—Pionero a tierra, pionero a tierra ¿Me copian?
Pionero a tierra.
Nelson se quitó los guantes y la chaqueta de vuelo, estaba sudando. Sus manos temblorosas reflejaban fielmente el paso del tiempo, abultadas venas azules las surcaban, palpitantes, esquivando las numerosas pecas y queriendo salirse por su finísima y translúcida piel. Su cuerpo ya no soportaba más, casi toda su vida solo, se tumbó en la butaca de mando y un infarto fulminante y muy esperado puso fin a su miseria. Sesenta y tres años de una existencia miserable en un espacio confinado, lleno de luces artificiales y aire reciclado. Pasarían otros ciento veinte años antes de que alguien descubriera el cuerpo incorrupto y esquelético de Nelson, postrado en posición de comando, al fin, descansando.
Hace más de cien años, cincuenta y cinco jóvenes parejas, todavía adolescentes, fueron escogidas entre millones de voluntarios para una misión sin retorno a un planeta con características habitables que orbitaba Próxima Centauri, nuestra más cercana estrella.
Fue clave para la puesta en marcha de este proyecto la detección de oxígeno respirable en el planeta supergigante PA-00538-10000 (Planeta azul 538 de más de 10.000 descubiertos en nuestras estrellas vecinas). Con los nuevos sistemas de propulsión y los avances en hibernación se hizo posible enviar seres humanos en un viaje de solo unos pocos cientos de años. Ya se podía detener el envejecimiento mediante la inducción del organismo a un estado semi-criogénico. Para luego despertar como si de un sueño profundo se tratara y retomar la vida exactamente desde la edad que tenía el individuo cuando lo durmieron.
Eran diez enormes naves en forma de cigarro, de varios cientos de metros de largo, de las cuales solo una iba tripulada con los ciento diez valientes voluntarios, el resto eran naves de apoyo y aprovisionamiento transportando los materiales y provisiones necesarios para instalar una nueva colonia en PA-00538-10000, también llamado cariñosamente “Súper tierra”. Eran originarios de los más variados lugares de la tierra, representantes de toda la humanidad. Según los genetistas, 98 personas era el número mínimo de individuos necesarios para mantener una diversidad genética a largo plazo.
El primer siglo de viaje había transcurrido sin contratiempos. Las naves, seres independientes dotadas de inteligencia artificial se ocupaban de todo. Los viveros en estado de suspensión seguían verdes, los depósitos de semillas en sus cápsulas de gel de sílice se mantenían en su estado ideal de mínima humedad. Las máquinas, herramientas y armamento continuaban sumergidas en sus piscinas de grasa y finalmente, los animales y humanos permanecían suspendidos en profundo sueño.
Las gigantescas estaciones espaciales, ya en lo profundo del cosmos se veían desde los telescopios terrestres como un pequeño huevo, con siete naves alrededor una adelante y una atrás, protegiendo todas a la “humana” en pleno centro de la formación. Después de dos años luz recorridos, las comunicaciones con la “Madre tierra” eran casi inútiles, cualquier problema, amenaza o inconveniente debía ser resuelto por las mismas naves sin ningún tipo de intervención humana. Estos problemas no tardarían en presentarse.
Un enorme asteroide de 60 kilómetros de diámetro se encontraba en la trayectoria de la flota. La rapidez del desplazamiento de las naves (10% de la velocidad de la luz o 108.000.000 Km/h) daba poco tiempo para reaccionar ante un objeto tan masivo y que no figuraba en los mapas de navegación. Las naves decidieron adoptar una maniobra evasiva de emergencia. Inmediatamente se inició un viraje de 30 grados, lo suficientemente pronunciado como para evadir la gran roca pero no tan brusco como para comprometer a la valiosa carga transportada.
La maniobra se llevó a cabo de la manera esperada, aunque no exenta de consecuencias, en realidad la gran roca estaba rodeada por una nube de fragmentos que iban desde un milímetro de diámetro hasta varios metros, y una multitud de ellos impactaron contra las naves, en especial la de la parte superior siendo traspasados sus dos niveles de protección, el electromagnético y la coraza rígida externa. Más de cien toneladas de maquinaria agrícola e industrial se perdieron para siempre.
La nave con los humanos resulto poco dañada. Siete impactos menores fueron exitosamente rechazados, causando solo vibraciones menores y ningún daño a la estructura. A excepción de un “Pod” o cápsula de hibernación, que se vio repentinamente sin energía. El sistema de emergencia se activó y antes de apagarse inyectó por vía sanguínea una solución a base de atropina y adrenalina, despertando repentinamente a Nelson.
Al levantarse chocó su cabeza contra la cápsula de cristal que cubría su habitáculo, empujó con fuerza y esta por fin cedió. No había aire, era un espacio sellado al vacío y el sistema de ventilación estaba desactivado. Nelson sintió sus pulmones contraerse y comenzó a morir por asfixia y por la tremenda presión a que eran sometidos sus órganos. Sin embargo, la inteligencia artificial de la nave detectó la presencia de Nelson y de inmediato comenzó a desbloquear las válvulas de aire y ajustar la presión ambiental.
Nelson vio a sus compañeros de viaje sumidos en profunda hibernación. No podía entender lo que pasaba, estaba todavía muy desorientado, el procedimiento normal era un despertar gradual y calculado, un par de meses antes de llegar al destino. Con instrucciones para estirar músculos y tendones y una deliciosa comida preparada por la IA. Nada de esto recibió Nelson, quien se dedicó a recorrer la nave en busca de respuestas.
No existía un protocolo para interactuar con personas durante el viaje. La nave no sabía muy bien como reaccionar ante la presencia de Nelson, era al fin y al cabo una máquina y ambos tendrían que aprender sobre la marcha. Nelson se abrió paso por los pasillos y encontró los dormitorios destinados a la tripulación, deambuló por los depósitos de alimentos y provisiones y le alegró saber que tenía a su disposición enormes cantidades de agua potable y comida en conserva.
Al tener asegurada su inmediata subsistencia Nelson empezó a preocuparse por su vida y el largo plazo, no había manera de reparar el “Pod” de hibernación, sus componentes estaban calcinados por un cortocircuito, tampoco había uno de repuesto. La matemática de su vida era ahora terrible y muy sencilla, tenía diecisiete años, La flota ha estado viajando por ciento cuatro años, es decir cerca de la mitad del recorrido total de doscientos diez años de viaje, era imposible que lograra llegar vivo con 123 años para comenzar una nueva vida con sus compañeros adolescentes.
Nelson, joven y enérgico, tomó la decisión de luchar por su vida. Como tripulante entrenado sabía la inutilidad de pedir ayuda a la tierra, ya que los mensajes que enviara durarían más de cien años en llegar y casi doscientos cualquier ayuda que decidieran enviar. Sin embargo, se acostumbraría a dejar registro de su situación mediante llamadas periódicas a la base, a manera de bitácora.
La IA de la nave poseía todo el conocimiento acumulado de la civilización humana. Nelson estudió por muchos meses los fundamentos de la electrónica, física y mecánica; con la esperanza de poseer las habilidades que le permitieran hacer las reparaciones necesarias a su cápsula de hibernación. Pero todos sus esfuerzos resultaron vanos. Aunque se contaba con una enorme impresora 3D, se necesitaban materiales y partes especiales que solo podían ser fabricadas con maquinaria existente en la tierra o en un ambiente industrial especialmente adaptado para ello.
Le pasó por la mente varias veces despertar a alguno de sus compañeros, pero era un acto egoísta con el cual no podría vivir. Lenta y dolorosamente Nelson se resignó a vivir su vida en los espacios confinados de una embarcación espacial viajando a gran velocidad en el vacío del cosmos.
Los años fueron pasando, las rutinas de ejercicio físico y estudio mantenían ocupado a Nelson en un ambiente de luz artificial en el que siempre habían los mismos colores y donde no existían el día o la noche. Casi sin darse cuenta tenía 45 años, era una persona tranquila y resignada, muy culta y preparada en todo tipo de profesiones y oficios, aunque casi ninguno podía ponerlos en práctica. A partir de allí el tiempo empezó a pasar muy rápido 50, 60, 70 años ya, obsesionado con vivir y con la esperanza vana de llegar a algún destino, aunque sabía que eso no sucedería, pero esa esperanza mantenía el halo vital en su sitio y le permitía transitar su existencia de manera más o menos equilibrada.
La ancianidad llegó. La transición de un cuerpo vigoroso y lozano hacia uno con dolor en la espalda y articulaciones fue casi imperceptible y dejó registro de esos pequeños cambios en sus rutinarias llamadas a la base. Nelson visitaba a diario a sus compañeros dormidos, con paso lento y apoyándose en su bastón improvisado iba recorriendo uno a uno y hablando con ellos. Se maravillaba de los jóvenes que lucían, casi niños, como alguna vez lo fue él. Una vida transcurrida en soledad no deja de traer secuelas y Nelson comenzó a sufrir de alucinaciones, en las cuales la nave estaba llena, con la tripulación completa y haciendo rutinarias labores en conjunto y muy felices. El cerebro de Nelson reforzó estas alucinaciones a medida que la satisfacción de estar con otras personas aumentaba, hasta el punto de vivir en ellas la mayor parte del tiempo. Al fin había encontrado la cura para su soledad. A veces, mientras dormía, se despertaba con sobresalto y completamente lúcido se percataba de su terriblr realidad y corría hacia la radio a pedir ayuda a la tierra:
—Pionero a tierra, pionero a tierra ¿Me copian?
Su cordura duraba solo unos minutos, de repente comenzaba a escuchar voces y se sumergía nuevamente en su realidad alterna, en una nave llena de jóvenes tripulantes, en donde el centro de atención era él, joven y lleno de vitalidad al igual que ellos, viviendo sus vidas plenamente mientras viajaban por el cosmos.
A sus 80 años la transición de sus alucinaciones al Alzheimer fue imperceptible, con la ventaja de que los momentos de lucidez desaparecieron y pudo pasar los últimos meses de vida en completa felicidad. Dejó de respirar en el módulo de comando de la nave, mientras mantenía una reunión muy importante con su tripulación. Es posible que la reunión continuara en otro plano.
Ciento veinte años después de la muerte de Nelson, las nave despertó a sus tripulantes, siguiendo todos los protocolos de seguridad el proceso duraría semanas mientras se tonificaban músculos y articulaciones se abrían vías respiratorias y se suministraban los primeros alimentos sólidos. Cuando llegaron al puesto de mando de la nave, no los sorprendió tanto ver el enorme planta azul que aparecía ante ellos, si no los restos esqueléticos de su amigo Nelson comandando la flota hacia un nuevo mundo.
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