Los reyes de Occidente
Eran días de Navidad. Paseaba por la calle junto a su padre, vestían una manga corta, sin chaqueta, no hacía falta nada más. Hacía tiempo que había cambiado el clima. Les gustaba mucho pasear en esa época del año. Las nuevas tecnologías invadían cada rincón de la ciudad con luces de colores y hologramas de los juguetes de moda por cada esquina.
No había colegio en esas fechas y eso se notaba en el perfil de los paseantes de la zona, la mayoría padres y madres con hijos en busca de una distracción para los pequeños de la casa.
El niño se iba parando continuamente en los escaparates de juguetes o en los anuncios virtuales de los mismos y cada vez que veía algo de su agrado sacaba su móvil y escribía lo oportuno: “casa de lego”,” bicicleta”, ”patrulla de policía” enviar whatsapp. Enviado a Rey Baltasar. Era su rey preferido entre los tres, era el único que, al finalizar el día, en estas fechas señaladas, te contestaba con un Ok y te daba esa tranquilidad de que ha leído tus mensajes. Pero este año no había respuesta, marcaba el mensaje como leído, pero sin respuesta al final del día. Era muy extraño.
Insistió mucho en escribirle mensajes, más preocupado por no recibir a tiempo sus regalos que otra cosa. No podía creer lo que le estaba pasando ¿Qué iba a hacer este año sin regalos? Él se había portado muy bien, eso lo tenía claro.
Los reyes se habían instalado, ya hacía varios años, en la avenida del Bruc Mayor, en un rascacielos monumental donde todo el año podías ver un enorme árbol de navidad en el hall de su entrada. De él colgaban varios angelitos con aspecto infantil y multitud de bolas de varios colores, luces blancas que abrazaban todo el árbol y en su punta una enorme estrella brillante. En los pies del árbol unos muñecos de una vaca y un buey y un hombre y una mujer contemplando a un bebe inmortalizaban una escena bíblica que hacía muchos años que ya nadie hablaba de ella.
El niño nunca había entendido el significado de aquella decoración. Tampoco nadie se la había explicado.
Los reyes siempre le habían transmitido mucha ternura, tan mayores, con ese millón de arrugas en la cara que debían de ser los regalos que repartían cada año, porque tenían miles de ellas. No se dejaban ver mucho el resto del año, pero los días cercanos a la Navidad se paseaban con unos trajes muy antiguos pero que a ellos se notaba que les parecían muy elegantes. Gaspar ya hacía unos años que llevaba un bastón de madera muy sencillo, para ayudarle en esos paseos y se rumoreaba que Melchor no veía muy bien. Baltasar parecía estar en muy buena forma para la edad que tenía. Pero en general estaban al día de las ultimas tecnologías, que remedio les quedaba. Siempre tenían sus móviles a punto y las redes sociales también.
Llegó la tarde del 4 de enero y el niño no había obtenido la respuesta del rey Baltasar. Quedaba solo un día para que aparecieran los hologramas de los reyes anunciando que habían recibido todos los whatsapp y que se fueran a dormir pronto, para que a la mañana siguiente pudieran abrir a todos los repartidores de Amazon que llegarían con los regalos. Siempre eran días muy esperados por todos.
Pero el niño sabía que algo no iba bien, le pidió a su padre aquella tarde, que le acercara al rascacielos de los reyes magos. Era de fácil acceso para los niños. Normalmente los reyes no ponían ninguna restricción para que cualquier niño o niña los pudieran visitar en cualquier momento. Aunque últimamente no tenían demasiadas visitas las esperaban con anhelo.
Al llegar entró al enorme Hall, su padre le esperaría abajo. Subió tímidamente al ascensor y picó al número que indicaba: reyes magos de occidente. Estaba muy nervioso mientras se iba elevando dentro de aquel cubículo que de repente le pareció muy pequeño. Empezó a sudar, la verdad que se estaba poniendo más nervioso de lo que le gustaría.
Al abrirse las puertas recorrió un largo pasillo, en las paredes se podían distinguir varios cuadros, unos con angelitos, otros con una estrella muy brillante y otros con diferentes pastores con cabras y ovejas, todos ellos daban mucha paz, caminó hasta una sala pequeña, con poca decoración, pero muy acogedora por los cálidos colores de sus paredes y moqueta. En la parte más alejada de la puerta se podía observar una gran cristalera en forma ovalada que dejaba ver gran parte de la ciudad, parecía como la mitad de una bola de cristal que revelaba todos los secretos de los niños.
Melchor y Gaspar estaban sentados junto a Baltasar, uno a cada lado, en un sillón ancho de tres plazas que se situaba en medio de la estancia. Parecían distraídos y ocupados. A penas se fijaron en el pequeño.
El niño se acercó y se puso de rodillas delante de Baltasar. No habló, solo observó como Melchor y Gaspar le mostraban a Baltasar unos cofres con mirra, oro e incienso, para luego enseñarle una preciosa bola donde caían copos de nieve. Luego le acercaron una imagen donde salían las mismas figuritas que se encontraban debajo del árbol, en el hall de la entrada.
El niño no entendía todo aquello, pero veía como sonreía Baltasar al ver esas cosas. Mientras, de vez en cuando, Baltasar miraba a Melchor y Gaspar con gesto de confusión y les preguntaba quien eran ellos o que donde estaba. De la cara del niño empezaron a caer lágrimas, no sabía que pasaba, pero le causaba mucha tristeza. Melchor al ver al niño llorar se levantó, dejó la foto con suavidad en la mano de Baltasar y se dirigió hacia el pequeño: – Querido niño, Baltasar se ha hecho muy mayor, no recuerda que tiene que repartir regalos, no recuerda la navidad, ni nos recuerda a nosotros. De vez en cuando con el espíritu navideño del pasado vuelve a estar aquí y vuelve a recordar alguna cosa. Pero este año no es suficiente con todas estas cosas.
El pequeño se acercó a Baltasar y se sentó en su regazo en un intento desesperado de curar aquella locura. Lo abrazó con fuerza y pidió papel y boli. Gaspar se lo dio con esperanza. El niño empezó a escribir como pudo mientras le vibraba el pulso:
“Querido Baltasar,
Este año me he portado muy bien, estoy seguro que lo has podido comprobar, mi lista de reyes este año será breve, quiero:
- – Un lego
- – Una bicicleta nueva
- – Un cuadro holográfico
- – Y poder hacerte recordar
sobre todo lo último, necesito que recuerdes quién eres, todo lo que haces y la felicidad que repartes. Porque yo solo soy un niño más, pero tú no eres un rey más, eres mi rey y quiero que vuelvas.
Con mucho Cariño, Víctor “.
Dobló la hoja y se la colocó con ternura en la arrugada mano del rey, que la cerró suave, temblorosa y apaciguada. Una mano llena de experiencias. Antes de levantarse le miró a los ojos, unos ojos llenos de sabiduría, profundos y dulces. Se despidieron con la mirada.
Víctor bajó y abrazó a su padre, le explicó lo sucedido y se fueron a casa sin mediar palabra. El niño lloró toda la noche y su padre también.
Era 5 de enero por la mañana, los móviles de los padres de Maria, Javier , Hector, Alejandra, Marc, Laia, Emma, Alba, Carmen y de todos los niños de la ciudad no dejaban de sonar. Un nuevo grupo de whatsapp con un solo mensaje: SALVAR LA NAVIDAD, 18h Hall residencia Reyes de occidente. Nunca los mensajes habían corrido con tanta rapidez por la comunidad.
Los niños miraban atónitos a sus padres mientras aquella tarde se vestían con sus mejores galas y se dirigían en masa hacia el rascacielos de la avenida del Bruc Mayor. Un rio de gente inundaba las calles un poco antes de la hora acordada. Cuando no cabía ni un alfiler en el Hall del gran edificio de los Reyes Magos de Occidente el padre de Víctor sacó un escrito y entonó y leyó con un gran altavoz:
Es nuestro deber: Oh, blanca Navidad, sueño y con la nieve alrededor, Blanca es mi quimera y es mensajera de paz y de puro amor, Oh ,blanca Navidad, nieve, un blanco sueño y un cantar , Recordar tu infancia, podrás Al llegar la blanca Navidad.
Porque miran como beben los peces en el rio, pero mira como beben por ver a dios nacido. Y beben y beben y vuelven a beber. Y mientras observar campana sobre campana y sobre campana una, asomaros a la ventana veréis al niño en la cuna. Belén , Belén campanas de Belén.
Y debemos enseñar a nuestros hijos la noche de paz, noche de amor, todo duerme derredor, entre los astros que esparcen su luz, bella anunciando al niño Jesús, brilla la estrella de paz, brilla la estrella de amor y acompañar hacia Belén a una burra rin rin, yo me remendaba yo me remendé yo me eché un remiendo yo me lo quité, cargado de chocolate. Lleva su chocolatera rin rin, yo me remendaba yo me remendé, yo me eché un remiendo, yo me lo quité, su molinillo y su anafre.
Y entonaron varias veces este mensaje, todos acoro hasta que llegó a los oídos de Baltasar. Esas melodías tan de siempre, tan suyas le hicieron recordar y aquella noche volvieron a repartir todos los regalos a los niños a la antigua usanza porque así Baltasar conseguía no olvidar y todos aquellos padres se comprometieron a explicar año tras año el verdadero espíritu de la navidad, las antiguas tradiciones y en las calles se oían villancicos, las familias se juntaban, la gente se ayudaba, las luces brillaban y los adornos asomaban en cada rincón de la ciudad y Baltasar nunca más olvidó aquel día especial en su anciana mente.
Porque la fuerza de los recuerdos es poderosa y se llega de muchas maneras: con la calidez de una mano, la sinceridad de una mirada, la pasión de un abrazo, una canción especial, una sonrisa conocida puede ser mágica en una mente enferma. Tres ancianos especiales, tan especiales como nuestros abuelos y abuelas con sus experiencias y costumbres que nos han transmitido amor en cada momento de su vida. Y no podemos hacer otra cosa que rememorar cada año las buenas tradiciones y ayudar a recordar a todas nuestras personas mayores lo importantes que son y no dejar nunca de tocar, cantar y abrazar porque son las mejores maneras de recordar.
Por todas aquellas personas o familiares que han convivido con una persona con demencia o para los que lo padecen en su propia carne. No os dejaremos olvidar.
Ana Jiménez.
OPINIONES Y COMENTARIOS