Hola ahí dentro… Dentro, dentro en lo profundo. ¿Llegará hasta ti, por lo menos un eco, de este conjuro nocturno, que sobre mi tristeza realizo, que sobre mi realidad dicto? Lo incierto es, por no decir menos, la más certera de mis posibilidades. Sé que yaces allá abajo, en el interior, recreando el útero materno, la calidez prenatal, cuando el mundo se reducía a ruidos intra-crepusculares, y la luz era a la vez, un eterno atardecer y un eterno amanecer. Y los tonos del naranja, que son los tonos de la luz, de la fragilidad de la luz, de la vulnerabilidad de la luz, impregnaban la atmosfera de una hermosa melancolía atávica. Ahí, donde se guardan todos los recuerdos del crepúsculo, ahí es donde has construido tu morada… Aún con el mundo encima, tus restos luchan por seguir respirando, y tu espíritu se alimenta de los frágiles restos de emoción humana, desprendida por los cuerpos de la rutina, entregados al eterno e imparable curso del devenir. Lo sé bien porque es ahí donde yo me escondería, a donde iría a escribir mi diario mientras me desangro. No hay mejor lugar para desangrarse, y esa es la lógica elemental que me ha llevado a encontrarte. Y te he contemplado, te he imaginado naufragando en los adentros intra-cósmicos, y he visto tanto tus aventuras como tus infortunios y tus desventuras. Yo, yo soy el que escribe, el que observa y escribe… Tú, tú eres el que dicta, el que sueña, el que augura los caminos y espera las desgracias con aterciopelado atuendo. Y yo… ¡Yo! No conozco ese idioma, tu idioma, que comparado con mi idioma es harto críptico, enigmático, imperceptible a la dura piel humana, poblada de dolor esculpido en monumentales cicatrices. Pero tú no sangras como los demás, tu sangre se evapora apenas abandona tu cuerpo, y tus heridas despiden un vapor rojizo, que invade los alrededores de una presencia oxidada. Háblame… Comunícate conmigo, a través de cualquier medio. Si prefieres incluso, háblame en sueños, en la lengua dormida de Morfeo, más cercana a las estrellas que a los humanos. Yo prometo escucharte, tenderte la mano, darte lo que necesitas. Ven a mí, abrázame, hermano, gemelo, siamés. Abrázame como solo nuestros brazos pueden abrazarse, y encajar, y pertenecer a esa unión sempiternamente.

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