Una noche en vela recordé el cuaderno del bisabuelo papá Jesús que hacía años yo debía transcribir y editar para publicar un libro familiar.

Aún acostada en la cama hice memoria de dónde había visto por última vez ese enorne cuaderno empastado. Fui directo a la estantería baja de la sala y allí conseguí el rectángulo de tapas negras: “Album de versos y prosas de Jesús Fuenmayor, Caracas, enero de 1960”.

Esa madrugada le di una segunda oportunidad a ese cuaderno. Sentada en el piso comencé a pasar sus páginas. Era un viejo libro contable de matrículas escolares -mi bisabuelo había sido maestro y director de escuela.

Decidí revisarlo con más cuidado.

Pedazos de hojas de todos los tamaños, algunas recicladas, manuscritas o escritas con máquina de escribir en negro o azul, pegadas en las hojas del viejo cuaderno, endurecidas con los retazos de versos sobre la familia, la vida, las fiestas, navidad hasta de Fidel y la revolución cubana. Hojas engrapadas o pedacitos sueltos, originales y copias con papel carbón. Firmadas y fechadas por el papá de mi abuela.

Algunos textos corregidos con bolígrafo, borroneados y vueltos a pasar en limpio en varias versiones.

Entre sus páginas encontré unos diplomas de mi mamá, una foto familiar de un crucero y la foto de mi abuela.

Y leí los versos sobre el tío Fabio y su desaparición trágica. Varios sobre la tragedia.

El accidente aéreo del Vuelo YV-C-AZQ de la aerolínea Aeropostal figura entre los accidentes de la aviación venezolana. No fue ni el primer, ni el último accidente aéreo, ni el más catastrófico, pero sí fue el que marcó a la familia de mi abuela.

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