Mejor que un consejo, un cuento

Mejor que un consejo, un cuento

─No pienso darte ningún consejo. En su lugar, voy a contarte una historia.

─Tú mismo ─dijo apático su amigo.

Antes de comenzar, dio un trago a la cerveza y se aclaró la voz.

─Bueno. Ahí va… En un lugar muy, muy lejano, en un tiempo no menos lejano, en un castillo erigido sobre un risco oculto tras una densa niebla, vivía un hombre muy rico a la par que solitario. Tan solo se dejaba caer por el pueblo, ubicado éste a los pies del castillo, para comprar provisiones. Para tal menester, utilizaba un carruaje tirado por dos caballos.

»Durante sus visitas relámpago, apenas si hablaba con nadie, salvo para requerir lo que necesitaba. Después de cargar los víveres, abandonaba el pueblo haciendo uso de la fusta.

»Según los viejos del lugar, aquel hombre no siempre había sido un misántropo. Decían que de joven era sociable y hasta alegre, que fue a raíz de que contrajera matrimonio cuando todo en él cambió.

»Los habitantes del pueblo supieron del casamiento porque recibieron diez monedas de oro junto a una nota escrita por la mismísima novia. En ella les agradecía que la acogieran, pero no hubo oportunidad. De hecho, nadie sabía cómo era: si alta o baja, si estilizada o gruesa, morena o rubia; si era jovial o arisca, risueña o llorona,… Y cada cual se la imaginó a su manera.

─Es que… ─le interrumpió el aludido─. Perdón.

─Gracias… Se sucedieron las estaciones, y con ellas Sir Tomas Soyer ─así es como se llamaba─ fue transformándose a ojos de todos. Su semblante, y hasta su forma de vestir, se oscurecieron como nubarrones. Las habladurías sobre qué motivó aquel cambio eran variopintas. Mientras unos decían que su mujer le había abandonado, otros, en cambio, aseguraban que a Sir Tomas le daba vergüenza mostrarla…

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