El aroma de los recuerdos

El aroma de los recuerdos

Mané

17/04/2021

EL AROMA DE LOS RECUERDOS

Terminada la llamada, dejo caer el celular en el sillón, las lágrimas no me permiten ver a través de la ventana, sé que mis hijos juegan en el jardín, ¿cómo les diré que Yayita mí abuelita, su Yayita, ya no estará con nosotros, que sus brazos no estarán abiertos para recibirnos en su hermosa y modesta cabaña en el campo, donde pase y pasaron mis hijos los días más hermosos de la niñez.

La acompañamos a su última morada, le dejamos sus flores favoritas, se me permitió decir algunas palabras, que podía decir de una mujer que  aunque teníamos mundos diferentes estábamos muy unidas… “Hoy partió una mujer con defectos y virtudes, que hizo de su vida una cadena de experiencias que nos ayudaron a tres generaciones a saber enfrentar los problemas, penas, amarguras, la gratitud de lo que tenemos, de lo que somos, de haber conocido por su fe un Dios maravilloso que nos permite hoy poder enfrentar esta gran perdida, también nos enseñó la felicidad de tener una familia, te amamos y amáremos por siempre, tu recuerdo no está en una fotografía, está en nuestra retina y corazón como tu solías decirnos, hasta pronto Yayita”, fueron mis breves palabras para tantos momentos vividos.

A lo lejos se ve la cabaña entre árboles y cercos, un camino de tierra que recorrí tantas veces de pequeña, sentía el olor a humo y sabía que me esperaban esas sopaipillas enormes con miel del abuelo, llegando estaban las gallinas como anfitrionas el gallo nos perseguía, los perros ladrando y el grito de la abuela hacia que todos se fueran, venían los abrazos y besos era cuando  podía oler su aroma  que la hacia única, entrabamos a la cocina, en el centro un gran fuego todo el día prendido aun cuando hacía calor, esa olla que colgaba de una cadena justo al medio del fogón, amaba esa cocina donde escuchaba tantas historias de los abuelos de sus padres, de los primos, de mi mamá, mundos tan diferentes, yo vivía en una gran casa, con jardines, flores toda clase de comodidades, pero esa cocina yo la amaba y añoraba, por eso cada vez que podía partíamos a casa de Yayita. Una sonrisa aflora entre mis lágrimas recordando que después de los saludos venían los reconocimientos, estas más alta, tu pelo más largo, más bonita, y ¡vamos comiendo todo lo que nos tenía la abuela!, todo esto venía a mi mente mientras iba llegando a la casa de mi amada Yayita, pero esta vez no me esperan sus ricas comidas, ni tampoco sus abrazos y besos eternos, mis hijos ya no recibirán todo eso, es lo que más pena me da, sus caritas tristes, mirando por la ventana del auto, quizás esperando un milagro que apareciera ella con su hermosa sonrisa, su fuente con arroz con leche, su tuti fruti para ellos y para mí las sopaipillas, me concentro en el camino no se veía el humo de la cocina, los perros estaban echados, tristes, todo estaba en silencio, Yaya ya no estaba había partido y el abuelo unos años antes.

Estábamos ahí para ver qué haríamos con la casa y sus cosas, un vecino se había encargado de alimentar a los perros, ya que no querían irse de ahí, era triste ver todo ese hermoso lugar vacío y me refiero a la soledad que se sentía, ya no había vida, ¿quién me daría esos sabios consejos, quién me abrasaría consolándome cuando ya creía que no tenía fuerzas para continuar?, que va a pasar con ese refugio que todos teníamos, dónde encontraríamos un lugar más perfecto para reunir a la familia, tan sencillo, humilde, pero totalmente repleto de hermosos recuerdos, mis hijos entraron a su cuarto y como todo niño empezaron a hurguetear y colocarse la ropa, collares, sombreros, ¡cuando de repente divise en un cajón una cajita con unos polvos!, la abrí y cuál fue mi sorpresa era el olor de la Yaya, no tenía nombre solo era redonda y con unas flores amarillas, ese olor me trajo muchos recuerdos… cada mañana yo me levantaba muy temprano aún no alumbraba el sol tomaba desayuno con los abuelos, ella muy peinada me saludaba y sentía ese olor, yo la abrazaba era muy tierna pero también muy estricta, me hacia una paila de huevos y tortilla de rescoldo que dejaba en la noche entre las cenizas, y ese momento era solo mío, me contaba de su niñez lo que hacía y porque no fue al colegio, me aconsejaba que estudiara, aprendiera a cocinar, planchar, y siempre atendiera a mi marido, yo todo lo atesoraba hasta hoy, aunque no sigo todos esos consejos, ya que comparto las tareas de casa con toda la familia, pero para mi Yaya eso era muy importante en una mujer, te hacia una buena dueña de casa, era su mayor aspiración.

Después del desayuno íbamos al huerto, era un lugar prohibido estaba rodeado de una cerca de palos y diversas enredaderas, estaba tan protegido que ni las gallinas podían entrar, solo con ella se entraba, ahí encontraba todo lo que quisiera comer, por el medio del huerto corría un arroyuelo con el que regaba todo, también tenía unos árboles frutales, yo era la encargada de llevar la canasta, siempre las papas, porotos verdes, tomates, cebollas, cilantro, ají, fruta, hierbas para la comida, otros días recogíamos porotos granados, zapallos italianos en fin de todo, ese lugar era mágico, donde escuchábamos sus historias,  ella no podía comprender que las personas trabajaran fuera de casa para tener los alimentos que a ellos les daba la tierra, decía si vendemos trigo, sandias, carbón, papas, cebollas, te puedes comprar lo que no te da la tierra, “mi niñita usted será una buena mamá si aprende todo esto” al recordar esas conversaciones me doy cuenta que me han ayudado en los momentos difíciles que he pasado en mi familia, al menos ese es mi propósito, poner en practica todos sus consejos, no importando que no tenga un huerto, lo que en si me enseñaba era que la familia es sumamente especial y merece tiempo y dedicación, algunas veces se le llenaban los ojos de lágrimas cuando se acordaba de lo pobres que eran de niños, el frio que a veces pasaban, del hambre en invierno, ya que no podían sembrar por la nieve, entonces nos llevaba a una bodega de adobe oscura donde guardaban alimentos para el invierno y nunca más pasar hambre, en esa gran pieza había charqui, papas, porotos, carbón, zapallos, nueces, almendras, avellanas, trigo, mote, y un montón de cosas más, de ahí sacaba un poco de sal y harina, yo pensaba que estaba listo el almuerzo con todo lo que llevábamos en la canasta ¡pero no!, venia la peor parte, pillar una gallina para la cazuela que el abuelo comía todos los días, yo salía corriendo para no ver a esa pobre gallina, yo no me la comí nunca, solo me comía todo lo demás, ¡si yo jugaba con las gallinas no podía comérmelas!, tantas vivencia y enseñanzas de mi Yayita, y todo lo recuerdo sólo con sentir el aroma de esos polvos en esa pequeña cajita, yo no vivo como ella vivió, pero si la experiencia de vida de ella me ha enseñado muchas cosas, como el valor de la familia, el amor con que hago las cosas para quienes amo, el recibir con gratitud lo que me dan, ser precavida y guardar para el invierno, que nos salvó muchas veces en tiempos de carestía agradecer un techo, una cama en invierno, el poder dar estudios a mis hijos, el tener una profesión, siempre me decía “debes hacer las cosas bien, no importa lo que hagas debes ser la mejor”, todo esto me recordaba ese huerto que ahora estaba abandonado y que parece que sabía que su dueña no volvería a cuidarlo y que todo aquello moriría también.

Entre a la pieza del comedor que era totalmente diferente a como son ahora, estaba una gruesa mesa repleta de diferentes semillas, legumbres, zapallos amarillos, un saco medio de harina, en el suelo que era de ladrillos de adobe, ya eso era un lujo para el campo, había una piedra con ranuras, otra piedra alargada redondeada donde molía el trigo en las noches, nosotros jugábamos en el día, recuerdo que nos retaba porque le desparramábamos el trigo dejándolo todo sucio y ahí venía el reto tipo consejo, “nunca deben botar la comida hay personas que no tienen trigo para su harina y no pueden hacer pan para darle sus hijos”, en esos momentos pensábamos que era una exageración para que no lo volviéramos hacer, pero con el tiempo me di cuenta que cada cosa que hacía o decía era para que tuviéramos una mejor vida.

Como no olvidar cuando cortamos el agua del arroyuelo y formamos una cascada, ¡que tarde inolvidable!, solo que todo termino cuando el abuelo recibió la visita del vecino preguntando: si sabía ¿por qué se había cortado el agua?, era el día que le tocaba regar su siembra, difícil de explicar lo que paso, pero Yayita salió a la defensa nuestra y todo quedo como una anécdota muy divertida, abrazándonos y llevándonos a cambiar la ropa mojada, en todo momento podía oler su aroma quedo impregnado en mi ropa mojada lo más curioso que la última vez que vinimos de vacaciones hace un año, mis hijos hicieron lo mismo, sin saber que su mamá y tíos ya lo habían hecho antes, claro esta vez no estuvo el abuelo ni el vecino, solo Yayita que lo único que hizo fue ayudarlos para que la cascada fuera más grande y segura, no puedo evitar sonreír, estos niños eran más regalones que nosotros y eso increíblemente me hace muy feliz, ella tenía tanto amor, tanta dedicación, empatía por los demás y siendo ya tan anciana estaba con sus bisnietos toda mojada, embarrada, pero una sonrisa que iluminaba todo, y lo más extraño fue cuando les llamé la atención, ella los defendió recordándome como era yo cuando pequeña, esta vivencia me hizo cambiar mi actitud ante los niños todo este año, recordar que se siente al ser pequeños, como se ve la vida, que queremos y gracias a esa enseñanza hoy mi relación con mis hijos es mucho mejor, y se lo debo a esa anciana mujer que ya arrastraba los pies, con una joroba por lo agachada que andaba con su bastón de palo hecho por el abuelo, pero con una sabiduría sin limites

Ya se empezaba a sentir el frío de la noche, debíamos volver a casa, la rutina diaria, en fin tantas cosas que hacer y tan poco tiempo para lo que realmente importa “la familia”, como decía mi Yaya, nos despedimos y cada quien tomo lo que consideraba un lindo recuerdo de esa casa.

Me preguntaron ¿qué te llevaras de la Abuela?, es fácil para mi elegir , me llevare su nombre y mis nietos me llamaran Yaya o Yayita, también llevo todas sus enseñanzas, todo su amor, todos los recuerdos maravillosos de una mujer adulta y anciana, pero con una juventud interior que nunca he visto, esos son mis tesoros que guardo en mi corazón, mi mente y mi retina, no necesito nada material, para recordarla y vivir sus enseñanzas o consejos, con la única excepción de algo que no tiene ningún valor económico, es su cajita redonda con sus polvos que contiene su aroma lo guardaré entre mis ropas como ella lo hacía, así siempre yo tendré su delicioso aroma, que me hará recordar que quiero ser como ella, tan sabia con mis hijos, nietos y tal vez bisnietos.

Hoy y siempre estará entre nosotros y un día nos volveremos a encontrar.

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