugosas manzanas colgando de las ramas más bajas, lo suficientemente cercanas al suelo como para que ella las pudiera recoger sin tener que trepar. Esto lo agradeció, pues nunca había sido una experta trepadora (y más porque en la ciudad donde vivía había pocos árboles cerca de su casa).
Sin embargo, no pudo evitar desconfiar de aquella fuente tan sencilla de comida, que más bien a simple vista podría ser una trampa, o en su mejor caso esas frutas podrían estar envenenadas o simplemente podían tratarse de una simple ilusión que estaba teniendo por su creciente hambre que comenzaba a sentir. Pese a todo, se arriesgó a estirar su cuerpo y tiro de una de las manzanas. La fruta cedió fácilmente, y en tan solo unos segundos, tuvo en sus manos una fuente de alimento bastante apetitosa. Tras dar un hondo suspiro y desear para sus adentros que no se tratase de algo malo, le dio un mordisco a la manzana.
Estaba deliciosa, y muy madura pese a que el árbol parecía muerto.
_ Pobre arbolito_ Le musitó Tania con cariño al árbol, mientras masticaba_ ¿Has muerto hace mucho tiempo pero me has dejado estas frutas para mí? ¿Cómo es que hiciste que se conservaran todo este tiempo? Te debo las gracias, porque me has salvado la vida… Más sin embargo, no he encontrado a nadie desde que dejé aquella casa… ¿No podrías ayudarme u orientarme hacia dónde seguir?
Ella sabía que el árbol no le respondería, pero aun así le había encantado siempre hablar con los árboles, pues estaba segura de que ellos estaban tan vivos como los seres humanos y los animales. Y de una forma u otra, respondían al afecto y al buen trato. Después de todo, toda la naturaleza, según ella, estaba conectada.
Por eso Tania se sorprendió aún más cuando a su izquierda se abrió un túnel entre la niebla que llevaba hasta un lugar aparentemente infinito, pues no pudo distinguir nada en el fondo, más que más suelo negro y liso. Sin embargo, la joven estaba segura de que ese debía ser el camino que tenía que seguir si quería encontrar algo, de manera que cortó la otra manzana del árbol, se guardó ambas frutas en los bolsillos de su piyama, y tras darle las gracias por segunda vez al manzano, corrió por el sendero señalado, ahora visiblemente emocionada.
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