CAPÍTULO 1

LA VUELTA DEL PASADO

No podía entender, cinco años después, como había podido llegar a la terrible situación en la que ahora se encontraba. Había transcurrido sólo un lustro, que a ella le parecía una eternidad…

Hoy, cuando se encontraba de vuelta en aquella estación de tren de su maravillosa ciudad de La Coruña, que la había visto partir hacía cinco años, afloraban todos sus recuerdos, que ella misma se había obligado a ocultar en lo más hondo.

Y es que a eso volvía, a enterrar a su amado padre, y a la vez a desenterrar aquello que había logrado sepultar, tejiéndolo entre innumerables mentiras y medias verdades, para volver a esconderlo bajo infinitas capas, en el rincón más remoto del olvido.

Acompañada por Manuel, ahora su único sostén, su novio, jefe y amigo, María avanzaba quedamente, apoyándose en su brazo, para no caerse, empujada por el gran peso de la emoción y de infinidad de sensaciones encontradas.

Cada metro que pisaba de su recobrada y amada tierra, le trasladaba a una velocidad vertiginosa hacia un montón de sentimientos contrapuestos. Estas ideas, emociones y recuerdos, que acudían entremezclados a su mente, hacían que se le erizara todo el vello de su cuerpo y que se pusiera en guardia, como esperando a que se desencadenase una gran hecatombe.

Mientras avanzaba muy despacio por el andén, arrastrando el gran peso de las maletas y de su propio cuerpo, observó como se acercaba su hermana Belén, a la que le unía una relación amor-odio, que nunca había sido capaz de explicar.

Para que no cogiera desprevenido a Manuel, la muchacha anunció a su novio quién se aproximaba y le conminó a que se preparara. Intentaba que no se quedara demasiado descolocado, cuando comprobase, en vivo y en directo, la ironía hiriente que su hermana solía utilizar cuando se dirigía a ella.

_¡Hola querida hermanita! ¡Felices sean los ojos que te ven, mira que tener que enterrar a papá para que te dignes a deleitarnos con tu presencia! Bueno, dejémonos de cháchara y haz el favor de presentarnos – dijo elevando la voz con tono autoritario para demostrar quién llevaba allí la voz cantante- mientras se dirigía a Manuel.

_¡Así que este es el misterioso señor notario! ¿Te llamas Manuel, no? Bienvenido a la familia, aunque lamento que tengamos que conocernos en estas duras circunstancias.

Y tomando el mando de la situación dirigió a la pareja hacia su coche, aparcado en el cercano parking de la estación. Durante el corto trayecto que les separaba de su antiguo domicilio, les fue desgranando con todo detalle cada uno de los pasos que les esperaban.

Mientras se adentraban en el caótico tráfico de la ciudad gallega, María percibía con todos sus sentidos el petricor, ese olor a tierra mojada o el aroma penetrante del mar, que tanto había añorado durante esos cinco años. Sólo le faltaba volver a relacionarse con sus paisanos, para sentir esa entrañable cercanía que había echado en falta, en la vorágine e impersonalidad de la gran ciudad, aunque temía volver a reencontrarse con capítulos de su vida y con personas a las que había intentado olvidar.

Aunque determinaron que irían hacia su casa, ahora vacía y oscura, a asearse y a dejar el equipaje, pues todos los miembros de la familia se encontraban velando el cuerpo del padre en el Tanatorio, Belén les comentó que harían antes una parada en la cafetería del Playa Club, situada en el paseo marítimo de la Playa de Riazor. Les cogía de paso hasta llegar a su domicilio situado enfrente del colegio de Las Esclavas.

El Playa Club era un local que María conocía muy bien. En su adolescencia había acudido algunas tardes de los sábados junto a su pandilla a la discoteca que había en los bajos de la cafetería, y en otras ocasiones, tras las largas jornadas veraniegas de playa, solían quedarse a tomar algo antes de regresar a sus respectivos hogares.

Belén no tardó en convencer a la pareja de que esa era una buena idea. Ellos tampoco tenían ganas de aproximarse tan rápido a esa realidad tan cruel, y necesitaban relajarse y charlar un poco de cosas intrascendentes, antes de enfrentarse a uno de los momentos más duros de sus vidas.

Unos veinte minutos después decidieron que ya era hora de dirigirse al domicilio familiar, ya que sabían que su madre estaría pendiente del reloj. Por teléfono les había recordado que quería reencontrarse cuanto antes con María, y que además, deseaba conocer, por fin, a su futuro yerno, Manuel.

En cuanto llegaron a su antiguo hogar y apenas comenzó a subir las escaleras, María fue presa del pánico. De repente empezó a sufrir unos temblores incontrolables, especialmente cuando se encontraba subiendo los peldanos del tercer piso, donde todavía vivía Alfredo, su antiguo vecino y amigo.

Menos mal, que su hermana Belén y su novio, Manuel, que desconocían el verdadero motivo, achacaron ese repentino temblor, su sudor y creciente palidez a los numerosos recuerdos que le ataban, en su hogar, a su difunto padre.

Cuando por fin llegó a su casa y a su antiguo cuarto, María les anunció que quería echarse un rato para intentar recobrar fuerzas. Mientras, su hermana Belén y su novio, Manuel, aprovecharon para intentar conocerse un poco mejor.

Con ese aplazamiento, María pretendía recuperar su ánimo tan desmejorado para poder afrontar el que sabía iba a ser otro de los momentos más duros de su corta vida, el de tener que ver a su queridísimo padre, inerte y tendido en un frío féretro. Pero también, al de enfrentarse a su pasado secreto, que cinco años antes le había obligado a poner tierra de por medio.

Después de descansar una media hora, los tres jóvenes se dirigieron al tanatorio. Allí, María sintió como se le rompía el alma al encontrarse con su madre. Las dos mujeres se fundieron en un larguísimo abrazo y se echaron a llorar de forma incontenible, mientras no dejaban de besarse y de hablar de forma atropellada.

Cuando logró serenarse, su madre le pidió que le presentara a Manuel, que hasta entonces había quedado un poco retrasado, observando con respeto desde un discreto segundo plano. Este instante sirvió para que ambas mujeres se calmaran y continuaran poniéndose al día sobre sus vidas.

Un poco más tarde, ya más calmada, María se acercó a saludar, agradecida, al resto de la familia y a los amigos más allegados, allí presentes, que le miraban apenados, mientras le ofrecían su pésame.

Después se preparó mentalmente para afrontar el momento que jamás habría deseado que llegara, el de enfrentarse al duro impacto de ver muerta a una de las personas a la que más amaba, su padre.

A pesar de ello, el choque que sintió fue enorme. La muchacha se echó a llorar de forma incontenible cuando vio el cuerpo inerme de su padre en aquel lugar tan frío e inhóspito. En ese momento, María no se cayó al suelo gracias a que se encontraba cogida del brazo de Manuel.

La impresión fue tremenda al verlo allí, sin vida, precisamente a él, que desbordaba energía por todos los poros de su piel, especialmente cuando estaba en presencia de alguien. Le afectó de tal modo, que casi se desvanece. Por eso, ayudada por su inseparable Manuel salió de la sala y se acercó a otra habitación cercana para tomar una tila y reponer parte de sus fuerzas perdidas para más tarde continuar la dura jornada que le quedaba por delante.

La pareja sacó de las máquinas dos tisanas y se sentó en un lugar solitario. Manuel esperaba que mientras charlaban alejados del féretro, la familia y los amigos que le recordaban el hecho luctuoso, María pudiera calmarse de la fuerte impresión recibida.

La joven empezó a hablar de forma acelerada con su único interlocutor. A partir de ese instante empezaron a acudir a su memoria lejanos recuerdos que, hasta entonces, había escondido y sepultado entre la bruma del olvido.

María recobró, desde los lugares más recónditos de su memoria, los cálidos instantes que había vivido con su familia cuando era una niña. A su mente regresaron momentos muy felices. Recordó cuando jugaba con su padre en un parque cercano a su domicilio, le ayudaba en las tareas o le encargaba que hiciera algunos recados para él.

Y así -poco a poco- mientras se sabía escuchada por su novio, la joven comenzó a recordar aquellas ocasiones que había compartido con sus padres y hermana. Aunque, tal vez empujada por el motivo de su viaje, recordaba con especial cariño los vividos con su padre. Él había sido su gran apoyo, sobretodo cuando su hermana le acusaba de haber hecho cualquier trastada.

Él, su querido padre, Jaime, siempre tenía la palabra adecuada para disculparla y salía en su defensa cuando intentaban inculparla:

_¡Es que iba corriendo para darte un recado y no vio el jarrón, por eso, tropezó! – le decía a su mujer Laura- todo cargado de razón.

_¡Es que me ha estado ayudando a recoger las herramientas!, por eso se olvidó de subir a merendar, y no se acordó de que tenía que hacer los deberes.

Y así, invariablemente, inventándose las disculpas más peregrinas, le apoyaba en todo momento.

María le confesó a su novio que sabía que era el ojo derecho de su padre, aunque jamás quiso reconocerlo en público, especialmente delante de su madre o su hermana. La joven le dijo a Manuel que en una ocasión su padre había admitido que existía ese trato preferente hacia ella, y así se lo había comentado a su amiga Luisa.

Ante ella, María sí había reconocido que su padre la trataba con más cariño. Él mismo se lo había dicho una día cuando paseaban por el parque e intercambiaban historias. Su progenitor le confesó que era su preferida, pero le hizo prometer que no se lo diría a nadie, ya que pretendía ser justo con sus dos hijas.

Poco a poco- según caía la tarde y casi sin darse cuenta- María fue saltando de recuerdo en recuerdo. Le vino a la memoria el viaje que hizo la familia al completo al zoo de Madrid, cuando ella tenía ocho años.

También narró- en ese momento intimista- cómo ese día su padre les fue explicando las características de cada animal que veían durante la visita. ¡Dejó tan perplejas a las tres mujeres con sus amplios conocimientos!¡Parecía una enciclopedia andante!

Se acordó de cuando se fueron de vacaciones a la playa, pero no al cercano y bravo Atlántico, sino al tranquilo y cálido mar Mediterráneo. ¡Cómo disfrutaron de esa semana de asueto visitando los pueblos blancos, las hermosas calas recónditas, aquellas viejas iglesias o simplemente dando largos paseos y chapoteando en la playa!

Asimismo recordó aquel día en el que se subieron juntos a la noria durante las Fiestas del Rosario en La Coruña, y también otros bellos momentos, tan cotidianos y cálidos, que había compartido junto a él. Y aunque intentaba volver atrás, no logró rememorar ningún instante en el que no estuviera presente siempre el aliento paterno.

Le vino a la memoria asimismo una imagen de antaño. En ella veía como su padre le ayudaba con las tareas del colegio, especialmente con las matemáticas, asignatura con la que tenía algunas dificultades.

María recordaba a su padre, siempre orgulloso, sobre todo cuando ella o su hermana alcanzaban algún logro especial. Así sucedió, por ejemplo, el día en el que las dos recogieron sus respectivos diplomas de Bachillerato, o cuando ella, en sus acostumbrados paseos por el parque o los museos coruñeses, se mostraba infinitamente curiosa, ante todo lo que veía ante sí, y no dejaba de hacerle preguntas.

¡Cuánto lo iba a echar de menos! ¿Cómo iba a ser capaz de vivir ahora, sabiendo que él ya no estaba? ¡Eran tantas las vivencias que había compartido con su querido padre, y que ahora, de una forma atropellada y casi inconexa, acudían a su mente!

Esta charla atropellada, llena de recuerdos, permitió que María fuera recobrando poco a poco el aplomo que necesitaba para afrontar la pérdida de su padre y para que pudiera mostrarse segura delante de los demás.

Ya mucho más relajados, los dos jóvenes decidieron regresar junto a la familia. A partir de entonces, María aguantó con gran dignidad y entereza el continuo ir y venir de familiares, amigos y vecinos en el salón fúnebre durante esa jornada. Sabía que pasada la noche llegaría el peor momento, y esperaba poder superarlo.

Mientras se producía el ir y venir de vecinos y amigos, María temía que algún momento se acercara la visita que más temía, Alfredo…


SINOPSIS

María vuelve a La Coruña a enterrar a su padre. En esta ciudad se encuentra con su pasado, Alfredo, el vecino que la violó y que es el padre de su hija, Alba.

Al regresar a Madrid, la policía le comunica que los padres adoptivos de la hija a la que dio en adopción, la buscan porque la pequeña está gravemente enferma.

La niña padece una enfermedad rara, la Deficiencia de Alfa-1 Antitripsina (Alfa-1), y necesitará posiblemente que sus padres biológicos, le ayuden para poder ofrecerle un trasplante.

Comienza entonces su búsqueda y cambia la vida de todos ellos.

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