Nita (los que Saben)

Nita (los que Saben)

Aida Méndez

10/02/2018

Prólogo

— Dentro de poco empezarán los festivales humanos… —bosteza Taro, con gesto aburrido, agitando su cola de grifo.

— No son tan malos —me encojo de hombros, con la vista fija en la plaza del pueblo—, sí que son ruidosos, pero ellos ríen y bailan. Parecen felices.

— Creo que nunca entenderé tu fascinación por los humanos —suspira Taro, apoyando su cabeza en las patas.

Yo me limito a observar el lugar, estudiando a los habitantes, que ahora corren por todas partes, entre los puestos de lo que será la feria de invierno. El jolgorio se escucha desde aquí, desde la azotea del edificio de finanzas.

A través de los lentes de mi máscara, diviso a los organizadores corriendo como hormigas, con grandes sonrisas en sus caras, impacientes por el comienzo de las fiestas.

Despliego mis alas, a la vez que estiro el cuerpo, entumecido ya de estar tanto tiempo sentado.

— Nita, es irónico que esta sea la fiesta que más te guste —agrega Taro, acicalándose el pico con una de sus garras—. Tengo entendido que celebran la desaparición de los Hombres Cuervos… —se me queda mirando fijamente.

— Lo sé, Taro —replico, alzándome lo suficiente para ver la plaza mejor—. Aún así, no deja de parecerme interesante.

— Tú dirás —comenta él, y parpadea cuando vuelvo a desplegar mis alas—. ¿Qué haces?

— Voy a sobrevolar la ciudad —respondo— ¿Vienes? ¿Te quedas?

Alguien tiene que evitar que te choques contra alguna ventana, ¿no? —se despereza.

— ¿Hasta el ayuntamiento? —propongo.

— Venga —ronronea.

De forma simultánea, ambos alzamos el vuelo, tan rápido y alto, que ningún humano podría darse cuenta sin fijarse constantemente en el cielo nocturno.

Oh, lo siento, no nos presenté.

Este de aquí es Taro, el que ha sido mi mejor amigo desde que tengo memoria, un grifo de ojos verdes, capaz de recorrer miles de kilómetros aleteando.

Y yo… Bueno, yo soy Nita, uno de los últimos Hombres Cuervo que quedan, al menos aquí. ¿Sabéis lo que es una arpía? Nos parecemos un poco, aunque nuestros torsos y muslos sí son más humanos.

— ¡Muévete, Nita! —me llama Taro— ¿Estás dormido? ¡Esa máscara pesa mucho!

— Muy gracioso —mascullo.

Aleteo, sorteando las fachadas de los edificios de madera y cemento de la ciudad. Taro se adelanta algunos metros cuando pasamos por encima de un restaurante muy famoso de la zona (¿»El Bodegón», o algo así?).

Adoro esto, volar tan rápido entre muros, jugando al escondite contra la atención de los ciudadanos que beben sus cafés junto a ventanas entreabiertas, sobre carros a caballo y coches a vapor, y bajo globos aerostáticos y columnas de humo.

Escucho cómo Taro profiere un bufido triunfal, y yo sonrío.

Hoy no, amigo.

Doy un acelerón y me pongo a su altura, aunque Taro sigue manteniendo el ritmo, de modo que me es imposible adelantarlo. Empezamos a volar nivelados, demasiado, diría yo, así que comenzamos una competición amistosa para ver quién llega antes a nuestra meta.

Escapamos de entre los edificios y llegamos al mercadillo de la ciudad, tan rápido que nadie se percata de nuestra presencia. Nos encabezamos hacia las columnas, acelerando.

No obstante, me veo obligado a frenar para no chocar con la estructura del ayuntamiento y poder poner las piernas por delante, para sujetarme con las garras. Para cuando realmente me sostengo, Taro me mira con los ojos brillando de orgullo hacia sí mismo.

— Gané —alardea.

— La próxima, tú no te preocupes —le aseguro.

Me quedo en la columna, y aprovecho para contemplar el panorama.

Tesla ni siquiera es la ciudad más grande que he visto, sin embargo, sí es una de las más bonitas y llenas de vida que he contemplado jamás.

Está dividida por diversos ríos de aguas cuidadas y limpias, que no consigo ver ahora. Por lo demás, Tesla es un cúmulo de metal, piedra, vidrio y madera, en forma de edificios de varias plantas, carreteras, fábricas y monumentos simbólicos. Las hileras de humo llegan hasta el cielo y, si escucho con atención, me llega el sonido de los numerosos engranajes de la maquinaria que mantiene activa toda Tesla.

Dejando la victoria de Taro de lado, sonrío, y decido subir hasta arriba del todo. Él me sigue por detrás, en silencio. Encuentro una cornisa en la que podemos sentarnos, y detengo aquí mi recorrido. Taro se tumba y pliega sus alas. Transcurren algunos minutos de silencio.

— No sopla brisa hoy —comenta.

— Ya —respondo—. ¿Por?

— Siempre hace algo cada vez que estamos a esta altura —afirma Taro—. Aunque ahora no hay nada.

— ¿Y eso es malo? —pregunto.

Taro se revuelve un poco.

— Bueno, los grifos tenemos la creencia de que donde sopla el viento, no puede pasar nada malo —señala con el pico—. Y, efectivamente…

Sigo con la mirada la misma dirección, y contengo la respiración cuando diviso un nubarrón demasiado bajo para pertenecer realmente al cielo. Hay algunas luces difuminadas en su interior.

Una Sombra.

— ¿Qué hace una Sombra aquí? —arqueo ambas cejas— ¿Por nosotros?

— Dudoso —niega Taro—. Si fuera así, no estaríamos ahora hablando tan tranquilos, ¿no crees?

Asiento, volviendo a observar a la criatura. Nadie, o por lo menos ningún monstruo que yo conozca, sabe lo que son. Las Sombras aparecieron un día, en Tesla y sus alrededores, y no se conoce qué son ni la forma de deshacerse de ellas. Los humanos no se tienen que preocupar. Las Sombras los ignoran igual que ellos hacen caso omiso a su existencia. No obstante, conozco a más de un monstruo que se ha visto en serios problemas por su culpa, y por poco no lo han contado. Por fortuna, ni Taro ni yo nos hemos visto en esa clase de situación como para…

— Qué mona —Taro llama mi atención.

— ¿Qué?

— Ahí abajo, en el mercadillo —me aclara Taro—. Creo que tienes una fan… —canturrea.

Curioso, dejo de atender a la Sombra para centrarme en lo que hay frente al ayuntamiento. Entre las decenas de puestos que se reparten por la enorme plaza rectangular, enseguida encuentro a la persona a la que Taro se refiere, que se pasea por la sección de artesanía.

Es una mujer alta y delgada, que viste un atuendo casi idéntico a las que solían vestir las Mujeres Cuervo: Un corsé negro, falda corta con encajes, plumas simulando cola y alas, y una máscara negra, con forma de rostro de cuervo. Va adornada con varias joyas, también oscuras, y desde aquí veo discreta pedrería negra donde deberían estar las costuras.

— Se lo ha currado, ya lo creo —afirmo.

— Casi casi parece una de verdad —prosigue Taro—. Lástima que las vuestras no llevasen esas botas.

Asiento, distraído, observando a la chica en cuestión. Se mueve de forma muy natural entre la gente, además de que se detiene muchas veces a hablar con los demás. Debe ser una mujercita especialmente social, para andar con tanta libertad entre tantas personas. Yo me agobiaría en su situación, vaya.

Las luces de la Sombra se revuelven, inquietas, lo que me alarma. Sólo se agitan cuando va a atacar a un monstruo, pero Taro y yo nos encontramos demasiado lejos como para ser su objetivo.

Sí —sentencia Taro—. Es un disfraz demasiado bueno.

— ¡¿Qué?! —exclamo yo, desplegando las alas, anticipando lo que creo que va a suceder.

Tan pronto como despego, la Sombra se materializa y desciende, llamado la atención de todos los ciudadanos. Adopta una forma humanoide y aterriza con tal impacto que hay quienes caen, incluyendo la niña del disfraz.

Oh, no.

La Sombra profiere un rugido gutural que, en otra ocasión, me pondría los pelos y las plumas como escarpias. Pero estoy demasiado pendiente de que a la chica humana no le pasa nada como para pensar en mi propio miedo.

Yo hago lo mismo a poca distancia.

Para mi desconcierto, ella está intentando defenderse. Ha cogido una plancha de madera de vete tú a saber dónde, y la usa como obstáculo para evitar un ataque directo. Aún así, es inútil cuando la Sombra la embiste, tirándola otra vez y partiéndose el escudo improvisado en muchos pedazos astillados. Corro, acelerando con algunos aleteos. Llego justo a tiempo para levantar una pierna y clavar la garra en el torso de la Sombra, desviando su trayectoria y haciendo que choque contra una venta de verduras, que se desmorona con el golpe. No paro de agitar las alas, tratando de emplear más fuerza y acabar más fácilmente con la pelea. A pesar de ello, la Sombra logra levantarse y lanzarme al aire, aunque me recupero pronto.

Observo que la chica ha hecho uso de la razón y ha huido.

Escucho a Taro en alguna parte, sobrevolándolo todo, y sólo espero que no se acerque, con tal de que no se haga daño. Erizo las plumas como señal corporal para que no lo haga, y suelto a la Sombra para volver a descender sobre ella, y se me escapa, saltando muy alto antes de que la pueda coger. Se me sube el corazón a la garganta cuando escucho una exclamación horrorizada que pertenece a la niña.

Echo a volar, y la veo.

Corre todo lo rápido que puede, e intenta ralentizar a la Sombra tirándole todos los objetos que encuentra a su paso, sirve de poco, pero es mejor que nada.

Sé que no llego cuando la Sombra alza sus garras, dispuesta a descuartizarla. Pero Taro, oportuno, lo agarra por la espalda para desequilibrarla. Yo aprovecho ese momento para interponerme entre Sombra y presa, y entierro mi garra en el centro de su pecho. Su carne está helada.

Con toda mi potencia, saco las vísceras de la Sombra, a la vez que Taro se va tan rápido como llegó.

La Sombra profiere un quejido húmedo cuando se ve desprovista de sus entrañas. Después, parece secarse de golpe, hasta el punto de empezar a deshacerse en polvo oscuro.

Nos invade el silencio.

Yo me doy la vuelta, para comprobar el estado de la chica, y la encuentro de pie, quieta, observándome. Para mi alivio, sólo ha perdido un par de plumas y abalorios, sin sufrir ella misma ninguna herida aparte de unos rasguños en las rodillas, tal vez.

Avanza un paso hacia mí, para luego quitarse la máscara, y dejar al descubierto su rostro.

Debería marcharme. Ni siquiera debería haberme parado a averiguar si ella está bien o no. No obstante, me quedo embobado. Es más joven de lo que me imaginé en un principio, tal vez por su constitución y… Es preciosa.

Tiene la cara ovalada, fina, de un tono algo oscuro que pone en evidencia sus orígenes sureños. Y su cabello, mediano, alborotado y ondulado, es un poco más oscuro. Su boca es pequeña, casi redonda, con los labios de un tono parecido al de su piel. Su nariz es perfilada y respingona. Sus cejas, gruesas, aunque tienen una forma definida y bonita. Y sus ojos…

Nunca he visto esos ojos. Son grandes, almendrados y cargados de pestañas largas. Y de un azul tan intenso y brillante que casi se podría decir que no es real.

Y ahí está. Justo delante de mí.

Por un segundo, temo que la chica se espante y huya, como hacen todos los humanos, pero no. No lo hace. Su gesto se llena de estupefacción, de curiosidad… El miedo no se ve en ningún momento.

Se sigue acercando, importándole bien poco la diferencia de alturas. Alza la vista sin temor, como si observase una figura hecha por alguna clase de dios.

Eso, no sé de qué manera, me sobrecoge.

— ¡¡Es un Hombre Cuervo!! —chilla alguien, rompiendo la armonía del momento, y haciéndome maldecir de veras no haber echado a volar antes — ¡¡Uno de verdad!!

La gente empieza a tirarme cosas a las alas, seguramente pensando que maté a la Sombra con el único objetivo de comerme a su presa en su lugar. La chica grita algo, intentando detener el ataque, pero su voz no sobrepasa el ruido generado por toda la multitud.

Yo bato mis alas, y me elevo sobre el suelo, a pesar de estar recibiendo golpes en todas direcciones. La chica me observa, sorprendida, y corre hacia mí.

— ¡Espera! —llama.

No me paro a escucharla, más me gustaría. Me concentro todo lo que soy capaz en despegar, en escapar antes de que los ciudadanos decidan hacerme verdadero daño, en vez de limitarse a espantarme.

La última imagen que me llevo de ella son esos ojos azules de mirada indescifrable, fijos en mí, brillantes, atrapándome hasta el último momento en el que están al alcance de mi visión.


Sinopsis

En un mundo donde coexisten monstruos y humanos, Nita, como todos sus congéneres, limita su existencia a observar, a sus quehaceres y, por supuesto, a evitar problemas con los seres humanos. Cada colectivo va por su lado, interactuando poco (por no decir «nada») con la otra parte.

Sin embargo, esta tregua parece empezar a tambalearse cuando aparecen las Sombras, extraños seres cuya naturaleza es indescriptible, y que destrozan todo aquello que queda a su alcance. No son una plaga, ni una invasión. Son un síntoma. Una señal desesperada.

El planeta está enfermo. Se muere poco a poco, y sólo un colectivo conocido como Los Que Saben parece tener la solución. Sin embargo, nadie sabe quiénes son, ni de dónde vienen ni a dónde van. Ni siquiera si de verdad existen, aunque son llamados por las Sombras una y otra vez.

Nita y los demás deben buscar una solución, averiguar quiénes son Los que Saben, curar al mundo y terminar con la amenaza de las Sombras.

¿Que qué pinta esa niña, Lin, en todo esto, preguntáis?

Bueno, Lin… Sólo vamos a decir eso.

Es Lin.

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