«Aquel que encuentre esta botella deberá leer su mensaje hasta el final:
Se me pidió que contara una historia a través del reflejo de la memoria, pero ya a mis años, las grietas de aquel espejo se encuentran tan abiertas que por allí se escurren miles de lagunas que terminan por empapar los recuerdos. Nací en tierras lejanas, se me escapan los detalles de aquellas reminiscencias y es tan verídico que no somos más que el tiempo que nos queda caminando hacia el olvido que seremos. Nunca gocé de mayor fortuna que la otorgada por la nobleza del corazón, crecí dentro de una sociedad en la que cada uno de los miembros recibía recíprocamente trato igualitario, todos teníamos lo mismo y no se trataba de consorcio comunista, ni siquiera llevábamos respaldo de ideologías políticas, aquí fue que conocí sobre doctrinas y dogmas, la única corriente que seguíamos era la de mar en que residíamos.
Si llegara persona alguna amante del mar a encontrar este pergamino dentro del objeto de cristal, seguramente se preguntaría: ¿Quién será el emisor de esta epístola? Tendría toda la razón, no se puede contar un relato sin antes delatarnos a nosotros mismos, primeramente, es necesario desentrañar la etimología y base fundamental de este recado. Procedo de otra galaxia, una dimensión ubicada a incalculables años luz de su sistema planetario, y teniendo en cuenta la preconcepción humana respecto a seres siderales, lamento decepcionarles; no poseo ninguna clase de poder ni supremacía, tampoco naturaleza hostil ni aires de dominio, así que tranquilos; mi estadía aquí no corresponde a un plan trazado de invasión alienígena, más bien ha sido un sendero de autodescubrimiento. No hablamos como ustedes, tal vez pensarán que nuestro lenguaje insonoro a sus oídos sea telepático, pero ciertamente es complejo abrir la boca dentro del agua; tragaríamos demasiado líquido y el proceso de comunicación sería tedioso, así que nos adecuamos a la situación utilizando este método muy parecido a la zoosemiótica empleada por los animales de su mundo, aunque eso sí, menos onomatopéyico. De dónde vengo es similar a este lugar, aunque pensándolo bien, es exactamente lo contrario, acá el agua es reina en proporción, no obstante es la tierra quien ha visto la civilización y sobre su suelo ha prevalecido la especie dominante, allá es totalmente lo opuesto, nosotros emergimos del piélago y desafortunadamente no tenemos conciencia de aquellos seres que habitan en la gran extensión de tierra que conforma la mayor parte de nuestro planeta, mientras que ustedes tienen conocimiento de algunas de las formas de vida bajo la gran masa oceánica que los baña, aunque no han descubierto a la mayoría. No me es permitido decir cómo se llama el lugar al que pertenezco, se me solicitó narrar la historia, pero no revelar nombres. Solo les puedo decir que durante el día éramos visitados por un solo astro, al igual que ustedes cobijados por los rayos del sol, mientras nuestras noches eran vigiladas por tres satélites, más sin embargo pocas veces observábamos la transición gradual de los fenómenos diurnos y nocturnos, puesto que nuestra morada radicaba en el interior de la esfera y salir a la superficie requería trajes confeccionados con un sistema especial para lograr respirar dentro de ellos y fuera de la extensión de hidrógeno que componía el treinta por ciento de nuestro cuerpo celeste. Jamás contemplamos la idea de intentar colonizar los setenta por ciento restantes, ignorábamos que tipo de criaturas los habitaban, la leyenda se refería a ellos como seres depredadores, cuya incapacidad de vivir bajo el agua los alejaba de esta; le tenían pavor al elemento, cabe recalcar que nunca discerní entre la lobreguez insondable de aquella tierra árida. Las escasas ocasiones en las que salíamos, lo hacíamos en pequeños conjuntos de diez y orientados por un maestro guía, un viejo erudito de impecable sabiduría que siempre nos acompañaba. Nuestra misión era ver las maravillas del universo, anhelábamos contemplar la majestuosidad del cielo y presenciar la veracidad de aquellos mitos, esos que hablaban de un cinturón de asteroides que paseaba durante varias estaciones del año, y aunque nunca nadie pudo ver alguna estrella, todos guardábamos la esperanza de observar lo fantástico de su presencia mística, los más osados profesaban que los colores intermitentes de esos objetos parpadeantes hipnotizaban mientras cumplían los deseos de quienes les observaban, una creencia que se extendió durante siglos, tradición de la cual queríamos ser partícipes. Precisamente mediante la búsqueda de aquel espectáculo astral, el hado giraría de forma abrupta, llevaba a cuestas veintiocho años de existencia cuando realizaba la expedición habitual de cada invierno, las excursiones se intercambiaban por grupos y por cada estación del año, me correspondía rotación en esa fecha, así que saldría bajo la lluvia, otrora la dinámica cayó en verano, esta vez lo que vendría realmente sería inesperado. Todo iba según lo planificado; nadamos desde la civilización recóndita hasta alcanzar la cúspide, estando allí, sacaríamos solamente las cabezas protegidas con las escafandras, treinta minutos establecidos para regresar a la planta profunda, ni uno más ni uno menos, justo en el veintiocho fue que la vi; la tormenta se precipitaba sobre la gran masa de agua, arrastrando con ella la enorme ola, cuya prolongación interminable, daba la ilusión de no tener cresta alguna, los demás se apresuraron a bracear cuesta abajo, mientras la rompiente tan cercana a mí, me negó esa opción, recuerdo haber visto una luz refulgente abrazarme, a la par que escuchaba al maestro guía insertar en mi mente las siguientes palabras:
—Te eligió. Si llegas ir a la quinta, por favor cuéntales sobre nosotros, pero no le digas quienes somos, omite nombres. No te preocupes, retornarás igual como te vas. — sentenció, antes de fundirse en las abisales aguas.
No tuve tiempo de contestarle, estaba atónito y atemorizado de sobremanera, pasé de no husmear la parte desértica de mi propio planeta a ingresar sin previo aviso a una dimensión desconocida y completamente en solitario. A partir de ese entonces, tenía en mi lengua el encargo de todos los míos, dar a conocer nuestras epopeyas, sin importar las inclemencias del espacio o tiempo, el destino había impuesto la voluntad de mi origen sobre mis hombros, convirtiéndome en un adeudo de compartir la usanza ancestral, claro está, sin develar intencional ni fortuitamente apelativos sobre nuestra cofradía y el plano al que ésta pertenecía.
Podría jurar que el tiempo trascurrido desde el oleaje abductor hasta el despertar dentro de las aguas de la nueva locación, fueron veinte minutos, lo sabía, porque una de las clases implementadas en nuestra escuela, requería habilidades cronométricas, pero aquí esos veinte minutos fueron veinte años, todo mi cuerpo ahora tenía cuarenta y ocho años, el envase no reflejaba la verdadera esencia de su contenido. Al salir del agua pese a lo negativo de mis expectativas, inhalé su oxígeno, al principio pensé ahogarme, pero luego se restableció todo el proceso respiratorio. la transmutación surtió efecto, la adaptación fue instantánea, quizá la fuerza del cosmos me concedía una nueva oportunidad para irónicamente inspirar el aire de una tierra diferente a la mía, allá ni siquiera podía pensar salir a la superficie sin escafandra, en cambio aquí inhalé su oxígeno sin ninguna dificultad, pero cuando volví a sumergirme en el agua salada, contrario a la dulce a la que estaba acostumbrado en el lugar de donde provengo, me fue imposible, mi sistema se había modificado, nadé rápidamente a la costa, cuando toqué la arena un chiflido captó mi atención, un hombre sentado al lado de una arcaica canoa gritó:
—Hola extranjero, bienvenido al archipiélago de Socotra. Dime algo: ¿Eres viajero o visitante? ¿haces parte de los veedores del zoológico? Sé de buena mano que los seres de otros mundos, están vigilándonos, así como nosotros observamos a los animales dentro de sus jaulas en el zoológico, ellos nos observan a través de nuestras jaulas mentales, cada cierto lapso sus gobernantes envían emisarios para fiscalizar a los humanos en la tierra, lo han venido haciendo durante siglos, juegan con los eones, su capacidad metamórfica les da acceso para infiltrase entre nosotros. Uno de ellos una noche de sublime luna menguante me confesó algunas cosas, su premonición indicaba que la física de Newton desaparecerá dándole pasó a la cuántica de Tesla. Una era oscura forjará su imperio sobre las ruinas estelares, asumiendo que los protones decaigan y el estado de la materia compuesta por partículas subatómicas hagan lo propio, colapsando en agujeros negros que dominarían todo a su paso y posteriormente se evaporarán debido a la radiación de Hawking. Todo esto después de que Andrómeda colisione con la vía láctea, en un encuentro refulgente, esparciendo estrellas de manera ambidiestra. La metamorfosis solar a enana blanca pronto oscurecería su capa extensional hasta convertir al astro en enano negro, pasar de luz a sombra es una de las transiciones más dolorosas que sufrirá el sistema planetario; su rey caerá. En algún punto todo dejará de existir, cientos de años respaldarían el proceso, ese destino inscrito en el firmamento me recuerda que la gente suele pedir deseos a las estrellas, concedidos o no, ellas saben que cada persona es un mundo, un planeta explorable, cimentado por formación de elementos, y así como la creación intergaláctica en algún punto dejará de existir como materia, pero aprenderá a flotar como alma. —concluyó.
Estaba absorto escuchándolo exponer su oratoria, hablaba con tanta seguridad que haría tambalear las nociones de los más escépticos, además que sus palabras me recordaban algunos pasajes de los textos de mis antepasados. Me quedé en Socotra una década, una isla de encantadora fauna y flora, admiré las estrellas, son fantásticas, en mi concepto un arcoíris de cinco puntas intercambiando sus colores, aunque nunca me atreví a pedirles deseos, ya que su sola presencia es un milagro, luego empecé a recorrer la anchura de la esfera terrestre, mediante los océanos, iba de un lugar a otro aprendiendo de su cultura, conociendo mis raíces, algunos me llamaban el sabio de los siete mares, porque donde quiera que iba contaba las hazañas ocurridas en las salubres aguas. Pasaron en total una cantidad de cuarenta años, ya los surcos adornaban los pliegues de mi piel, así que decidí escribir el recado. Redacté esta carta hoy, en toda locación hay un punto donde surge la claridad, aquí existe un triángulo en medio del Atlántico, vislumbré la luminosidad esta noche, así que introduciré el mensaje dentro de la botella para que sea encontrado por quien tenga que hallarlo, aquel que también sea elegido por la luz.
Fin».
El frasco de vidrio se balanceaba sobres las aguas cuando por fin tocó la costa, esa misma noche el hombre de la canoa en Socotra obtendría respuestas.
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