En el tintero

En el tintero

Daniel GS

20/04/2021

La entrada del centro de salud estaba cubierta de espejos de color salmón y pinturas art déco. Cada vez que la atravesaba se sentía como en un anuncio de bombones de licor cereza. Aun con toda esa luz rosada rebotando entre pared y pared, el ficus de la puerta amarilleaba, igual que un cartel antiguo que animaba a los pacientes a no agredir a los sanitarios. Junto a él colgaba uno nuevo con la información sobre el bichito y las precauciones a tomar. La mitad de los datos se habían quedado obsoletos, no así la enfermera asustada impresa en el A3 grisáceo mientras le gritaban tres pacientes.

—¡Que a mí no me van a pinchar con un chis de esos! ¿Por qué no se lo pone usted primero?

—Caballero: para empezar, yo ya estoy vacunada. Segundo, si no se quiere vacunar, no entiendo por qué ha hecho cola pudiendo estar en su casa. Mire cuántas personas más hay esperando: no se preocupe que lo que uno no quiere, otro lo desea.

joder hay un puto viejo gritándole a la enfermera que no se quiere poner la vacuna la madre que lo parió

cuantos años tiene???

pues cincuenta o por ahí pero está arrugado como una pasa y va con boina, yo no se qué les ha dado a todos los cincuentones con la puta boina

pues podría ser tu hijo!! jajaja

Erundino solía discutir con su nieto sobre las diferencias entre lo viejo y lo antiguo. Una novedad podía ser vieja, como una pechuga de pollo que se pudre al día siguiente por dejarla al aire, o los chistes de Los Morancos que ya eran rancios hace treinta años. En cambio, algo antiguo mantenía su espíritu intacto bajo la pátina orgullosa fruto de las edades que había soportado. Erundino era antiguo, como un puente romano o una secuoya, y el idiota de los “chis” era viejo. El lunático se marchó y la procesión avanzó unos metros más. Solo se interponía una señora entre él y el pinchacito milagroso, pero entonces otra enfermera bajó por las escaleras.

—¡Parad! ¡Parad, que la Junta dice que no se vacuna con esa marca!

—Me cago en la puta que los cagó a todos. ¿Pero esto a qué viene? —dijo Erundino, sacando el móvil otra vez.

—Caballero, no empiece usted también que con uno ya he tenido suficiente.

—¿Y no puedo firmar un papelito de estos que os gustan tanto a los matasanos que si entrego la cuchara ustedes no tienen culpa ninguna? Anden y clávense unas banderillas en el píloro y digan que es una PCR experimental.

Mientras atravesaba de nuevo el pasillo rosado, el lunático de los “chis” no se había quedado a gusto y seguía desvariando sobre el 5G y un plan secreto del gobierno para matar a todos los pensionistas y ahorrar dinero. Ya se estaba oliendo la tostada, con la cantidad de gilipollas que le tenían un miedo a una agujita, ya de mayorcitos. ¿A mí? Si a mí me han hecho de todo, yo lo que quiero es salir a la puta calle sin miedo a morirme porque un imbécil me tosa al lado, le respondía a todos los que le preguntaban por el tema. Eso, y que echaba de menos a su nieto, que estaba muy bien lo de hablar con él gracias al móvil, pero quería verle en persona.

—Y no nos hemos visto porque, por fortuna, mi Samuel es un chico decente. No como esos alfeñiques que siguen yendo por ahí a que un fulano les escupa güisqui en la boca.

—Es que no podemos generalizar, por culpa de cuatro locos se están llevando los jóvenes todas las culpas —le respondió la farmacéutica mientras recortaba con el cúter el código de barras de la caja del valsartán y la metformina sin mirar, una genuina habilidad navajera.

En la pequeña farmacia del barrio los clientes tenían que achucharse con los dependientes en condiciones normales. Ahora, solo podían entrar de uno en uno, y la cola doblaba la esquina hasta entrelazarse con la otra cola que salía de la panadería.

al final no nos vacunan

coño, y eso??

que como tienen efectos secundarios alos de la junta les ha entrado el canguelo

pero avisar así? deprisa y corriendo?? un poco más y te sacan la aguja ya clavada

pues si no llega a estar el payaso ese lo mismo me hubiera dado tiempo. en fin hijo me pongo a dibujar

Después de responderle a su nieto, Erundino puso a cargar el móvil y se sentó en la mesa, a ver si las musas venían a visitarle. La punta del lápiz chapoteaba como un perrillo en el mar del folio en blanco. El hombre meneaba la muñeca en círculos, nada se materializaba. Ojeó las hojas que maltrató unos días antes con unos trazos temblorosos y sin ganas de contar algo. Venga, Erundino, coño, aprieta el lápiz. Garabateó unas líneas y en un rato, tuvo un pequeño esbozo de historieta, donde un par de detectives entraban, sin darse cuenta, en una churrería sin mascarilla y acabaron huyendo de un policía con cara de cerdo. Ya te vale, viejo bobo, otro puto Mortadelo de los cojones. Se dio un manotazo con la izquierda en la mano derecha, más nervuda y callosa que su hermana. Levantó la mirada por encima de sus lentes, le saludó una foto borrosa de una señora.

—Manda huevos que ahora que tengo tiempo no se me ocurra nada. ¿Eh, María? No te preocupes, mujer, que en seguida saco algo.

Unas diez viñetas después, se levantó y puso a cocer el agua de la sopa. A esto le haría falta su chorizo, su panceta, pero qué le vamos a hacer, pensó mientras sujetaba la pastilla de caldo, aún envuelta en papel de aluminio. Anda y que le den por donde no da el sol a la sopa.

puedes venir hoy a comer??

Abuelo, como nos pillen van a arrancarnos la cabeza —dijo Samuel, quitándose la mochila sobre el sofá según entraba por la puerta—. Le he dicho a mamá que me quedaba a comer abajo porque nos han puesto otra hora de clase por la tarde, pero como me haya visto algún vecino tuyo, prepárate.

—Aquí en este bloque a nadie le importa la vida de los demás, hijo, tranquilo. Además, como has dado negativo ayer, no hay problema. A no ser que hayas estado lamiendo farolas todo el día. No, ¿verdad?

—Estudiando en casa todo el día, abuelo.

—Así me gusta. No vaya a tener que sacar la vara de avellano y zurrarle el colodrillo a alguien.

—Por si acaso, con mascarilla los dos.

—Sí, sí. Aunque para comer, nos las vamos a tener que quitar.

—¿Qué tienes?

—Una sopa más sosa que tu padre. Me he deprimido solo de pensar en prepararla. Así que una sopa, o pides tú por ahí con el móvil algo que sepa, para variar.

—Ay, Dios mío. Me la voy a cargar.

—Que tu madre es mi hija. Sigo mandando yo, no te preocupes.

Samuel se sometió a las banderillas del PCR para las prácticas que iba a empezar en un colegio. Eso que te has llevado gratis, le dijo mientras esperaban a las hamburguesas. La pantalla profetizaba que estarían en media hora, y los estómagos de ambos ya reverberaban pidiendo comida.

—Pues a compañeros míos no les ha sentado nada bien, que les da cosa hacerse uno.

—Vaya panda de cagones.

—Ya ves. Los mismos que dicen que deberían vacunarnos a nosotros antes. A los jóvenes.

Eso le había llegado a Erundino en alguna conversación con los vecinos, que los chavales querían la vacuna cuanto antes, que ellos tenían toda la vida por delante, que hacían más vida que los mayores. Y todavía, algún gilipollas de su edad les daba la razón, pobrecitos, si a nosotros no nos queda nada ya. No le quedará nada a usted, viejo miserable. A mí no me sale de los cojones morirme, de momento.

—Aquí cada perro se lame su picha, como siempre. Tonto el último.

—¿Al final dibujaste algo?

—Basura, te la enseño si quieres.

Erundino le acompañó hasta el cajón y le enseñó el último folio garabateado. Pues no está mal, abuelo, le dijo, pero el pobre qué le iba a decir. No había heredado el don del dibujo, no sabía ni juntar dos líneas para dibujar una casa, por ejemplo, pero le quería igual. No sería porque no lo intentara. Cuando era pequeño, de la edad en la que todos los niños dibujan por placer, aunque solo hagan espirales con las ceras de colores, agarrándolas como si estuvieran a punto de apuñalar el papel —normalmente, un libro o documento importante de sus padres—, su abuelo le supervisaba, le corregía la postura, la forma de agarrar el lapicero. Pero Samuel seguía asesinando a los folios. Erundino se dio por vencido, pero pensó que, aunque no valiera para dibujar, eso no le impedía leer los tebeos. Guardó su colección en cajas de cartón y, cuando aprendió a leer bien, se los regaló por un cumpleaños. Tenía los imprescindibles franco-belgas: Astérix, Tintín, Los Pitufos, algunos Iznogud y un par de Bill y Bolita. Pero con lo que llenó tres cajas fue con las grapas bruguerescas. Más concretamente: Ibáñez. Los podía contar a kilos.

¿No te da pena deshacerte de tantos libros? Más tuve que romper el 23F y total, para nada, le respondió a su hija. Además, que no me deshago de ellos, que se los estoy regalando a mi nieto. A su mujer, le hacía gracia la afición-trabajo de Erundino, eso le dijo literalmente, “qué gracias tus dibujos”, nunca se creyó que le ayudaran a ligar. María entendía, a regañadientes, cómo resultó funcionar el mundo editorial, pero su hija, según crecía, fue desarrollando una manía por los dibujos, los animados y los impresos. En parte, lo entendía. Pero ya, pasados tantos años, Samu los podía leer simplemente por diversión. Y vaya que lo hizo, se los devoró, cada uno de ellos más de cinco veces, por lo menos, hasta dejar los bordes amarillentos y agrietados. Hijo, cuida un poco más de los tebeos de tu abuelo, pero Erundino le decía que para eso estaban. Los tebeos se han hecho para que los leas, no para tenerlos en un cajón. Abuelo, ayer rompí un Rompetechos, pero no pasa nada porque me lo sé de memoria. Yo también, hijo, yo también.

—No me gusta nada. Mortadelo y Filemón haciendo cosas con el coronavirus por ahí rondando. Vaya chufa. Ya verás como publican uno con esta premisa, que estos cabrones de la editorial ahora se agarran a cualquier pamplina que esté de moda. Y el virus me sale ya por las orejas. Ahora mira esto.

Sacó un taco de folios del cajón, guardados en una carpeta. Todos estaban dibujados. Erundino se animó a entintar algún par de páginas, pero su pulso ya no era tan firme, por desgracia, y tampoco quería quitarle trabajo a algún joven entintador.

—¿Abuelo? ¿Esto es un cómic entero?

—Sí. Bueno, le falta la tinta y el color. Llevaba años dándole vueltas a esto, y como nos han tenido encerrados un año, pues mira.

—Te lo tienen que publicar. Vamos, te ayudo si hace falta.

—Ya contaba con eso, alma de cántaro. Estaría bien poder firmar algo con mi nombre, para variar. “Erundino 2021”.

—Suena genial. ¡Anda! Ya ha llegado la comida.

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