LA ESTACIÓN DE LA AMAPOLA

LA ESTACIÓN DE LA AMAPOLA

Se escuchan pasos ¡Oye viejo! ¡Despierta! ¿De qué te ha servido ser tan sabio? Abrigado con años y aburres como tu gorra de pana. Ponte el traje de treinta años y alegra esa cara. Siempre ahí, triste, vestido de viejo. No es un día como cualquiera y, además, es tiempo de sapos. Ahí viene ella. Como siempre, pegada al teléfono.

—¡Menos mal que la señora Gómez ha reaccionado con la pastilla! ¡Creí que me moría! Madre mía si le hubiese pasado algo… ¡Claro, ya sé!, pero todavía no se me ha muerto nadie y no quiero que pase cuando esté yo. Venga, te dejo… ¿Frasquito? Bien. Ahí está, en la ventana como todos los días, viendo los almendros. El campo lo tiene embelesado, será por la lluvia que no para. El pobre me cuenta siempre lo mismo. Venga, te dejo ya… Eso, a ver si ya entra el calor y comienza a cambiar el tiempo ¡Hasta luego!

—¡Buenos días Frasquito! ¡Hoy toca baño y también afeitado!

—Holaaa, hum… Lo que tú digas.

—¡No sé qué mira tanto ahí fuera que le tiene tan entretenido!

—La amapola.

—¡¿Qué amapola?! —Mónica se le acerca poniéndose unos guantes y un delantal con las letras bordadas por encima del pecho izquierdo, GSM. —  Yo no veo ninguna —contesta ella mientras amarra y extiende la blancura del delantal— Por no haber, no hay todavía ni flores. Estamos a finales de febrero y con esas nieves que han caído, van a tardar en salir. —La joven le coge una de sus huesudas manos— Vaya Frasquito, sí que le han crecido las uñas. Habrá que cortarlas. Hoy toca un aseo completo ¡Voy a prepararlo todo!

—Antes de irte mira el aparato. Anoche quise llamar, pero no suena. Este teléfono no sirve.

Siempre cavilando. Viejo deja de pelear con tus sentidos. El apuro de las horas te abate. No soporto ese ruido cuando hablas conmigo, grinch, granch, grinch, granch. Cierras y abres tu mano una y otra vez con ese dichoso tensor de muelle. No quieres perder fuerzas en las que han sido tus herramientas de trabajo toda esa vida. Te cansa todo, hasta la asistente. Su prisa animada y sus monólogos de comida, aseo y pastillas le fastidian.

—Esta chica no comprende nada. Suelta bocanadas. Parece que lo único que le interesa es mantenerme vivo. La amapola va a brotar tarde o temprano. Y lo va a ser muy pronto. Voy durando demasiado.

—¡Vamos Frasquito, a la ducha! Venga, muy bien. Vamos a quitarle la ropa. Vaya, hoy le ha salido otra bolilla roja en la espalda.

—¡Pues no la toques! Que el otro día, arrancándome el grano con las uñillas me hiciste daño en el brazo. Estas cosas que salen de viejo hay que dejarlas. Bastante lleva encima ya este cuerpo. Alguna cosa defectuosa tenía que salirle entre los pellejos.

—Están muy feas, Frasquito.

—Mi tiempo de presumido ya ha pasado. Las buenas acciones de joven salen ahora de viejo; en esos granos rojos, en las manchas…

—Espere, que le restriego bien por la espalda ¡Hala, bien limpico! La cremica para las piernas. Déselas usted por arriba y yo por abajo ¡A ver la herida del culete! Hum, espere. Tiene que tener cuidado cuando se limpia cuando ensucia. Se le puede infestar. Hay que mantenerlo sano, Frasquito.

—Cuando uno ya se queda medio ciego el cuerpo qué sabe. Pero, mira, mira —da unos torpes saltos y mueve los brazos al aire cantando—bailando el chachachá, el chachachá. Ya quisieran más de uno tener la edad que tengo y estar como estoy.  

Frasquito sabes que el rodaje de tu cuerpo no da para más. Poco a poco se te va entumeciendo lo que antes te hacía orgulloso. 

—Muy bien. Se acabó el baile ¿Qué le hago hoy de comer? —Mónica pregunta mientras recoge toda la ropa que ha ido tirando al suelo y la mete en una cesta de mimbre— ¿Una sopica? Y no me venga con eso de que ha pasado hambre en la guerra, que son otros tiempos, hay que comer, Frasquito.

—Unas migas. Cuando llueve pegan las migas con su ensalada de lechuga. Échale choricillo de ese. Me las comeré con naranja para que pasen por el gaznate.

—Ya comió migas ayer —Mónica, mientras habla, anda trasteando el móvil que está sobre la mesilla junto al sofá— ¡Ya tiene arreglado el aparato! Hay que enchufarlo a la luz porque se gasta ¡Tiene tres llamadas! Mire —le acerca el móvil al viejo que la ignora—. Son de su hija.

—Ya no le importo. Si no fuera por su nariz de duende, diría que no es hija mía. Ya solo me queda luchar con la soledad que me ha impuesto.

—No diga eso, hombre. Claro que se preocupa por usted. Le trae la compra y le llama todos los días. Es muy buena. Cualquier cosa, y su yerno viene corriendo. Y, además, es usted el que quiere vivir solo.

—Ya pocos nudos me ocasionan dolor. Suerte tiene uno de que ya no me ato a nada. Por atar, ni los cordones de los zapatos. Todo se quedó en aquel cortijo que andará abandonado. Digno lugar, allí donde nací en una cuna de esparto. Allí había madreselvas y humo de lumbre. Olor a maíz y pan de higo. Era una caja de guitarra. Había alegría… 

Soy quien mejor te conoce, la que maneja tu realidad. Y, aunque quede muy lejos aquella casa donde creciste de niño, ella sigue acunándote de forma compasiva en su regazo. Allí están tus conflictos de infancia. Y alguno que otro no anda resuelto como la muerte de tu madre. Estaba mal de la cabeza desde que se ahogó su nieta en la alberca. Ella enfermó de eso.

—¿Qué? ¿Eh? Sabes tú, tres pesetas era un capital, acostumbrados que estábamos a los reales. Sembraba de todo. Nunca faltaba de nada. Todo se vendía. Y fue cambiando. Aquella casa cambió. Fue andando y nos fue abandonando poco a poco. Con mis hermanas y cuñados ya no era la misma. Ahora allí ya no ladraran ni los perros. Entonces no se hablaba de tumores ni de locuras ni enfermedades extrañas… Mi mujer, con lo que ha trabajado conmigo. Hemos llenado cajas y cajas de fruta, que ella me las cargaba a las espaldas…

—En esta foto está muy guapa con su pañuelo en la cabeza, su delantal, las flores…

—Y cuando yo me subía a los árboles, le echaba el fruto, uno, y otro, y los cogía con el delantal que llevaba atado. Hasta en días como el de hoy, trabajábamos. Nos poníamos chorreando y luego, con el primer rayo de sol, a coger caracoles para venderlos. Guardábamos el dinero debajo del colchón, no nos hacía falta bancos. Todo billetes, que con la humedad se iban pegando. Con el primer ahorro compramos este piso, fue la primera señal. Lo pagamos en cinco plazos. Solo trabajo y trabajo, de noche y de día. Antes no había tanto bloque aquí… Cuando se abandona el campo es cuando entran los males y crece la pena. Allí, en esos cortijos ya solo quedarán tomillos y romeros con la cara llena de arrugas…

—Sí, Frasquito, ¡todo eso ya me lo ha contado!

—Sabes, la muerte no es para siempre, muere lo que se olvida.

—De usted se van a acordar siempre, ¡con la cabeza que tiene! Ya quisiera yo esa memoria para mí.

—Qué bueno era yo vendiendo, sabes. Cargaba el mulo de lo que fuera y lo vendía por los pueblos. En medio día, lo tenía todo vendido: Tomates negrillos, habas, habichuelas. Aquellas habichuelas. Aquellos tomates qué sabían tan buenos. Yo nunca perdía. Siempre ganaba cuando vendía. Con una venta me compré mi primera bicicleta. Iba a todos lados con ella, que buenas piernas tenía…

—Aún las tiene, Frasquito. Tiene usted piernas de mujer, muy finicas y fuertes. Se nota que ha andaba usted mucho.

—Antes se iba a todos lados andando por caminos, incluso atajaba por las piedras de una playa a otra. Era un perdigón. Y todo para ir al cine. Las películas de convoy del tío del puro, de Kir Duglá, Richá Widman, Burlan Caster. Aquello me engordaba. Y me subía por donde fuera, no tenía miedo a nada. De chico, me subí en un tanque. Cuando la Desbandá, todo el mundo huía por la costa desde Málaga a Almería. Nosotros no nos fuimos. Vi pasar a la columna de italianos y me subieron al tanque. Me dieron latas de carne de caballo. Me encontré también una cabra que la habían dejado abandonada. Me la llevé y la escondí. Al otro día, como nadie la buscaba, me la llevé al corral. Mi madre tuvo leche por mucho tiempo…

Sientes la falta de la familia. Eres orgulloso y egoísta. Te callas, no hablas de eso. Tampoco mucho de tu mujer y ese cáncer de tripa que te dejó solo. No muestras sentimientos. Ese comportamiento tuyo, a veces, sin sensibilidad. Tu coraza para que ya nada te duela.

—Frasquito, ahora son otros tiempos. Fíjese usted, ya tiene noventa años y está hecho un chiquillo. Eso es porque ha vivido mucho.

—Sí es verdad, quien me lo iba a decir a mí, después de vivir la viruela, el hambre y la guerra… Ver como murieron tanta gente… Y mi padre, con tanta pena, reventado por dentro por la hernia y sin una peseta en el bolsillo. Mis hermanicas se lo robaron todo. Tuve que darle para comer y para la mortaja. Pero, “quién mal anda mal acaba”, ya lo pagaran. Ahora tengo mi casa y dinero para comer y para mi entierro. Esto es una gloria. Quién lo iba a pensar entonces que iba a estar, a la vejez, tan a gusto. Me va a sobrar de todo.

—Venga Frasquito, fuera penas. Pronto vamos a poder ir a pasear por el prado, atravesando el puente. Tengo ganas de que cambie de color. —La joven mira por la ventana mientras prepara la medicación—. Que de ese gris pase ya al amarillo, al verde…

—Al rojo de la amapola.

—Saldrán muchas esta primavera, no para de llover.

—Pero solo una es la señal.

—¿Señal de qué?

—Del sueño eterno. La primera que sale, la que se ve florecer y mecerse con el aire. Esa es la buena. Siempre se lleva alguien con ella. El año pasado le tocó a Damián, el otro, fue Arcallada  ¿Tú los conoces?—Mónica sonríe y niega con la cabeza—también Aneas de Cantalobos, Linares de las Peñuelas.  Todos los de mi generación han muerto y solo quedo yo. Mi conciencia me ha avisado hoy ¿Tú no la escuchas? La conciencia ha estado todo el día rallando en mi cabeza. Ella está aquí. Ahora está, mientras hablamos. Ella no para de hablar. Habla como en sueños, de mí, por lo bajo. Yo la dejo que diga lo que quiera.

—¡Ah, por eso habla tanto usted solo! Bueno, con ella. ¿Y dice que está siempre cuando hablamos? ¿Incluso en la ducha? O sea que, ¿hoy he lavado también a su «conciencia?” Vaya. Mi madre siempre me dice “Hija, toma la conciencia de las cosas” y mi novio, que es muy estudioso, me insiste con eso de que, “cambie de conciencia para cambiar yo”. Ahora lo voy entendiendo, es como la voz interior ¿verdad?

—Sí, eso.

—¡Gracias Frasquito! Hoy, cuando llegue a mi casa, pensaré en mi conciencia. Seguro que tiene mucho que decirme. Lo mismo me hace vivir tantas cosas como ha vivido usted. Y cuando sea vieja no pararé de hablar con ella. Ya le iré contando que me dice. Bueno Frasquito, tengo que irme, aquí le he dejo la comida, un puchero de hinojos. Cuidado que quema, eh ¡Hasta mañana!

Viejo prepárate que ya pronto va a cambiar el tiempo. Mira ya, los almendros, que empiezan a despuntar de blanco. Que los días cortos darán pronto paso a días largos y por fin, aparecerá la primera amapola. La primera en brillar y la primera en morir. Y durará solo dos semanas. Vamos, viejo.

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